El eminente lingüista y ensayista estadounidense, que se define como socialista libertario, afirma que el presidente George W. Bush «actuó como si trabajara para Osama Ben Laden», y que su gobierno es el primero en la historia de Estados Unidos que se declaró «oficialmente a favor de la tortura». Considera que tanto el Partido Republicano […]
El eminente lingüista y ensayista estadounidense, que se define como socialista libertario, afirma que el presidente George W. Bush «actuó como si trabajara para Osama Ben Laden», y que su gobierno es el primero en la historia de Estados Unidos que se declaró «oficialmente a favor de la tortura». Considera que tanto el Partido Republicano como el Demócrata están a la derecha del electorado, y estima que, con todos sus avances y retrocesos, la conciencia moral de la humanidad registra progresos.
Después de haber vivido toda la Guerra Fría, el 11 de septiembre, Afganistán, Iraq, y tras criticar tenazmente la multiplicación de las estructuras de opresión y el «sistema neocolonial global», Noam Chomsky sigue teniendo esperanza: «A pesar de haber sido obstaculizado por instituciones y doctrinas, nuestro horizonte moral se expande». Argumenta: «La de Iraq es la primera guerra en la historia del imperialismo contra la cual se protestó masivamente antes de que empezara».
Sin embargo, lamenta que este progreso sea tan inconstante, lento, agónico. Las regresiones pueden ser muy profundas y nocivas, como el actual caso de «la administración Bush, el primer gobierno en la historia de EE.UU. oficialmente a favor de la tortura». Otro símbolo que menciona es la tristemente famosa dictadura argentina iniciada en 1976. Aunque también observa un progreso único en la Sudamérica del nuevo siglo, especialmente por los proyectos de integración regional.
Su pasión, forjada en la templanza retórica y la racionalidad argumental, genera seguidores y detractores. Sin embargo, hay una cosa de la que nadie puede dudar: es un incansable. 79 años, 53 enseñando lingüística en el MIT (Instituto de Tecnología de Massachusetts), más de 100 libros publicados, 22 honoris causa en universidades de todo el mundo, son algunos de los números que describen a este hombre, definido por The New York Times como el intelectual vivo más importante. En sus primeros años como académico del MIT revolucionó el paradigma lingüístico reinante en la época, con la teoría de la gramática generativa.
Autodeclarado socialista libertario, sintió la obligación moral de involucrarse en el debate político a partir de la guerra de Vietnam, que interpretó en American Power and the New Mandarins (1969). Desde entonces intercala política con lingüística. Y a pesar de resistirse a conectar ambas dimensiones -está en contra de intelectualizar la política- hay una lógica que las entrelaza. En sus estudios lingüísticos describe la naturaleza innata del hombre que permite crear lenguaje. Las implicancias filosóficas tienen que ver con una naturaleza creativa, libre, que las estructuras opresivas reprimen, explica. Desde ahí sostiene la moral y la justicia universal, aunque recordando la complejidad de cada contexto. Por eso, a pesar de tener puntos en común especialmente en la crítica de las estructuras de poder, se diferencia de la deconstrucción posmoderna, el relativismo cultural y su nihilismo, tan comunes en la izquierda contemporánea.
Con respecto a los dos principales candidatos a la presidencia de Estados Unidos y las consecuencias que generaría cada uno, se limita a decir que «el peor y más peligroso para EE.UU. y el mundo pienso que sería (John) McCain. En cuanto a Obama no tengo una respuesta clara, aunque posiblemente la política exterior de Clinton hubiera sido peor».
Por otra parte, se muestra desconfiado ante las profundas esperanzas y movilización despertadas por Barack Obama, particularmente entre quienes abogan por su famoso eslogan «Change»: «En cuanto a si la movilización tendrá un efecto positivo o negativo depende de cómo reaccionen a la probable desilusión quienes han sido energizados, si es elegido. Hay ejemplos de ambas (reacciones) en la historia reciente de Estados Unidos. No hay razones para suponer que será distinto a cualquier otro demócrata tradicional centrista».
