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El capitalismo, una vez más

El retorno cíclico de una cuestión controvertida y molesta

Fuentes: Rebelión

«El capital no es una cosa, sino determinada relación de producción social, correspondiente a determinada formación social histórica (…) Capital son los medios de producción transformados en capital, los cuales en sí no son capital, del mismo modo que el oro y la plata en sí no son dinero» 1 . 1.-Genealogía de un concepto […]

«El capital no es una cosa, sino determinada relación de producción social, correspondiente a determinada formación social histórica (…) Capital son los medios de producción transformados en capital, los cuales en sí no son capital, del mismo modo que el oro y la plata en sí no son dinero» 1 .

1.-Genealogía de un concepto recurrente: «capitalismo»

A menudo la carga semántica de los conceptos más comunes en el uso social expresa y vela a un tiempo las fuertes pugnas históricas por imponer un determinado significado. Ya en 1948 el economista católico François Perroux se quejaba de que capitalismo («un mot de combat») había perdido la batalla de las palabras y, por tanto, de la legitimidad, a pesar de sus muchos éxitos materiales 2 . En realidad, si bien se mira, las relaciones de poder (y las relaciones humanas, sin más) encierran luchas simbólicas por imponer el «verdadero» alcance de las palabras. El itinerario que conduce a la modernidad implica justamente un sistema de dominación en el que se opera un desplazamiento progresivo, conforme a un determinado proceso de racionalización, desde la violencia física a la violencia simbólica. Así Pierre Bourdieu, siguiendo en parte la teoría de Max Weber sobre las formas de dominación y las modalidades de legitimidad, define la «violencia simbólica» como la capacidad de imponer significaciones (ideas de carácter universal) como legítimas ocultando las relaciones de fuerza que tras ellas se amparan. El sociólogo francés, a diferencia de Weber, que solo alude a la legitimidad del monopolio del Estado para el uso de la violencia física, equipara «legítima» a consentida, de modo que, según él, la legitimidad de la coerción física y simbólica equivale a aceptación de la dominación por los dominados.

De donde se infiere que los conceptos y su historia constituyen un termómetro muy sensible para captar la evolución y los cambios en las relaciones de hegemonía dentro de una determinada sociedad. El «capitalismo» representa, sin duda, un concepto estratégico de primer orden cuya semántica ha soportado la dialéctica de los enfrentamientos de clase y de las contiendas por la dominación del orbe simbólico. En efecto, desde sus orígenes esta noción ha sufrido mutaciones cíclicas guadianescas y ha experimentado valoraciones y connotaciones más o menos peyorativas en la conciencia colectiva, según la variación de temperatura del movimiento obrero y los momentos históricos de auge y declive de los horizontes de esperanza en el cambio social. Sin embargo, no conviene olvidar que «El significado de las palabras y su uso nunca tienen una relación de uno a uno con lo que llamamos realidad (…) los conceptos y las realidades cambian a velocidades distintas, a veces es la conceptualización de la realidad la que va por delante de esta y otras veces es la realidad la que va por delante de la conceptualización» 3 . Es, pues, lo conceptual un tipo especial de realidad que permanentemente interactúa con la materialidad de la vida social, unas veces refractando fenómenos ya existentes y otras «creando» performativamente nuevas experiencia sociales y proponiendo nuevos horizontes de expectativa.

La historia del concepto que encierra la palabra «capitalismo» resulta asaz ilustrativa y manifiesta una extremada riqueza de matices sobre esta dialéctica siempre actuante entre el mundo y su representación humana mediante el lenguaje. La armadura conceptual del capitalismo como modo de producción de la modernidad puede seguirse remontando genealógicamente el curso del río de significados de tres vocablos que exhiben una antigüedad decreciente, a saber, «capital», «capitalista y «capitalismo». Convendría recordar que K. Marx, el máximo analista crítico del nuevo modo de producción, utilizó las dos primeras palabras en sus textos (el más importantes de los cuales lleva por título El capital ), pero nunca se refiere a «capitalismo», al menos hasta que en 1877, diez años después de la aparición de su obra magna, empleara el término en su correspondencia con sus seguidores rusos 4 . El neologismo «capitalismo» es, por tanto, de uso tardío, ocasional y un tanto ambiguo en vida de Karl Marx, y después permanecerá muy vinculado a las organizaciones obreras de la II Internacional, cultivado principalmente por la socialdemocracia alemana y, en general, la tradición socialista, pero objeto de un rechazo sistemático por parte de la ciencia económica académica oficial 5 . No obstante, a principios de siglo XX, después de un uso intermitente (por ejemplo, en Blanc y Proudhon en Francia 6 o por Thackeray en Inglaterra) 7 y poco sistemático, en las diversas lenguas de los países más avanzados de Europa cobra ya el marchamo de un sistema económico diferenciado de otros, y comparece masivamente y triunfa ya en el gozne entre los dos siglos, aunque siempre la latitud de su significado fuera objeto de agrias polémicas y notables desacuerdos. Como recuerda Braudel 8 , el concepto a menudo rodeado de confrontación se afirma como antónimo de «socialismo» (palabra anterior a «capitalismo», que se remonta a Saint Simon) y pasa a formar parte en el periodo de entreguerras de algunos de los más afamados diccionarios 9 . Ya, desde principios de siglo Werner Sombart, en Der Moderne Kapitalismus (1902), lanza la noción a la arena académica y es de destacar, como subraya Vilar, que el mundo de la historiografía, especialmente los herederos del historicismo alemán, aceptará el desafío conceptual de mucho mejor grado que el campo de los economistas académicos, muy recelosos con lo que suponían una intrusión en el templo de la ciencia de una palabra cargada de pasiones y adherencias políticas. Entre la academia y las luchas de la esfera pública el vocablo se mantendrá con altibajos hasta nuestro tiempo, cuando han fracasado los sucedáneos en forma de eufemismos como «economía de mercado», «economía de libre empresa» y otros parecidos emplastos para preterir y enviar a galeras a una palabra políticamente molesta e inconveniente 10 .

Lo cierto es que una de las características más curiosas inscritas en el campo conceptual en el que orbitan «capital», «capitalista» y «capitalismo» consiste en la impregnación peyorativa que suele acompañar al uso de cada uno de esos tres vocablos. En efecto, el más antiguo, «capital» (del latín caput ) es una palabra culta que nace en la baja Edad Media en mitad de la escolástica disputa a propósito de la ilicitud del préstamo con interés y la usura. También «capitalista», palabra más joven, nacida a mediados del siglo XVII, sufre la inquina de sus usuarios (de la que parece no haberse librado hasta hoy); en 1659 se atribuye a los capitalistas «no conocer rey, ni patria», y más tarde, en 1759, J. J. Rousseau podría dejar escrito que «no soy ni un gran señor, ni un capitalista. Soy pobre y feliz» 11 . En el siglo XX «capitalismo» hereda el estigma de palabra sucia y fea, a pesar de la cirugía embellecedora de tanto economista y teórico social.

Empero en su prehistoria semántica «capital» y «capitalista» se vincularon a un universo no rupturista o tradicional. Designaban una concepción espontánea y simplista que las vinculaba con el dinero o la riqueza genérica y con sus poseedores 12 . Como bien ha delimitado Braudel 13 , el cambio conceptual del significado de estas dos palabras se opera en el lapso que va de Turgot a Marx, de la Ilustración a la crítica social del nuevo sistema económico gestado en la modernidad, periodo que contempla la larga marcha de aceleración y cambio conceptual, el llamado Sattelzeit por Koselleck, acaecida entre mediados de los siglos XVIII y XIX. Entonces «capital» empieza a absorber una función más amplia que la de la mera acumulación de bienes pecuniarios y entonces pasa a concebirse como aquella parte de la riqueza que se pone a disposición de producir más riqueza. El capital, de este modo, deviene en un medio de producción y, más tarde, el vocablo «capitalismo» acabaría aludiendo al régimen económico general que se basa en el movimiento del capital para la ampliación sin límites de sí mismo. Claro que una vez asentado el nuevo orden conceptual, son muy variadas las categorías analíticas y las intenciones críticas que guían a los tratadistas que estudian el capitalismo, una suerte de palabra maldita para sus defensores intelectuales y un recurso político omnipresente y a menudo vacío (una suerte de palabra-proyectil) para muchos de sus enemigos.

Si bien Marx y algunos de los economista clásicos en los que se inspiró, alertaron sobre las posibilidades de un final catastrófico del nuevo sistema de producción, más tarde, en el último tramo del siglo XIX, los teóricos de la utilidad marginal (los neoclásicos) buscaron andamios de sujeción matemática y salvavidas conceptuales para adecentar el rostro torvo y convulso del capitalismo con la fachada de un pretendido equilibrio general y de una competencia perfecta, glorificando el mercado y recreando el estereotipo antropológico de un ciudadano optimizador racional de sus decisiones económicas. Todo ello, como nos dice J. M. Naredo, la «revolución marginalista» se verificó sin apenas retocar las categorías básicas de la economía política 14 . Otros teóricos, procedentes de campos distintos, como W. Sombart o M. Weber, buscaron el «espíritu del capitalismo» como motor de un progresivo proceso de racionalización y modernización y, en cierto modo, como una alternativa valorativa al materialismo de Marx (quien, como se dijo apenas utilizó la palabra «capitalismo», pero sí se empleó a fondo analizando la lógica su funcionamiento). Desde entonces los guardianes intelectuales del capital se han encargado de diluir las vergüenzas del modo de producción, asimilándolo a un despliegue «natural» y racional de las posibilidades tecnológicas de la sociedad industrial. En cualquier caso, el término «capitalismo», en tanto que sistema o régimen económico, es una realidad fuertemente establecida en el siglo XX entre el común de los mortales e incluso entre algunos de los reticentes economistas que huyen, como de la peste, de la adherencias denigratorias del propio vocablo. Así todo, se podría sostener que la valoración social y la perspectivas de futuro del capitalismo han sufrido ciclos metamórficos conforme se han abierto horizontes de cambio o involución social. Por ejemplo, en 1942, en el prólogo a la primera edición de Capitalismo, socialismo y democracia , Joseph Schumpeter afirmaba:

«En la segunda parte – ¿Puede sobrevivir el capitalismo ?- he intentado demostrar que inevitablemente surgirá una forma socialista de sociedad de la descomposición igualmente inevitable de la sociedad capitalista. Muchos lectores se extrañarán de que haya considerado necesario un análisis tan laborioso y complejo para sentar una tesis que se está convirtiendo rápidamente una opinión general, aun entre los conservadores» 15 .

Palabras sorprendentes, en verdad, vistas hoy desde el ángulo de la experiencia histórica posterior a la Segunda Guerra Mundial, la de los «Treinta gloriosos años» que albergaron la expansión continuada del capitalismo y la posterior caída del Muro de Berlín en 1989 y el triunfo de los dogmas del neoliberalismo. Contrastan, en efecto, con las opiniones del socialista Ignacio Sotelo vertidas en 1998 cuando escribía (véase cita en nota 10) que «el capitalismo ha perdido hasta su nombre-ahora se dice economía de mercado…». Empero ni Schumpeter ni Sotelo adivinaron el futuro del capitalismo, porque, nolis velis , hoy, desde hace algunos años, en el siglo XXI el capitalismo ha recobrado su nombre al tiempo que, tras la crisis económica de 2008, se han multiplicado sus críticos y la marea neoliberal de los años ochenta y noventa ha mostrado sus debilidades. Basta echar un vistazo a la nueva literatura económica para atisbar una crecida de las denuncias intelectuales a los efectos del capitalismo tardío de la era de la globalización, aunque a menudo la crítica se mantiene en la superficie de los efectos más perversos del sistema económico y no en el fondo de una posible alternativa sistémica 16 .

