En la polémica del velo -ahora reavivada en Francia tras la propuesta presidencial de mayor prohibición- hay mucho de imperialismo cultural, poco de sensatez y nada de honestidad intelectual. La decisión del presidente francés de prohibir el uso del burka y el niqab -extremadamente minoritario- en el Estado francés es el último episodio de una […]
En la polémica del velo -ahora reavivada en Francia tras la propuesta presidencial de mayor prohibición- hay mucho de imperialismo cultural, poco de sensatez y nada de honestidad intelectual.
La decisión del presidente francés de prohibir el uso del burka y el niqab -extremadamente minoritario- en el Estado francés es el último episodio de una serie de decisiones adoptadas en Europa contra los valores culturales de la población musulmana, como la prohibición de minaretes en Suiza o el debate sobre la identidad francesa impulsado por el propio Sarkozy, en el que se arremetió contra los inmigrantes. Los defensores de esta medida se justifican en la protección de los derechos de la mujer.
Creemos (nos hacen creer) que este debate es reciente, pero ya a finales del siglo XIX el administrador británico en Egipto, Lord Cromer, se erigió en emancipador de las mujeres egipcias al afirmar que la sociedad y la religión islámica estaban atrasadas y eran claramente inferiores a la cultura europea. Como signo de esta inferioridad evocó el uso del velo y la situación de las mujeres en Egipto. Aparentemente sin mayores contradicciones, mientras en su colonia se presentaba de ese modo como el defensor de los derechos de la mujer, en Londres destacó activamente en su tarea como presidente de la Liga de los Hombres Contra el Sufragio Femenino [Nash, 265].
Fue Leila Ahmed, relevante feminista egipcia, quien denunciaría un siglo después la continua fijación occidental contra el velo, como símbolo evocador del supuesto retraso cultural y de privación de las mujeres árabo-musulmanas. Una mirada deformada que fomentó una única lectura sobre el velo, negativa y de subalternidad. Una obsesión, además, falsa que no provoca problemas ni en los países de acogida ni en los de origen, salvo por el acicate que suponen las declaraciones xenófobas de la clase política y sus esfuerzos legislativos por generar tensiones allí donde no existían. Porque lo que es evidente es que el uso del velo puede tener numerosos significados, pero se han preferido ignorar así como otras múltiples manifestaciones de la cultura y la dinámica social musulmana.
El caso de Turquía es paradigmático de esta situación. Hace unos días Mayte Ciriza, directora de la Fundación Ibercaja en Logroño (y esposa del Consejero de Presidencia del Gobierno de La Rioja, para más señas), afirmaba en un artículo (Bajo el burka) que «en Turquía, donde estaba prohibido el velo en las universidades, al levantarse la prohibición, ha habido una enorme presión sobre las chicas que no lo llevaban para que se lo pusieran». El problema no es la ignorancia de quien lo escribe, la cuestión es que ese tipo de discurso arraiga precisamente gracias a la mentira. Si bien en febrero de 2008 el Parlamento turco levantó la prohibición que pesaba sobre el velo en las universidades -una iniciativa por lo demás apoyada por muchos intelectuales liberales laicos, la mayoría de la población y asociaciones de derechos humanos internacionales-, cuatro meses después el Tribunal Constitucional de aquel país anuló la disposición. Fue precisamente durante el trámite parlamentario de aquella fallida ley cuando el ultracatólico presidente de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa (APCE), el holandés René van der Linden, aseguró que Turquía podría ser expulsada del organismo paneuropeo si obligaba a sus ciudadanas a llevar el pañuelo islámico, e invitó a las mujeres turcas que se vieran obligadas a ponerse esta prenda a denunciar su caso ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Alguien debería explicarle que permitir no es sinónimo de obligar (¿otro ignorante?). Curiosamente van der Linden, que se define como «un católico devoto» aunque sin permitir «que la religión interfiera en la política», había impedido meses antes que se debatiera en la institución que presidía un informe sobre los peligros de la enseñanza del creacionismo, ya que él mismo defendía el respeto a esa creencia y, al igual que el Papa Benedicto XVI, consideraba que la teoría de la evolución «no es más que una hipótesis». En su país, Dinamarca, el gobierno liberal-conservador también analiza la conveniencia de elaborar una ley que prohíba el velo integral en la vía pública, las escuelas o los tribunales. Prohibir, prohibir y prohibir, parece ser la máxima del ultracatolicismo radical.
Pero volviendo a la propuesta francesa de incrementar la prohibición (pues el velo islámico ya estaba prohibido en los colegios públicos desde 2004), habría que recordar que tampoco estamos ante una iniciativa tan novedosa. Ya lo intentaron contra Argelia en la década de los 50 del pasado siglo XX, y el resultado fue que el pañuelo pasó a convertirse en bandera de la resistencia anticolonial como señaló el pensador antiimperialista Franz Fanon. Entonces, la vestimenta femenina se convirtió en una demostración de cohesión identitaria y de lucha contra el imperialismo francés [Fanon, 65].
¿Alguien les preguntó a ellas?
Los bien pensantes varones blancos han decidido autoproclamarse defensores de la democracia, la libertad y los derechos femeninos (¿sin preguntar a las mujeres?) subyugados por el síndrome de Lord Cromer. Falseando el debate hacia las disyuntivas Islam-Democracia, imposición del velo-libertad de la mujer.
Desde la perspectiva de las mujeres árabo-musulmanas el uso del velo puede ser tributario de decisiones muy diversas: resistencia, reafirmación identitaria, estrategia de movilidad, y también de sumisión o como símbolo del islam político. En palabras de la feminista iraní Valentine Moghadam:
El velamiento voluntario no es necesariamente expresión de filiación con, o de apoyo a, un movimiento islámico político, sino más bien de forma paradójica representa el rechazo de la autoridad parental o patriarcal entre mujeres jóvenes rebeldes. Éste puede ser de modo especial el caso de las jóvenes de familias no tradicionales -por ejemplo, palestinas, argelinas o tunecinas- que al ponerse el hiyab aspiran a una autonomía personal y a una apariencia más seria, sobre todo en colegios mixtos. [Moghadam, 149]
Existen miles de mujeres musulmanas que visten hiyab y que estudian, trabajan y militan en formaciones de izquierda. Es el caso de Ilham Moussaïd, estudiante de 22 años que se presenta como candidata por el izquierdista NPA, que lidera Olivier Besancenot, en las elecciones regionales de marzo en Provenza-Alpes-Costa Azul. «Se puede ser laica y feminista llevando el velo», reivindica.
Pero la propuesta de Nicolas Sarkozy supone ir más allá, y prohibir el velo integral en cualquier espacio público, incluida la calle. Sorprende tanta actividad y propaganda desplegada ¿existía alarma social? ¿problemas de convivencia? Según el ministro de Interior, Brice Hortefeux, de los más de cinco millones de musulmanes que viven en el Estado francés sólo 1.900 mujeres llevan velo integral. ¿Cuándo dejarán de pensar y legislar por ellas?
Antonio Cuesta es corresponsal de Prensa Latina en Turquía
http://estambul.wordpress.com/
Referencias bibliográficas:
– Mary Nash, Mujeres en el mundo. Historia, retos y movimientos. Alianza editorial, Madrid 2004.
– Frantz Fanon, A dying colonialism. Grove Press, Nueva York 1967.
– Valentine Moghadam, Modernizing women. Gender and social change in the Middle East. Lynne Rienner Publishers, Londres 1993.
Rebelión ha publicado este artículo con permiso del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.