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El Viejo Topo. 30 años después

Fuentes: El Cultural

por Jordi Mir García (Ed.) Ediciones de Intervención Cultural / El Viejo Topo En 1976, un año después de la muerte del Franco y en plena efervescencia política propiciada por la incipiente democracia, nace El Viejo Topo. En un principio se trata de una más en la constelación de revistas de extrema izquierda que surgen […]


por Jordi Mir García (Ed.)
Ediciones de Intervención Cultural / El Viejo Topo

En 1976, un año después de la muerte del Franco y en plena efervescencia política propiciada por la incipiente democracia, nace El Viejo Topo. En un principio se trata de una más en la constelación de revistas de extrema izquierda que surgen tras el fin de la censura pero en el tiempo que transcurre hasta su fin en 1982 se convierte en la publicación de referencia en su género. El libro El Viejo Topo. Treinta años después recoge ahora una antología facsímil de sus mejores páginas dode pueden seguirse sus principales temas: la teoría y la práctica comunista, el pacifismo, o las luchas feministas y de liberación sexual.

El Viejo Topo (1962-1982): Cuando la participación es la fuerza.
Por Jordi Mir García

Revoluciones de papel
A finales de noviembre de 1976 la revista Triunfo dedicaba un artículo a la aparición de nuevas revistas teóricas. El artículo se titulaba «Y ahora los mensuales». Se decía en él que a las revistas ya existentes (Sistema y Zona Abierta) se habían añadido Taula de canvi, Teoría y Práctica, El Cárabo, Negaciones y El Viejo Topo. El artículo apunta que se estaba entonces ante un fenómeno tan previsible como necesario porque desde hacía años un conjunto creciente de profesionales había ido acumulando información y teoría sin poder ofrecerla y contrastarla mediante un canal periódico adecuado. Los semanarios, Triunfo entre ellos, habían colaborado en la medida de sus posibilidades, pero el autor del artículo entendía que era necesario un espacio propio. 1976 es el momento de la eclosión de estas publicaciones. Anteriormente no habían podido ver la luz proyectos con unos propósitos político-culturales tan claros. En los años sesenta y principios de los setenta la única manera posible de formular planteamientos de ruptura con lo que era el franquismo en España (y también con lo que representaban las sociedades capitalistas occidentales) fue escribir desde el extranjero, en la clandestinidad o en el encubrimiento. Basta con pensar en revistas con una clara línea política, como lo habían sido Realidad, Nuestra Bandera o Cuadernos del Ruedo Ibérico, editadas en el exterior y distribuidas clandestinamente en el interior. Pero también en Primer acto o Nuestro Cine. En este caso, se trataba de revistas legales dedicadas al teatro y al cine, que aportaban reflexión crítica sobre lo que las obras ofrecían, sobre lo que se podía ver y lo que no, sobre la propia sociedad.

Manuel Vázquez Montalbán, a principios de octubre de 1976, presenta en Triunfo la aparición de Taula de canvi con un texto que lleva por título «Teorizad, teorizad malditos». Define la revista como la primera plataforma unitaria de la izquierda catalana de la posguerra. Esta consideración parece que no es compartida por toda esta izquierda y Vázquez Montalbán concluye su texto explicando un reproche: En el transcurso de la «copa de whisky escocés» o de «naranjada con burbujas hispanoamericana» que se ofreció al final del acto, la profesora de la Universidad Autónoma, Ángeles Pascual repartió gacetillas anunciadoras de otra revista de reflexión teórico-política, titulada El Cárabo. Para orientarme me dijo: «También es una revista unitaria, pero de la izquierda no revisionista. No me lo tomé como una indirecta.

El Cárabo, tenía como director-periodista a Joaquín Estefanía y reunió un conjunto de intelectuales vinculados principalmente a la Organización Revolucionaria de Trabajadores (ORT), partido que pretendía seguir el ala revolucionaria del Movimiento Comunista Chino y combatir el revisionismo del PCE. No obstante, fue un proyecto que quería vincular tres líneas de la izquierda, una marxista-leninista, otra trotskista y la consejista o autónoma. Como representante de esta última encontramos a Joaquín Jordá, quien participaba en el proyecto de Teoría y Práctica con otros miembros más o menos vinculados al movimiento de la autonomía obrera. Era una publicación de EDE (Equipo de Estudio Reunidos, S.A.), sociedad presidida por Ignacio Fernández de Castro, que llevaba por subtítulo «La lucha de clases analizada por sus protagonistas». Buscaban dar voz a diferentes colectivos en lucha y ofrecer materiales que presentaran la actividad que se estaba desarrollando, en muchas ocasiones, al margen de partidos y sindicatos. Salvador Aguilar, Antonio Aponte y José Mª Vidal Villa, profesores de la Universidad de Barcelona vinculados a la revista, pusieron en marcha la edición española de la Monthly Review, publicación de referencia para buena parte de la izquierda norteamericana. La titularon Revista Mensual/Monthly Review para indicar que presentaría traducciones de la edición madre y también aportaciones originales. Aparecería en mayo de 1977. Ese mismo año, alrededor de Manuel Sacristán, surgiría el proyecto de Materiales, más tarde mientras tanto (1979), por personas más o menos vinculadas con el PCE y el PSUC.

Este es un breve esbozo del panorama de las publicaciones teórico-políticas con las que se vinculaba a El Viejo Topo. Pero en su interior había otras almas, también participaba de otro ámbito en auge: el representado por cabeceras como Star, Ajoblanco u Ozono. Pese a las significativas diferencias existentes entre ellas, todas se sitúan en lo que podríamos denominar la crítica de la cultura y de la vida cotidiana. Ozono, aparecida también en 1976, aportaba gran cantidad de contenidos centrados en las distintas manifestaciones artísticas (literatura, música, cine, teatro…) acompañados de posicionamientos políticos. Antes, en 1974, ya habían aparecido Star y Ajoblanco, proyectos que fueron creciendo con el paso de los números. Revistas reconocidas como culturales aunque, hablando con propiedad, lo suyo era la subversión de la cultura. La censura no tardó mucho tiempo en darse cuenta. Star inició su andadura como un espacio para poder publicar cómics y fue incorporando contenidos que la llevaron al underground y la contracultura. Star y Producciones Editoriales, su empresa editora, contribuyeron a emerger creaciones que tanto podían circular por las calles de Barcelona, como llegar de los Estados Unidos. Ajoblanco pasó por diferentes periodos (contracultural, libertario…). Por encima de todo, como explicó Ramón Barnils, fue el intento de gentes jóvenes que intentaron aprovechar el vacío que se produjo en vigilias de la muerte de Franco y que duró hasta la instauración de la democracia parlamentaria.

El proyecto zapador
El Viejo Topo había solicitado su inscripción como revista cultural ya en 1974, pero no fue aceptada. Se les había respondido entonces que una revista de esas características podía tratar temas relacionados con las artes plásticas, con la música y, siendo muy generosos, con la literatura, pero que la filosofía y la sociología eran otra cosa. Estaríamos hablando entonces de una revista política encubierta. Claro que sí: El Viejo Topo quería ser una revista política, en la acepción más amplia que pudiera tener el término. En ese momento casi todo era política. Por eso, cuando pudo aparecer, en sus páginas se habló de teatro, cine, literatura, comunicación, filosofía, sexualidad, psiquiatría…

El primer número de El Viejo Topo apareció el mes de octubre de 1976. Al incidir en estas dos direcciones que se han señalado, la de la reflexión política y la de la crítica de la cultura y la vida cotidiana, ofrecía propuestas rupturistas desde diferentes ámbitos, no estrictamente el de las formaciones políticas. El espectro era mucho más amplio; iba en consonancia con la trayectoria de los tres fundadores de la revista. Claudi Montañà había participado en proyectos como Fotogramas, Star, o Ajoblanco. Miguel Riera y Joseph Sarret, compartían una editorial, la Mandrágora, dedicada, principalmente a la filosofía. Riera, después, pondría en marcha Iniciativas editoriales para poder editar la revista Vibraciones, idea de Àngel Casas. Esta pequeña empresa editorial también es la que pondría en circulación algunos tebeos herederos de Rrollo, de Nazario, Mariscal y compañía, después El Viejo Topo. Luego vendría Butifarra!, revista de humor, cómic y crítica social, y en 1978 Transición, revista de análisis en el ámbito de las ciencias sociales. En Iniciativas editoriales también habría espacio para colecciones de libros como Ucronía o Los libros de El Viejo Topo. La actividad editorial fue alta, muchos proyectos y muy diferentes pasaron por sus manos, siempre ligados a la contestación y la propuesta. Por ejemplo, el volumen de homenaje a la revista El Papus después del atentado sufrido o el libro dedicado a la Assemblea de Treballadors de l’Espectacle de Barcelona y al Don Juan que hicieron en el Mercat del Born.

El Viejo Topo no fue una revista de grupo, no respondía a las directrices de una organización política, no hubo un consejo de redacción que actuara como tal, era un espacio de encuentro abierto. Era una revista de iniciativas para la nueva sociedad en construcción y en ella confluyeron personas que en esos momentos no estaban juntas en otros lugares. Este es un aspecto esencial del proyecto.

