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El socialismo y el reto apremiante de la sobrevivencia humana

Fuentes: Rebelión

Con la finalidad de explicar y comprender a cabalidad la necesidad histórica del socialismo revolucionario bastará observar las graves y abismales desigualdades económicas, las injusticias sociales, las guerras y los ecocidios derivados del individualismo posesivo promovido, en todo momento y de forma extensiva, por el sistema capitalista. La debacle económica que se cierne desde hace […]

Con la finalidad de explicar y comprender a cabalidad la necesidad histórica del socialismo revolucionario bastará observar las graves y abismales desigualdades económicas, las injusticias sociales, las guerras y los ecocidios derivados del individualismo posesivo promovido, en todo momento y de forma extensiva, por el sistema capitalista. La debacle económica que se cierne desde hace tiempo inminente y catastrófica sobre una gran parte de las naciones del mundo (incluidas las grandes potencias) y los devastadores fenómenos climáticos que amenazan con borrar por completo la vida tal como la conocemos, plantean la búsqueda y puesta en práctica de alternativas urgentes que minimicen el impacto causado por dicho sistema; las cuales podrían sintetizarse en la construcción de un modelo de sociedad socialista. Hasta ahí, todo parecería bastante simple. Sin embargo, es necesario afirmar que -con todo lo ocurrido a lo largo de más de un siglo en la historia común de la humanidad- esto no obedece a un capricho.

Una cuestión común entre muchos de los propagadores del socialismo revolucionario es que olvidan que «el socialismo -citando al Che Guevara- se hace solamente con el trabajo humano, no es una creación milagrosa ni es un producto exclusivo de la conciencia, es producto del trabajo humano»; por lo tanto, es imprescindible comprender que el proceso de construcción socialista requiere de una praxis que, en un sentido general permanente, debe y tiene que sustentarse en la participación y el protagonismo de los sectores populares. Posiblemente esto resulte demasiado ilusorio para algunos, sobre todo cuando se piensa que pueda concretarse exitosamente en un corto plazo, implementando la reforma de algunas leyes o manteniendo una hegemonía partidista que, a los ojos de sus principales representantes, se impone preservar a todo trance, por encima de cualquiera otra consideración.

En este marco de referencia, la reconquista y la preservación de la propiedad colectiva de la tierra marca un hito bastante importante en la larga e incesante lucha de los pueblos campesinos y originarios, dada la crisis ecológica que se extiende de modo dramático y fatídico por todo nuestro planeta. Además, pone al descubierto la contradicción básica existente entre lo que representa el sistema capitalista neoliberal y lo que es la defensa de la vida en un sentido general. Esto porque el capitalismo (aunque se trate de maquillarse con un aparente rostro humanitario) ha propiciado en su propio beneficio la destrucción, la conquista y la sobreexplotación de los pueblos del mundo. Sólo así puede asegurar su propia sobrevivencia; desatando adicionalmente una guerra social mediante la cual se imponen realidades políticas y económicas que anteponen una intolerancia y un egoísmo completamente deshumanizados, en la que prevalecen sus intereses materialistas frente a los más primordiales derechos humanos. Esto es más que suficiente para considerar la alternativa del socialismo revolucionario como la tabla de salvación de la cual podría asirse la humanidad, alcanzando su emancipación integral y, algo igualmente importante, su misma sobrevivencia y la de las demás especies que pueblan la Tierra.

La misantropía intrínseca del capitalismo únicamente podrá ser frenada si esta misma humanidad llega a calibrar, en su exacta dimensión depredadora, los perniciosos efectos que ésta tiene respecto al agravamiento del ya popular cambio climático. Se ha de entender que las diversas conferencias y acuerdos en materia ecológica celebrados por los gobiernos de los diversos continentes no resultan suficientes para contener tales efectos. En su lugar, como último foco de esperanza, habría que plantearse la construcción de un nuevo modelo de civilización, inspirado en el socialismo revolucionario, sin entender que éste sea calco y copia de las experiencias históricas fallidas de otras latitudes sino uno que esté enraizado en la idiosincrasia, los intereses comunes y las luchas legítimas de nuestros pueblos; algo que obliga a ver al socialismo bajo nuevas perspectivas y al capitalismo como el máximo enemigo de la existencia y de la liberación humanas.