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La democracia extinguirá al capitalismo

El sistema alternativo

Fuentes: Rebelión

El actual sistema capitalista se pone cada vez más en evidencia a sí mismo. Democracia y capitalismo son realmente incompatibles. Cuanto más nos informamos, cuanto más razonamos, cuanto más analizamos los acontecimientos, más asentamos esta idea básica. El Dios Mercado empieza a ser cuestionado por los humanos, quienes lo crearon y quienes sólo ellos pueden […]

El actual sistema capitalista se pone cada vez más en evidencia a sí mismo. Democracia y capitalismo son realmente incompatibles. Cuanto más nos informamos, cuanto más razonamos, cuanto más analizamos los acontecimientos, más asentamos esta idea básica. El Dios Mercado empieza a ser cuestionado por los humanos, quienes lo crearon y quienes sólo ellos pueden erradicar. Las profundas e irresolubles contradicciones del capitalismo entran en la escena de la historia recurrentemente. Los capitalistas ganan tiempo, eludiendo el posible colapso, pero no pueden evitar que tarde o pronto, dichas contradicciones reaparezcan, de una u otra forma. Ni siquiera cuando un supuesto sistema alternativo fracasa puede el capitalismo afianzarse como el fin de la historia. Hasta el momento, el principal enemigo del capitalismo es el propio capitalismo. Pero éste, probablemente, no caerá por sí solo, y si lo hace, tal vez, arrastre a la humanidad y su hábitat. No podemos arriesgarnos a ello. Debemos derrocarlo cuanto antes.

En este sistema está casi todo del revés. Las personas sirven a la economía, los mercados mandan, se rescata a los banqueros en vez de a los desvalidos, la bolsa cae cuando se da voz al pueblo, la justicia social no es rentable, cuidar el medioambiente es un obstáculo para el necesario continuo crecimiento postulado por los apóstoles capitalistas para eludir el verdadero problema, es decir, el reparto de la riqueza, quienes más responsabilidad tienen son los que menos responden, la justicia protege a los poderosos mientras se ceba con los débiles, se privatizan las ganancias mientras se socializan las pérdidas, pagan menos impuestos quienes más dinero tienen, etc., etc., etc. Poco a poco, las clases populares cuestionan el sistema establecido, pues las necesidades materiales son las que en última instancia mandan, tarde o pronto al ser humano no le queda más remedio que expulsar de su mente las alucinaciones colectivas y someterse a la cruda realidad. El problema es el capitalismo, y no sólo el neoliberalismo.

El sistema capitalista se caracteriza primordialmente por una economía llamada de libre mercado en la cual teóricamente cualquier persona puede emprender un negocio. El problema es que en la práctica la igualdad de oportunidades no existe y la dinámica capitalista hace que el mercado sea cada vez menos libre, acabe dominado por los oligopolios. Las empresas, para sobrevivir en la dura competencia en la que se basa este sistema, tienden a concentrarse. La economía es cada vez más dominada por menos empresas, las cuales se hacen incluso más poderosas que los Estados. En cualquier empresa, desde la más grande a la más pequeña, salvo algunas excepciones, como las cooperativas, no existe la democracia. Las principales decisiones que tienen que ver con la gestión de las empresas son tomadas por unas pocas personas, el resto se limita a obedecer. Por si fuera poco, la democracia política se vacía cada vez más de contenido, las grandes decisiones se toman cada vez más de espaldas al pueblo, éste se limita a depositar un cheque en blanco en las urnas cada x años. Y, lo más dramático, lo más preocupante, el pueblo pocas veces sabe ejercer la poca responsabilidad que se le otorga, vota normalmente en contra de sus intereses, se deja comer el coco fácilmente, se acobarda, se empeña en que otros le saquen las castañas del fuego, prefiere dejarse llevar. En verdad que el problema es del pueblo.

El capitalismo es la dictadura económica. Una dictadura sofisticada, elaborada, con apariencias democráticas. La dictadura casi perfecta. La cumbre evolutiva del totalitarismo. No por casualidad los dueños de las «máquinas» generadoras de la riqueza social son quienes acaparan fundamentalmente ésta. Inevitablemente, la riqueza tiende a concentrarse, las crecientes desigualdades sociales son una consecuencia directa de las leyes que rigen la sociedad capitalista. Por consiguiente, la lucha de clases es el motor de la historia. Mientras haya clases sociales, al menos grandes contrastes entre ellas, habrá lucha social. Por supuesto, antes del capitalismo ya existía la lucha de clases, pero la originalidad de este sistema reside en las formas que adopta. El capitalismo se caracteriza por disfrazar la explotación, consigue que los esclavos casi no se percaten de que lo son, casi no sientan las cadenas. Pero, por mucho que las élites capitalistas se esmeren en comer el coco a las masas para aceptar sumisamente el orden establecido, tarde o pronto, poco o mucho, bien o mal, las clases explotadas (al menos una parte de ellas) reaccionan ante el permanente ataque que sufren cuando éste se intensifica. Los capitalistas, adictos al dinero, insaciables, siempre tiran de la cuerda, nunca se conforman con lo logrado, y tarde o pronto, y muy a su pesar, provocan la reacción de los explotados, la cuerda puede romperse. Los ciudadanos corrientes podemos durante cierto tiempo cerrar los ojos, pero la realidad nos desborda, en cierto momento no nos queda más remedio que despertar. Nos abocan a la lucha de clases por mucho que quienes la practican constantemente proclamen que es algo del pasado.