Así pues, en la era de la sociedad postindustrial y de la información, dentro de un nuevo ciclo de regreso a lo social en el seno de las inevitables coordenadas de la postmodernidad, el capitalismo, reafirmado como realidad y como palabra, vuelve a convertirse en diana de los ataques de un sector creciente de la población. Sus lacras sociales más lacerantes, cual es la desigualdad, siguen mereciendo el interés de algunos economistas. Por ejemplo, en mitad de la resaca de una de sus crisis más profundas, alcanza un éxito espectacular un libro como el de Thomas Piketty, El capital en el siglo XXI 17 .

2.-Reformar el capitalismo sin problematizar la norma categorial del análisis económico al uso: El capital en el siglo XXI  

Es muy poco frecuente que un libro de economía de 663 páginas, publicado originariamente en francés en 2013, se convierta en un rotundo y clamoroso éxito transnacional. Eso ha ocurrido con el texto de Thomas Piketty, El capital en el siglo XXI 18 , cuya extraordinaria recepción pública, en plena vorágine de la crisis de 2008, resulta a todas luces sintomática del renacido interés actual por el capitalismo como sistema y por algunas de sus secuelas más dañinas. Que alguien trate de desentrañar los mecanismos ocultos que generan desigualdades de ingresos y patrimonios, y que su argumentación (nada superficial) sea recibida con avidez y tono polémico es un hecho expresivo de la alta temperatura de descontento reinante en nuestros días, desazón que afortunadamente ha ido erosionando el legado mental de la «revolución conservadora» y neoliberal en ascenso desde los años ochenta. Tampoco es algo azaroso que en 2015 el Premio Nobel de Economía haya sido concedido a Angus Deaton, de origen escocés y profesor de Princeton, por su aportación a los análisis del consumo, la pobreza y el bienestar. Los trabajos de los también galardonados con el Nobel, Paul Krugman que habla de la «gran divergencia» o Joseph E. Stiglitz que se refieren a la «gran brecha», igualmente indican síntomas del interés por las desigualdades económicas, que para estos autores, como para el propio Piketty, ponen en peligro la supervivencia del propio capitalismo 19 . Que el 0,7% de la población mundial acapare el 45,2 de la riqueza total y el 10% de los más acaudalados posea el 88% del total de los activos 20 , para expresarlo en palabras de un agrio humorista, «¡Ya no es desigualdad! ¡Es crimen!» 21 .

Así pues, la obra del joven, brillante y afamado economista francés se inscribe en el radio de acción intelectual de un cierto giro, dentro de un sector del campo académico de los economistas, hacia posiciones críticas respecto a las consecuencias más negativas del capitalismo, aunque nadie debe buscar en su excelente y muy documentado libro, una impugnación de tal sistema económico como tal 22 . Nuestro autor prefiere hablar de «capital» más que de capitalismo y el mismo título del libro pareciera evocar la gran obra marxiana del siglo XIX, quizás a modo de contraste y superación de sus planteamientos. Desde luego, al concretar su carga semántica Thomas Piketty se aleja muchas millas de la que otorgara Karl Marx al término en El capital 23 , ya que reduce su significado a unos márgenes estrechos y convencionales: «El capital no humano, al que llamaremos simplemente «capital» en el marco de este libro, reúne pues todas las formas de riqueza que a priori , pueden ser poseídas por individuos (o grupos de individuos) y transmitidas o intercambiadas en un mercado de modo permanente» 24 . Este tosco equivalente entre capital y riqueza preside una muy sugerente obra que, sin embargo, no pretende problematizar las categorías analítico-conceptuales de la economía «normal» (la norma conceptual imperante) de los economistas. Tampoco desea cuestionar el capitalismo en tanto que sistema económico, sino las consecuencias adversas peores de un determinado modo de funcionamiento generador de desigualdades sociales profundas. No busque, pues, el lector o lectora, una enmienda a la totalidad del sistema económico imperante. Eso no lo encontrará pero sí hallará un magnífico arsenal de ideas, datos, información histórica, comparaciones espaciales, etc., que facilitan extremadamente la labor de quienes, más proclives a la radicalidad del pensamiento crítico, pueden nutrirse del material empírico que se exhibe a lo largo del texto. Aunque Piketty 25 , como persona que, muy joven, vio caer el Muro de Berlín sin añoranzas de ningún tipo, deja fuera de su área de preocupación la bondad o maldad intrínseca del sistema económico como un todo, no evita, en cambio, afrontar los aspectos socialmente más repudiables del mismo. En resumen, su tesis, finalmente, postula que dentro del capitalismo hay salvación siempre y cuando exista más democracia y más control de la economía. Si el sistema económico se deja al albur del libre mercado, camina hacia una situación caótica de desigualdades inasimilables y quizás hacia su propia destrucción 26 . En consecuencia, este hilo argumentativo genérico no se aparta demasiado de la tradición socialdemócrata, no en vano él mismo ha asesorado a experiencias gubernamentales de signo socialistas o en España a partidos como Podemos 27 . Claro que el mérito de El capital en el siglo XXI va mucho más allá de las inclinaciones políticas de su autor.

En efecto, el libro ofrece una gama diversificada y muy rica de herramientas analíticas para el estudio actual del capitalismo y su historia en la perspectiva de la larga duración (sus reconstrucciones abarcan desde el primer capitalismo industrial hasta el actual). Trata de cómo el sistema económico imperante hoy ha generado en el curso de su historia (no siempre en el mismo grado y con semejante intensidad) y sigue ocasionando desigualdad entre los poseedores de capital y el resto, entre el ingreso total de la sociedad y las rentas y patrimonios provenientes del capital. Su tesis central se formula como una contradicción persistente entre el rendimiento del capital y el crecimiento total de la economía. Cuando la tasa de aumento del rendimiento del capital es superior a la tasa de crecimiento del conjunto de la economía (r > g) nos encontramos ante la primera y principal ley del capitalismo. Frente a la visión catastrofista de los economistas clásicos (la población, la escasez, etc.) o del mismo Marx (la caída de la tasa de ganancia) contrapone las posibilidades que históricamente han ofrecido los cambios tecnológicos y educativos; frente a las concepciones optimistas, al estilo de la «curva de Kuznets» 28 , según la cual la desigualdad describiría una forma de campana (empezaría creciendo con la revolución industrial pero acabaría descendiendo), señala cómo la desigualdad no es un fenómeno natural ni está sometida a ninguna ley del progreso, sino que son las condiciones sociales y políticas las que la frenan o la aceleran: «La dinámica de la distribución de la riqueza pone en juego poderosos mecanismos que empujan alternativamente en sentido de la convergencia y de la divergencia..» 29 . Según sus estimaciones, hoy estaríamos experimentando el regreso a unas cotas de desigualdad anteriores a la Primera Guerra Mundial cuando en el mundo capitalista estaba constituido, como refleja la novelística realista del XIX (a la que acude nuestro autor como fuente literaria para dibujar la cara del tipo de capitalismo entonces existente), por una burguesía patrimonialista profundamente rentista y escindida por un abismo de desigualdad del resto de la sociedad. Las guerras mundiales, la Gran Depresión rompieron, por diversas causas que Piketty no explica, esta situación de forma que, tras 1945 se consolida una era de convergencia de ingresos solo rota en el último tercio del siglo XX merced al triunfo del capitalismo global y la voluntad de destrucción del Estado social, lo que no ha hecho más que agravarse con la crisis de 2008.

Son, pues, momentos y fuerzas producto de la acción humana las que actúan en una dirección convergente o divergente. En cierto modo, para Piketty, la desigualdad no es una maldición divina ni un imperativo económico insoslayable, es, en cambio, hija de circunstancias históricas susceptibles de ser cambiadas (aunque no de cualquier manera). Para él, la equidad es posible dentro de una sociedad democrática avanzada y en el marco del llamado Estado de derecho. Como ya podrá suponer el lector o lectora, si el capitalismo, como demuestra nuestro autor, ha sido y es fuente insaciable de desequilibrios entre el capital y el trabajo, solo queda recurrir al sistema fiscal y a la educación para enderezar lo que el propio sistema tiende a torcer. El remedio, nada original, residiría en levantar un modelo fiscal pronunciadamente progresivo sobre ingresos y patrimonios, bajo el control democrático del Estado nacional, pero también sometido a una disciplina internacional que evitara el riesgo de fugas opacas de capitales a paraísos fiscales de facto o de iure.

Precisamente sería misión de la economía como ciencia social, siempre atenta a la historicidad de los fenómenos económicos, dar a conocer los mecanismos que hacen más menos desiguales a las sociedades de nuestro tiempo y en el curso de la historia. La dimensión histórica parece, pues, como inseparable del análisis propiamente económico, no en vano el autor se muestra heredero agradecido de la historiografía económica francesa. Y así es como Piketty, a pesar de la complejidad de algunas partes de su libro, de lectura difícil para no iniciados, y de la extraordinaria aportación de datos y cálculos económicos, no cae nunca en el formalismo retórico al uso dentro del campo académico de referencia. Por el contrario, a partir de una multitud de fuentes estadísticas (principalmente fiscales) realiza una reconstrucción histórica de los ritmos de crecimiento y de desigualdad desde el siglo XVIII hasta hoy, fijando una serie de datos de larga duración sobre la historia del capitalismo. De ahí que el mérito de su libro resida en el impresionante esfuerzo de elaboración y tratamiento de fuentes, y, como él mismo afirma, «la novedad del trabajo propuesto aquí es que se trata, a nuestro entender, de la primera tentativa de volver a situar en un contexto histórico más amplio la cuestión del reparto capital-trabajo y la reciente alza de la participación del capital, subrayando la evolución de la relación capital/ingreso desde el siglo XVIII hasta principios del siglo XXI» 30 . Con todas las reservas que puedan hacerse a una reconstrucción tan larga y a veces atinente a periodos pre-estadísticos, el resultado es muy valioso y digno de encomio 31 .

Otra cosa es que, desde una perspectiva crítica, se puedan compartir (o no) sus supuestos analíticos y conceptuales. Como ya se dijo, y como el libro exhibe desde la exposición categorial de la primera parte, los conceptos de «capital», «ingreso nacional», «riqueza», «ahorro», «trabajo», etc. son muy deudores y quedan presos dentro de la malla discursiva heredera de los economistas clásicos y neoclásicos. En efecto, el autor da por naturales y ahistóricas esas categorías convencionales hoy hegemónicas dentro de la ciencia económica estándar. Pero un afán crítico más profundo demandaría evitar esta clase de método caeteris paribus conceptual, en razón del cual para analizar la variable desigualdad se mantienen como constantes válidas las categorías clásicas y neoclásicas, convirtiéndolas en una especie de a priori irrefutable. De esta forma el brillante trabajo de Piketty se encierra voluntariamente en una «cárcel categorial» resistente a la crítica profunda de su significado. Encierro que resulta asaz llamativo cuando observamos que pasa de puntillas sobre la dimensión ecológica de la economía y sobre el legado de K. Marx, cuya obra evoca casi solo en el título de su propio libro. Porque una cosa es ser de una generación post-Muro de Berlín y otra muy distinta no tener presente, de manera más rigurosa, las aportaciones del que seguramente ha sido el teórico social más importante de la era contemporánea.

Por eso mismo no cabe mostrar asombro que, desde la tradición marxista y la nueva economía ecológica, el libro haya recibido más de un dardo envenenado. Por ejemplo, las reacciones del geógrafo marxista David Harvey son muy expresivas 32 . Este considera poco presentable la parca o nula atención que el economista francés presta a la lucha de clases o las teorías del valor-trabajo. A pesar de sus muchos méritos, dice, no ha ideado un modelo alternativo de explicación del capitalismo al que pergeñara Marx en el siglo XIX, por lo que este todavía es necesario recurrir a Marx 33 . Ciertamente, Piketty elude las causas sociopolíticas y las luchas de poder que podrían dar mayor sentido a las series económicas que tan brillante y trabajosamente ha construido. Sin embargo, la vuelta a Marx en el siglo XXI es un viaje que dista de ser fácil y sin riesgos. Sin duda, la lucha de clases o la teoría del valor-trabajo poseen una morfología muy distinta hoy que en el siglo XIX. La reactualización de Marx en los últimos tiempos tiene que ver con la enésima crisis del capitalismo, pero su obra no ha de enarbolarse como un monumento arqueológico o un texto sagrado del pensamiento económico, porque, como dijera E. Hobsbawm, «el Marx del siglo XXI sin lugar a dudas será muy distinto del Marx del s. XX» 34 .

