Sea una procesión de Semana Santa o el entierro de un Papa, la iglesia católica mantiene su enorme talento escénico y su gran capacidad de convocatoria, convirtiendo cada uno de sus ritos en un acto propagandístico y proselitista que acabamos pagando entre todos
Un féretro llevado a hombros, y escoltado por soldados de uniforme extravagante. Templos históricos, piezas de gran valor artístico usadas para la ocasión. Un recorrido por el centro de la ciudad. Miles de personas, locales y llegadas de todo el planeta, fieles, curiosos y turistas apretados desde horas antes y guardando silencio a su paso. Participación de las máximas autoridades civiles y por supuesto religiosas. Toda la atención informativa, con retransmisiones en directo y despliegue ilimitado de recursos, también de medios públicos, y de medios que se dicen laicos y hasta progresistas, pero que se entregan con un fervor que roza el sonrojo.
¿El entierro de Bergoglio en Roma? No, yo estaba hablando de la procesión del Santo Entierro en mi ciudad, Sevilla, solo dos días antes de la muerte del Papa. El párrafo anterior lo escribí hace una semana, después de ver pasar el Santo Entierro por la calle Tetuán. Allí iba la imagen del Cristo yacente, en una urna funeraria, porteado por costaleros y escoltado por romanos que parecían sacados de un cómic de Asterix. Acompañados por autoridades civiles y religiosas, representantes de todas las hermandades sevillanas, con la impresionante Canina abriendo paso al cortejo por calles atestadas de fieles, curiosos y turistas. Y con todos los medios locales, regionales y nacionales informando de la procesión, incluidas conexiones o retransmisiones en directo.
Volvía yo a casa aquel sábado admirándome una vez más del enorme talento escénico que ha tenido históricamente la iglesia católica para su liturgia, su cuidadísimo sentido teatral en la representación de cada uno de sus ritos, lo mismo una procesión de Semana Santa que una boda –la cantidad de gente nada religiosa que se sigue casando en iglesias para así tener “una boda bonita”–, y por supuesto un entierro. Si encima es el entierro de un Papa, la dirección artística es digna de un Oscar. Qué sentido del espectáculo, incluso cuando se trata de un funeral supuestamente “humilde”.
Y qué capacidad de convocatoria, qué habilidad para seguir acaparando toda la atención disponible, lo mismo en Semana Santa que ahora en el entierro papal. Aparte de la ya rutinaria presencia de autoridades –presidentes mundiales despidiendo al Papa, y alcaldes, guardias civiles y militares en nuestras procesiones– que echa por tierra una y otra vez la supuesta aconfesionalidad estatal, consiguen que todos los medios envíen equipos y hagan programaciones especiales –tanto del funeral como de la procesión–. Y aún consiguen más: que los no católicos, agnósticos, ateos y laicos en general, salgamos a las calles a ver procesiones –en mi caso hasta la Madrugá me hago–, o nos pasemos un sábado viendo los vídeos y fotos del entierro papal.
Lo podemos disfrazar de lo que queramos: en el caso de las procesiones, nos decimos que no son actos religiosos, sino expresión popular, cultura o turismo. En el caso del entierro de Bergoglio, lo vestimos de política internacional, de acontecimiento histórico y de interés general, para que no parezca lo que es: una ceremonia religiosa de principio a fin –misa incluida–, y un acto propagandista y proselitista que acabamos pagando entre todos –desde el dinero público que seguimos entregando o perdonando a la iglesia católica, a las retransmisiones de la televisión pública–. Y así van pasando los siglos.
Fuente: https://www.eldiario.es/opinion/zona-critica/santo-entierro-programa-doble_129_12251964.html