Tercera entrega de la serie «El internacionalismo de Manuel Piñeiro en las relaciones exteriores de Cuba»
A diferencia de los Estados Unidos que, mediante el genocidio de la población autóctona y de guerras de despojo, impusieron el «destino manifiesto» de expandirse hasta la costa del Océano Pacífico; que se adueñaron de territorios lejanos al suyo y a otros los colonizaron o neocolonizaron, tanto en el continente americano como fuera de él; que a escala universal, por diversos medios, incluida la fuerza militar, destruyen sistemas sociales, sistemas políticos y gobiernos; y que, con ese propósito, agreden a Cuba desde 1959, la Revolución cubana no hace, ni promueve, ni conoce de acción alguna para derrocar al sistema político o a uno u otro gobierno de esa nación.
El objetivo fundamental del trabajo hacia los Estados Unidos de los órganos gubernamentales y no gubernamentales de la Revolución cubana es la batalla contra el bloqueo económico que ese país impuso y sistemáticamente recrudece contra el nuestro, y a favor de la normalización de las relaciones bilaterales. Ese fue el objetivo del trabajo político hacia los Estados Unidos del órgano dirigido por Manuel Piñeiro hasta 1992, luego continuado por José Arbesú desde ese año hasta su disolución en 2010. Esta labor tuvo su pilar más sólido en la amistad y la solidaridad mutuas con los movimientos de izquierda estadounidenses. Ambas tareas: la batalla por el levantamiento del bloqueo y la normalización de relaciones, por una parte; y la amistad y la solidaridad con las fuerzas de izquierda y progresistas, no solo de los Estados Unidos, sino también América Latina y el Caribe, y del mundo en general, por otra, fueron armónicas y compatibles, ya que, como nos enseñó Fidel, una revolución no se distancia de sus amigos en función de un acomodo con sus enemigos.
Las premisas de este trabajo fueron:
1. que las relaciones no gubernamentales entre sectores de la sociedad cubana y sectores de la sociedad estadounidense constituyen un elemento básico del trabajo político a favor del levantamiento del bloqueo y la normalización de las relaciones bilaterales, que influye a favor del incremento y la mejoría, y en contra de la regresión, de los limitados, fluctuantes y reversibles avances obtenidos en esos terrenos; y,
2. que una correlación continental e internacional de fuerzas sociales, fuerzas políticas y gobiernos que actúen a favor del levantamiento del bloqueo y de la normalización de las relaciones entre ambos países, ejerce una influencia positiva sobre los círculos de poder de los Estados Unidos para el cumplimiento de estos objetivos prioritarios de la política exterior cubana.
El trabajo político hacia los Estados Unidos
Masivos movimientos de protesta estremecen a los Estados Unidos durante la década de 1960 y la primera mitad de la de 1970. Dicha efervescencia tiene su contraparte en Europa occidental, región donde se producen acontecimientos memorables, entre los que resalta el «Mayo Francés» de 1968. Los movimientos sociales de los años sesenta y setenta fueron las simientes de los pronto bautizados como nuevos movimientos sociales, que sintetizan la visión tradicional de las luchas socioeconómicas con las luchas por la igualdad y el respeto a todo tipo de diversidades sociales, con la defensa y la preservación del medio ambiente, y con una profunda vocación y conciencia solidaria e internacionalista.
El movimiento por los derechos civiles, cuya chispa de ignición fue el viaje iniciado por los Freedom Riders el 4 de mayo de 1961 desde Washington D.C. hacia los Estados del sur, despertó la conciencia antirracista y antisegregacionista de la población negra estadounidense; despertar que se extendió a otras minorías nacionales, entre ellas a las aborígenes de Norteamérica, la latina y la de ascendencia asiática, cuyos sectores más radicales se consideraron víctimas de la misma opresión que los pueblos de África, Asia y América Latina y se autodefinieron como «personas del tercer mundo» (third world people).
El movimiento contra la guerra de Vietnam, originalmente nacido por el rechazo al servicio militar obligatorio y a la muerte de soldados estadounidenses en ese conflicto, no tardó en transformarse en oposición al carácter imperialista de esa y otras guerras, y en una escuela para la solidaridad con las luchas revolucionarias y de liberación nacional en el «tercer mundo». El movimiento estudiantil y el movimiento de la contracultura, emparentados en el rechazo a la alineación provocada por el individualismo, el consumismo, la intolerancia y otros males inherentes al sistema capitalista alcanzó niveles sin precedentes. El movimiento feminista, de tan larga data como el movimiento obrero y socialista, adquirió una nueva dimensión con la incorporación de la lucha contra el sexismo y otras formas de opresión y discriminación de género. A ellos se sumaron los entonces incipientes y hoy poderosos movimientos de defensa del medio ambiente, de los derechos de la comunidad LGBTI plus y otros.
Tanto de la llamada izquierda tradicional, perseguida y reprimida por el macartismo, como de los movimientos sociales nacidos en los años sesenta, emanaron en los Estados Unidos las primeras acciones y surgieron los primeros grupos de solidaridad con la joven Revolución cubana en su lucha contra la política de amenazas, agresiones, aislamiento político/diplomático y de bloqueo económico, comercial y financiero establecida contra ella por los gobiernos de Dwight D. Eisenhower (1953/1959/1961) y John F. Kennedy (1961/1963), mantenida y endurecida por sus sucesores.