Hay un segundo aspecto que debemos tener presente y que también diferencia el proyecto: la difusión que logró la revista. La difusión nos señala la aceptación que podían tener los contenidos que transmitía. Podemos tomar como referencia los datos de la Oficina de la Justificación de la Difusión (OJD) que controlará la revista durante un año y medio, entre mayo de 1977 y octubre de 1978. En este tiempo los ejemplares de difusión han ido aumentando, con algún altibajo, para pasar de 20.386 a 25.768 mensuales. La media es de 23.900 ejemplares vendidos de cada número. Si nos fijamos en el número de subscriptores, veremos que la cifra no deja de aumentar, de 519 a 1.909. De las revistas referidas anteriormente sólo Ajoblanco podía moverse en estos números y superarlos, las demás disponían de cifras bastante más modestas. Si nos fijamos en los semanarios de información política, veremos que Triunfo, en 1977 tenía una media de 63.306, Cuadernos para el Diálogo en 1978, antes de cerrar, llegó a casi 60.000, y Destino en 1977 está en 33.344. Empezaba la época de los nuevos semanarios de información general, Cambio 16 en 1976 llegó a su máxima difusión con casi 350.000 ejemplares. En 1978 llegaría el máximo para Interviú más de 700.000 ejemplares. En 1979, el top lo marcaría Pronto con más de 900.000 ejemplares de muchos de sus números. Si nos fijamos en la prensa diaria podemos ver que El País tiene una difusión media entre 1976 y 1979 que está cerca de los 140.000 ejemplares, La Vanguardia, cerca de los 200.000, Mundo diario, alrededor de los 45.000.

El Viejo Topo, en el último mes controlado por la OJD, octubre de 1978, está en 25.768 ejemplares. Será, seguramente, el momento álgido de la difusión de la publicación. La cifra irá bajando para situarse alrededor de los 17.000 en el momento de su desaparición. El número del que se hizo una mayor tirada fue el que coincidió con las jornadas celebradas en el Pueblo Español de Montjuïc, en Barcelona, los días 29, 30 de septiembre y 1 de octubre de 1978. Las jornadas del I encuentro El Viejo Topo, que tenía por lema «Para cambiar la vida».

Con la perspectiva del tiempo y una mirada más global, a los dos aspectos diferenciadores que hemos visto, diversidad y difusión, habría que añadir uno más: la correlación existente entre lo que estaba ocurriendo en la sociedad española y lo que aparece en sus páginas. El Viejo Topo no nos permite seguir el día a día de la España de 1976 a 1982. No es una revista de actualidad semanal. No nos enteraremos de la negociación de la Constitución, por ejemplo. Tampoco es una revista teórica especializada, de grupo, que nos permita reseguir detalladamente la introducción de determinados conceptos y planteamientos. Pero funciona a modo de termómetro para conocer el grado de la movilización de la ciudadanía, de su participación. Existe la tendencia a presentar las revistas y entender el papel de los intelectuales que colaboraron en ellas como productores, generadores de pensamiento, agentes autónomos capaces de incidir en la sociedad. Hay una fascinación por lo emergente, aquello que brilla, lo que se identifica con cierta exclusividad. Deberíamos, también, realizar un análisis en el sentido inverso: ver cómo los intelectuales, las revistas, son resultado del activismo de la ciudadanía. Las páginas de El Viejo Topo nos muestran la efervescencia que existió durante 1976 y 1977 y como fue descendiendo durante el 1978. A partir de 1980 se inicia otro periodo de crecimiento con las movilizaciones antinucleares y antimilitaristas. No existe desajuste entre lo que se expresa en la revista y lo que circula por la sociedad.

El Viejo Topo es relevante por el trabajo intelectual que elaboró, pero no debería ser analizada a partir de la historia de los intelectuales que se preocupa, esencialmente, de su vida, milagros y conflictos. Entiendo que la tarea realizada por estos trabajadores tiene sentido en la medida que es expresión de un substrato del que ellos participan, que los nutre. Ellos colaboran a hacerlo presente. Su trabajo no tiene sentido si no podemos saber de qué es expresión y qué repercusiones tiene. Su tarea adquiere toda su significación en el momento que puede ser leída, pensada y discutida.

Una antología interpretativa
La revista publicó en su primera época, entre octubre de 1976 y junio de 1982, 69 números mensuales y 17 extras. Al plantearse la elaboración de una antología las posibilidades eran múltiples. Una opción, tal vez la más rigurosa, si se pretendía recorrer toda la vida de la publicación en su primera época, hubiera sido, de acuerdo con criterios estadísticos, elegir una muestra representativa del universo que son los contenidos de la revista. No ha sido la opción que aquí se ha seguido: ésta es una antología interpretativa. La selección es en ella misma un análisis de lo que fue la revista en su primera época, sabiendo que también fue muchas otras cosas que no están aquí recogidas. Se ha considerado que lo más relevante era atender a cómo se concretó la propuesta inicial de los impulsores de la revista: «Un topo viejo, metáfora de subversión y experiencia. Paulatina excavación de galerías subterráneas, lenta y minuciosa destrucción de los cimientos de una sociedad absurda. Labor acaso estéril: ¿quién sabe si por las venas del ídolo corre ya tan sólo barro seco?» Se buscaba acabar con una sociedad y empezar a construir una de nueva. Nada de reformas, ruptura.

La antología está centrada en dos momentos de la historia de la primera época de la revista. El primero, entre 1976 y 1978. Son los meses de la efervescencia, del todo es posible. Encontraremos aportaciones vinculadas a la izquierda de la izquierda, al movimiento feminista y al homosexual, a los colectivos que denuncian los instrumentos de control social como pueden ser la cárcel o la psiquiatría, al cine o al teatro: propuestas para el aquí y el ahora, reflexiones sobre un pasado que sirve de referente o consideraciones a partir de la situación internacional. El todo es posible se respira por todas partes, se está haciendo política desde muchos lugares. En este sentido, considero especialmente relevantes los textos de la sección de teatro. Son muy ilustrativos de la movilización existente en la profesión. El segundo momento, a partir de 1978 hasta 1982. La ruptura ya no es posible, aparecen nuevas problemáticas, se reconsideran los idearios y, a partir de los años ochenta, empiezan a emerger nuevas contestaciones centradas en el ámbito ecologista y pacifista. En la revista, estas movilizaciones no tendrán la presencia que tuvieron los posicionamientos rupturistas durante el 76 y el 77. Su implantación en la sociedad no tiene el mismo alcance y la revista también ha cambiado. No obstante vuelven a emerger las actividades, en este caso nuevas iniciativas, del topo viejo en su lenta y minuciosa tarea.

En 1976 se piensa que la ruptura puede estar cercana. Los motivos y los indicios sobran, tanto en España como fuera. A finales de 1976 se celebra el XXVII congreso del PSOE donde se habla mucho de la transición. De la transición al socialismo, obviamente, concretamente al socialismo autogestionario. Distinguen tres etapas: 1) Transición del Estado fascista a un Estado de libertades públicas de democracia formal. 2) Transición del Estado de democracia formal a un Estado en el que la hegemonía corresponda a la clase trabajadora, manteniendo y profundizando las libertades. 3) Transición de un Estado de los trabajadores a una sociedad sin clases, del socialismo pleno, en la que la totalidad de los aparatos de poder sea sustituida por la autogestión a todos los niveles. Sin ir tan lejos, Convergencia Democràtica de Catalunya, reclama como imprescindible una planificación que defina los objetivos fundamentales de la economía del país en función del desarrollo económico y del progreso social. Defiende la democracia económica a partir de la socialización de los medios de producción. Tiene como objetivo prioritario una más equitativa distribución de la renta. La Unión de Centro Democrático, todavía en 1978, habla de la necesaria intervención pública en una economía de mercado para lograr la distribución más igualitaria de la renta, la riqueza y el poder social.

La percepción de que la ruptura será posible se mantiene en 1977 y empieza a cambiar durante 1978, cambian los ojos con los que se ve el hoy y el mañana. La ruptura ya no es posible. Lo podemos ver claramente en la evolución de los contenidos en la revista. A partir de 1978-79 lo que veremos es la descomposición de esta izquierda que no ha obtenido representación parlamentaria, que ha visto decrecer su presencia pública. Los espacios de la lucha se van cerrando. Entre diciembre de 1976 y diciembre de 1978, España pasa de una dictadura a una monarquía parlamentaria. El 15 de diciembre de 1976 se aprueba la Ley por la Reforma Política y el 6 de diciembre de 1978 la nueva Constitución. Este proceso, con Pactos de la Moncloa incluidos, esta dominado por la palabra «consenso», más concretamente por los que la usan, por los «consensuadores». Se extiende la aceptación de lo sucedido. El Viejo Topo, pese a desencantos y descontentos, con cambios, continuará siendo un lugar de encuentro para las iniciativas que buscan transformar la sociedad.