Desde luego, la cuestión de palpitante actualidad residiría en recomponer el pensamiento crítico a partir de una larga y frondosa tradición crítica. Ahora bien, la mutación del propio capitalismo en su fase actual obliga a repensar ese tipo de legado intelectual. A continuación, traemos a colación dos obras que han intentado dar respuesta de manera muy diferente: una reinterpretando las categorías económicas básicas manejadas por Marx, otra tratando de superarlas.

3.-Entre la reinterpretación y la impugnación de las conceptualizaciones marxistas

3.1. Una interpretación de Marx: la reconstrucción crítica de Moishe Postone

La primera de ellas es Tiempo, trabajo y dominación social. Una reinterpretación de la teoría crítica de Marx 35 , que se debe a la pluma de Moishe Postone, historiador y profesor de Estudios Judíos en la Universidad de Chicago 36 . Afronta en este extenso y complejo libro la consideración del trabajo social como la esencia específica del capitalismo y, en congruencia con tal supuesto, se extiende en uno de los asuntos más peliagudos de las interpretaciones económicas de Marx: la teoría del valor-trabajo 37 . Y ello lo hace a contracorriente de la lectura habitual entre los marxistas. Como es sabido, Marx, tras una colosal labor de interpelación a la economía política clásica, elabora su propia explicación del capitalismo como sistema de explotación del trabajo basado en la extracción de plusvalía, o sea, de retribución del capital variable (el trabajo) por debajo del valor que crea en el proceso de producción. Tal tesis se sustentaría en una reasunción de la teoría del valor-trabajo presente en los economistas clásicos, especialmente en Ricardo. Por otra parte, la teoría del valor-trabajo fue echada a un lado por la escuela de los economistas neoclásicos interesados en resaltar el componente subjetivo del valor y orientados hacia su explicación a partir de la utilidad marginal. Ciertamente, siempre fue motivo de confrontación, aunque en la actual etapa del capitalismo, lo que algunos han dado en llamar «capitalismo cognitivo», han sido muchas las matizaciones o reajustes que ha recibido la primigenia teoría del valor-trabajo, incluso desde el interior del pensamiento de izquierdas. En todas ellas reaparecen y comparecen algunas intuiciones del propio Marx formuladas en los Grundrisse , especialmente en el cuadernillo titulado «Fragmento sobre las máquinas» 38 , donde presenta al conocimiento social compartido como fuerza activa resultante de aplicar la ciencia al proceso productivo.

» En el circuito productivo del valor, el conocimiento constituye un mediador muy poco dócil, ya que la valoración de los conocimientos responde a leyes muy particulares. Estas leyes difieren profundamente de las imaginadas por el pensamiento liberal o marxista en sus respectivas teorías del valor. Por consiguiente, el capitalismo cognitivo funciona de manera distinta al capitalismo a secas» 39 .

Lo cierto es que el propio Marx era consciente de que las categorías de la economía política burguesa reflejaban las relaciones sociales de una determinada época 40 . Bueno sería saber si ese punto de relativismo categorial marxiano nos lleva a pensar que las transformaciones de las relaciones sociales de nuestro tiempo han dejado anticuadas las posiciones burguesas y quizás también las del propio Marx. No obstante, él mismo en su «Fragmento sobre las máquinas» de los Grudrisse dejaba muchas puertas abiertas: «En la medida, sin embargo, en que la gran industria se desarrolla, la creación de la riqueza efectiva se vuelve menos dependiente del tiempo de trabajo (…) depende más bien del estado general de la ciencia y el progreso» 41 . Puertas que han transitado los partidarios del «capitalismo cognitivo», llegando a crear un espacio categorial que pretende describir el nuevo panorama creado por la revolución tecnológica de la era digital. Posiblemente los defensores del «capital cognitivo» describen más que explican lo que nos está ocurriendo, aunque las intuiciones de Marx sobre la aplicación del conocimiento común parecen apuntar a una sociedad postcapitalista en la medida en que se «desploma la producción fundada en el valor» y, sin embargo, la situación que dibujan los neomarxistas «cognitivos» más bien es la de una sociedad hipercapitalista, algo parecido a lo que nosotros hemos tildado de totalcapitalismo . Uno y otros sí que apuntan a un futuro deseable distinto gracias a las posibilidades tecnológicas de quebrar las leyes que rigen en el capitalismo la producción de mercancías portadoras de valor de cambio 42 .

Ahora bien, la obra de Postone va mucho más allá de la simple desautorización del marxismo tradicional 43 o incluso de las revisiones «cognitivas» de la teoría del valor, aunque su crítica de la sociedad industrial basada en el trabajo asalariado contiene también una consideración sobre lo que el cambio tecnológico y la aplicación masiva del conocimiento supone de contradictorio en la teoría del valor-trabajo 44 . En realidad, mantiene unas posiciones muy originales 45 , claramente rupturistas y altamente polémicas. En el fondo se diría que el historiador americano pretende ir más allá de Marx (llevarlo más allá de lo que entendieron la mayoría de sus seguidores) a partir del propio Marx, fundando no solo un crítica del capitalismo sino también formulando una enmienda a la totalidad de este sistema económico como emanación de la racionalidad moderna y como una forma de vida objetivada de la dominación del sujeto, que interioriza como natural su situación de dependencia, a través del trabajo. El repaso crítico e histórico de las categorías que dan razón de la lógica capitalista (tiempo, trabajo, valor, capital, mercancía) contribuye a entender ese universo conceptual que es portador de poderosos instrumentos de dominación objetiva y subjetiva.

No se trata, pues, de una simple corrección de los conceptos económicos al uso ni de su mera superación. Se trataría, en suma, de algo más ambicioso cual es, siguiendo no pocas huellas del camino transitado por la Escuela de Fráncfort, de justificar lógicamente una crítica a fondo de la racionalidad instrumental y productivista de la Ilustración, razón que a su vez se apoyaría en una determinada concepción del tiempo y del trabajo. En cierto modo, su interés por la crítica del capitalismo se difumina a veces en consideraciones negativas acerca de la racionalidad de la sociedad moderna 46 Con ello el historiador americano pretende enunciar algunos esbozos de una teoría social crítica reflexiva e inmanente (o sea, consciente del entorno subjetivo y hecha desde el interior y desde el presente), sirviéndose a tal fin de una exégesis muy personal (y documentada) de los textos económicos del filósofo de Tréveris. Siguiendo ese propósito, y tras muchos años de bucear en los escritos de madurez, especialmente en los Grundrisse y en El capital , Postone propone un «análisis categorial» más que un análisis clasista de las teorías económicas de Marx sobre el valor, el trabajo, la mercancía, etc., que, en realidad, no serían conceptos transhistóricos aplicables a todo tiempo y lugar, sino que comportan conceptualizaciones exclusivamente válidas para el mundo capitalista y que, por consiguiente, tampoco pueden servir, como se pretendió en el llamado «socialismo real», de sustento a un futuro mundo alternativo al capital. Según él, precisamente en el llamado socialismo real se cometió el error de mantener las categorías de la economía política al uso superponiendo a ellas la planificación estatal y la colectivización de los medios de producción. Pero tal pretensión no llegaría más que a erigir, parafraseando la conceptualización de Pollock, un «capitalismo de Estado», o sea, un sistema cuya lógica inmanente y cuyo universo categorial siguió anclado en el canon conceptual que Marx empleó para comprender el capitalismo, como si el cambio social consistiera solo en pasar de la propiedad privada de los medios de producción a la colectiva manteniendo el trabajo asalariado. Pero esas categorías son inmanentes al capitalismo y no tienen nada de natural o eternas. Según Postone, de eso fue consciente Marx en algunos de sus textos de época madura (los que a él interesan). Su encuentro con los Grundrisse , verdadera caída del caballo de Saulo, resultó decisiva para esa comprensión histórica de las interpretaciones económicas marxistas.

«Lo que cambió fundamentalmente mi comprensión y probó ser un gran avance desde el punto de vista conceptual fue mi descubrimiento de los Grundrisse . Lo que me chocó particularmente eran las conocidas secciones del manuscrito que dejan bien claro que, para Marx, la categoría de valor es una categoría históricamente específica. Para mí eso acarreaba enormes implicaciones. Era una clave para comprender al Marx maduro, una palanca con la que intenté liberar la comprensión tradicional de Marx de sus ataduras. Mi conclusión fue que la teoría de Marx era completamente distinta a la lectura tradicional» 47 .  

Esa lectura tradicional ha sido la canónica en el marxismo y en los fallidos intentos del socialismo experimentados tras la revolución de 1917 (planificación más propiedad colectiva de los medios de producción), inspirados en las mismas categorías productivistas que ahormaron el capitalismo (de ahí que Postone otorgue el nombre de capitalismo de Estado para definir el llamado «socialismo real»). Para él, sin embargo, el marxismo tradicional se asienta sobre una crítica social desde el punto de vista del trabajo (del trabajo como productor de valor), lo que finalmente no sería más que una suerte de lo que califica de «marxismo ricardiano». Frente a tales presunciones erróneas, según su criterio, es preciso leer a Marx dentro de otras coordenadas y desentrañar de modo más profundo el significado de su pensamiento de madurez.

Así, tras la crítica del marxismo convencional, Postone emprende en la segunda parte de su libro una reconstrucción de la crítica marxista a partir de un repaso interpretativo de los conceptos de su economía política: mercancía, trabajo concreto/trabajo abstracto, tiempo concreto/tiempo abstracto, valor de uso/valor de cambio, capital, etc. Tales nociones entrañan no sólo un intento de comprensión del funcionamiento de la economía capitalista, sino también un modo de explicación de cómo a través de ellas se impone un sistema de dominación objetivo y subjetivo, una «violencia simbólica» 48 , basado en abstracciones impersonales como la idea de que el valor de la mercancía representa trabajo abstracto, o sea, que se mide por la cantidad de gasto de tiempo de trabajo socialmente necesario incorporada a ella. En realidad, Postone apuesta por considerar la teoría del valor de Marx como una teoría crítica 49 con la que pretende explicar la forma de riqueza característica del capitalismo y su dinámica, proponiendo que superar el capitalismo significa sobrepasar esa idea de riqueza y ese concepto de valor.

Por tanto, la teoría del valor y otras categorías anejas, según la lectura que Postone hace de Marx, no serían imperecederas, como afirma la interpretación marxista más frecuente: «mercancía, valor, capital, plusvalía son categorías de las estructura profunda de las sociedad capitalista» 50 . Y serían así mismo, el fundamento y base de su sistema de dominación impersonal asentado sobre concepciones, que permiten hacer pasar por naturales y admisibles una determinada forma histórica de actividad humana que llamamos trabajo asalariado. En el fondo, la alienación en el capitalismo se produce por la «naturaleza dual del trabajo», trabajo concreto (creador del valor de uso) y trabajo abstracto (creador del valor de cambio). Tales categorías reposan en una nueva concepción abstracta del tiempo que es una criatura propia de la modernidad a cuya lógica responde el capitalismo. Todo este universo categorial dista mucho de ser natural u obedecer a algún mandato antropológico, es la consecuencia del proceso histórico que conduce a la continua valoración del capital mediante el trabajo, lo que materializa, objetiva y subjetivamente, el núcleo mismo del capitalismo. Así pues, Postone no cuestiona las categorías del análisis económico empleadas por Marx para el estudio del capitalismo en cuanto que expresan un mundo real, lo que problematiza es que los marxistas traten de extender tales consideraciones más allá de un determinado modo de producción 51 . Incluso llega a vislumbrar que el mismo capitalismo posee contradicciones insalvables como que la creciente productividad del trabajo, gracias a las revoluciones científicas y técnicas de nuestro tiempo pueda llegar a un crecimiento de la riqueza sin una paralela creación de valor. Al final, el desarrollo científico técnico podría llevar a la abolición el capitalismo. Ello supondría, por consiguiente, la superación del valor como forma social de la riqueza.

