El 23 de agosto de 1973 fue asaltado un banco de Estocolmo por un atracador que, al verse descubierto por la policía, se encerró en el banco con un pequeño grupo de rehenes, entre los que estaba una joven de veintidós años llamada Kristin Ehnmark. Pasando los días Kristin se fue identificando con el secuestrador y poniéndose de su parte. Kristin criticó a la policía, le pidió a otro rehén que se dejara disparar en una pierna para que la policía creyera que el secuestrador iba en serio –el tiro, finalmente, no se produjo- y llegó a discutir con el primer ministro sueco, por teléfono, defendiendo que el secuestrador “era bueno” y que tenían miedo de que un ataque policial “causara su muerte”. Un año después, un periodista de la revista New Yorker entrevistó a parte de los secuestrados y encontró que todos ellos seguían manteniendo una actitud indulgente hacia el secuestrador, tanto, que sus respuestas contenían gratitud hacia él, como si “le debieran la vida”. El jefe negociador con los asaltantes, Nils Bejerot, llamó ‘síndrome de Norrmalmstorg’ al proceso psicológico que llevó a los rehenes a identificarse con su captor, a pesar del peligro que corrían. Después, el proceso psicológico de identificación de la víctima con el victimario pasó a llamarse “síndrome de Estocolmo”.
En junio de 1944 se produjo el desembarco angloestadounidense en las playas de Normandía. Ningún otro episodio de la II Guerra Mundial ha sido tan insistentemente conmemorado, alabado, homenajeado y jaleado de mil formas, desde el cine a los discursos. A tal punto ha sido glorificado, que ese desembarco ha quedado, en el imaginario colectivo europeo occidental, como ‘el’ episodio que decidió la II Guerra Mundial, de lo que resultaba que EEUU había ganado la guerra y salvado a Europa, de los nazis (y de los soviéticos). Poco ha importado, en ese imaginario, alimentado interesadamente desde el otro lado del Atlántico, que el llamado Día D tuviera, realmente, un impacto menor en el desarrollo de la guerra. Para ese junio de 1944, el Ejército Rojo había destruido el espinazo del ejército nazi, de Stalingrado a Kursk.
Porque, entre julio y agosto de 1943, en Kursk, se enfrentaron tres millones de soldados, 6.000 tanques y 5.500 aviones, en una de las mayores batallas de la historia mundial, con victoria contundente del Ejército Rojo. En Normandía, unas 7.000 embarcaciones transportaron a 156.000 soldados. Pero será en Kursk, a 640 kilómetros al sur de Moscú, donde la Wermacht fracasó en su intento de infligir una derrota definitiva al Ejército Rojo. La victoria soviética permitió lanzar una ofensiva abrumadora sobre Alemania. En junio de 1944, la Operación Bagratión terminó con la mayor derrota militar de la historia alemana. Cerca de medio millón de soldados germanos perecieron y el Cuerpo Central de la Wermacht fue destruido. Berlín estaba a un paso. El 12 de enero, el Ejército Rojo penetró en Alemania, mientras las fuerzas anglo-estadounidenses habían sido detenidas en las Árdenas, en Bélgica. A finales de enero, millón y medio de soldados soviéticos empezaban a desplegarse en torno a Berlín. El 2 de mayo de 1945, el general Weidling rindió Berlín ante el mariscal soviético Zukov.
Esa es la historia real. La contada es otra. Llegó el Séptimo de Caballería, desembarcó en Normandía y los invencibles herederos del general Custer derrotaron a la Alemania nazi y liberaron Europa. Luego trajeron zurrones cargados de dinero –el Plan Marshall- y cantidades infinitas de bienes –las futuras multinacionales- y la libertad y el bienestar brillaron en la Europa Occidental gracias a la generosidad infinita del tío Sam. En 1947, el tío Sam garantizó la seguridad de la temerosa Europa creando la OTAN y pasaron, europeos occidentales y ‘americanos’, a ser felices comiendo perdices sobre cañones. El cuento de hadas, como todos los cuentos, tiene otra lectura, que devuelve el sueño a la realidad, y, ya saben, mala cosa es confundir sueños con realidades. Aquí la otra lectura.