Son años de cambios importantes, no únicamente en España. En mayo de 1975 la Comisión Trilateral (fundada en 1973 por David Rockefeller y constituida por representantes de los estados de tres partes del mundo: Estados Unidos y Canadá, Europa y Japón) celebrará una reunión, participada por Jimmy Carter entre otros, en la que muestra su preocupación por el posible acceso al gobierno de Francia e Italia de coaliciones de izquierda con partidos comunistas. Concluyeron con medidas para limitar lo que esto podía suponer para la Alianza Atlántica y hicieron propio el informe realizado por Samuel Huntington relativo a la crisis de la democracia. Entre sus propuestas para evitarla: Convertir los Parlamentos en órganos más técnicos y menos políticos. Personalizar el poder para estimular la identificación de los ciudadanos y reducir sus exigencias de participación. Hacer de los partidos órganos de gestión más que de discurso político; suprimir las leyes que prohíben su financiación por las grandes empresas, y sumar la financiación desde fondos públicos. Medidas, que por un camino o por otro, se han acabado imponiendo en democracias como la española.

A mediados de los setenta hay temor por las movilizaciones que se están desarrollando en diferentes lugares del planeta con un claro componente revolucionario. Pero a finales, la cosa ha cambiado. Eso afecta a la transición española, a las diferentes izquierdas existentes en el panorama internacional y lo podremos ver en la revista. Afectará también a El Viejo Topo. Es un momento en el que se juntan dos procesos de múltiples repercusiones. Primero, el llamado mundo occidental está girando a la derecha, Margaret Thatcher y Ronald Reagan son la personificación de este proceso y dos de sus grandes difusores. Se inicia una nueva época que entre sus fundamentos tendrá la desaparición del Estado de todo aquello que pueda hacer una empresa privada que obtenga beneficios y la desaparición de la sociedad, lo que existen son individuos que tienen el deber de ocuparse de sí mismos. Hubo una época en la que las reivindicaciones de mayor libertad, igualdad o capacidad de decidir, que podían surgir de las sociedades, parecían ir con los tiempos, a favor del viento. Ahora ya no. Este giro no afecta únicamente por arriba, afecta transversalmente las sociedades occidentales.

Segundo proceso: se harán presentes diferentes problemáticas que desde hacía unos años se venían planteando, especialmente las relacionadas con la supervivencia del planeta ante las crisis ecológicas y militares, también en este caso, no sólo en España. De la unión de estas dos realidades surge una doble necesidad para aquellos que no han girado con el mundo y se encuentran en los márgenes o sus alrededores: Replanteamiento de los propios idearios incorporando las nuevas problemáticas, luchas que son continuación e innovación, y búsqueda de otras maneras de hacer política. La constatación de que el parlamentarismo no es capaz de ofrecer una respuesta satisfactoria lleva a otras maneras de hacer política. La emergencia de movimientos sociales como el ecologismo o el pacifismo, vienen a mostrar los caminos que siguen aquellos movimientos de contestación que no son atendidos y buscan que exista el debate político, el espacio público. Entre 1978 y 1982 la revista nos mostrará la presencia que empieza a tener en la sociedad las posturas ecologistas, antimilitaristas y pacifistas. Es el momento del inicio de las movilizaciones antinucleares y contra la OTAN.

A través de las páginas de El Viejo Topo llegó mucho de lo hecho, dicho, discutido en el mundo. Hay que destacar la traducción de artículos publicados en revistas extranjeras y las entrevistas con filósofos, políticos o escritores del panorama internacional. Pero en la selección prima la voluntad de presentar qué se estaba haciendo y debatiendo en España.

La izquierda de la izquierda
Bajo la denominación «la izquierda de la izquierda», utilizada por la revista, se sitúan los individuos y colectivos que se encontraban a la izquierda de la línea seguida por el PCE-PSUC y PSOE. Pese a las diferencias existentes y a los encontronazos que podían tener en otros lugares, sus intervenciones parecen estar orientadas por la búsqueda de puntos de acuerdo. Hay la voluntad de construir una sociedad que permita a los ciudadanos que hasta ahora han sufrido la opresión de una dictadura y del sistema económico capitalista gestionar su propia vida. Las maneras de poner esto en práctica podrán ser diferentes pero hay unos principios compartidos. Parece que no hay modelos claros a seguir. No están de acuerdo con las democracias capitalistas de su alrededor. La Republica Federal Alemana, que se presentaba como la máxima representación del occidentalismo, se descubre como un estado represivo. Se discuten las posiciones eurocomunistas que se imponen en Francia, Italia y España. El eurocomunismo no era la respuesta, tampoco la URSS. En abril de 1977 se publica un dossier para analizar el estalinismo. Hay acuerdo entre gentes de diferentes tendencias para criticarlo por la represión ejercida, por su expansionismo y por su economicismo. Algunos hablan directamente de capitalismo de Estado.

El eurocomunismo no es la solución, tampoco la URSS y su bloque, ¿entonces? Aquí, como en Francia o Italia, habrá quien mirará hacia China. El primer número de El Viejo Topo coincide con la muerte de Mao. No se llega a preparar un número especial y se decide postergarlo para un poco más adelante. Eso sí, toda la página 2, la contraportada, está dedicada a su efigie. Sería en el número 5, del mes de febrero de 1977, cuando se incluirá una topoteca (dossier) dedicada a Mao y a la China del momento. Aquí, como en Europa, hay un debate entre aquellos que entendían que en China se estaba produciendo un intento grandioso de llevar a las masas a asumir un papel autónomo en la organización de la sociedad y los que veían una lucha entre cúpulas de poder que instrumentalizaban a las masas. Entre los críticos, se apunta algo que visto desde hoy parece muy evidente, la escasa información disponible.

No hay modelos claros a seguir, pero parece que hay acuerdo en la necesidad de ir más allá de la democracia formal pon la consideración de que las elecciones no son la democracia. En junio de 1977, ante las elecciones generales, la topoteca lleva por título «Parlamentarismo y/o revolución». Se buscan alternativas a la democracia representativa que se está imponiendo. José Maria Vidal Villa explica que su primera reacción es no participar. No se han cumplido las principales reivindicaciones para poder realizarlas: legalización de todos los partidos, amnistía total, auténtica libertad de reunión, asociación, manifestación, expresión y huelga. Además, no se ha podido poner en cuestión la forma concreta de estado. Constituye delito cuestionar la monarquía. Y en delito incurrió la revista al ilustrar la portada del mes de abril de 1977 con una bandera republicana. La policía procedió al secuestro de la revista. No sería el único problema con la censura. No se puede admitir la represión que envuelve a las elecciones pero se quiere aprovechar el proceso, en línea de lo hecho por otras fuerzas políticas europeas como la Ligue Communiste Revolutionaire o Democrazia Proletaria. No se trata de buscar la potenciación del propio partido por una vía electoralista. El objetivo sería organizar una campaña orientada a dar a conocer las luchas en curso, a hacer difusión de las reivindicaciones populares. Desde posiciones anarquistas se es más contundente, José Elizalde, plantea que votar es dimitir de la libertad individual y comunitaria.

El anarquismo había sido el protagonista de la segunda topoteca, noviembre de 1976. Santi Soler, Luis Racionero o Eduardo Subirats, con sus diferencias, planteaban luchar contra todo poder, incluso el de los que se llaman a sí mismos revolucionarios y crean estructuras rígidas que oprimen la ciudadanía. La revista es un lugar de encuentro entre personas que desde diferentes posiciones pueden compartir posicionamientos de base y el diálogo entre marxistas y anarquistas es fructífero: Antonio Gramsci, Karl Korsch, Rosa Luxemburg, Anton Pannekoek y los consejos pueden ser territorio común. Hay una crítica rotunda a la democracia formal que se está configurando y a aquellos que la hacen posible, partidos y sindicatos, traicionando las propuestas revolucionarias de las que en su momento participaron. En esta línea la autonomía obrera es la última propuesta rupturista que se desarrollará en las páginas de la revista. En el número 24, septiembre de 1978, se le dedicará un dossier. A partir de aquí crisis del marxismo y crisis de la militancia. La Ruptura ha desaparecido.

La voz de las mujeres
Hoy, al reconstruir la historia del movimiento feminista, se conmemoran, con toda justicia, las luchas por la anticoncepción, por el derecho al aborto o en contra de la penalización del adulterio. Otras luchas no están tan presentes pero eso no quiere decir que no hayan tenido lugar. Hubo mujeres que, desde organizaciones políticas de izquierda, desde asociaciones de mujeres, desde donde fue posible, intentaron luchar para construir una sociedad diferente. El feminismo se unía con otros movimientos en lucha y el socialismo fue durante bastante tiempo una condición necesaria. Alexandra Kolontai abre la presencia de las mujeres en la revista. En el número 1 su figura inaugura una sección denominada «Estampa», dedicada a presentar personajes históricos relevantes. Laura Tremosa, quien firma la semblanza, destaca de ella que fue una mujer revolucionaria y feminista capaz de no imitar los modelos e ideales de una sociedad patriarcal y competitiva. La compara en este aspecto con otra mujer fundamental para buena parte de la izquierda de la izquierda, Rosa Luxemburg. Las dos no estuvieron al servicio de la revolución, sino de las mujeres y los hombres que lucharon por una nueva sociedad.