Dirigentes y activistas de la izquierda tradicional y los nuevos movimientos sociales fueron las primeras ciudadanas y los primeros ciudadanos de los Estados Unidos que, en protesta contra la política anticubana de su gobierno, desafiaron la prohibición de viajar a nuestro país. Este desafío creció y se multiplicó a partir del primer contingente de la Brigada Venceremos, que arribó a Cuba a finales de 1969. En muy difíciles condiciones debido al aislamiento y al bloqueo a los que estaba sometida Cuba, se realizó el trabajo político del partido, el gobierno, las organizaciones de masas y sociales, y otras ONGs cubanas hacia los Estados Unidos, hasta que, en la coyuntura internacional de los años setenta, un proceso de normalización de las relaciones entre ambos países amplió las posibilidades para su desarrollo.
En las décadas de 1960 y 1970 la paridad nuclear alcanzada por la URSS, la creciente competitividad de Europa Occidental y Japón, los avances en la descolonización de Asia y África, el auge de las luchas populares en América Latina y los movimientos de protesta que sacuden a su propio territorio, colocan a los Estados Unidos en la disyuntiva de aceptar la pérdida de la supremacía mundial que ejercían desde el fin de la Segunda Guerra Mundial o intentar restablecerla. Ante estos desafíos, durante los períodos presidenciales de Richard Nixon (1969/1973/1974), Gerald Ford (1974/1977) y James Carter (1977/1981) se exacerban las pugnas en los círculos de poder de esa nación entre quienes promueven una política supuestamente conciliadora y quienes promueven una política abiertamente agresiva.[1] La política supuestamente conciliadora es la que, de manera muy relativa y fugaz, tiende a prevalecer durante los gobiernos de Ford y Carter.
En este contexto, en 1974 se publica el informe Las Américas en un mundo en cambio, conocido como Informe Linowitz,[2] y en 1976 se publica el informe Estados Unidos y América Latina: próximos pasos, conocido como Informe Linowitz II,[3] basamento de la política hacia nuestra región emprendida por la administración Carter en sus primeros dos años, luego revertida por la ofensiva de la «nueva derecha» liderada por Ronald Reagan. Del primero de esos textos menciono dos ideas: «reconocer la erosión del poder mundial de los Estados Unidos» y «apegarse [en América Latina] a la doctrina de no intervención». Del segundo, menciono solo una: «invita a la administración Carter a “reabrir un proceso de normalización de relaciones con Cuba”» que la administración Ford inició y luego interrumpió durante la campaña electoral de 1976.
Los acuerdos establecidos en 1977 entre los gobiernos de James Carter y Fidel Castro abrieron esferas de intercambio y cooperación que fomentaban y/o fortalecían la disposición de nuevos sectores sociales, instituciones, grupos y personalidades estadounidenses a pronunciarse y actuar en oposición a la política de bloqueo económico y aislamiento diplomático contra Cuba, y a favor del reconocimiento de la irreversibilidad de la Revolución cubana y de la solución negociada de las diferencias sobre la base del respeto mutuo y la no injerencia.
El efímero proceso de normalización de relaciones de la década de 1970 le facilitó a Cuba ampliar el alcance de la labor político diplomática en el espectro no gubernamental de la sociedad estadounidense. En ese contexto, la apertura en 1977 de la Sección de Intereses de Cuba en Washington D.C. dotó a nuestro país de una presencia directa dentro del territorio de los Estados Unidos, que por primera vez le permitía interactuar sobre el terreno en las esferas gubernamental y no gubernamental, nueva posibilidad de trabajo político diplomático siempre utilizada de modo transparente y en estricta correspondencia con los términos de la Convención de Viena.
En función del aprovechamiento máximo de las oportunidades creadas por los acuerdos de 1977, con un gran apoyo y una gran facilitación del Minrex, de manera colectiva se identificaron las necesidades, los intereses y las posibilidades de relacionamiento, intercambio, comercio, colaboración y cooperación existentes entre las instituciones gubernamentales y no gubernamentales cubanas y sus contrapartes estadounidenses. En la esfera no gubernamental ese esfuerzo contó con la activa participación del Departamento América del CC del PCC, la UJC, el ICAP, las organizaciones de masas y sociales, y otras ONGs.
El ámbito no gubernamental es el campo de batalla en que Cuba: a) dio un salto cualitativo en su trabajo de influencia política dentro de los Estados Unidos durante los primeros dos años de la administración Carter (1977/1978); b) enfrentó la nueva profundización del bloqueo y aislamiento ocurrido en la segunda mitad de esa administración (1979/1980); y, c) combatió la creciente agresividad imperialista a lo largo de los gobiernos de Ronald W. Reagan, George H. Bush, William J. Clinton y George H.W. Bush.