Nuestro autor sostiene que en el Marx maduro se produciría una especie de «corte epistemológico» 52 , o sea, una ruptura creativa respecto a la tradición de la economía política burguesa. Por ello sería pertinente la «reconstrucción» de la crítica marxista a partir de las categorías básicas de su análisis. Así, por ejemplo, para él, «capital es valor en movimiento» 53 . Su tarea, en este libro, pues, no es tanto impugnar la validez de las categorías marxianas como poner bajo sospecha el empleo que hicieron de ellas muchos de los seguidores de Marx. Esta labor de demolición se entiende como una contribución al bagaje de ideas que han de permitirnos una reelaboración del pensamiento de Marx y de la teoría crítica de la sociedad. Desde luego, no encontraremos aquí alternativas histórica y políticamente factibles, porque, como él mismo señala, «esta obra es… un trabajo de esclarecimiento teórico y reorientación en un nivel lógico fundamental» 54 . En ese nivel queda su empresa intelectual y su interés para nosotros reside en volver a poner en solfa algunos de los elementos (en este caso a través del examen de la morfología del trabajo) que han forjado la racionalidad de la modernidad y sus criaturas, como el capitalismo, a menudo monstruosas e irracionales.

En la obra de Postone apenas hay un planteamiento sistemático de confrontación de las categorías marxianas con la economía ecológica, aunque su idea de que el capitalismo está guiado por la necesidad de producción de plusvalor y por la consiguiente dinámica ciegamente productivista conlleva, según su opinión, la inexorable destrucción de la Naturaleza. No obstante, en su trabajo se establecen importantes puentes con alguna de las reflexiones críticas pertenecientes a ese mundo categorial. En el fondo, su operación de impugnación del productivismo tanto en el capitalismo de mercado como en el capitalismo de Estado y su misma consideración del trabajo asalariado en nuestro mundo como una forma alienada digna de ser superada, implican ya el acercamiento a un espacio de ideas fronterizo al de la crítica ecológica. Este es el universo intelectual por el que transita plenamente la obra y el autor que cometamos a continuación.

3.2. Una enmienda a la totalidad: la perspectiva ecointegradora de José Manuel Naredo

Hay libros de peso y otros muchos que pasan. La cuarta reedición de la obra La economía en evolución. Historia y perspectivas básicas del pensamiento económico (2015), del economista español José Manuel Naredo es irrefutable prueba de que, a despecho de la típica fragmentación de todas las experiencias vitales en la posmodernidad, incluida la de la lectura, todavía es posible reeditar y leer con provecho y gusto un tomo de 783 páginas 55 . Así pues, aunque su autor todavía en esta cuarta edición se duela del «clamoroso silencio» con el que la ciencia económica establecida acogió su libro, lo cierto es que su enfoque económico «ecointegrador» enunciado ya en la primera edición de 1987 cobra ahora máxima vigencia merced a que los problemas estructurales entonces denunciados siguen acuciando, con más intensidad, a la sociedad más allá de las coyunturas políticas inmediatas y de los afanes subjetivos de su autor 56 , quien advierte lúcidamente que lo dicho en 1987 permanece más vivo que nunca todavía en 2015. Antes que nada, debe señalarse que estamos ante una sólida y magnífica obra sobre la historia del pensamiento económico, cuyo motivo de fondo es aderezar una crítica rigurosa de la ciencia económica normaliza (el discurso académico instalado en la docencia y en las instituciones públicas y privadas), lo que significa una tarea de derribo sistemático de las categorías que la avalan y de los métodos que exhibe esa ciencia estándar. Según su punto de vista, la historia del pensamiento no puede examinarse como una racionalidad desplegada que camina hacia la perfección y el progreso, sino como un conjunto de ideas en evolución que se mueven no linealmente al compás de los grandes paradigmas explicativos del mundo físico y social. Ello supone, diríamos nosotros, un género particular de guerra semántica entre conceptos y poderes, que apenas queda vislumbrada en el libro, en el que predomina una cierta visión internalista del devenir de la lógica científica, una suerte, parafraseando a M. Foucault, de «historia interna» de la verdad. Así, en su opinión, la economía política clásica y sus secuelas dominantes aun hoy en el pensamiento económico, insertan su régimen de verdad en el seno de un paradigma objetivista de ciencia heredado de la física newtoniana 57 . En el seno de tal molde se mantiene «la hipótesis de que [se] podría describir la realidad con independencia del observador» 58 , o sea, una suerte de «realismo ingenuo» que hoy choca con la perspectiva relativista de nuestro tiempo (hija de la revolución en el mundo de la física postnewtoniana). Lo que nuestro autor califica de «dogma objetivista» se vería acompañado y alimentado de una doble escisión: de una parte, entre economía y naturaleza (marginación de los bienes de la Tierra del cálculo económico), y, de otra, entre economía y valores humanos (supeditación de la voluntad y moral humanas a las leyes invisibles del sistema económico). Este discurrir del pensamiento económico podría seguirse a través de la panoplia conceptual («producción», «riqueza», «sistema económico», «capital», «trabajo», «valor», «mercado», etc.) sustentador de la nueva ciencia, que se desarrollaría en tres momentos: génesis (economía política clásica), afianzamiento (desarrollos de los clásicos y marxismo), culminación (reconducción neoclásica) y unificación-declive (revisión keynesiana, unificación y aparición de paradigmas alternativos) 59 . La introducción del enfoque ecológico defendido por Naredo sería una discontinuidad que plantea una especie de revolución paradigmática (al estilo kuhniano) frente a la ciencia normalizada en el campo de la economía, capaz de quebrar las certezas convencionales, inaugurando a su vez una nueva ciencia con conciencia, integrada, multidisciplinar y crítica respecto al modelo de crecimiento propuesto por el sistema económico vigente y por la economía estándar profundamente vinculada al pasado 60 .

La tesis fuerte de este recorrido es que, desde el siglo XVIII con el nacimiento de la economía política clásica, en concordancia con el paradigma newtoniano, las nociones generatrices del campo económico se desprendieron del mundo de lo natural y crearon un universo arbitrario de categorías y presunciones sobre la producción, el sistema económico, el valor, la riqueza, el trabajo, el mercado, etc., que todavía hoy imperan en el mundo académico e impregnan la ideología dominante sobre «lo económico». A mayor abundamiento, incluso se aduce que «el marxismo no es más que una rama del árbol de la ciencia establecida en ese campo desde Adam Smith» 61 , y que en las polémicas marxismo-liberalismo no se exhiben argumentos realmente opuestos, porque, en el fondo, más bien expresarían dos formas distintas de gestionar la noción compartida de sistema económico (sistema cerrado impermeable a los flujos naturales y excluyente de los bienes que no posean una dimensión mercantil).

En fin, así como el libro Th. Piketty incorpora las asunciones de la economía estándar como una herencia inmodificable, y M. Postone, por su parte, trata de reinterpretar y revitalizar las categorías analíticas del pensamiento económico de Marx, el libro de J. M. Naredo afronta el orbe categorial de Marx como una mera continuación de sus predecesores. El Marx de Postone (el de los Grundrisse ) implica una ruptura epistemológica con la economía política clásica, mientras que el de Naredo casi le convierte en un mero epígono. Claro que en ambos las fuentes de lectura de Marx no son del todo similares, dado que Naredo no comparte la preferencia y exclusividad de Postone por el Marx maduro 62 . Es más, se diría que el economista español, en cierto modo, mira la obra de Marx con ojos parecidos, aunque desde otra atalaya ideológica, a la del marxismo tradicional. En efecto: «el empeño de Marx de aplicar el método dialéctico no solo entra en contradicción con su aceptación de las categorías de la economía política como algo universalmente válido, sino también con aquellos otros sobre los que se asentaba la concepción newtoniana del mundo, y a la que se atribuía comúnmente una carácter de absoluta e indiscutible objetividad» 63 . No obstante, el propio Naredo atisba una cierta ambigüedad en la obra de Marx: «por una parte, sus análisis parecen referirse exclusivamente a la sociedad capitalista y, por otra, sus formulaciones trascienden más o menos explícitamente ese ámbito. Cosa que ocurre con las mismas nociones de riqueza, o con aquellas otras como producción, valor o trabajo» 64 . Ciertamente subsiste en no pocas ocasiones esa ambigüedad, pero no es menos verdad que Marx tenía una conciencia clara acerca de los excesos cometidos por los autores de las categorías de la «ciencia económica burguesa» y especialmente las referentes a su intento de generalizarlas a todo tipo de producción de bienes y no circunscribirlas exclusivamente al modo de producción capitalista. Así, en El capital juzgará esas categorías como pertinentes en tanto que instrumentos de captación de las relaciones sociales propias de una economía determinada por la producción de mercancías, pese a las fantasmagorías (el carácter de fetiche de la mercancía) que ocultan su vinculación a un determinado modo de producción y no a cualquier modo de producción 65 .

Como es inevitable, la mirada de cada analista depende del punto de vista y las fuentes (los textos) que se manejen. Sin duda, las que Naredo llama «abstracciones racionales» que utiliza Marx son criaturas de su tiempo, como lo son las que maneja él mismo desde otro espacio categorial 66 . Es cierto, como afirma el economista español, que Marx utiliza la idea de producción como generadora de valores de cambio y plusvalías. Resulta igualmente verdad que en sus esquemas explicativos persiste la clásica escisión entre economía y naturaleza, lo que supone una teoría del valor y de la riqueza que no tiene en cuenta los «bienes de fondo» de la madre Tierra. En el propio El capital se juzga sumariamente el asunto: «La larga y estúpida discusión acerca del papel de la naturaleza en la creación del valor de cambio», que, según él, sería una prueba de la sumisión de algunos economistas a los engaños del fetichismo de la mercancía 67 .

La perspectiva ecológica reclama, con mucha razón, atender a esa dimensión como una variable independiente y romper con la lógica productivista introducida por el capitalismo (e imitada por las experiencias de socialismo real). No obstante, interesa y mucho, cómo en nuestras sociedades del capitalismo tardío (para utilizar la célebre expresión de E. Mandel) se puede y debe buscar una explicación alternativa de la teoría del valor-trabajo que integrara dos aspectos: la apertura del sistema económico a los bienes y flujos energéticos naturales y a la aportación del conocimiento en la creación de riqueza social. Con respecto al primer asunto, Naredo no se conforma con los supuestos de una «economía verde» que se limitara a calcular el valor de cambio de los impactos medioambientales, sino que postula una «economía ecológica», que incluyera «a la especie humana como parte integrante de la bioesfera y a la economía como ecosistema a analizar en todas sus piezas» 68 , de modo que una verdadera complementariedad de saberes se pusiera al servicio de un modelo económico antagónico con los imperativos del capitalismo. Desde luego, este «enfoque «ecointegrador», complejo y radical reclama un nuevo sistema económico y un nuevo sistema político 69 .

4.-Recapitulando: el capitalismo en el laberinto

Si bien nos fijamos, las producciones intelectuales de los tres autores que comentamos, tan distintas en el fondo, pero siempre y por diversos motivos sumamente interesantes, se encuentran empapadas y alimentadas del elenco de inquietudes del ciclo histórico que supuso el derrumbamiento del orden mundial gobernado por la Guerra Fría y el enfrentamiento de dos sistemas económicos que ideológicamente se presentaban así mismos como antagónicos. Cuando uno de ellos parecía proclamar, tras la caída del muro de Berlín, un resplandeciente e incontestable triunfo, lo que llegó a tildarse de fin de la historia, al poco tiempo las paradojas del capitalismo volvieron a resurgir y ese final feliz devino en encrucijada de contradicciones que estallaron con particular virulencia a consecuencia de la crisis de 2008. Viejos temas, antiguos enfoques y el mismo término «capitalismo», subterráneos o cuasi clandestinos durante mucho tiempo, salieron a la superficie de la escena pública internacional con renovada fuerza e intensidad.