En el número 4, enero de 1977, los grupos feministas se hacen presentes en la revista. Bajo el título de «Política y sexo. El feminismo en España» se reproduce una mesa redonda organizada por la revista en la que habían participado seis organizaciones del estado. En su conjunto, estas organizaciones se muestran preocupadas por los problemas de la mujer sin abandonar los del conjunto de la sociedad. Piensan que el socialismo no comportará la inmediata liberación para la mujer, pero es una condición necesaria. Se declaran fundamentalmente interclasistas porque se dirigen a todas las mujeres, pero la Asociación Democrática de la Mujer y el Frente de Liberación de la Mujer priorizan a la mujer proletaria. Coinciden en la necesidad de abolir la institución familiar o reformarla para conseguir unas relaciones libres e igualitarias. Entienden que los anticonceptivos deben ser legalizados y pagados por la Seguridad Social. En lo referente a la prostitución, domina la disyuntiva entre el deseo de la desaparición de esta práctica y la necesidad de escuchar las reivindicaciones de las mujeres que se dedican a ella e incluirlas en la Seguridad Social. Los grupos presentes en esta mesa comparten posición en una de las discusiones relevantes en el interior del movimiento, están a favor de la doble militancia, en asociaciones feministas y en partidos políticos. No obstante, destacan el papel que debe tener la mujer en su lucha y tienen presente la poca sensibilidad de los partidos de izquierda por sus problemas.

Lidia Falcón, representa la opción defensora de la militancia única. En el número 9, junio de 1977, aparecía una entrevista realizada por Ana María Moix. Se presenta su trayectoria en el ámbito político y el perfil bibliográfico. Desde la Organización Feminista Revolucionaria trabaja para la constitución del Partido Feminista. Entiende la mujer como una clase, una clase enfrentada al hombre. Las mujeres, a su parecer, han olvidado sus intereses de clase y han luchado por los de sus compañeros ya fueran proletarios, campesinos o burgueses. Este debate se agudiza pensando en las primeras elecciones generales de 1977. En el número 10, julio de 1977, se publica un dossier elaborado por Laura Palmés, Assumpta Soria y Amparo Tuñón que recoge las posiciones de diferentes asociaciones. Mujeres Autónomas considera que las elecciones han sido un montaje. Nunca ningún partido ha asumido una de sus reivindicaciones y poco antes de los comicios se han acercado para conseguir su voto. Defienden una lucha fuera de los partidos, fuera del sistema patriarcal y machista. Mujeres Autónomas se presenta como organización de vanguardia hecha por las mujeres al margen de los partidos, abierta a alianzas con el proletariado revolucionario. Colectivo Feminista también entiende que la lucha de las mujeres tiene que producirse fuera de los partidos y proponen la organización de colectivos de base en los puestos de trabajo y les preocupa llegar a contactar con las amas de casa que no tienen lugares de encuentro. La Organización Feminista Revolucionaria, de acuerdo con otros grupos, defiende directamente el boicot electoral al considerar que se trataba de unas elecciones antidemocráticas: no se cuestionaba qué tipo de gobierno se quería y no había amnistía para los delitos de la mujer. Vocalías de Mujeres, reconocía el oportunismo de los partidos que habían asumido reivindicaciones feministas, pero defendía votar un partido obrero pensando en un programa global. Ya sean partidarias de la doble militancia o no, sus posiciones son claras. Hay que ir más allá de lo que han hecho los partidos políticos, pero esto no implica que la lucha se centre en una cuestión de derechos, se quiere construir una nueva sociedad.

A finales de 1978 encontramos el cambio en los contenidos relacionados con el movimiento feminista. La ruptura también ha desaparecido de su horizonte, desparece de sus intervenciones. Se producen variaciones en los planteamientos del movimiento y en sus agentes. El protagonismo de los colectivos decae, las asociaciones, las vocalías ya no tienen la presencia de 1976, 77 o 78. Ahora en la revista el peso de los feminismos lo sustentan autoras, Victoria Sau, Sacramento Martí, Carmen Elejabeitia… Los debates giran alrededor de la sexualidad, la maternidad o el patriarcado. La lucha contra el patriarcado casi no deja lugar a la lucha contra el capitalismo. Sacramento Martí cuestionará que el feminismo haya identificado bien los motivos de su marginación y opresión en el artículo «Las mujeres en busca de su enemigo», en agosto de 1981. El Viejo Topo reflejó buena parte de la riqueza del movimiento feminista existente. Se empieza con los primeros grupos de lucha en un momento de eclosión, durante los años 1975 y 76, en el marco del año Internacional de la Mujer, de las Jornadas de la Liberación de la Mujer y de Les Jornades Catalanes de la Dona. Y se acabó con los diferentes posicionamientos teóricos que convivirán a principios de los ochenta. En septiembre de 1980 se publica el Extra número 10 donde se pueden encontrar nuevos debates que están surgiendo alrededor de los conceptos femenino y masculino, y del llamado feminismo de la diferencia. Un debate emerge con fuerza después de las II Jornadas Estatales de la Mujer en Granada, diciembre de 1979.

Ecologismo y pacifismo
Pep Subirós, quien será director de la revista entre 1980 y 1982, publica en el número 31, de abril de 1979, «Del socialismo científico al realismo utópico». Reclama la vigencia y la necesidad urgente de la utopía. Entiende que los posibilismos que se ha aceptado defender no aportan nada. En un mundo, ya en 1979, donde hay suficientes alimentos y bienes de subsistencia para toda la población, incluso se han de destruir regularmente contingentes para mantener los precios, la utopía debería ser posible. Hay quien está trabajando para ello. Se fija en sectores del movimiento obrero, incluso al margen del sindicalismo establecido, y en lo que considera los dos movimientos más fecundos, con futuro y anticapitalistas, el feminismo y el ecologismo. En esta línea profundizará en el texto que escribirá como presentación del Extra número 11, dedicado a Vieja y nueva política. Subirós planteará que es en los movimientos sociales, todavía no institucionalizados, donde la situación es más rica. Entiende que podemos estar ante el lento surgimiento de una nueva izquierda, poliforme y policéntrica, en la que la formulación de los contenidos va por delante de lo organizativo. Una izquierda en la que se están uniendo los que resisten con los que llegan.

La posición representada por Subirós no será compartida por todos aquellos que están circulado en ese momento por las páginas de la revista. Jorge Mª Reverte y Ludolfo Paramio en su texto «Por otra izquierda (ni nueva ni vieja)», en el mismo extra, harán un retrato de lo ocurrido después de las elecciones que se han sucedido y una propuesta. Consideran que los resultados han sido suficientemente evidentes, todas las organizaciones políticas (OIC, MC, PTE, ORT, LCR…), que han intentado ir más allá del PSOE y el PCE, no han recibido el apoyo de los electores; posteriormente han ido perdiendo la poca presencia que podían tener. Para Reverte y Paramio, la situación es clara. Es un momento de descenso de la militancia, desencanto, y repliegue hacia la vida cotidiana, en el que las cosas tampoco son fáciles para el PSOE y el PCE. La apuesta debe ser por el reformismo positivo. Se ha de iniciar un proceso que implique a la gran mayoría de la población, es necesaria la unión del PSOE y el PCE. No se puede esperar nada de los movimientos que están surgiendo con reivindicaciones parciales: Las mujeres hablan de feminismo como alternativa aislada y constituyen movimientos que no tienen nada que envidiar a la IV Internacional por su capacidad de fraccionamiento, nacen múltiples grupos ecologistas que desaparecen como guadianas y vuelven a reaparecer de tanto en tanto armados algunos de pistolas y explosivos y algunos otros (para completar el panorama multicolor) con las doctrinas del ecologismo autoritario de Harich; los homosexuales luchan por su cuenta, decididos a no olvidar que los rojos no les querían antes ni en pintura, y los conciertos de los Ramones muestran un público que reúne mitad y mitad al más escogido lumpen y a los más escogidos leninistas o ex-leninistas. Si se avanza poco en la construcción de una alternativa socialista hay que reconocer que el país se pone divertido para los que no sufren al tiempo los dos principales fenómenos de la actualidad (la separación de las parejas y el desempleo).

Ante una misma realidad diferentes maneras de superarla. Las posiciones de Subirós, por un lado, y Reverte-Paramio, por el otro, evidencian las diferentes sensibilidades que en un momento determinado se encontraron enla revista. Lo que representaban Paramio y Reverte no estuvo en los inicios del proyecto ni lo estaría al final. Veremos como será desde posiciones ecologistas y pacifistas, desde donde se recuperará el empuje inicial para continuarla tarea del topo, socavar todo aquello de despreciable que tiene esta sociedad.