Para justificar el breve comentario electoral envía un texto que integrará la futura reedición de Perilous Power. Allí sostiene que sólo se puede especular acerca de los candidatos por las características de la maquinaria electoral, donde los temas importantes son tratados con ambigüedad, a raíz del desagrado y del miedo que siente la elite estadounidense por la democracia. Explica que el problema se profundiza, ya que en la mayoría de los asuntos sustanciales tanto el Partido Republicano como el Demócrata están a la derecha del electorado.
Simple y directo. Con la pasión de un joven estudiante. Así contesta Chomsky, en diálogo telefónico desde su oficina en el MIT.
Usted defiende la idea de justicia universal, al mismo tiempo, critica las estructuras de opresión; entonces, ¿qué le diría a quienes ven en la ONU, la democracia y los derechos humanos construcciones socioculturales a través de las que las estructuras de poder occidentales justifican su violencia sobre los demás?
Es incorrecto a nivel fáctico. Sería particularmente chocante si hay latinoamericanos que piensan así, porque hubo una importante contribución latinoamericana, especialmente en cuestiones de derecho internacional; con muy buenas razones, ya que son países que sufrieron intervenciones constantes. Tanto la Carta de las Naciones Unidas como la de la Organización de Estados Americanos (OEA), y la Declaración universal de los derechos humanos, se crearon con la participación de varias culturas; son construcciones multiculturales. Gran parte de los puntos consensuados se pensaron en contra del imperialismo occidental. Y creo que estos derechos son aceptados por la gente pero no por los Estados. En el caso de la Declaración universal de los derechos humanos, creo que la mayoría de la gente en el mundo está de acuerdo. Sin embargo, el gobierno de EE.UU., a diferencia de la población, rechaza oficialmente dos tercios de su contenido: los derechos sociales, económicos y culturales. Por lo tanto, históricamente, pienso que en general la gente acepta esos derechos como legítimos, pero los sistemas de poder no, porque inhiben sus acciones.
Acerca de los conflictos en sociedades multiculturales, cuyos ejemplos más dramáticos hoy pueden ser Francia, Gran Bretaña, España, Holanda, ¿cómo se resuelve la aceptación del diferente (cultural) sin comprometer los logros de estos países en materia de derechos individuales?
Así lo ven los europeos, pero en realidad EE.UU. es un ejemplo mucho más extremo de sociedad multicultural. Luego del exterminio de la población indígena americana, todos fueron inmigrantes. En cambio, Europa tiende a ser homogénea. Por eso ahora que están recibiendo oleadas inmigratorias, especialmente de sus ex colonias, tienen problemas. Pero es la historia de EE.UU., donde cada ola de inmigrantes fue tratada brutalmente. En Boston, por ejemplo, luego de la gran inmigración irlandesa de finales del siglo XIX, los restaurantes tenían carteles que prohibían la entrada a perros e irlandeses. La expectativa de vida de un irlandés era de, más o menos, quince años. Sin embargo, con el tiempo fueron asimilados en la sociedad y ahora tienen un rol importante.
Pero en EE.UU. hubo una homogeneización cultural buscada. El problema al que se enfrentan los países europeos es la tensión entre el supuesto ideal democrático de respetar los valores culturales y, al mismo tiempo, la necesidad de hacer respetar los derechos individuales. Tomemos el ejemplo de una familia islámica ortodoxa en Francia y su trato controvertido hacia las mujeres; ¿qué medidas deberían tomarse?
Tenemos el mismo problema en EE.UU. desde sus orígenes. Es una pregunta difícil. Hay un conflicto entre los derechos del individuo y los derechos de la cultura. Hace un tiempo la policía tomó en custodia cuatrocientos niños que formaban parte de una comunidad mormona en Texas. Estaban viviendo en una comunidad poligámica donde existían cargos creíbles de abuso de menores; pero desde el punto de vista de la cultura en la que irrumpieron las autoridades era algo normal. En estos casos es la comunidad nacional entera la que debe tomar una decisión a través del gobierno. Lo mismo pasa con el abuso doméstico, que para algunas familias tradicionales es normal. Las acciones legales son una intromisión en sus costumbres. Estos problemas surgen constantemente y no hay fórmulas simples: deben manejarse con empatía y compasión.