En ocasiones, una buena imagen alumbra y suscita un camino reflexivo fructífero. Yanis Varoufakis, que fuera ministro de asuntos económicos en la Grecia del primer Gobierno de Tsipras y cabeza de la pugna contra la política de austeridad extrema de la troika, acuñó el término Minotauro global 70 para referirse al modelo de dominio americano en una nueva era (entre 1971, fin del patrón dólar-oro, y la crisis actual), que, según él, basado en un voraz e insaciable consumo de los excedentes de la economía mundial reciclados en los Estados Unidos gracias a un déficit ilimitado y a la financiarización artificiosa del conjunto de la economía. El Minotauro, como la criatura mitológica mitad bestia y mitad humano que reside en el laberinto, se alimenta y devora sin posible tregua, de los capitales procedentes del resto del mundo. Cuando esta trituradora de excedentes falla, el sistema global sufre una profunda crisis como la de 2008. De nada sirvieron para evitarlo los refinados y elegantes cálculos matemáticos de la economía estándar y, una vez fracasado el Minotauro global, nos encontramos en pleno proceso de metamorfosis e incertidumbres. En realidad, tanto el capitalismo, como las teoría sociales que han tratado de dar cuenta de él, se encuentran aquí y ahora dentro de ese intrincado laberinto de cambios e inseguridades.

Hasta cierto punto, ese laberinto intelectual, político y social del presente y del futuro del capitalismo se recoge en las tres obras que comentamos (la de Piketty, la de Postone y la de Naredo). Constituyen parte de algunas de las respuestas posibles a la crisis del capitalismo, pero también levantan acta del rotundo fracaso de la experiencia socialista («el capitalismo de Estado»). Ahora se trata de adivinar hasta qué punto la pista que nos ayude a salir del laberinto ha de tirar del hilo de la obra de Marx. Piketty sostiene que más bien poco o casi nada; Postone apunta a que Marx, pero no cualquier Marx, sigue siendo compañero indispensable para una teoría social crítica; Naredo, por su parte, opina que el camino está en la superación del horizonte crítico marxista mediante un nuevo universo categorial y científico.

Como hemos apuntado, en El capital en el siglo XXI , Thomas Piketty aporta un excelente arsenal de ideas y contiene un brillante despliegue de información empírica y propuestas metodológicas para una historia económica cuantitativa y comparada. Sus datos sobre el capitalismo como sistema necesariamente generador de desigualdad son de una enorme validez y pertinencia en estos momentos. La principal debilidad de su aportación es el dar por sentadas, como si de una verdad revelada se tratara, como si fuera una realidad natural e inmutable, las categorías al uso del campo de los economistas, incluido el capitalismo como tal. Además, su horizonte práctico-político se reduce a la remodelación cosmética del actual modo de producción mediante la política fiscal progresiva y redistributiva.

Por su parte Moishe Postone, en su Tiempo, trabajo y dominación social, desde unas coordenadas académicas (historia y filosofía) e ideológicas muy diferentes (marxismo en versión Teoría Crítica), efectúa un fructífero intento de desentrañar la aportación de Marx a una crítica de lo que significa el trabajo (y el valor) en la sociedad capitalista en tanto que expresión de la modernidad. La historización de las nociones de trabajo y tiempo, hijas de la razón de la Ilustración, favorecen y ayudan a ubicar las contribuciones del Marx maduro dentro de una crítica del presente. Otra cosa sea que su propio discurso muestre dos flancos débiles, a saber: por una lado, el carácter lógico-formal un tanto evanescente de sus posiciones (que no implican compromiso alguno de poder y de lucha social) y, por otro, la paradoja de su método de lectura de la obra marxiana de madurez mediante una exégesis de lo que Marx quiso decir, como si tal cosa fuera posible. En Marx se cruzan muchos caminos y sus mismos textos poseen un carácter fragmentario propio de quien era un intelectual no convencional, nada académico y muy pendiente de las coyunturas políticas de su tiempo 71 . La exégesis marxista más de una vez ha devenido en escolástica y en dogmatismo al sacralizar los textos de un oceánico pensador crítico. En Marx se pueden hallar múltiples y opuestas veredas, incluso «intuiciones protoecológicas», a las que se refiriera Manuel Sacristán 72 .

En lo que hace a José Manuel Naredo, su Economía en evolución , su inmensa obra, sigue brillando con luz propia y sigue poseyendo un copioso depósito de sugerencias gnoseológicas, históricas y económicas de primer orden. El enfoque ecológico hoy es ya algo más que una promesa de futuro. No obstante, su flaqueza más evidente es la consideración de la historia económica como un todo en el que, en la larga duración, predomina la continuidad de un universo categorial (el de la economía clásica y la física mecanicista newtoniana), que dura del siglo XVIII hasta la actualidad. La perspectiva ecointegradora, tras esa larguísima travesía del desierto, se erigiría como el desafío intelectual que anuncia el cambio de paradigma. Por lo demás, esa misma tendencia a convertir la ciencia económica en una duradera episteme tiende a igualar el mundo intelectual del liberalismo al del marxismo, lo que suena, por lo menos, como una concesión a la hipérbole. Tampoco el horizonte político en el que se mueve Naredo parece ser algo muy distinto al de la rebelión contra la norma económica hegemónica y su apuesta por un nuevo sistema económico y una nueva democracia no deja de ser una apelación genérica a la mejora social 73 .

Llegados aquí, como se ha mostrado en los ejemplos objeto de nuestra glosa, el pensamiento llamado de izquierdas sigue debatiéndose en un laberinto de ideas entre el pragmatismo de corte socialdemócrata y la relectura de la realidad desde posiciones radicales que no son «la alternativa», sino una vía creativa y sustantiva para pensar de otra manera y alumbrar futuros movimientos sociales emancipadores. En la dialéctica de lo uno y lo otro nos encontramos. Los tres autores recensionados nos ayudan a situarnos crítica y reflexivamente ante un mundo cada vez más gobernado por el minotauro capitalista. A lo que se ve, el capitalismo prosigue siendo una cuestión controvertida y molesta 74 .

Notas

1 Karl Marx. El capital. Libro primero, capítulo VI (inédito) . Madrid: Siglo XXI, 1973, p. 10.

2 F. Perroux. Le capitalisme . Paris: PUF, «Que sais-je», 1948. Este profesor del Colegio de Francia reconocía en su libro lo difícil que resultaba hacer de abogado defensor de un sistema que para muchos se había convertido en «ennemi du genre humaine» y que había perdido la batalla de las ideas (p. 9). Y añadía, parafraseando a su admirado J. Schumpeter, que su misión era una «défense sans cause» porque equivalía a hablar ante jueces que, de entrada, guardan en su bolsillo una sentencia de muerte (p. 9). Incluso más recientemente persisten las reticencias, algunas de las cuales se remontan al discurso cristiano contra la usura y contra los «abusos» del capital. La Enciclopedia Universal Ilustrada de la Editorial Espasa-Calpe recogía en su edición de 1911 un alegato en el que distinguía entre los abusos de algunos capitalista y el capital («éste no abusa, sino que se abusa de él») y no desperdiciaba la ocasión para aludir a las quejas del papa León XIII contra «la usura devoradora». Sea como fuere, la mala prensa del término venía asociada al mal olor del dinero (lo cual es una percepción física real para quien entra en una caja fuerte que guarde grandes cantidades de billetes de papel-moneda).

3 Reinhart Koselleck. Historia de conceptos. Estudios sobre semántica y pragmática del lenguaje político y social . Madrid: Trotta, 2012, p. 36.

4 Tom Bottomore (dir.). Diccionario de pensamiento marxista. Madrid: Tecnos, 1984, p. 106.

5 Las razones de que Marx empleara muy tarde y poco este término son discutibles. Pierre Vilar afirma, en un interesante y «ortodoxo» texto publicado por vez primera en 1978 («Capitalismo». En Iniciación al vocabulario del análisis histórico. Barcelona: Crítica, 1980, pp. 201-263), que el fundador del socialismo científico prefería «hablar de <>, concepto preciso, y no de <>, término confuso» (Vilar, 1980, 204-205). Por su parte, en el diccionario dirigido por T. Bottomore, ya mencionado, se sostiene que la preferencia marxiana tenía que ver con la poca difusión del neologismo. Curiosamente en el Diccionario de Economía Política (Barcelona: Grijalbo, 1976) a cargo de Borisov-Zhamin-Makarova se elude la entrada «capitalismo» y, sin embargo, se incluyen «capital» y «modo capitalista de producción». Parece que las ambigüedades e imprecisiones del término alcanzaron no sólo a los economistas burgueses, sino también a los constructores del socialismo soviético.

6 Como señala Fernand Braudel en su monumental obra Civilización material, economía y capitalismo . Madrid: Alianza, 1984, II, p. 199. En ella, utilizando entre otras fuentes, la tesis de E. Despecher ( L´histoire du mot capital et derivés. Tesis inédita . Universidad de Bruselas, 1964), afronta una interesante genealogía de las tres palabras axiales que acabarán sirviendo de masa conceptual al capitalismo como sistema económico sui generis .

7 El Oxford English Dictionary , según el ya citado compendio léxico de T. Bottomore,   señala la primera mención a «capitalismo» en una novela de Thackeray en 1854. La Enciclopedia Británica lo registra como entrada por primera vez en 1926. Véase también, Raymond Williams. Palabras clave. Un vocabulario de la cultura y la sociedad . Buenos Aires: Nueva Visión, 2003. Por su parte, P. Vilar (1980) da cuenta de que en 1873 el diccionario de Littré no recoge un término que ya en 1932 figura en el diccionario de la Academia Francesa. No obstante, Le dictionaire étimologique de la langue française de O. Bloch y W. Von Vartburg (Paris: PUF, I, p. 106) remonta la aparición de la palabra a 1842.

8 Braudel, Civilización material, II. No todas las enciclopedias, ni mucho menos, incluyen «capitalismo» como entrada autónoma. Sí lo hace la Encyclopaedia of the Social Science, de Edwin R. A. Seligman (ed.) (New York: The MacMillan Company, 1949; original de 1930), donde W. Sombart escribe la entrada correspondiente a «Capitalism» (pp. 195-208): «The concept of Capitalism and even more cleary the term itself may traced primarily to the writings of the socialist theoriciens. It has in fact remained one of the key concepts of socialism…» (p. 195). Según Sombart, aunque Marx fuera el descubridor del fenómeno no siempre fue capaz de definirlo completamente, y añade que a veces los economistas de su tiempo no reconocen ni el término ni el concepto. Concluye afirmando que las connotaciones éticas del concepto han actuado a favor o en contra de su uso.

9 En España, según Joan Corominas, Breve diccionario etimológico de la lengua castellana (Madrid: Gredos, 1986, p. 129), «capital» data de 1250, mientras que «capitalismo» se sitúa hacia 1900 (lo que no excluye algún uso literario esporádico en alguna novela de Galdós (según el Diccionario histórico). En todo caso, el primer diccionario de uso del español de la Real Academia que recoge «capitalismo» data de 1925. Lo que allí se define llega, sin variación, hasta hoy: «Régimen económico fundado en el predominio del capital como elemento de producción y creador de riqueza», aunque el primer léxico no oficial que trata de este asunto se remonta a 1917: «Régimen económico de producción fundado en la propiedad privada del capital» (José Alemany y Bolufer. Diccionario de la Lengua Española. Barcelona: Espasa-Calpe, 1917). Véase para una consulta de este y otros términos afines, el Nuevo Tesoro Lexicográfico de la Lengua Española (NTLLE), diccionario de todos los diccionarios accesible en la página web de la Real Academia de la Lengua. Por su parte, Ramón Tamames, en su Diccionario de Economía (Madrid: alianza, 1988, pp. 46 y 47), adereza esta curiosa y sinuosa definición: «Sistema económico fundado en el predominio del factor de producción y en el que sus poseedores, con su poderío, controlan la evolución económica e influyen en el propio marco institucional. El capitalismo implica la propiedad privada de los medios de producción, la libre herencia de los mismos, el mercado sin intervenciones públicas y, según el marxismo, la explotación del hombre por el hombre por la vía de la detracción de la plusvalía».