En el ejemplar de enero del 1979 encontramos un artículo de Francisco Fernández Buey titulado «Apuntes para un debate sobre el ideario comunista. Su punto de partida es una observación repetida por diferentes científicos: hemos entrado en una nueva fase de la historia de la humanidad donde peligra la continuidad de la existencia del ser humano. Commoner, Goldsmith, Meadows, Dumont, Manshoilt o Heilbroner son algunos de los investigadores que han alertado sobre los peligros de la crisis ecológica para la supervivencia. Desde la perspectiva comunista, Fernández Buey, considera que nuestra civilización incluso antes de pudrirse por el lado social puede finalizar en una catástrofe natural, o por la combinación de los dos factores. El asumir los avisos provenientes de una parte de la comunidad científica, tiene enormes repercusiones para todos, también para el ideario comunistas y otros idearios emancipatorios. Entra en crisis la idea de progreso fundamentado en un crecimiento ilimitado de las fuerzas productivas y en la existencia de recursos materiales ilimitados. El ecologismo, que había tenido una mínima presencia desde los orígenes de la revista, empezaba a disponer de aportaciones serán más significativas.

La presencia del ecologismo estuvo estrechamente relacionada con las actuaciones en contra de la nuclearización del planeta. Se unían el ecologismo y el pacifismo. No únicamente en España. En noviembre de 1980 se publicó el texto, quizás, más representativo de la CND (Campaign for Nuclear Disarmament), «Protestar para sobrevivir». Su autor el historiador y destacado activista a favor del pacifismo y la desnuclearización E. P. Thompson. Le preocupan las repercusiones, para las sociedades, de la amenaza nuclear. Los sectores más fuertes y vigorosos se corresponden con aquellos vinculados a la producción bélica, se utilizan las tecnologías más avanzadas, desviándolas de un uso pacífico y productivo que pudiera reducir las desigualdades de este mundo. Se promueven programas expansionistas de la insegura energía nuclear mientras que la investigación en las energías seguras provenientes del sol, el viento o las olas se desprecian. En el ámbito político, la amenaza de este estado de violencia latente permanente y las crisis periódicas, llevan a la ampliación de las funciones de seguridad del estado, a la intimidación de la disidencia interna y a la imposición del secreto y del control de la información. En 1980, tres décadas de miedo mutuo y hostilidad permanente se han introducido en nuestra cultura y nuestra ideología.

Otros textos de Thompson y del movimiento que él representaba llegaron a las páginas de El Viejo Topo. Por ejemplo una entrevista con Ken Coates, director de la Fundación Russell. Sus palabras nos ayudan a ver las dificultades de la aceptación de las posiciones ecologistas. Se le pregunta por qué el movimiento a favor del desarme parece ignorar el problema de las centrales nucleares. En su respuesta reconoce que miles de personas participan en ambos movimientos, como también hace la Fundación. Pero, en la búsqueda del máximo consenso no se ha querido importunar a aquellos que aceptan las centrales atómicas. Unos cuantos meses antes, Joaquín Jordá llevaba a las páginas de la revista una entrevista con G. Montesano, de Autonomía Operaia, en Italia. Defendía que la lucha contra las centrales debía salir de lo que llamaba la trampa de la ecología. Estábamos en los orígenes de la consolidación del movimiento y en determinados sectores cuesta hablar de ecologismo, del mismo modo que cuesta hablar de pacifismo.

En España la posible entrada en la OTAN dinamiza la actividad de los grupos antinucleares. La lucha contra el ingreso de España en la OTAN, el militarismo y la energía nuclear concentran buena parte de los últimos esfuerzos de El Viejo Topo. La evidencia más clara de ello es el extra número 15. Se pretende ofrecer materiales para ayudar a entender la actual escalada armamentística en el mundo. Desde la Coordinadora Anti-OTAN de Catalunya se dedica una especial atención a la situación española con el deseo de generar una dinámica de contestación similar a la existente en Gran Bretaña, Alemania, Holanda o Italia.

1982 fue el último año de vida de la revista, la mayoría de las publicaciones que compartieron propuestas y kiosco ya habían desaparecido. Diferentes motivos llevaron a esta extinción que contribuyó a la transformación del ecosistema: descontentos y desencantos, crisis internas, endeudamientos, desarrollo de la prensa diaria y los suplementos… El Viejo Topo puso fin a su primera época, pero volvería once años después en la misma línea, atendiendo a las propuestas emancipatorias que surgen de la sociedad.

Miradas desde el hoy
Cuando hoy se echa la vista atrás para hacer historia de lo que fue la lucha contra la dictadura y por una nueva sociedad, ya se empieza a ir más allá de las figuras de la alta política. Poco a poco, y el trabajo que queda por hacer es mucho, en esa historia empiezan a tener presencia obreros, estudiantes, sectores de la iglesia, asociaciones de vecinos, feministas, intelectuales… No obstante, a las reticencias existentes para incorporar a estos protagonistas de la historia en el relato de los hechos, hay que añadir otra práctica que debemos salvar. Cuando aparecen en el relato, si se les deja hablar, hay la costumbre de doblarlos. Es como aquel actor o actriz que tiene muy buena imagen pero mala voz. En este caso, lo que ocurre es que no acaba de interesar lo que decían. Únicamente interesa su contribución al final feliz, a la democracia realmente existente en España desde 1978. No se atiende a la diversidad de sus propuestas, de sus objetivos, que en muchas ocasiones, poco tenían que ver con la democracia representativa, la monarquía parlamentaria, y el capitalismo. La historia de la revista El Viejo Topo es, entre otras cosas, una parte de la historia de aquellas ideas, de aquel activismo, de las personas y los colectivos que las encarnaron.

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Cuando nació El Viejo Topo. Un recuerdo personal
Por Francisco Fernández Buey

Cuando en 1976 apareció en Barcelona el primer número de El Viejo Topo sus colaboradores y sus lectores, identificados con la izquierda antifranquista que había protagonizado la mayoría de las movilizaciones socio-políticas de la década, tenían el alma dividida. Por una parte, deseaban y propiciaban una ruptura radical con todo aquello que había representado el régimen de Franco, tanto en el plano político como en el cultural. Por otra parte, temían la reacción inmediata de lo que entonces se llamó el bunker, o sea, de los sectores de ultraderecha directamente vinculados a lo que habían sido el Movimiento Nacional y la Falange. Estos sectores estaban todavía muy presentes en los principales aparatos del Estado, en el ejército, en la policía y en la Administración y, al amparo de ellos, habían protagonizado numerosos actos de violencia contra librerías, publicaciones, personas y organizaciones de la izquierda política y sindical. De manera que el deseo de una ruptura radical se veía obstaculizado por la presencia activa de una reacción que aducía, una y otra vez, el espectro de la guerra civil.

¿Qué era entonces la izquierda antifranquista surgida de las luchas obreras, estudiantiles y ciudadanas de las décadas anteriores? En lo sustancial, un conjunto de fuerzas organizadas en torno al ideal comunista. La gran mayoría de las organizaciones que habían estado protagonizando las movilizaciones en las fábricas, en las universidades e institutos y en los barrios de las ciudades de la España de aquellos años llevaban en sus siglas la palabra comunismo o tenían el comunismo como horizonte. Es el caso del PCE y del PSUC, durante años la fuerza socio-política más organizada con mucho. Y es el caso también de toda una serie de organizaciones que habían surgido a su izquierda: el Partido del Trabajo (PTE), el Movimiento Comunista (MC), la Liga Comunista Revolucionaria (LCR), la Organización de Izquierda Comunista (OIC), la Organización Revolucionaria de Trabajadores (ORT) y la Organización Comunista
de España-Bandera Roja (OCE-BR).

Más diluida, pero en fase de reorganización, estaba entonces la tradición anarquista. De hecho, la aparición de los primeros números de El Viejo Topo coincidió con una cierta resurrección del anarquismo en España, potenciada tanto por la CNT como por la pujante implantación de toda una serie de grupos y organizaciones libertarias que, desde 1968, se venían manifestando activamente en las principales universidades, en algunas fábricas importantes y, sobre todo, a través de publicaciones, clandestinas o semi-legales, que habían alcanzado ya cierta difusión en ambientes intelectuales. Hacia 1976 este ámbito difuso estaba en eclosión. Incluía desde la reaparición del viejo sindicalismo de raíz anarquista hasta la formación de agrupaciones anarco-comunistas de nuevo tipo, pasando por varias manifestaciones de la contracultura en campos como el de la música popular, el comicy la sátira. Además de la crítica tradicional del Estado y del Poder (de todo Estado y de todo Poder) y de la consiguiente crítica a toda forma de reformismo, el anarquismo libertario de aquel momento priorizaba asuntos pre-políticos, culturales o político-sociales escasamente atendidos u olvidados por la tradición comunista en sus distintas variantes. Por ejemplo: el tipo de control social dominante no sólo en el régimen franquista sino, más en general, en las llamadas democracias; la situación en las cárceles; los horizontes que estaba abriendo el desarrollo de la antipsiquiatría; el papel de las drogas en la cultura juvenil. El hilo rojo que vino a unir todo eso seguramente fue la reivindicación de la autonomía obrera.