También es el terreno en que Cuba recuperó, amplió y potenció su trabajo de influencia política durante la administración de Barack H. Obama, en cuyo segundo mandato (2013/2017) se produjo un segundo proceso de normalización de relaciones entre ambos países, que incluyó el establecimiento de relaciones diplomáticas, la apertura de embajadas y la visita del presidente Obama a Cuba. Más recientemente, el ámbito no gubernamental volvió a ser el campo de batalla para combatir el recrudecimiento del bloqueo a extremos sin precedentes realizado por el gobierno de Donald J. Trump (2017/2021), mantenido y arreciado por el gobierno de Joseph R. Biden (2021/2025).
El trabajo internacional a favor del cese del bloqueo y la normalización de relaciones
Después que la Declaración de San José, emitida por la VII Reunión de Consulta de la OEA celebrada entre el 22 y el 28 de agosto de 1960, calificara la relación de Cuba con la URSS y China como una amenaza al continente y pretendiera imponerle a nuestro país la ruptura de esas relaciones; después de que la VIII Reunión de Consulta de la OEA, el 30 de enero de 1962, suspendiera la participación de Cuba en el Sistema Interamericano; y después de que la IX Reunión de Consulta de la OEA, realizada el 25 de julio de 1964, decidiera la ruptura colectiva de relaciones diplomáticas, consulares y comerciales de todos sus miembros con Cuba, nuestros vínculos con el resto del continente se redujeron a solo dos países: México, que desacató la decisión de la OEA en cumplimiento de la Doctrina Estrada (de no intervención en los asuntos internos de otras naciones) y Canadá que, al no ser miembro de la OEA en aquel momento, no participó en la adopción ni en el cumplimiento de esa medida, aunque el primer ministro conservador John Diefenbaker estableció que su país no sería una «puerta trasera» para el comercio que el bloqueo estadounidense contra Cuba prohibía.
El establecimiento de relaciones con fuerzas sociales y políticas, y con los gobiernos de América Latina y el Caribe fue una prioridad fundamental de todos los órganos gubernamentales y no gubernamentales de la Revolución cubana durante las décadas de 1960 a 2000, ya que en esta última se restablecieron a plenitud los vínculos diplomáticos con los países de la región con los que aún estaban interrumpidos o se mantenían a nivel consular u oficioso.
Debido a que el aislamiento y el bloqueo no eran una política exclusivamente practicada, en el plano bilateral, de los Estados Unidos hacia Cuba, sino una política impuesta a todos los miembros de la OEA, Cuba no solo ha luchado contra el bloqueo dentro del país que lo impuso y lo mantiene, sino también dentro de los países cuyos gobernantes de la década de 1960 se sumaron a él.
Al no existir relaciones ni contactos oficiales con los países la región, desde el momento en que el mapa político latinoamericano comienza a cambiar en virtud de la entrada en la escena de los gobiernos de Velasco en Perú y Torrijos en Panamá, de Allende en Chile y Perón en Argentina, y de la independencia de Barbados, Guyana, Jamaica y Trinidad y Tobago, el órgano de solidaridad fundado por Piñeiro asume un papel protagónico en las gestiones oficiosas encaminadas al restablecimiento de relaciones y la reapertura de embajadas en esos países. Ante ese cambio en la composición de los gobiernos de la región, que a su vez implicaba un cambio en la actitud de esos países con respecto a Cuba, en la XVI Reunión de Consulta de la OEA, efectuada en julio de 1975, quedó sin efecto la sanción establecida en 1964 y se acordó que cada país resolviera de manera independiente sus relaciones con Cuba. Este trabajo se siguió desarrollando mientras fue necesario.
En esencia, entre finales de la década de 1960 y toda la de 1970, el órgano de solidaridad dirigido por Fidel y conducido por Piñeiro cumplió las diversas tareas que le correspondieron, entre ellas: el trabajo político hacia los Estados Unidos, en función de la batalla contra el bloqueo y a favor de la normalización de las relaciones bilaterales entre ambos países; las gestiones para el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con los países de América Latina y el Caribe cuyos gobiernos compartían el interés de Cuba en dar ese paso; y la solidaridad con la Revolución Popular Sandinista en Nicaragua y con las fuerzas populares en lucha contra las dictaduras militares de «seguridad nacional» en el Cono Sur.
Notas:
[1] Ver Roberto Regalado: América Latina entre siglos: dominación, crisis, lucha popular y alternativas políticas de la izquierda (segunda edición), Ocean Sur, México, 2006, capítulo «Las secuelas del gobierno de Nixon y la ambivalencia de la administración Carter», pp. 145‑150.
[2] Comisión sobre las Relaciones Estados Unidos — América Latina (Comisión Linowitz). «Las Américas en un mundo en cambio» (Informe de la Comisión sobre las Relaciones de los Estados Unidos con América Latina o Informe Linowitz), Washington D.C., 1974.
[3] Comisión sobre las Relaciones Estados Unidos — América Latina (Comisión Linowitz). «Estados Unidos y América: próximos pasos» (Segundo Informe de la Comisión sobre las Relaciones de los Estados Unidos con América Latina o Informe Linowitz II), Washington D.C., 1976.
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