10 Ignacio Sotelo en 1998, en pleno auge del neoliberalismo, escribía: «Después del derrumbamiento socialismo real, el capitalismo ha perdido hasta su nombre-ahora se dice economía de mercado-y se presenta como la única forma racional de asignar recursos, que garantizaría además la máxima libertad y prosperidad públicas tanto para los empleadores como para los empleados. Ha desaparecido, al menos de momento, la cuestión de la viabilidad a mediano y largo plazo y, aunque ahora el capitalismo es mucho menos cuestionado por sus consecuencias sociales, empieza a serlo por las ecológicas y por los efectos nocivos medioambientales» ( Diccionario de Sociología , dirigido por S. Giner, E. Lamo de Espinosa y C. Torres. Madrid: Alianza, 1998, p. 82).

11 Braudel, Civilización material, II, 198.

12 En España todavía en el léxico oficial de la RAE en 1925 figura, en la séptima acepción como «Hacienda, caudal, patrimonio». Entonces estará muy lejos del posterior uso ya en 1992: «elemento o factor de producción». Lo cierto es que la asimilación con el dinero, el pago de deudas y la usura pervivirá, en el imaginario colectivo, como seña de identidad de un capitalismo que estaba ya dejando ser meramente eso. De ahí que P. Vilar, diga que originariamente capitalista evocaba al rentista, no al empresario» (p. 206).

13 Braudel, Civilización material II.

14 Véase su libro La economía en evolución. Historia y perspectivas de las categorías básicas del pensamiento económico . Madrid: Siglo XXI, 1987, p. 187. Obra recientemente reeditada (Siglo XXI, 2015), revisada y ampliada, que glosamos más adelante.

15 J. A. Shumpeter. Capitalismo, socialismo y democracia . Madrid: Aguilar, 1968, p. 16. Por su parte, en plena Guerra Fría, el Nobel de Economía, Paul Samuelson, dejaba constancia en sus célebres manuales de que la URSS podría desplazar a Estados Unidos del primer puesto de la supremacía económica. Véase Kennet Rogoff, «La edad de Bobby Fischer», El País , 27-9-2015.

16 Véase, por ejemplo, el artículo de divulgación de Joaquín Estefanía en El País (6-6-2015) titulado «La rebelión contra las élites».

17 John McDonnell, e l portavoz del nuevo laborismo encabezado por Jeremy Corbyn, declaraba que «Marx vuelve a estar de moda» refiriéndose al renovado auge de su estudio en muchos centros de estudios económicos ( El País , 29-9-2015), lo que también puede verse tras la crisis de 2008 a través de una creciente producción de obras que afrontan el análisis de algunas de las consecuencias, como lo es la desigualdad, más negativas del sistema económico vigente.

18 La primera edición española, a partir de la que componemos estos comentarios, data de finales de 2014 (Madrid: FCE). La parisina Seuil acogió la primera en francés en 2013, tras la cual se multiplicaron las versiones en diversas lenguas. Alguien ha comparado el impacto de este libro en del mundo anglosajón con el que ocasionara Alexis Tocqueville con La democracia en América .

19 Por su parte, Branko Milanovic, expresidente del departamento de estudios de Banco Mundial y actual profesor de la City University de Nueva York, opina que la desigualdad es un peligro para todos en nuestra era, verdadera plaga de un tiempo de desigualdades, según él, sin parangón en la historia. Véase su Los que tienen o no tienen. Una breve y singular historia de la desigualdad mundial. Madrid: Alianza, 2012.

20 Credit Suisse. Informe sobre riqueza global 2015. Véase El País, 14-10-2015.

21 El Roto, El País , 23-10-2015.

22 Valga como ejemplo, la opinión de Joseph E. Stiglitz (La gran brecha. Qué hacer con las desigualdades. Madrid: Taurus, 2015, p. 83) sobre los límites de este aggiornamento académico: «El capitalismo es tal vez el mejor sistema económico que ha inventado el ser humano, pero nadie ha dicho nunca que vaya a crear estabilidad». El prestigioso economista americano distingue, como muchos de sus colegas «progresistas», un buen capitalismo de otro malo. A este, entre otras calificaciones, lo llama «capitalismo de pacotilla». Quizás este sintagma se nos asemeje a la insistencia que algunos en España (lo regeneracionistas de derecha) ponen al hablar de «capitalismo de amiguetes». En todo caso, la pétrea hegemonía conservadora de carácter neoliberal ha sufrido en los últimos años un cierto retroceso en el campo de la economía profesional merced al surgimiento de una generación de economistas heterodoxos, como señala Joaquín Estefanía en «Cambridge contra Cambridge» (El País, 5-4-2015). Pero el triunfo de los heterodoxos en la academia dista de ser una realidad incontestable, como pone de manifiesto Laura Raim («La política del pensamiento en la universidad». Le Monde Diplomatique, julio 2015, pp. 18-19), porque su marginación del mundo de los espacios de poder universitario parece evidente en Francia. No obstante, algo ha cambiado en el orbe del campo de la ciencia académica. Paul Krugman, en su artículo «La pesadilla del MIT» (El País, 2-7-2015), señala cómo los Chicago boys han sido sustituidos por una generación formada a finales de los setenta en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), que incluye a gentes como Ben Bernanke, Mario Draghi, Olivier Blanchard y otros responsables o influyentes economista dentro de importantes instituciones mundiales. Un cierto regreso de Keynes y de las políticas «suaves» de austeridad ha sido una consecuencia de la crisis del 2008. Para una lectura selecta de economistas como consecuencia de la crisis, véase en esta misma revista el texto de Agustín García Laso «Crisis económica. Visiones y lecturas». Con-Ciencia Social, 16 (2013), pp. 151-157.

23 «El capital no es una cosa, sino una relación social mediada por cosas…» (K. Marx. El capital, I, VI (inédito), p. 11.

24 Piketty, El capital en el siglo XXI, 61.

25 Thomas Piketty publica su obra cumbre en 2013, cuando superaba levemente la entrada en los cuarenta. Poco más de veinte años antes dio a la luz su tesis sobre distribución de la riqueza. Hoy es rector de estudios en la École des Hautes Études en Sciences Sociales y profesor de la École de Économie de Paris. Hijo de sesentayochistas, su sólida formación es típica de la elite francesa, lo que su compatriota Pierre Bourdieu calificó como «nobleza de Estado». Tras el bachillerato, fue normalien (ENS, de calle Ulm), de formación matemática y económica, con experiencia como profesor en el Instituto Tecnológico de Massachusetss, renunció a la carrera en Estados Unidos y, admirador del pensamiento social francés, apostó por la sólida tradición de historia económica serial (al estilo de F. Siminad o E. Labrousse). Su notoriedad ha sido realmente poco frecuente y su proximidad a la izquierda más que manifiesta. En España, a resultas del éxito de su obra, se ha publicado en 2015 un texto menor: La economía de las desigualdades (Barcelona: Anagrama, 2015). Y en el mismo año y en la misma editorial, la oportunidad la pintan calva, La crisis del capital en el siglo XXI. Crónica de los años en los que el capital se volvió loco, título increíble si tenemos en cuenta que vierte un recopilatorio de artículos que en el original, aparecido en 2012, se rotulaba como Peut-on sauver l´Europe? Les liens qui liberent. O sea, el título español es poco más que publicidad engañosa que se monta encima de la ola del éxito de su gran obra. 

26 En la crítica profunda al poder autorregulador del mercado coinciden los tres libros de esta reseña. Sus tres autores (Piketty, Postone y Naredo) son deudores, en buena parte, de la precursora, genial y temprana crítica (1949) de Karl Polanyi (La gran transformación. Crítica del liberalismo económico. Madrid: La Piqueta, 1989), que destruye la mitología del capitalismo asentada en falsos supuestos «naturales» y ahistóricos sobre la condición y los comportamientos económicos de los seres humanos.

27 El País , 27-10-2015. Tampoco deja de ser un azar que economistas de resonancia mundial, como el citado Th. Piketty o J. Stiglitz se hayan convertido en asesores y fábrica de ideas para organizaciones como el nuevo laborismo británico o Podemos en España.

28 Simon Kuznets, premio Nobel de Economía en 1971, fue un precursor de los análisis de la riqueza a largo plazo en Estados Unidos. Con su trabajo, en plena Guerra Fría y en la espectacular expansión capitalista de posguerra (Los «Treinta gloriosos» años de crecimiento), se pasaría, al decir de Piketty, de los apologistas de la catástrofe (Malthus, Ricardo, Marx) al «cuento de hadas» que anunciaba la curva de Kuznets.

29 Piketty, El capital en el siglo XXI, 36.

30 Piketty, El capital en el siglo XXI, 243.

31 Como reconoce el propio J. E. Stiglitz: «Piketty reunió una gran cantidad de datos que reforzaban lo que yo y otros habíamos señalado a propósito del aumento de la desigualdad desde 1980, más o menos, sobre todo en la franja de la alta sociedad. Su gran aportación fue situarla en un contexto histórico, demuestra que el periodo en el que yo crecí después de la Segunda Guerra Mundial, fue una anomalía» (La gran brecha…, p. 100).

32 David Harvey. «Algunas ideas sobre Piketty». Marxismo Crítico (www.marxismo.critico, 25-5-2014).

O también «Afterthougths on Piketty´s Capital the Twenty-First Century «. Challenge, vol. 57, 5 (2014), pp. 81-86. Este importante pionero de la Geografía radical ha impartido clases en el Reino Unido y Estados Unidos, destacando sus aportaciones sobre la percepción del espacio y el tiempo en el capitalismo tardío. Su reconocimiento de la valía empírica de Piketty se combina con una crítica sin paliativos a su trasfondo ideológico.

33 En la misma línea se pronuncia el célebre economista español Vicenç Navarro ( Ataque a la democracia y al bienestar. Crítica al pensamiento económico dominante . Barcelona: Anagrama, 2015, pp. 183-193), que dedica el capítulo V a enmendar la plana a Piketty por no captar la indisoluble relación entre capital y trabajo en tanto que dinámica conflictiva entre clases. En resumen, la debilidad del autor galo, al que reconoce no pocos atributos positivos, residiría en su omisión de la explotación social y la lucha de clases sin las cuales, según Navarro, no podría entenderse ni el capitalismo ni las desigualdades.

34 «Sin embargo, Marx habría de experimentar un especie de retorno inesperado en un mundo en el que el capitalismo ha sido advertido de que su propio futuro está en entredicho no por la amenaza de una revolución social, sino por las limitaciones de sus operaciones globales, ante las que Marx se había revelado como un guía más perspicaz que aquellos que creen en las elecciones racionales y los mecanismos autocorrectivos del libre mercado» (Eric Hobsbawm. Cómo cambiar el mundo. Barcelona: Crítica, 2011, p. 404). Valga como ejemplo de este retorno, el interesante monográfico de la revista española de Filosofía, Isegoría, 50 (2014) dedicado a La vuelta de Marx.

