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«El tiempo, el implacable, el que pasó»

Fuentes: Rebelión

La nostalgia irremediable y para nada reaccionaria aprueba el título de las líneas de Pablito Milanés. «¿Usted es hermana de Raúl Díaz-Argüelles?»  La pregunta se la hice a la entonces embajadora de Cuba en nuestro país, Ileana. Ocurrió hace años, que no sea tentación al olvido, solo una huella posible de memoria. «Sí, ¿cómo tú […]


La nostalgia irremediable y para nada reaccionaria aprueba el título de las líneas de Pablito Milanés. «¿Usted es hermana de Raúl Díaz-Argüelles?»  La pregunta se la hice a la entonces embajadora de Cuba en nuestro país, Ileana. Ocurrió hace años, que no sea tentación al olvido, solo una huella posible de memoria. «Sí, ¿cómo tú sabes quién es mi hermano?» Mostró una conmovida curiosidad. «Por Operación Carlota«, respondí. Es aquella crónica de Gabriel García Márquez, sobre la solidaridad de Cuba con Angola. A la mujer se le aguaron los ojos y el habla debió hacérsele difícil, por los tropiezos emocionales inesperados causados por un recuerdo imborrable. Las sombras de pena en su rostro me ahuyentaron y no volví a preguntarle sobre aquellos tiempos, en los cuales las palabras denunciaban los actos. Fue un lunes cívico del Municipio de Esmeraldas y se agradecía al pueblo y Gobierno cubanos por la efectiva presencia de sus médicos en la ciudad e Ileana estaba invitada a recibir el axé de la gratitud. La ninguna memoria es la memoria de la opresión planetaria organizada, quien oprime prefiere las candilejas de lo instantáneo con poca historia y ninguna historicidad. Los nadies de estos tiempos son quienes se silenciaron por pragmatismo liberal, distrayendo la partícula ‘neo’. Ya no se habla de ‘internacionalismo proletario’, ¿para qué? El altruismo de los pueblos es, según la cínica deshonestidad, cojudez política y muchos se toman en serio los apelativos paralizantes.

En el Ecuador de los años setenta, la galaxia izquierdista se despedazaba casi de manera irreconciliable en chinos y cabezones, pero también estaban los guevaristas que postergaban para el próximo café el alzamiento y los puros o M-L (marxistas-leninistas). En el territorio sin precisos dueños ideológicos, con ninguna angustia de identidad política, errábamos los que creíamos que la razón favorecía y sancionaba a esas metrópolis gemelas (Moscú y Pekín). Se leían panfletos o se escuchaba trova para jamás equivocar aquella vía considerada la única, al final de la cual debía encontrarse la república de la justicia social. En ese océano sideral de izquierdas flotaban asteroides: manchas coloridas de trotskistas (o troskos), izquierdistas de luxe, cristianos marxólogos y marxistas, anarquistas, socialistas sin socialismo, en fin, era militancia y era moda. Nadie era de derechas, porque era insulto a la razón vanguardista complementada por fashions, comida macrobiótica, nuevas trovas, proletarismo sin proletarios, folklor indigenista con sobrecarga de paternalismo y la bohemia existencialista sartreana. Los rockeros no la tenían fácil con los comisarios estalinistas. Izquierda y derecha eran plastilina y plástico respectivamente.

Sí, vivíamos otros tiempos y todos fuimos revolucionarios de cafetín o de esquina, de quienes vieron «la montaña como una inmensa estepa verde [2] » o en secreto hicieron suyas epopeyas ajenas, en países de nombres equivalentes a la desesperación de sus patriotas. Se cantaban canciones sociales con tal fervor, que se creía un sufrido culto de evangélicos milenaristas. Mojón de perro quién, por esos años, no ‘comió candela’ defendiendo principios que creía tan verdaderos como la ley de la gravedad. Se recitaba la lección aprendida: «el marxismo no es un dogma, sino… etc.» Fue un decir y ya podía irse al cementerio Highgate el barbudo de Tréveris, porque «la realidad copiaba a la doctrina». Hoy suena a ingenua ironía, pero así fue.

De esta manera pasamos esos setentas y parte de los ochenta, primero con el Libro rojo de Mao Zedong (antes Mao Tse-tung) en uno de los bolsillos traseros del sempiterno bluyín, embobados con el foquismo romántico che-guevarista y creyendo que unos «machetes locos bajarían de la montaña» cualquier día de abril o de octubre. Se validaba esa metáfora de Julio Cortázar por las luciérnagas de guerrillas en el continente. O donde alguien de boina negra y traje verde olivo recitaba la creación de «otro Vietnam al imperialismo». Se corría al mapa para ubicar ese país en donde unos desesperados programaban asaltos celestiales. La Tricontinental aventaba proclamas y cosechaba mártires en las tres cuartas del mundo que se descobijaba de los colonialismos europeos. Las paredes de dormitorios juveniles, salas de reuniones obreras y cuartelillos estudiantiles eran empapelados con afiches de hombres o mujeres alzando fusiles AK-47, con el grito detenido en la expresiva boca abierta. Eran vietnamitas, árabes o africanos anónimos.

