En cueros. A este paso, no tardarán mucho en obligarnos a viajar desnudos. Una mano delante, otra detrás y el pasaporte en la boca. Aseguran las autoridades, y razón no les falta, que con las vergüenzas al aire acabaríamos con los cinturones bomba y sería muy difícil, por ejemplo, que una granada escondida en el […]
En cueros. A este paso, no tardarán mucho en obligarnos a viajar desnudos. Una mano delante, otra detrás y el pasaporte en la boca. Aseguran las autoridades, y razón no les falta, que con las vergüenzas al aire acabaríamos con los cinturones bomba y sería muy difícil, por ejemplo, que una granada escondida en el sobaquillo lograra burlar los controles policiales. Con la boca cerrada, para no perder los papeles, evitaríamos, además, las desesperantes protestas y reclamaciones de los pasajeros.
Viajar hoy es un asunto de vida o muerte. Hasta para los turistas. Una mirada excesivamente afilada, un tic nervioso en la muñeca, una barba demasiado poblada, una inoportuna gota de sudor en la frente… y te vuelan por las aires. Por sospechoso. Por si acaso. Las medidas de inseguridad adoptadas son de tal calibre que aceptamos por buena incluso la orden de disparar primero y preguntar después. No hay de que preocuparse, nos mienten. Podemos viajar tranquilos. La guerra no va con nosotros.
Raed Jarrar es un arquitecto iraquí que hace unos días se disponía a volar del aeropuerto John F. Kennedy de Nueva York a una ciudad del estado de California. Poco antes de embarcar, varios empleados de la compañía aérea en la que viajaba, JetBlue, le pidieron que se cambiara la camiseta. Según cuenta Jarrar en su blog (http://raedinthemiddle.blogspot
Raed Jarrar se mudó de camiseta pero no se ha callado: «Yo crecí y pasé toda mi vida viviendo en regímenes autoritarios y yo sé que estas cosas pasan. Pero estoy impactado de que me haya ocurrido aquí, en Estados Unidos». El Comité Antidiscriminación Árabe-estadounidense ha presentado varias quejas en su nombre y la Administración de Seguridad y Transporte han anunciado que investigará lo sucedido.
«No seremos silenciados». La subversiva frase me ha dejado preocupado. En breve tengo que viajar en avión y he sido siempre muy aficionado a las camisetas con mensaje. Abro mi armario y las observo, las analizo, detenidamente. Inocentes, pacificas, reivindicativas, divertidas… La azul Bilbao, una de mis favoritas, no pasa la autocensura. Es demasiado directa. Provocadora. Soñadora. «Prohibido acumular. Hoy sin bancos, mañana sin dinero». Mejor la dejo en casa. A buen recaudo.
En el primer semestre del año la banca española ha logrado 8.162 millones de euros de beneficios, un 48,7% más que en junio de 2005. Las cajas, 3.897 millones. Un 23,2% más. Son cifras abominables, espeluznantes. Otro ejemplo: la banca puede pagar ya a todos sus trabajadores sólo con las comisiones que cobra. Según la Asociación Española de Banca, las comisiones embolsadas en los seis primeros meses han aumentado un 26,2% y superan, por primera vez, a los gastos de personal (7.045 frente a 6.430 millones de euros). Terrorismo financiero. La banca gana y manda. Mucho. Todo.
«En los aeropuertos debería estar prohibido despedirse», explicaba el inspector Pepe Carvalho, infatigable viajero, en «Los pájaros de Bangkok», una de sus últimas aventuras. No será necesario. A este paso, con la excusa de los pilotos suicidas, por el miedo global, terminarán prohibiendo los aviones. Los viajes. Los árabes. Las camisetas… Por nuestra seguridad. Por si acaso.