35 Madrid: Marcial Pons, 2006.

36 Nacido en 1942 e hijo de un rabino canadiense, Postone, profesor de historia y Estudios Judíos en la Universidad de Chicago, es un consumado especialista en historia intelectual de Europa en los siglos XIX y XX, especialmente en la historia de las teorías sociales, en el antisemitismo y en el Holocausto. Se doctoró en la Universidad Goethe de Fráncfort en 1983 con una tesis en la que replanteaba la aportación de Karl Marx a partir de una minuciosa y original lectura de su obra de madurez, especialmente de los Grundrisse y El capital . Sobre esa base reelaboró y publicó en inglés en 1993 el libro ( Time, Labor and Social Domination: A Reintrepretation of Marx´s Critical Theory. Nueva York/Cambridge: Cambridge University Press), de la que el texto que comentamos en nuestra reseña es una traducción. La versión española se beneficia de un amplio y esclarecedor prefacio a cargo del profesor de Sociología, Jorge García López (pp.12-32), que trilla el camino inicial de una obra frondosa y compleja. En España es autor conocido en los círculos filosóficos cercanos a la Teoría Crítica de la Escuela de Fráncfort (de la que, en parte, su obra se nutre). Véase, al respecto, la amplia entrevista «Para una teoría crítica del presente: en conversación con Moishe Postone sobre las nuevas lecturas de Marx, la crisis y el antisemitismo», realizada por Silvia L. López en la revista Constelaciones , 4 (2012), pp. 376-403 (www.constelaciones-rtc.net/04/02_21.pdf) o el artículo de Jordi Maiso y Eduardo Maura. «Crítica de la economía política. Más allá del marxismo tradicional: Moishe Postone y Robert Kurz», Isegoría , 50 (2014), pp. 269-284. Léase también M. Postone. «Repensar la teoría crítica del capitalismo». Nuestra bandera , 231 (2012), pp. 107-113. Entre los libros vertidos al castellano que poseen más relación con el objeto de nuestra glosa, pueden consultarse Marx Reloaded. Repensar la teoría crítica del capitalismo . Madrid: Traficantes de sueños, 2007, y su colaboración en Varios Autores Lo que el trabajo esconde. Materiales para un replanteamiento de los análisis del trabajo . Madrid: Traficantes de sueños, 2005.

37 La teoría de valor-trabajo es uno de los aspectos más controvertidos del pensamiento de Marx, no solo entre sus adversarios sino también entre sus seguidores. Entre los marxistas hay quien la considera imprescindible mientras que también hay quien cree que no añade nada fundamental. El mismo Marx volvió una y otra vez sobre el tema y así, tras la primera edición de El capital tuvo que aclarar en la siguiente sus ideas al respecto con un apéndice al capítulo I del libro I. Para un resumen de este asunto, véase T. Bottomore (dir). Diccionario del pensamiento marxista, 772-783. En nuestro tiempo ha reverdecido la revisión de la teoría del valor a cargo de lo que llamo «giro cognitivo» de la teoría clásica de Marx. Por ello entiendo el eco obtenido por las obras neomarxistas de un conjunto de pensadores italofranceses (T. Negri, Y. M. Boutang, P. Virno, M. Lazzaratto, entre otros) que, vinculados a la tradición del autonomismo obrero, han acuñado el concepto de «capitalismo cognitivo» y han exprimido la noción marxiana de general intellect para defender el papel central del saber acumulado por la sociedad en la creación de valor dentro del nuevo capitalismo de nuestro tiempo. Como muestra valga un ejemplo: «En el capitalismo cognitivo, la creación de valor se basa, en último término, en el proceso de expropiación del general intellect en pro de la acumulación privada. El general intellect es el resultado del proceso de la acumulación social y permite la transformación del conocimiento tácito en conocimiento codificado, entendido como conocimiento productor de valor en sentido capitalista» (Andrea Fumagalli. Bioeconomía y capitalismo cognitivo. Hacia un paradigma de acumulación. Madrid: Traficantes de sueños, 2010, p. 274). En síntesis, con palabras más claras, en nuestros días el valor de las mercancías es consecuencia, más que del tiempo de trabajo, de la inversión directa del conocimiento socialmente acumulado en el proceso productivo.

38 Esta obra se comenzó a conocer tardíamente, mucho después de la muerte de Marx. Por primera vez se publicó completo en la URSS en 1939-1941, bajo el título de Grundrisse der Kritik der Politischen Okonomie . El texto fue escrito en 1857-1858 como material preparatorio de El capital , pero hasta la versión hecha en Berlín en 1953 no alcanza una cierta notoriedad. Sin embargo, es a partir de los años sesenta, cuando se edita en otras lenguas en el mundo occidental, y cuando empieza a ocupar un lugar central en los debates sobre la obra de Marx. En español la primera edición data de 1973 (Hobsbawm. Como cambiar el mundo , pp. 194-203), aunque un fragmento de los Grundrisse vio la luz en 1967 bajo el título de Formaciones económicas precapitalistas (Madrid: Ciencia Nueva).

39 Enzo Rullani. «El capitalismo cognitivo: ¿un déjà vu?», p. 100. En Olivier Blondeau y otros. Capitalismo cognitivo, propiedad intelectual y creación colectiva. Madrid: Traficantes de Sueños. 2004, pp. 99-106. Dentro de las perspectivas del llamado «capitalismo cognitivo» el valor-saber ocupa un lugar central frente al valor-trabajo de la tradición marxista. Según tal teoría, se habría, así, iniciado una tercera ola postindustrial del capitalismo en la que el trabajo inmaterial o cognitivo alcanza una función decisiva, generando un nuevo sujeto social explotado, el «cognitariado», a partir del cual se crean las nuevas expectativas de un futuro superador del capitalismo y de las formas de trabajo propias del mismo. El filósofo y economista francés Yann Moulier Boutang fue uno de los precursores más señalado en la acuñación y análisis del «capitalismo cognitivo» en su obra Le capitalisme cognitif. La nouvelle grande transformation. Paris: Éditions Amsterdam, 2007. En España la editorial Traficantes de sueños se ha esforzado en difundir ese mundo de pensamiento que tiene su representante más famoso en Toni Negri, quien ha intentado releer a Marx cruzando sus teorías con la de algunos de lo más insignes intelectuales del postmodernismo (por ejemplo, con Michel Foucault). Recientemente he reseñado una interesante tesis doctoral presentada en la Universidad de Salamanca por una profesora mexicana, Sofía Corral, que emplea las categorías provenientes de esta tradición (El capitalismo académico: gestión del conocimiento y perfil de egreso en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Universidad de Salamanca, 2015). En ella se puede atisbar el innegable interés heurístico de algunos de estos conceptos, pero también sus límites a la hora de explicar la profunda ambigüedad del papel del conocimiento en nuestra sociedad.

40 K. Marx, El capital. Madrid: Edaf, 1967, I, p.79.

41 Y añadía: «Tan pronto como el trabajo en su forma inmediata ha dejado de ser la gran fuente de riqueza, el tiempo de trabajo deja, y tiene que dejar, de ser su medida y por tanto el valor de cambio [deja de ser] la medida del valor de uso» (K. Marx. Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse), 1857-1858. México: Siglo XXI, 1972, pp.229 y 230), disponible en https://wordpress.com/2006/fragmento-sobre-lasmaquinas/

42 Se recomienda, a todos los efectos, el epígrafe de «El fetichismo de la mercancía y su secreto» (El capital, Libro I, secc. I, cap. I), donde se recuerda que «la transformación de los objetos útiles en valores es un producto de la sociedad como lo es el lenguaje» (K. Marx, El capital, I, 77), de modo que siendo muy importante el descubrimiento de la teoría del valor, no es óbice a la vez para resaltar el «carácter fantasmagórico» que oculta la dimensión social del trabajo.

43 El uso que hace Postone de este sintagma se nos antoja excesivo pues por tal entiende casi solo a los que han sido o no son marxistas de manera diferente a como dice ser él. Mejor habría sido emplear la expresión «la tradición marxista» en su mayor parte.

44 El camino de Postone camina en dirección paralela en el tiempo a los teóricos del capitalismo cognitivo. Hay, no obstante, aspectos tangenciales, pero el aparato teórico de ambos es inconmensurable.

45 Que tiene puntos en común con ciertas elaboraciones teóricas en Alemania a cargo de Robert Kurz y los grupos Krisis y Exit, que el propio Kurz promovió como espacios abiertos de discusión e impugnación del capitalismo. Todos ellos convergen en una profunda crítica de la teoría de valor en tanto que categoría transhistórica y de la sociedad del trabajo implantada por el capitalismo y sus perversas derivaciones posteriores en el «socialismo real». Véase al respecto el artículo de Jordi Maiso y Eduardo Maura. «Crítica de la economía política. Más allá del marxismo tradicional: Moishe Postone y Robert Kurz», Isegoría , 50 (2014), pp. 269-284. Postone y Kurz coincidirían en la interpretación de las categorías económicas de Marx como construcciones exclusivas del sistema de dominación capitalista, aunque los corolarios proyectivos a los que llegan ambos sean muy diferentes.

46 Entendida a menudo como una sociedad postindustrial, conceptualización que guarda algunos parecidos con la efectuada por Daniel Bell. El advenimiento de la sociedad postindustrial . Barcelona: Seix Barral, 1976. Claro que esa aportación se combina con las de los representantes de la Teoría Crítica y también con marxistas como Ernst Mandel (del que toma algunas de las caracterizaciones contenidas en su El capitalismo tardío . México: Era, 1972).

47 Entrevista en Constelaciones , 50 (2012), p. 378. Desde luego, para el carácter histórico-específico también el lector o lectora puede acudir a la obra mayor de Marx, El capital, I, pp. 78-79.

48 Pierre Bourdieu maneja en toda su sobresaliente producción intelectual la celebérrima definición de «violencia simbólica» en tanto que imposición, por un poder arbitrario, de una arbitrariedad cultural, como «monopolio de la violencia física y simbólica legítimas» ( Sobre el Estado. Cursos en el Collège de France . Barcelona: Anagrama, 2014, p. 14), enmendando, como ya sugerimos, la plana parcial y sutilmente a Weber para quien la exclusividad legítima del uso de la fuerza se refería solamente a la coacción física. Bourdieu, sin embargo, da una vuelta de tuerca interpretativa y equipara «legítima» a consentida.

49 M. Postone. Marx Reloaded. Repensar la teoría crítica del capitalismo. Madrid: Traficantes de sueños, 2007, p. 165. Una «teoría crítica» es diferente a una «teoría positiva o normativa», una diferencia que ya viera M. Horkheinmer en 1937 en su célebre artículo sobre Teoría tradicional/teoría crítica.

50 Postone, Tiempo, trabajo y dominación, 197.

51 El mismo Marx insistió en ello en El capital, I, pp. 78-79. Aunque conviene traer a colación a Q. Skinner y su giro contextual (consúltese Enrique Bocardo (ed.). El giro contextual. Cinco ensayos de Quentin Skinner y seis comentarios. Madrid: Tecnos, 2007), cuando subraya los dos mitos habitualmente adheridos a la práctica de la historia de las ideas, a saber, el mito de la coherencia y el mito de la prolepsis, estos es, la supuesta sistematicidad de la obra de cada autor y la invención retrospectiva de lo que cada uno «quiso» decir. En fin, quede advertido el peligro de buscar en las grandes obras de pensamiento un destino, un telos dentro de un recorrido «necesario».

52 No utiliza ese término pero su idea de la ruptura de Marx con la economía clásica evoca la idea de «corte epistemológico», manejada por Louis Althusser (La revolución teórica de Marx. México: Siglo XXI, 1967), tomada a su vez de Gaston Bachelard.

53 Postone, Tiempo, trabajo y dominación social, 351.

54 Postone, Tiempo, trabajo y dominación social, 502.

55 La primera edición de este libro se produjo en la misma editorial (Siglo XXI/Ministerio de Economía y Hacienda) en 1987. La actual, en la misma editorial, corregida y aumentada, prosigue la 2ª de 1996 y la 3ª de 2003. Las citas de nuestro comentario se harán indistintamente por la ediciones de 1987 y de 2015.