A la Revolución Cubana llegué -no soy el único- por la revista Life, en español, que tenían algunas peluquerías de la ciudad; es lo que se llama el efecto contrario, buscando advertirnos de los peligros del comunismo terminamos por escuchar Radio Habana y unos discursos larguísimos de Fidel, arengando sobre no sé qué cosas de suceso inminente. No se olviden que yo soy de la generación de la lectura de las comiquitas: Santo, el enmascarado de plata, Tremebunda, Pochita, Kalimán, Mandrake, el mago, etc. De la barriada de La Colectiva, ciudad de Esmeraldas, Ecuador, en donde las simpatías se decantaban por el pequeño que pone en su lugar al grandote, practicando la filosofía radical del barrio, de ahí se pasó a la política, porque los brochazos en las paredes no acanallaban a sus autores. Después vendrían lecturas y el perjuicio a alguna fachada con la pintada: «¡Cuba sí, yanquis no!». «La rebelión de los humildes» no es una frase de Roberto Bonafont, periodista deportivo de espectaculares metáforas, sino una constante en la historia de las personas y las naciones. Y aquello no va cambiar, porque el decoro es la piedra davidiana de los que se respetan a sí mismos. Es la aventura de la humanidad a pesar de esa otra humanidad, que estorba la irrenunciable soberanía ajena.

Fue el 26 de julio de 1991, a propósito de la recordación del Asalto al Cuartel Moncada, se cumplían 38 años, y Nelson Mandela era el invitado especial, ante un conmovido auditorio mostró el estado de sus sentimientos: » Hace mucho tiempo que queríamos visitar su país y expresarles nuestros sentimientos acerca de la Revolución Cubana, y el papel desempeñado por Cuba en África, en el África austral y en el mundo». El Madiba sabía muy bien lo que decía y lo expresaba mejor: «El pueblo cubano ocupa un lugar especial en el corazón de los pueblos de África. Los internacionalistas cubanos hicieron una contribución a la independencia, la libertad y la justicia en África que no tiene paralelo por los principios y el desinterés que la caracterizan». En su larguísima lucha contra el apartheid conoció por dentro aquello que hace años se llamaba ‘internacionalismo proletario’, meses después de fundar el Umkhonto we Sizwe [3] , los combatientes de la organización armada necesitaron de sombras y presencias anónimas protectoras para llegar a los destinos de entrenamiento militar.

Hay razones de Estado y del liderazgo político que de repente se convierten en mainstream emocional de millones de personas y sale lo mejor o lo peor de ellas. Y en el caso cubano fue uno de los mejores brotes: la solidaridad hasta sus últimas consecuencias. Los Ancestros combatientes [4] llamaban, en esos días, a aseres y ekobios de heroísmo básico y desinteresado, a pelear contra los nuevos negreros. Sin dudas, una razón primordial para viajar a miles de kilómetros de su vecindario a combatir contra los opresores neocolonialistas, por fe sin complicaciones en el derecho de los demás. El discurso agitacional alcanza para superar la verdad del riesgo mortal definitivo. Para el heroísmo no hay entrenamiento, apenas ese breve momento de una vida, con sus consecuencias, por otra. Nada más.

El escritor venezolano Luis Britto García dejó estas líneas: «Un pueblo es su Historia. Intentar borrarla es querer anularlo» [5] . Y del pueblo cubano su juventud, comenzó esa historia de innegable fraternidad en la caatiga angolana, el 11 de noviembre de 1975. En esa fecha, Agostino Neto, el líder del Movimiento Popular para la Liberación de Angola (MPLA), proclamó la independencia del país con las cuatro quintas parte del territorio ocupado por tropas sudafricanas y zairenses, mercenarios blancos, soldados de la UNITA y del FNLA [6] . Esa noche sonaba un cielo de tambores, se izaba la bandera rojinegra con la pieza de engranaje y el machete cruzados en el centro (¿símbolo de alianza obrero-campesina?) y se bajaba el bicolor portugués, caían 500 años de colonialismo y racismo.

Ese 26 de julio de 1991, Nelson Mandela, habló por África y los afrodescendientes: «Hemos venido aquí con gran humildad. Hemos venido aquí con gran emoción. Hemos venido aquí conscientes de la gran deuda que hay con el pueblo de Cuba. ¿Qué otro país puede mostrar una historia de mayor desinterés que la que ha exhibido Cuba en sus relaciones con África?». Así fue ese axê internacionalista. ¿Se perdió para siempre? Quién Dios sabe si serán tiempos implacables de humanidad disminuida.

Notas:


[1] El título de este artículo es el título de una canción de Pablo Milanés.

[2] La montaña es algo más que una inmensa estepa verde , libro testimonial de Omar Cabezas, ganador del Premio Casa de las Américas, 1982.

[3] La Lanza de la Nación  Umkhonto we Sizwe, es una mezcla de los dos idiomas principales idiomas originales de Sudáfrica: zulú y xhosa.

[4] De Manuel Zapata Olivella, en Changó, el Gran Putas.

[5] Tomado de www.rebelion.org del 3 de diciembre de 2012.

[6] Unión para la Independencia Total de Angola (UNITA) y Frente Nacional para la Liberación de Angola (FNLA).

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.