Sin embargo, la suposición que usted tiene de una justicia universal, orientaría aquellas situaciones a favor del derecho individual…
Sí. Y creo que en el fondo de nuestra naturaleza hay una comprensión que emerge con el tiempo. La historia lo demuestra: algunas de las cosas que hoy consideramos aberrantes eran legítimas y normales hace poco tiempo: esclavitud, abuso de la mujer, trabajo infantil, tortura a los animales…
Esta ampliación ética pareciera estar relacionada con las crecientes protestas globales contra la guerra en Iraq, a favor del Tíbet, del intercambio humanitario en Colombia, contra el egoísmo del G-8… ¿Qué piensa de esta emergente ciudadanía global o conciencia global de gente preocupada por la opresión de otros seres humanos en lugares distantes del mundo?
Es una preocupación creciente muy saludable. Actualmente hay mucha más conciencia del sufrimiento y la opresión de gente en otras partes del mundo de la que había en el pasado. Se hace evidente al comparar la oposición a la guerra de Vietnam con la oposición a la guerra de Iraq. Suele decirse que hubo poca protesta contra Iraq en comparación con Vietnam, porque se olvida. En el período de Vietnam equivalente a la guerra de Iraq hoy, las protestas eran casi inexistentes. Recién se desarrollaron cuando había más de medio millón de tropas estadounidenses en Vietnam del Sur, que estaba prácticamente destruido, y la guerra se había extendido a países vecinos. La de Iraq es la primera guerra en la historia del imperialismo contra la cual se protestó masivamente antes de que empezara. Y hoy todos los candidatos a la presidencia de EE.UU. tienen que hablar de un plan de retiro de tropas. Cuando había ciento cincuenta mil tropas en Vietnam jamás se insinuó el retiro. Esto refleja la creciente oposición a la violencia y la opresión. Cambiemos de ejemplo: el sistema de castas de la India. Nadie se preocupaba por los Dalits, los intocables, treinta o cuarenta años atrás. Ahora hay protestas internacionales.
¿Por lo tanto, a pesar del actual fortalecimiento y globalización de las estructuras de opresión que siempre menciona, es optimista con respecto a un progreso moral global?
Es lento, agoniza, es inconstante, pero es la lección que nos enseña la historia. Hay un proceso de varios siglos en los que ampliamos nuestros horizontes morales, acercándonos a lo que nos dicta nuestro sentido moral instintivo. Ha sido obstaculizado por instituciones y doctrinas, pero hay una expansión. No quiero decir que sea uniforme; también vemos pasos hacia atrás. La administración Bush, por ejemplo, es el primer gobierno en la historia de EE.UU. oficialmente a favor de la tortura. O pensemos en Argentina bajo el régimen militar: se convirtió en uno de los lugares más espantosos del planeta, lo cual implicó una regresión muy seria. Sin embargo, fue superado y actualmente hay un progreso moral más allá del nivel existente previo a la dictadura. Por otra parte, EE.UU. es un país que se fundó sobre el exterminio de sociedades indígenas. Y cuando mis hijos iban a la escuela en comunidades progresistas, sus libros de texto glorificaban las masacres. Hoy una cosa semejante es inaceptable en cualquier parte del país. Es un cambio que se dio gracias al activismo de la década de 1960, que tuvo un gran efecto civilizador, especialmente en derechos de las minorías y derechos de la mujer.
Usted dijo que el racismo es hoy un obstáculo para Barack Obama, ¿pero el hecho de que un candidato afroamericano tenga serias posibilidades de asumir la presidencia por primera vez en la historia de EE.UU. no refleja un nuevo cambio paradigmático, inclusive teniendo en cuenta que compitió con una mujer?
Es un paso hacia adelante; otras sociedades han sido mucho más avanzadas al respecto, ya han tenido mujeres primeras ministras. Digamos que es un paso, lento pero significativo, de EE.UU. hacia la superación del racismo y el sexismo. Sin embargo, la presión del racismo enraizado en la sociedad estadounidense sigue limitando las posibilidades de Obama.
Acerca del controvertido artículo que escribió al día siguiente del ataque a las torres gemelas, donde decía: «Tenemos opciones: podemos intentar comprender, o negarnos a hacerlo, contribuyendo a la probabilidad de que lo peor todavía esté por venir». La opción tomada por Bush es evidente, pero ¿qué secuelas deja?