Quienes luchamos contra este absurdo, ilógico y alienante sistema debemos tener muy claro que la alternativa es la auténtica democracia. Sólo cuando tengamos plena libertad para conocer en igualdad de condiciones todo tipo de ideas, sólo cuando todas ellas puedan ser probadas en la práctica (siempre que no atenten contra los más elementales derechos humanos), podremos realmente experimentar suficientemente diversas formas de organizar la economía para resolver los problemas crónicos (que con el capitalismo no sólo no desaparecen, sino que tienden, a la larga, a pesar de ciertos altibajos, a agudizarse) que padece nuestro mundo: el hambre, la pobreza, la violencia, las guerras, el desastre medioambiental,… La clave para que nuestra especie avance definitivamente hacia la verdadera civilización, para que la ley del más fuerte dé paso a la igualdad en las relaciones sociales, sin la cual la libertad es imposible en la vida en sociedad, para que el egoísmo dé paso a la solidaridad, para que los derechos humanos no sean papel mojado, para que la historia avance inexorablemente hacia adelante, sin posibilidad de volver a la Edad Media (por muy tecnológica que sea),…, reside en la democracia real. Sólo cuando el destino de la humanidad esté en manos de toda ella es cuando podremos sobrevivir a nosotros mismos, es cuando espantaremos definitivamente el fantasma de la autoextinción. Por supuesto, esto no podrá lograrse en dos días, pero el inicio del camino hacia una sociedad más justa y libre, más segura, no puede demorarse más. Realmente ya ha empezado. Aunque muy tímidamente aún. Esta titánica labor nos incumbe a todos. Todos somos más o menos responsables, nadie está libre de culpa. Debemos abrirnos de mente. Practicar el pensamiento crítico. Cuestionar y contrastar, ser activos intelectualmente en primer lugar, para serlo también en la práctica cotidiana.

La estrategia a emplear por la izquierda del siglo XXI creo que es clara: atender a las necesidades más básicas de la mayoría social y reivindicar más y mejor democracia, practicándola de camino. Prescindir de etiquetas y centrarse sobre todo en las ideas, en los contenidos, concretar. Teniendo en cuenta los prejuicios de la mayoría de los ciudadanos y dándoles a éstos el mayor protagonismo posible, el cual deberá ir aumentando notablemente en el tiempo. Esta estrategia es la que está posibilitando que se empiecen a abrir las puertas del cambio en algunos países. Aunque, por supuesto, dichas puertas pueden volver a cerrarse. El capitalismo tiene muchas contradicciones insalvables, las cuales representan su talón de Aquiles. Necesita, por un lado, evitar la auténtica democracia, pero, al mismo tiempo, aparentarla. Esta contradicción debe ser explotada todo lo posible por las fuerzas populares en la lucha política. En nombre de la democracia será posible superar la actual falsa democracia en la que se basa la dictadura económica. En primer lugar, pero no en último, forzando a la burguesía a cumplir en la práctica los postulados teóricos de su supuesta democracia lograremos tarde o pronto (siempre que sigamos avanzando en el camino, siempre que el desarrollo de la democracia no se pare, incluso se acelere) que la «democracia» burguesa dé paso a la DEMOCRACIA. No sólo habrá que conseguir una auténtica democracia política sino que la democracia deberá llegar a todos los rincones de la sociedad, especialmente a su centro de gravedad: la economía. Allá donde haya convivencia humana deberá haber democracia.

Cuando la democracia se asiente en la política y en la economía el capitalismo tendrá los días contados. Para ello, una de las primeras labores de cualquier gobierno transformador deberá ser el posibilitar la libre circulación de las ideas, acabar con la manipulación informativa masiva. Con una prensa libre, plural, será posible desintoxicar por completo a la gente de los prejuicios impregnados por las élites capitalistas, impulsar el activismo masivo. La verdad sólo puede abrirse camino enfrentándola abiertamente, en igualdad de condiciones, a la mentira. El pensamiento único se extinguirá cuando las ideas puedan competir libremente entre ellas. Pero, para llegar a esa desintoxicación mental masiva, antes, ahora mismo, cada uno de nosotros, ciudadanos corrientes, debe poner su grano de arena. Incitemos a nuestro alrededor a informarse mejor, a contrastar, a razonar. Sólo será posible transformar el sistema si la gente vota masivamente a otras fuerzas políticas alternativas y se moviliza constantemente en las calles. Pasemos la voz: otro sistema es posible, la alternativa se llama democracia. Sólo entre todos podremos. Con un pequeño esfuerzo de cada uno de nosotros lo conseguiremos. No se trata de que unos pocos se esfuercen mucho sino de que muchos se esfuercen un poco. La historia la hacen los pueblos. Por activa o por pasiva.

José López es autor de los libros Rumbo a la democracia, Las falacias del capitalismo, La causa republicana, Manual de resistencia anticapitalista, Los errores de la izquierda, ¿Reforma o Revolución? Democracia y El marxismo del siglo XXI así como de diversos artículos, publicados todos ellos en múltiples medios de la prensa alternativa y disponibles en su blog para su libre descarga y distribución.

Blog del autor: http://joselopezsanchez.wordpress.com/

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