Había también otras fuerzas antifranquistas no-comunistas: socialistas, nacionalistas, democráticas sin adjetivar, cristianas, etc. Pero en 1976 estas otras fuerzas antifranquistas eran minoritarias y estaban mucho menos organizadas. O al menos así lo parecía viendo lo que ocurría en las calles, fábricas, instituciones universitarias y publicaciones diversas que en la época eran todavía semiclandestinas. El PSOE apenas contaba todavía, aunque quienes conocían los intríngulis de la política internacional, puestos en marcha por la muerte del general Franco, presentían que iba a contar. La derecha reformista estaba en el Estado pero no tenía aún partido propio. Los grupos nacionalistas más activos en Euskadi, Cataluña, Galicia, Canarias y Valencia juntaban, por lo general, en sus siglas o en sus programas la reivindicación del derecho a la autodeterminación con una definición marxista o explícitamente socialista. Y los grupos nacionalistas que no juntaban esas cosas en sus siglas o en sus programas y que se declaraban social-demócratas o culturalistas, aunque podían tener presencia en plataformas anti-franquistas unitarias, como en Cataluña, habían jugado hasta entonces un papel muy secundario. Venían haciendo declaraciones patrióticas o culturales, en defensa de la lengua, costumbres o tradiciones propias, pero en lo político preferían esperar. Esperaban su momento. Y las organizaciones cristianas de base, no vinculadas a la Iglesia oficial, habían estado tan cerca (y tan dentro) de los principales movimientos socio-políticos de resistencia al franquismo, encabezados por los comunistas, que, aun conociendo su peculiaridad, costaba trabajo verlas como una fuerza independiente, con programa y objetivos propios.

¿Y qué se esperaba cuando en aquellos medios antifranquistas, declaradamente comunistas, se hablaba de ruptura o de ruptura radical? No es posible, desde luego, contestar por todos a esta pregunta porque no todos esperaban lo mismo ni aspiraban a lo mismo. Por debajo de las siglas y de los programas, en los que casi siempre aparecía la aspiración a una sociedad sin clases, había muchas diferencias y una polémica abierta, constante y a veces agria. Esta polémica versaba sobre tres aspectos: a) qué comunismo (o, cuando se hablaba de transición, qué socialismo); b) por qué medios se podía llegar a eso; y c) con quién o quiénes aproximarse al menos a aquello que se propugnaba.

En la discusión sobre estas tres cosas influyó mucho la definición ideológica de partida. En aquellas organizaciones se leía a Marx, a Engels, a Lenin, a Trotsky, a Pannekoek, a Gramsci, a Mao, a Guevara o a Castro, no tanto como clásicos antiguos o contemporáneos de una tradición, sino más bien como fuentes directas de inspiración para postular otro mundo en aquel presente. De ahí que el abanico del área comunista fuera tan amplio. Había entre nosotros comunistas leninistas, comunistas trotskistas, comunistas consejistas y comunistas maoístas. Y, por lo general, había también más discusión acerca de las diferencias históricas entre estas formas de ser comunista que sobre el tipo de Estado y sociedad al que se aspiraba. La controversia sobre esas diferencias parecía entonces tan apremiante que en aquellos medios apenas se dedicaba tiempo a discutir con las otras ideologías que estaban a la derecha del partido comunista y a las que, en general, se solía calificar de burguesas o pequeño burguesas, sin más matices.

Pero, más allá de estas diferencias, que entonces estaban en primer plano, leyendo lo que se escribía en los papeles y habiendo escuchado lo que se decía en asambleas y reuniones de aquel momento, aún se puede concluir, sin embargo, que había en 1976 una ilusión o una esperanza compartida, a saber: que lo que vendría después de Franco, gracias a la presión de las fuerzas populares, iba a ser -tenía que ser- algo parecido al socialismo. Todavía se puede precisar un poco sobre esta ilusión: para después de Franco y del franquismo se aspiraba a algo más que una democracia «formal», indirecta o representativa.

Todos los documentos redactados por las organizaciones mencionadas, que -insisto- constituían en aquel momento la vanguardia antifranquista organizada, apuntaban hacia ese algo más. Se hablaba de una democracia avanzada en lo social y en lo económico (más avanzada, por tanto, que las democracias entonces realmente existentes en el mundo occidental). Se postulaba, según los casos, un socialismo autogestionado, una democracia socialista basada en los consejos (obreros, de fábrica, populares, etc.), una república federal y popular de signo socialista, un tipo de socialismo parecido al que entonces existía en la China de Mao, o en la Cuba de Castro, o semejante al que había existido en los inicios de la revolución rusa. En sus propuestas económicosociales todos aquellos partidos y organizaciones venían a decir (o decían explícitamente) que el llamado Estado de bienestar era sólo una prolongación del capitalismo denominado «tardío» (nada que tuviera que ver, por tanto, con la propuesta socialista); y lo que se estaba haciendo en Suecia, paradigma de la socialdemocracia de entonces, se calificaba significativamente de «modelo sueco de la explotación» (nada que tuviera que ver, por tanto, con la aspiración a acabar con la explotación clasista).

Cuando nació El Viejo Topo nadie, en esos ambientes, decía querer una monarquía para España. Por una razón muy sencilla: la monarquía era una imposición de Franco para perpetuar lo que había representado el franquismo. Y eso estaba por detrás incluso de lo que se criticaba como algo insuficiente para suceder al franquismo: las democracias representativas realmente existentes. Hubo, ciertamente, diferencias de acento. Algunas organizaciones pensaban entonces que la disyuntiva entre monarquía y república, en tanto que formas de Estado, tenía que ser la clave de toda discusión política, como lo fue en la Italia de 1945. Otras, en cambio, pensaron que, siendo importante la definición sobre la forma del Estado, era aún más importante la clarificación del signo social y económico del Estado del futuro. Dicho con otras palabras: la opción socialista (en cualquiera de sus variantes) se consideraba más importante que la definición republicana, la cual -se decía- podía darse por supuesta en gentes que se consideraban comunistas o socialistas revolucionarios. Que yo recuerde sólo había entonces un grupo, entre los que se definían como comunistas, que hizo bandera de la lucha por la República en aquella hora: lo que quedó de la Organización Comunista-Bandera Roja después de que una parte importante de sus dirigentes se fusionaran con el PSUC y el PCE. Los demás daban por supuesta la adscripción republicana o tendían a poner el acento en otras cosas.

Estas otras cosas venían a ser: la preparación de una huelga general o de una acción cívica de las masas que acabara con los restos del régimen de Franco y abriera el camino a una democracia socialista; la exigencia de una amnistía general que sacara de las cárceles a todas las personas que durante décadas habían luchado contra la dictadura; la reivindicación de la descentralización del Estado, entonces concretada en la petición de autonomía y/o la restauración de las instituciones propias de las nacionalidades que existieron durante la II República; la disolución de todos los cuerpos represivos creados por la dictadura, y en particular de la policía política y de los tribunales de orden público, que habían tenido un papel central en la represión de los opositores; y en algunos casos (FRAP, GRAPO, ETA), la creación de frentes, brazos o grupos armados para oponerse a las fuerzas armadas del franquismo. En las manifestaciones de aquellos años en que se creyó posible la ruptura, junto a la consigna el pueblo unido jamás será vencido (heredada de las manifestaciones chilenas), muchas veces se escuchaba esta otra: el pueblo armado jamás será derrotado. Por supuesto, este último grito era minoritario incluso en las manifestaciones. Pero también estaba ahí. Y en no pocas reuniones de los grupos de vanguardia se seguía discutiendo seriamente acerca de si lo correcto, para pasar al socialismo que se postulaba, era la «vía armada» o la «vía pacífica y parlamentaria».

Así éramos en 1976. Y conviene recordarlo. Puede ser que, al leer esto treinta años después de los hechos, quienes no los vivieron y sólo tienen noticia de la época por otras cosas que hayan leído, piensen que cuando escribo la palabra «ilusión» la estoy empleando en su acepción más negativa, como mera expresión de una ensoñación o desvarío y que, a partir de ahí, lleguen a la conclusión de que la mayoría de aquella gente que militó en las organizaciones comunistas de la época y escribió o leyó los primeros números de El Viejo Topo había perdido el sentido de la realidad. Pues es verdad que en pocos años, entre 1976 y 1982, todo aquello, todas aquellas ilusiones, se habían ido al traste. El triunfo de la reforma política o la «ruptura pactada», como se llamó a la transición desde el franquismo lo que ahora conocemos, parece invitar a pensar no que aquellas gentes tenían ilusiones, sino que eran unos ilusos.