En cuanto a la respuesta de la administración Bush resulta que estoy de acuerdo con algunos reaccionarios extremos. Con Michael Scheuer, por ejemplo, encargado del programa de la CIA que buscó capturar a Osama Ben Laden por años, estamos en el polo opuesto en cuanto a ideas. Sin embargo, su análisis fue muy preciso. Señala que George Bush actuó como si trabajara para Osama Ben Laden; hizo todo lo que Osama Ben Laden quería que hiciera. Su reacción incrementó sustancialmente el llamamiento al extremismo de Osama Ben Laden. Los grupos terroristas se sienten vanguardias e intentan sumar gente a su causa utilizando injusticias reales. El hecho es que inmediatamente después del 11 de septiembre el movimiento jihadi de los clérigos islámicos radicales condenó duramente a Osama Ben Laden; dijeron que lo que se había hecho no era islámico, citaron fetuas (pronunciamientos jurídicos islámicos) criticándolo. Sin embargo, se encargó George Bush de movilizarlos a todos a favor de Osama Ben Laden. Así fue con Afganistán y más aún con la invasión a Iraq. Un estudio reciente de varios especialistas en terrorismo, hecho con datos gubernamentales, estima que el terrorismo se multiplicó por siete como consecuencia de la invasión a Iraq.
¿Cuáles habrían sido las acciones políticas concretas si EE.UU. hubiera tomado el otro camino, el de «intentar comprender»?
Un acto terrorista es un acto criminal. Lo que debe hacerse ante un acto criminal es identificar al responsable, aprehenderlo y llevarlo a un juicio justo. Por otro lado, si existen injusticias reales detrás del acto, habrá que prestarles atención. Si ésta hubiera sido la respuesta, el terrorismo se habría reducido significativamente en lugar de multiplicarse. Pero no les interesaba. ¿Cuando invadieron Afganistán tenían idea de si Osama Ben Laden era el responsable? No. En efecto, ocho meses después de la invasión, al finalizar la investigación de inteligencia internacional más extensiva de la historia, el jefe del FBI informó a la prensa que todavía no tenían certezas acerca del responsable. Sospechaban que el ataque había sido tramado en Afganistán e implementado y financiado en los Emiratos Árabes Unidos y en Europa. Pero no tenían certezas. El bombardeo se llevó a cabo igual, y sabiendo que llevaría a millones de personas al desastre y la hambruna. Lo cual implica un acto realmente criminal. De hecho, no les importa el terrorismo, muchas de sus decisiones incrementaron la amenaza terrorista. Tienen otras prioridades, como la dominación mundial.
¿Por qué piensa que la ONU todavía no llegó a una definición consensuada de terrorismo?
Hay una muy buena razón. Escribo sobre el tema desde 1981, cuando la administración Reagan asumió para declarar que el centro de su política exterior sería la guerra contra el terror, que describían como la barbarie de nuestro tiempo, la plaga de la era moderna… Fue cierto, iniciaron la guerra contra el terror, pero lo hicieron apoyando el terror. Así fue con los dictadores argentinos. También en Centroamérica, donde mataron a cientos de miles de personas y devastaron cuatro países. Eso es terrorismo de Estado masivo. En África respaldaron las invasiones sudafricanas a los países vecinos que mataron a más de un millón de personas. Lo mismo con la invasión de Israel en el Líbano. Si uno echa un vistazo, apoyaron el terror en todo el planeta. Cuando escribo sobre terrorismo uso una muy buena definición; la tomé del sistema legal estadounidense, el código británico también tiene una muy buena. Pero hay un problema con esas definiciones: cuando uno las usa resulta que EE.UU. es uno de los principales Estados terroristas. Y en los últimos veinticinco años hubo un esfuerzo para inventar una definición que se restringiese al terror que «ellos» lanzan contra «nosotros». No se puede. Por lo tanto se cree que hay un problema para definirlo.
Ante esta situación donde se politiza el concepto, ¿cree que es preferible que los medios masivos de comunicación no utilicen la palabra «terrorismo» más allá de las citas, como ya decidieron algunos?
