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El trilerismo, fase superior del capitalismo

Fuentes: Rebelión

Cautivo y desarmado el estado social y de derecho, el capitalismo ha entrado definitivamente en una fase superior caracterizada por el trilerismo. Se veía venir. En realidad hace tiempo que la desregulación del sistema financiero permitió sustituir la economía real por un casino de burbujas. No fue difícil: mientras se desmontaba en Europa el tejido […]

Cautivo y desarmado el estado social y de derecho, el capitalismo ha entrado definitivamente en una fase superior caracterizada por el trilerismo. Se veía venir. En realidad hace tiempo que la desregulación del sistema financiero permitió sustituir la economía real por un casino de burbujas. No fue difícil: mientras se desmontaba en Europa el tejido industrial, igual que décadas antes se había desmantelado la economía rural, se consolaba a la población anunciándoles la felicidad en un moderno país de las maravillas y los servicios, donde cualquiera podría enriquecerse apostando en la Bonoloto. O mejor todavía, alcanzar el éxito y la gloria jugando en el gran póker de las punto com, del ladrillo, de los mercados de futuro alimentarios, o de la quiniela segura de la deuda soberana.

Fue así como tras renunciar a la justicia social, el devenir de los mortales se dejó en manos del azar, de la suerte. Poco importa el esfuerzo o la perseverancia, de nada sirve el trabajo duro, cuando la perspectiva de aquella antigua vida honrada de antaño se reduce hoy a contratos basura, copagos sanitarios y jubilaciones inciertas. No, lo único importante ante este panorama de desasosiego es no dejar escapar la oportunidad, saber agarrar con fuerza esa ocasión que la suerte nos pone rara vez delante, siempre calva y tan difícil de coger por los pelos.

No resulta extraño, pues, que la única alternativa al actual desmerengamiento de las cosas sea el trilerismo. Eso explica por qué Esperanza Aguirre le abre las puertas de Madrid al ultra de los casinos Sheldon Adelson, o por qué hasta Artur Mas olvida el tradicional seny catalán para anunciar la reaparición de ese gran tahúr de la nada que es Enrique Bañuelos. El despilfarro del juego se proyecta, en fin, como el gran salvavidas del mismo sistema que nos exige austeridad y renuncia de nuestros derechos. Instaurado abiertamente el saqueo de los poderosos, nuestra ración del reparto queda limitada a la propina que los ganadores nos quieran dar en nuestra condición de crupieres precarizados. Y nosotros hemos de recibirla con agradecimiento, sin exigir nada.

Por ello, mientras Adelson y Bañuelos entran en sus presentidos cortijos de Madrid y Barcelona por la puerta grande, Bernard Arnault sale de Paris por la puerta falsa. El dueño de Louis Vuitton, el hombre más rico de Francia, ha vuelto a recordarnos la vieja evidencia de que el capital no tiene patria. Así, bastó con escuchar a François Hollande la inconcreta posibilidad de un impuesto a los ricos, para que Arnault descubriese en sus más íntimos y sinceros sentimientos belgas. Eso sí, ese afán por proteger sus ahorros posiblemente no le impedirá, si llega el caso, asistir generoso a las glamurosas inauguraciones de Eurovegas o Barcelona World.

En cualquier caso, no solo los grandes se podrán beneficiar de los nuevos tiempo. También nosotros los miserables, los acomodaticios que renunciamos a ser emprendedores; nosotros, parados que hayamos entregado al menos tres currículos y participado en alguna gleba para limpieza de montes; nosotros, enfermos crónicos sin receta o estudiantes masificados y aplicados en desempleo, nosotros, en fin, también tendremos nuestra oportunidad en la nueva era del trilerismo: podremos apostar la última moneda en la luminosa tragaperras. Inclusoi, hasta puede que nos convenzan para invertir nuestros últimos ahorros en acciones de Eurovegas o Barcelona World. Al fin y al cabo, hace tiempo que Adelson y Bañuelos desbancaron a Tony Leblanc como rey indiscutible del tocomocho y la estampita.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.