No descarto que algunos de los que escribíamos hace treinta años en los primeros números de El Viejo Topo y algunos de los lectores de la revista, que fueron muchos, hubiéramos perdido momentáneamente el sentido de la realidad a la muerte del Dictador. Algunas de las personas que vivieron aquellos años con uso de razón política han tenido el coraje de reconocerlo así. Por ejemplo, Félix Novales, en El tazón de hierro (Crítica, 1985), que es un testimonio tremendo y conmovedor de eso que digo: por la veracidad de su relato y por su rectificación también. Y he empleado aquí el plural, en el que me incluyo, para que nadie piense que pretendo volver a emplear la palabra autocrítica en el sentido perverso que casi siempre ha tenido en los ambientes en que me moví y acusar así de insania a otros y librarme yo. Para que no quede duda al respecto: creo que cuando empezamos El Viejo Topo quienes compartimos aquel proyecto estábamos mal informados en algunas cosas importantes, pero que, en general, se puede mantener frente a lo que viene diciendo la historiografía oficial y se suele repetir un día tras otro en los medios de comunicación actuales- que lo que escribimos e hicimos no responde a un caso de obnubilación colectiva de la conciencia o de pérdida absoluta del sentido de la realidad. Dicho de otro modo: había entonces, hacia 1976, ilusiones fundadas.

¿De dónde nos venían aquellas ilusiones? Cuando apareció la primera entrega de El Viejo Topo todos los que allí escribimos teníamos en la cabeza algunos hechos transcendentes que luego han quedado minimizados por otros que ocurrieron desde el inicio de la década de los ochenta. Esos hechos eran, entre otros, los siguientes. En primer lugar, el final de la guerra de Vietnam con la victoria de un pequeño pueblo resistente sobre el Gran Poder de la segunda mitad del siglo XX; cosa que sólo se pudo lograr por la combinación de varias fuerzas e ilusiones: no sólo de las existentes en Vietnam sino en el mundo entero. En segundo lugar, observábamos las vacilaciones y dificultades del gobierno norteamericano, en la época del Presidente Carter, y no sólo de aquel gobierno, para recomponer la hegemonía del gran capital. Parecía como si el Imperio hubiera salido noqueado de la guerra en Vietnam. Y esto se percibía, no sin razón, como indicio de una crisis del sistema capitalista que estaba afectando también a sus manifestaciones culturales.

La revolución de los claveles en Portugal y la emancipación de las colonias portuguesas en África ampliaba las esperanzas de todas las personas que tenían convicciones internacionalistas. Independientemente de las preferencias maoístas, trotskistas, consejistas, libertarias o «eurocomunistas», la forma en que se habían producido los cambios en Vietnam, Portugal, Angola y Mozambique invitaba a pensar, sin haber perdido la cabeza, en el viejo asunto de las armas y en cómo hacerlas frente. Los movimientos de liberación entonces en curso en El Salvador, Guatemala, Nicaragua y Colombia eran también referentes para muchos. Y lo mismo se puede decir de lo que estaban significando la OLP y el Frente POLISARIO. La palabra «revolución» no era un flatus vocis en aquellas circunstancias. Tenía sentido. Y los más, en aquellos ambientes, lo captaban. Lo ocurrido en Chile y luego en Argentina, donde los militares se hicieron con el poder sacando a la calle a los ejércitos y liquidando a todos los partidos políticos de oposición era entonces objeto de interpretaciones diversas, pero, para los más, incluso eso operaba en la misma dirección a la hora de pensar en la liberación también aquí. Y ahí entra la otra gran atracción del momento: Italia. Las expectativas que en 1976 suscitaba la evolución italiana, con un partido comunista distinto de los otros, a punto de entrar en el gobierno, eran enormes.

No es casual que, con independencia de lo que unos y otros pensáramos de la orientación del partido comunista italiano, la discusión acerca de lo que estaba a punto de pasar en Italia permeara la reflexión de casi todos los grupos del momento, desde la izquierda socialista hasta los partidarios de la autonomía obrera y desde aquellos que, en el interior de los partidos comunistas, se llamaban a sí mismo «eurocomunistas» hasta trotskistas, maoístas y consejistas de varia condición. Todos, o casi todos, habíamos leído el célebre informe, propiciado por la Trilateral (una especie de consejo de administración ideológico del gran capital) sobre «la ingobernabilidad de las democracias». Y aquel informe advertía con toda claridad de lo que el gran capital consideraba peligro principal en el mundo del momento, a saber: que el partido comunista italiano llegara a gobernar; y que por extensión y contagio, algo así llegara a ocurrir en otros países del sur de Europa (Grecia, Portugal y España).

Lo que veíamos y sufríamos entonces en España, en Montejurra y en Vitoria primero, y en Madrid, con la terrible matanza de Atocha, poco después de que apareciera el primer número de El Viejo Topo, eran también acontecimientos que obligaban a poner en relación las armas de crítica y la crítica de las armas. Personas tan sensatas como los militares disidentes organizados en la UMD, que conocían bien, y desde dentro, lo que era el ejército español de entonces y que tenían noticia directa de cómo se había producido la revolución de los claveles en Portugal, nos invitaban a pensar en un asunto -¿cómo hacerlo? ¿cómo acabar de verdad con una dictadura?- que en aquellas circunstancias no tenía nada de ilusorio ni de truculento. La orientación misma de la revolución portuguesa en curso y las declaraciones inequívocamente socialistas de varios de sus protagonistas (Vasco Gonzalves y Otelo Saraiva de Carvalho) dejaba en el aire esta pregunta: ¿Acaso se va a poder acabar con los aparatos represivos de un estado fascista por la vía de los acuerdos y los pactos por arriba, entre fuerzas que aún eran ilegales y los antiguos dirigentes del Movimiento Nacional? Y ahí estaba, por último, el potente viento del este que llegaba de China, inspirador de tantos y tantos ditirambos en la intelectualidad europea del momento.

La discusión sobre todos esos temas fue cosa frecuente en la pléyade de revistas comunistas, social-revolucionarias y anarquistas que florecieron en España entre 1976 y 1980. La lista de estas revistas es larga y no voy a reproducirla aquí. Jordi Mir, que se ha encargado de la presente antología, está haciendo un análisis de lo que fueron y representaron y cuando ese análisis esté terminado podremos juzgar sobre su papel. Pero sí se puede adelantar aquí que El Viejo Topo de la primera época tuvo algunas particularidades que la distinguen de estas otras revistas y que seguramente explican por qué llegó a tirar cincuenta mil ejemplares, por qué duró más que las otras y por qué existe todavía.

La primera peculiaridad, y lo que llamó más la atención desde el momento mismo en que apareció el primer número, fue su estética. Y en eso el mérito no es sólo de sus fundadores (Claudi Montañá, Josep Sarret y Miguel Riera) sino principalmente de su diseñador: Julio Vivas. El diseño de la revista apenas tenía nada que ver con lo que entonces era habitual en los ambientes que he mencionado, en los cuales la letra o, a lo sumo, la preocupación por la tipografía, lo dominaba todo. La elección de autores y artículos para los primeros números tuvo sin duda su importancia, pero sin Julio Vivas El Viejo Topo no hubiera sido lo que fue. Recuerdo que hubo mucha discusión entre nosotros sobre esta particularidad. Y división de opiniones. Algunos pensaban que la incorporación del color y la combinación de texto e imagen contrastaba demasiado con la estética queridamente pobre, que era lo acostumbrado cuando se trataba en la época de temas políticos o político-sociales. Y desconfiaban de las intenciones de la revista. La estética de El Viejo Topo no era precisamente del gusto de muchas personas formadas en la tradición comunista. Aquello les sonaba a «burguesía radical» o, lo que es peor, a frivolidad pequeño-burguesa. Los más benevolentes de ese lugar político solían decir: «Lee lo que dicen y sáltate los cromos». Muchos empezaron a leer El Viejo Topo así.

La segunda peculiaridad de El Viejo Topo, tan sorprendente para la época como la otra, es que la revista pagaba los artículos que solicitaba. Y, además, pagaba bien. Esto era realmente una novedad. Quienes allí escribíamos estábamos acostumbrados a otra regla: cobrar por trabajo hecho cuando el encargo era académico, o de alguna editorial o medio de comunicación con posibles, y trabajar gratis et amore cuando había que escribir para revistas de los nuestros (casi siempre clandestinamente, por cierto). De manera que aquello era otro trato. Y ese trato hizo posible una tercera peculiaridad: El Viejo Topo podía permitirse el lujo de prescindir de un comité de redacción propiamente dicho, con una línea programática definida, y encargar artículos sobre temas muy diversos a personas de un espectro ideológico muy amplio. También eso era nuevo en el panorama de las revistas de entonces, casi todas ellas vinculadas a alguna de las organizaciones políticas antes mencionadas y con una definición meridiana de la línea de la redacción o, a lo sumo, en la intersección crítica de un par de organizaciones. Recuerdo que en los primeros tiempos hubo algún intento de constituir un consejo de redacción permanente, del que habían de formar parte los primeros colaboradores, y que, viendo el problema que eso iba a significar para la continuidad de El Viejo Topo, los fundadores, con buen acuerdo, renunciaron. Como se vio después, fue un acierto.