Deberían usarla pero en su definición legítima. Por lo tanto, si EE.UU. está llevando a cabo terrorismo contra Nicaragua y es condenado por la Corte Internacional por eso, así deberían cubrirlo. EE.UU. lanzó terrorismo masivo contra Cuba, como en el caso de la Operación Mongoose, bajo Kennedy. Describámoslo así.
¿Qué piensa de las «democracias exportadas» donde ganan extremistas? Tomemos el clásico ejemplo de Hamas en Palestina, ¿cómo habría que reaccionar?
Ante todo, no existen las «democracias exportadas», es un fraude. Una de las características de los Estados poderosos es oponerse a la democracia. En todo el mundo árabe hubo una elección libre: la de enero de 2006 en Palestina. Todos están de acuerdo con que fue libre y justa. Pero ganaron las personas equivocadas desde el punto de vista estadounidense e israelí. Como en EE.UU. la clase dirigente y la intelectual desprecian la democracia, reaccionaron, junto a Israel, castigando a la población. No fue sólo con Hamas en Palestina; pongamos el ejemplo de Venezuela: uno puede tener la opinión que sea acerca de Chávez, pero la cuestión es qué piensan los venezolanos. Y los estudios de Latinobarómetro (consultora chilena) de los últimos años ubican a Venezuela en el primer o segundo lugar, después de Uruguay, en aprobación del propio gobierno y de la democracia. Eso piensa la gente. ¿Cómo reacciona EE.UU.? Respalda un golpe militar, sanciones, demoniza al Presidente… Lo mismo con Bolivia; nuevamente, cada cual puede opinar lo que quiera, pero tuvieron elecciones notablemente democráticas en diciembre de 2005, cuando la mayoría indígena pudo por primera vez elegir a uno de sus pares, sobre la base de argumentos muy profundos; eso es democracia. Cuando EE.UU. intenta socavarla, refleja su visión: está bien, mientras todo salga a nuestra manera.
Supongamos que existe un país poderoso realmente interesado en expandir la democracia, ¿cuál sería la forma de apoyarla en otro país?
Es fácil. Reaccionar exactamente igual que nosotros cuando votan como queremos que voten: respaldarlo, brindarle asistencia si es apropiado; en el caso de un país que atacamos en el pasado, pagarle reparaciones. Hay una gran variedad de maneras de apoyar a la gente que elige su propia forma de vida.
¿Y en el caso de que sea un gobierno autoritario?
En el caso de un gobierno autoritario podemos oponernos; lo mismo con un gobierno terrorista. Pero eso no significa castigar a la población.
¿Pero se opondría con o sin intervención?
Resulta que EE.UU. es uno de los principales Estados criminales del mundo y no estoy a favor de que nadie intervenga en EE.UU. No es el modo de resolverlo. No existe país alguno que esté autorizado a hacerlo. En este tema creo que la restricción en la Carta de la ONU es correcta. Recientemente una comisión internacional de muy alto nivel, donde participaron también reconocidas figuras estadounidenses como Brent Scowcroft, el consejero de Seguridad Nacional de George Bush I (padre), reconfirmó la restricción presente en la Carta sobre el uso de la fuerza.
Acerca de América del Sur, usted dijo que la integración regional liberaría a los países de EE.UU., pero, suponiendo que la integración avanza, el problema va a ser que adentro se reproducirá el mismo esquema: hay países más grandes que querrán sacar provecho de los más pequeños, la misma lectura puede hacerse a escala nacional con las provincias. ¿Cree que hay un punto final o es simplemente así?
Por el momento es así, pero intentaremos ponerle un punto final, así como intentamos terminar con otras formas de opresión. El caso de América Central es probablemente irrecuperable por la destrucción que provocó Reagan, pero Sudamérica está enfrentando sus problemas más graves por primera vez en la historia desde las invasiones españolas. Tradicionalmente, las sociedades de América del Sur han sido aisladas, separadas entre sí, dirigidas por elites acaudaladas a costa del sufrimiento de una gran masa pobre. Lo están empezando a encarar, como en el caso boliviano. ¿Hasta dónde llegará la transformación? Ellos mismos, los sudamericanos, son quienes tienen que determinarlo.