56 José Manuel Naredo es, por lo demás, un personaje muy singular en el ámbito del campo económico español. Por su historia personal, formación y praxis, es un verdadero outsider , alguien capaz de pertenecer a un campo de producción de conocimiento, pero sin caer atrapado en sus redes en razón de que su acumulación de capital cultural propio le hizo factible trascender las coerciones de poder-saber existentes en el mismo. Nacido en 1942, estudió en la Facultad de Económicas de Madrid y pronto destacó por su compromiso político antifranquista y su veta de analista riguroso, independiente y totalmente ajeno los juegos académico-universitarios de poder. Su competencia matemática, estadística y económica le proporcionaron ocasión y espacio de trabajo e investigación como técnico de la Administración Pública en varios ministerios, en instituciones internacionales y en algunos servicios de estudios de entidades financieras. Sus aportaciones al campo de la historia agraria española son de consulta imprescindible y su enfoque ecointegrador constituye un punto obligado de parada en la historia del pensamiento económico español. Tampoco pueden olvidarse sus intervenciones coyunturales, a veces bajo el pseudónimo de Aulo Casamayor, ante sucesos de la vida política española del franquismo y la Transición. Para una visión de conjunto de su obra, ir al estudio que se le dedicó en Con-Ciencia Social , 5 (2002), pp. 81-118, a cargo de Manuel Fernández Cuadrado y Ricardo Robledo. También resulta muy clarificador el libro Luces en el laberinto (Madrid: La Catarata, 2009), en el que efectúa una autobiografía intelectual que, en su segunda parte, se completa con una entrevista a cargo de Óscar Carpintero y Jorge Reichmann, dos de los más notables cultivadores, de una generación posterior, del enfoque ecológico en España. Su «Autobiografía intelectual» fue confeccionada con motivo de la concesión del Premio Internacional Geocrítica en 2008, y puede consultarse en www.elrincondenaredo.org/auto.00_Total01.pdf. A un nivel más divulgativo, cabe señalar el pequeño libro que también publicó en 2015, Economía, poder y política. Madrid: Díaz y Pons, 2015. En él sintetiza una de las tesis fundamentales y recurrentes de toda su obra: «Las ideas de la Ilustración sirvieron de ariete eficiente para demoler…el Antiguo Régimen, pero, una vez demolidas éstas, perdieron su mordiente crítica y se tornaron conformistas con el nuevo statu quo de poder económico y político a cuya implantación junto a las luces también aparecen las sombras…» (p. 21).

57 En tal idea también insiste José Calos Bermejo Barrera (La tentación del rey Midas. Para una economía política del conocimiento. Madrid: siglo XXI, 2015, p. 30): «la economía como ciencia no es más que una mímesis de los modelos científicos más complejos dominantes en cada momento de la historia de la humanidad». Sin duda, la carga crítica hacia el conocimiento académico del excelente libro del profesor Bermejo Barrera resulta a todas luces muy complementario de la tarea intelectual contenida en los trabajos de J. M. Naredo. También lo es su tesis central sobre la no correspondencia histórica entre mercado, propiedad privada y libertad. La propiedad privada y el mercado, en su opinión, no existen al margen de la violencia física y simbólica del Estado. Por los demás, «no tiene por qué haber relación entre libertad política, libertad de mercado, incremento de la riqueza y mejora del conocimiento» (pp. 67-68).

58 Naredo, Economía en evolución, 1987, 168.

59 J. M. Naredo se vale en su periplo historiográfico de algunas conceptualizaciones, como la de Kuhn, asentadas por la filosofía de la ciencia, a las que pasa revista en la primera parte de su libro («Contexto»). Allí se pertrecha de pensadores muy diversos para señalar que la ciencia económica, impregnada de los supuestos cientificistas de la Ilustración y del mecanicismo newtoniano, entroniza determinado culto a la razón basado en abstracciones racionales (como «mercado»). En su planteamiento metodológico intenta poner en perspectiva las asunciones categoriales de la ciencia económica relativizando las creencias más asentadas en el campo científico y en el pensamiento vulgar, para de este modo romper con la idea de una totalidad compacta y ahistórica que el historiador habría de ir descubriendo en la obra de cada gran autor. Esto último coincide con algunos de los supuestos más creativos de los nuevos métodos de aproximación a la historia del pensamiento. Aunque también cabe apuntar que la obra de Naredo se podría haber beneficiado, metodológicamente hablando, del uso de la historia de los conceptos y del giro contextual. Solo cuando se refiere a la crítica del trabajo recurre a una interesante comparación de su semántica histórica a través de una de genealogía de las palabras y los conceptos (véase Naredo, 2015, pp. 140 y ss.), que, por lo demás, resultan muy complementarias con las disquisiciones de M. Postone sobre el mismo tema.

60 Esta imagen kuhniana de la competición entre paradigmas alternativos podría haberse enriquecido acudiendo al concepto de «campo» de Pierre Bourdieu (por ejemplo, a su libro escrito con Loïc Wacquant. Una invitación a la sociología reflexiva. Buenos Aires: Siglo XXI, 2005) y, en general, a la sociología histórica del pensamiento. Véase al respecto el espléndido libro de Francisco Vázquez García La Filosofía española. Herederos y pretendientes, una lectura sociológica (Madrid: Adaba, 2009), en el que apuesta por aceptar «el desafío de Bourdieu», esto es, por la conveniencia de aplicar su rico y variado utillaje intelectual, especialmente el concepto de «campo», dentro de una necesaria sociología histórica (o historia social) de las disciplinas y sus plasmaciones profesionales.

61 Naredo, Economía en evolución, 1987, 256. No obstante, el propio Marx tuvo más de una ocasión para mostrar sus divergencias con la economía política burguesa. En carta dirigía a A. Wagner, escribía: «»No procedo sobre la base de conceptos, por ello tampoco parto del concepto de valor […]. Mi punto de partida es la forma social más simple en la que se manifiesta el producto del trabajo en la sociedad contemporánea, y es la de mercancía. Esto es lo que analizo ante todo en la forma en que aparece» (Cita tomada de T. Bottomore (dir.). Diccionario, 774-775). En realidad, como allí mismo se comenta, Marx reprochó a Smith y a Ricardo que consideraran al valor como algo externo a la naturaleza de la economía burguesa. El equívoco nacería de no comprender que la forma del valor del producto de trabajo es la forma más abstracta y al mismo tiempo más universal del capitalismo, es una forma inherente al capitalismo y no una forma eterna, sin historia y natural de la producción en todo tiempo y lugar. Tesis que enlazan, como hemos visto, con las interpretaciones de M. Postone. Además de manera lúcida, frente a los clásicos, Marx adujo que «el valor no lleva escrito en la frente lo que es. Antes bien, convierte cada producto del trabajo en un jeroglífico (…). La transformación de un objeto útil en valores es un producto de la sociedad» (Marx, El capital, I, p. 77).

62 En el fondo, las diferencias resultan de un entendimiento muy distante de lo que supone hacer una labor crítica. Postone se adscribe a algunos de los rasgos fundamentales de la teoría crítica de estirpe frankfurtiana, mientras que Naredo opera desde un paradigma, metacientífico y postnewtoniano, de la complejidad que supone una reelaboración del contenido positivo y normativo de la vieja ciencia. La esperanza crítica de Naredo es de base cientificista y reside en la posibilidad de una nueva ciencia integrada (las ciencias sociales y las de la naturaleza). Ciencia, por el momento, en esbozo o inexistente como tal.

63 Naredo, Economía en evolución, 1987, 167.

64 Naredo, Economía en evolución, 1987, 155-156.

65 «Estas categorías son formas mentales socialmente válidas, o sea, objetivas, para las relaciones de producción de este modo de producción social históricamente determinado que es la producción mercantil. Por eso, todo el misticismo del mundo de las mercancías, toda la magia y toda la fantasmagoría que sobre la base de la producción mercantil envuelven en nieblas los productos del trabajo, desaparecen inmediatamente cuando nos escapamos a otras formas de producción» (Marx, El capital, I, pp. 78-79).

66 Y desde otro espacio de crítica político-social, más deudor de la tradición libertaria que de la marxista. Sin embargo, no puede olvidarse que tal como menciona Naredo en su Autobiografía, en los años setenta se produjeron los hitos fundacionales del enfoque ecológico (Congreso de Estocolmo, Informe del Club de Roma y aparición de la obra de Nicholas Georgescu-Roegen, The Entropy Law and the Economic Process) y también por aquel tiempo se publicó la obra del comunista marxista Wolfgang Harich (¿Comunismo sin crecimiento?). Por lo demás, en España uno de los precursores del enfoque ecosocialista será el filósofo Manuel Sacristán. Él junto a J. N. Naredo y Juan Martínez Alier forman la eco-trilogía que luego abriría muchos caminos. Uno de los jóvenes que siguieron tales veredas fue Jorge Reichmann Véase «Riechmann sobre Manuel Sacristán y el ecosocialismo», entrevista realizada por José Sarrión en Con-Ciencia Social, 19 (2015), pp. 91-99). Por otro lado, las deudas con Karl Polanyi son evidentes en Naredo: «La tesis defendida aquí [dice Polanyi] es que la idea de un mercado que se regula a sí mismo es una idea puramente utópica. Una institución como ésta no podía existir de forma duradera sin aniquilar la sustancia humana y la naturaleza de la sociedad, sin destruir al hombre y sin transformar al ecosistema en un desierto» (La gran transformación. Crítica del liberalismo económico. Madrid: La Piqueta, 1989, p. 26). Pero también Piketty o Postone, más el segundo que el primero, tiene mucho que agradecer a lúcida y ya clásica demolición de las falacias asociadas a la defensa de la economía de mercado debida a la pluma de Polanyi.

67 Ciertamente, dentro de la carcasa de la teoría valor-trabajo (medición del valor de las mercancías por la cantidad de tiempo de trabajo socialmente necesario) parece no tener papel alguno. Ahora bien, las actuales revisiones neomarxistas tratan de compaginar ese planteamiento marxiano con dos variables: el conocimiento y la naturaleza. Respecto a la primera de ellas, ya nos referimos a algunas ideas del «capitalismo cognitivo». Por lo que hace a la segunda, citamos, a modo de ejemplo, lo que Yann Moulier Boutang, uno de sus más genuinos representantes, dice: «El modelo [económico convencional de flujos de input / ouput ] olvida dos cosas: contabilizar los recursos naturales sin tener que pagar por ellos; de manera más sutil, centralizar los costes de exacción de recursos , a partir de sistemas vivos complejos, sin ninguna consideración de los daños colaterales que dicha exacción ya sea gratuita o no, opera sobre los recursos no renovables» ( La abeja y el economista . Madrid: Traficantes de sueños, 2012, p. 55).

68 Naredo, Economía en evolución, 2015, 359-360.

69 No obstante, el enfoque ecológico alcanzó también finalmente a la tradición marxista (la fuente en la que bebe Naredo es más bien de corte libertario). Véase lo dicho en nota 66. Otro eslabón pionero, según narra en su autobiografía, fue la publicación de la obra señera de Nicholas Georgescu-Roegen, The Entropy Law and the Economic Process, a la que se refiere abundantemente el economista español en sus libros como precursor de la aplicación de la degradación entrópica de la energía. Con él mantiene una duradera deuda de gratitud. Para una introducción divulgativa a este singular autor puede verse el libro de Óscar Carpintero. La bioeconomía de Georgescu-Roegen . Barcelona: Montesinos, 2006.

70 El Minotauro global. Estados Unidos, Europa y el futuro de la economía mundial . Madrid: Capitán Swing, 2013. Del mismo autor otro éxito de nuestra época fue su Economía sin corbata . Barcelona: Destino, 2015.

71 Entre otros, E. Hobsbawm. ha mostrado cómo se hizo la composición de El capital , cuya unidad quedó, tras la muerte de Marx, en manos de Engels y sus seguidores. «El capital nos ha llegado no como Marx pretendía, sino como Engels pensó que aquél había querido. Los tres últimos volúmenes, como es bien sabido, fueron reunidos por Engels y más tarde por Kautski a partir de los borradores incompletos de Marx» (Hobsbawm, Cómo cambiar el mundo , p. 189).

72 Entrevista de José Sarrión a Jorge Reichman. «Ecosocialismo o barbarie…». Con-Ciencia Social, 18 (2015), p. 98.

73 Eso sin desmerecer un ápice el brillante elenco de sus trabajos de campo sobre la evaluación de los recursos naturales en España, que constituyen base empírica para programas de intervención y acciones práctico-políticas.

74 Y nuestra relación con él resulta de una mezcolanza de educación sentimental, de estudio y experiencia política. El reciente libro de César Rendueles, Capitalismo canalla. Una historia personal del capitalismo a través de la literatura. Barcelona: Seix Barral, 2015, plasma un original modo de explicar cómo uno se hace anticapitalista a partir de la experiencia vivida (a veces vivida mediante la literatura).

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