Pero tal vez la peculiaridad más relevante de El Viejo Topo, junto a la novedad del diseño, fue que enseguida iba a convertirse, no sé si en este caso por voluntad de los fundadores o por la fuerza de las cosas, en lugar de encuentro de opiniones diversas y divergentes. Cuando se hace repaso de las personas que colaboraron en los números de El Viejo Topo publicados entre 1976 y 1980 hay algo que llama inmediatamente la atención: todos o casi todos escribíamos en otras revistas en cuyos consejos de redacción estábamos (Materiales, Zona Abierta, Argumentos, El cárabo, Negaciones, Saida, Revista Mensual, Ajoblanco, Taula de canvi, Teoría y práctica y otras), pero sólo coincidíamos aquí, en las páginas de El Viejo Topo, para dialogar, discutir o polemizar. No fue aquello mera superposición de opiniones, sino diálogo o controversia, debate propiamente dicho. Y en aquellas circunstancias también eso tuvo su mérito, pues eran tiempos en que los partidos de la extrema izquierda empezaban a salir a la luz pública y pugnaban, por tanto, por afirmar sus propios programas. En ese lugar de encuentro se pudo discutir sobre el socialismo del futuro, sobre eurocomunismo, sobre el Estado, sobre anarquismo y libertarismo, sobre la situación italiana y sobre la situación en China, sobre feminismo y ecologismo, sobre las cárceles, sobre antipsiquiatría y, naturalmente, sobre posfranquismo. Y se pudo discutir y polemizar, por lo general, en igualdad de condiciones.

Este encabalgamiento de opiniones y autores de diverso pelaje, en una publicación que se quería «plural y proliferante», fue interpretado a veces como una ratificación de la sospecha sobre el carácter ecléctico de la revista. En tiempos de definiciones y aclaraciones a veces demasiado puntillosas, el eclecticismo no estaba precisamente bien visto. Los fundadores de El Viejo Topo supieron tomarse eso con buen humor, una muestra del cual es el «Aviso» con que se abría la segunda entrega, en el cual se ironizaba sobre las posibles querencias de la publicación, a propósito del maoísmo, el trotskismo, el anarquismo o las tendencias contraculturales, para acabar pidiendo tiempo al lector interesado. Desde el punto de vista de las ideas políticas, lo más relevante para mí es que, como lugar de encuentro, El Viejo Topo de la primera época propició algo que estaba en el ambiente y que no llegó a cuajar en ninguna otra publicación de la época, que yo sepa: un interesante diálogo entre marxismo y libertarismo, del cual quien quiso aprender pudo aprender para el futuro. No era nada fácil ese diálogo en aquellas condiciones y parece que sigue sin serlo todavía hoy. Pero si algún día alguien quiere tomarse en serio aquello, tantas veces repetido, de que hay que volver a empezar, hará bien repasando las páginas de El Viejo Topo (y algunas de Materiales y de mientras tanto).

De ese diálogo hay una parte que fue tema explícito de varios artículos incluidos en esta antología, artículos que recogían y reelaboraban algunas ideas que aparecieron, por cierto, en dos de los eventos más interesantes de aquellos meses: las Primeras Jornadas Libertarias y el I Encuentro convocado por la propia revista en el Pueblo Español de Barcelona. En su momento aquellos dos encuentros parecían representar dos líneas paralelas que, a tenor de lo dicho por la mayoría de los participantes en un lugar y en otro, sólo iban a encontrarse, si es que se encontraban, saliéndose por la tangente. Pues bien: El Viejo Topo, que significativamente acogió en sus páginas a algunas personas que estuvieron en los dos sitios, pudo haber sido esa tangente si unos y otros hubiéramos estado más por la labor. Me baso, al decir esto, en lo que les oí decir por entonces a Claudi Montañá, a Josep Sarret y a Miguel Riera. Pero también me baso en otra cosa: no tan explícita, en lo que había de ser otra dimensión interesantísima de El Viejo Topo, que diferencia a la revista de la mayoría de las que, con intención sólo política o preferentemente política, se publicaban entonces. Me refiero a la atención que El Viejo Topo prestó a las manifestaciones culturales y artísticas en curso.

Es posible que esta atención a las manifestaciones culturales y artísticas nuevas haya dado a El Viejo Topo de la primera época más lectores que lo que fue su dimensión socio-política. No lo sé con seguridad, pero lo sospecho por algunas conversaciones que al cabo del tiempo he mantenido con antiguos suscriptores que recordaban sus preferencias. En este apartado estuvo muy presente la tradición libertaria. A la tradición libertaria hay que vincular la denuncia en aquellos momentos no sólo de la situación de las cárceles españolas sino, más en general, de lo que significa la cárcel en sí misma, así como el espacio dedicado a la antipsiquiatría y al debate sobre el papel de las drogas. Y a un ámbito que se podría considerar intermedio, entre la revisión del marxismo clásico (que no aceptaba la proclamación de la crisis por Althusser y Colletti) y la revisión del anarquismo (que no aceptaba la vieja limitación a la acción directa), hay que vincular la atención que se empezó a prestar en las páginas de la revista a los problemas ecológicos, al ecologismo y al feminismo.

Por aquel entonces la izquierda comunista organizada apenas prestaba atención al comic, a pesar de que era evidente la existencia de un público amplio que estaba ya siguiendo con mucho interés lo que en ese campo se hacía en Europa, en los Estados Unidos y en España, sobre todo en lo referente al comic underground. El Viejo Topo rompió en esto con aquella herencia politicista, y en cierto modo elitista, imperante en la mayoría de las organizaciones comunistas de la época. Y, también en este caso, me parece que se puede decir que una parte sustancial de las personas que impulsaron o colaboraron en la revista estaban más cerca de la tradición libertaria que de la tradición marxista. Por último, como se verá en la antología, El Viejo Topo dio cabida en sus páginas a artículos de autores y autoras que hablaban de poetas, dramaturgos y cineastas que eran por entonces santos de la devoción de muchos de nosotros, más allá, insisto, de las preferencias políticas: desde Erich Fried al Living Theater y desde Alfonso Sastre y Tábano a Dario Fo, desde el Bertolucci de Novecento al Pasolini de Salò y desde Saura a R.M. Fassbinder.

Recojo, para terminar, un hilo que dejé colgando unos párrafos más arriba: el de nuestras ignorancias y nuestras sospechas en lo que llamé las ilusiones fundadas. Ignorábamos muchas cosas que luego, muchos años más tarde, han salido a la luz, la más importante de las cuales, en mi opinión, fue la intervención internacional en los primeros momentos de la llamada transición. Lo que ha escrito sobre eso Joan Garcés, en su libro Soberanos e intervenidos, a partir de la documentación desclasificada de aquellos años, arroja mucha luz sobre nuestras ignorancias y va, desde luego, mucho más allá de lo que podíamos llegar a sospechar en 1976. Tampoco supimos, obviamente, qué pudo haber dado de sí el «compromiso histórico», que en aquel entonces estaba proponiendo Berlinguer para Italia. El secuestro y asesinato de Aldo Moro desbarató aquella expectativa.

Algunos sospechábamos entonces que detrás de todo lo que estaba ocurriendo en Italia durante aquellos meses tenía que haber fuerzas ocultas, interesadas en desestabilizar una situación inédita, cargada de futuro. Después de la derrota, nuevos filósofos ha habido que hicieron de la crítica de la sospecha una filosofía, como diciendo: los ilusos lo atribuyen todo a conspiraciones. Pero, como suele ocurrir, justo cuando una parte de los intelectuales que habían tenido ilusiones en 1976 llegaban a la conclusión de que, efectivamente, como decían los filósofos del pensamiento débil, habían sido unos ilusos al sospechar de la Gran Mano Negra, empezaron a llegar las revelaciones. Se desclasificaron documentos de aquel momento histórico y se empezó a conocer otra verdad, la que liga el informe sobre la «ingobernabilidad» de aquellos países en los cuales el comunismo, el otro comunismo, tenía alguna posibilidad con la intervención de los servicios secretos norteamericanos e italianos.

Por desgracia, la verdad a destiempo es siempre una verdad inservible para los que tuvieron ilusiones. Utilísima, en cambio, para los que mandan en el mundo. Pues, al decir la verdad a destiempo, además de haber logrado el objetivo que importaba en el pasado (que todo siga igual) se hace una contribución impagable a la desmoralización definitiva de quienes no querían que todo siguiera igual. Psicológicamente, eso es siempre un choque. El que desde abajo tuvo ilusiones tiende a pensar primero que sus sospechas fueron patológicas y luego, en el momento de las revelaciones, que fue un tonto incapaz de sospechar todo lo que había que haber sospechado, o sea, que se había quedado corto en la formulación de sus sospechas. Así es como se descubre que hay algo peor que sospechar de la Gran Mano Negra que mueve el mundo de la política internacional: sospechar que, en ese ámbito, no vale la pena ni sospechar, que nada es verdad ni es mentira, etc., etc. De ahí, y de otras cosas, claro, ha salido el cinismo conservador de las últimas décadas, el que todavía hoy ciega cualquier mirada independiente y libre sobre las ilusiones fundadas de aquellos primeros años de la primera época de El Viejo Topo. Varios de los fundadores y colaboradores de la revista han muerto ya. No eran ilusos, tenían ilusiones: querían un país y un mundo muy distintos de los que hoy conocemos. Sirvan estas páginas también para honrar su memoria. Se lo merecen.