Ningún país del mundo se ha beneficiado tanto de las debacles europeas como EEUU. Durante las guerras napoleónicas, la movilización masiva de campesinos dejo desiertos los campos y las potencias en guerra estaban urgidas de alimentos. En EEUU se dieron prisa en llenar el hueco y pasaron años vendiendo todo lo vendible a la Europa en guerra. Los beneficios fueron tan altos que sembraron las bases del prodigioso crecimiento económico durante el siglo XIX. Hubo otro beneficio indirecto: la pobreza y las hambrunas que dejó la guerra obligaron a millones de europeos a emigrar a EEUU, país básicamente despoblado, que recibió a unos diez millones de parias en poco menos de veinte años. Con los emigrantes europeos llegaron nuevas tecnologías, nuevas ideas y mano de obra abundante, barata y dispuesta a hacer cualquier cosa. Un chollo.
No obstante, mayor fue el regalo que significó para EEUU la Primera Guerra Mundial. Con las grandes potencias autodestruyéndose, EEUU se aplicó a comerciar con los dos bloques en lucha, obteniendo beneficios astrales. No entró en guerra hasta meses antes de final del conflicto, por la presión desesperada del Imperio Británico, al que la guerra estaba desangrando humana, comercial y económicamente. Hasta ese momento, el comercio con el bloque británico había pasado de 824 millones de dólares en 1914 a 3.215 millones de dólares en 1916. Sus ventas a las potencias centrales –Alemania, sobre todo- pasaron de 169 millones a 3.214 millones en el mismo periodo. Las tropas de EEUU entraron en Francia en junio de 1918 y Alemania, agotada y sin reservas, se rindió en noviembre de ese año. EEUU combatió únicamente cuatro meses y perdió en total menos soldados que Francia o Alemania en una única batalla. De 115.000 muertos estadounidenses sólo 50.000 lo fueron en combate. El resto murió por enfermedades. Europa quedó en ruinas y endeudada con EEUU. El negocio, para este país, fue tan pingüe que su PIB pasó de 33.000 millones de dólares en 1914 a 72.000 millones en 1920. Un incremento del 120% en apenas seis años. Desde su hegemonía económica, EEUU manejo a su antojo la Conferencia de Versalles, que condenó a Alemania a la ruina más total. En esa conferencia, guiada por el odio a lo germano, se gestó la IIGM. Por demás, los soldados estadounidenses llevaron a Europa la mal llamada gripe española, que contribuyó a agravar todavía más el colapso europeo.
La Segunda Guerra Mundial obligó a EEUU a realizar un esfuerzo mayor y más temprano, pero, aun así, le dejó más beneficios que la primera. Fue cosa que la guerra estallara para que su producción industrial aumentara un 20%. En abril de 1940, EEUU había superado el nivel existente en 1929, cuando la Gran Depresión. Al concluir el conflicto, los muertos de EEUU sumaron un total de 404.399 soldados (cifras oficiales), menos de la mitad que las bajas soviéticas en Stalingrado. Era, además, el único país beligerante cuyo territorio no había sufrido ningún daño. Merced a la destrucción europea, la marina mercante estadounidense representaba el 66% del tonelaje mundial y su superávit comercial era, en 1945, de 40.700 millones de dólares. Para que se haga una idea, un dólar de 1940 equivaldría a 20 dólares de 2022. Es decir, el superávit era de unos 800.000 millones de dólares actuales. Europa, en cambio, estaba destruida. La producción industrial había descendido un 40% y la agrícola hasta un 50%, además de estar los países ahogados en deudas. El Plan Marshall acrecentó la riqueza de EEUU y, ciertamente, permitió a los beneficiarios levantarse, pero ese plan –empréstitos, en la realidad- fue pagado religiosamente por los europeos. Era negocio, no caridad (de ahí que el PIB per cápita medio en Europa fuera de 5.013 dólares, por 27.331 el de EEUU). Con el Plan Marshall llegaron las empresas estadounidenses, en lo que fue el acta de nacimiento de las transnacionales. Y con el plan Marshall llegó la OTAN, organización que tradujo a términos militares la hegemonía política y económica de EEUU.
La Segunda Guerra Mundial dejó a EEUU como amo y señor de Europa Occidental, como la Gran Guerra lo había reconvertido en la mayor potencia industrial del mundo. Como afirmaría el economista canadiense John Kenneth Galbraith, “Ningún país de los tiempos modernos surgió de una guerra en unas circunstancias económicas tan felices como Estados Unidos en 1945”. Tanto que, en 1950, EEUU poseía el 50% del PIB mundial, algo nunca visto en la breve historia del tiempo humano. Europa Occidental, en cambio, quedaba supeditada en todo a las políticas de EEUU. Si bien las raíces se remontaban a la IGM, la dependencia de Europa Occidental respecto a EEUU se crea en el marco de la Guerra Fría, y esa dependencia (repetimos, política, comercial, económica, militar e ideológica) se hizo patológica. La UE se convirtió en gallinero.
¿Ha cambiado eso en 2022? Sí, para peor. Les dejamos unos datos para que saque, el inteligente lector, las conclusiones que desee. El gallinero enfrenta una crisis energética sin –casi- solución, que EEUU aprovecha para venderle su gas a cuatro o cinco veces el precio de febrero pasado. La histeria armamentista deja un claro y total vencedor: el complejo militar-industrial de EEUU. EEUU está arrastrando al gallinero a la guerra con China; si hay guerra, el gallinero colapsará (Alemania la primera), pues la relaciones económicas con China son vitales para la UE, como vital es el gas ruso.
EEUU arrebató sus tierras a los indígenas y a México y se enriqueció con la esclavitud de los negros. Eso se conoce bien. Menos se conoce que el dinero líquido, fresco, dinero en cantidades ingentes, astronómicas, ha salido de Europa, ordeñada en cada guerra y conflicto por EEUU. A EEUU no le interesa el gallinero. Solo su dinero. El euro ha colapsado (el rublo no) y está a la par del dólar. Con pingues beneficios para EEUU, pues gas y petróleo se pagan en dólares, como centenares de bienes más. Esto quiere decir que al aumento del precio de los combustibles hay que agregarle un 20% extra, pues hasta hace pocas semanas se pagaban 1.20 dólares por un euro. ¿Lo capta?
Pero, atentos al hecho. En este siglo XXI no hay el binomio Europa/EEUU dominando el mundo. Hay otro mundo, plural, multipolar, industrial, esperando su oportunidad. Son China, Rusia, India, Indonesia, Irán, Brasil, Sudáfrica… En ese mundo la UE cuenta poco, cuenta nada. Su síndrome de Normandía puede acelerar su fin, pues la sumisión patológica a EEUU la ha llevado a renunciar a defender sus intereses. Así, por ejemplo, EEUU tiene sus propias y autosuficientes fuentes de energía, Europa carece de ellas. EEUU cobrará los miles de millones de euros que se paguen por el gas, el petróleo y las armas estadounidenses y, con ello, seguirá el trasvase de dinero fresco del gallinero europeo a los bolsillos del tío Sam EEUU gana, la UE pierde. Una Europa cautiva que agradece su cautiverio e, incluso, se presenta dispuesta a morir por su captor, aunque ese captor jamás arriesgaría su seguridad por este triste gallinero envejecido y ciego.
El cine de Hollywood ha hecho el resto, con el bombardeo audiovisual de una industria que ha tenido lazos históricos directos con la CIA y el Pentágono. Fue así que surgió y se creó en Europa Occidental la visión de EEUU como una superpotencia inmortal que todo lo puede. EEUU es Superman, Batman, Spiderman, Aquaman… El análisis político se ha hecho obediencia ciega. En el inconsciente europeo quedó grabada la imagen del Día D y de un país que, en cualquier momento, puede llenar de suministros y armas a la Europa Occidental. El mito de todos esos superhéroes hecho síndrome, el síndrome de Normandía. Como el de Estocolmo, pero a nivel de plaga de zombis. Y, ya saben, esos muertos vivientes terminan, en las películas, muriendo todos. Tampoco se equivoquen. No habrá otro Séptimo de Caballería. Esta ocupado con China. Happy end.
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