En el fondo, el voto nulo de los medias tintas es un voto para el banquero.
Fuera de las definiciones legales del sistema político-electoral, el voto nulo representa la inconformidad con cualquiera de las propuestas, programas, movimientos, partidos y candidaturas. También puede significar el natural quemeimportismo que se cobija en el libre albedrío del individuo. Impulsado por la conciencia o la voluntad, el voto nulo exterioriza una acción de rechazo o un sentimiento de desidia. Mientras para unos simboliza un acto anarquista y antisistema, para otros resulta una legítima expresión de la libertad.
Detrás del voto –como sinónimo de “ganas de votar”– coexisten dos elementos. El primero sin duda es subjetivo, anímico y voluntarista. Se configura a través de las creencias y percepciones de la vida política y, por qué no decirlo, de los imaginarios sociales construidos en gran medida por los medios de comunicación y las redes. Más allá de los sistemas electorales compulsivos o voluntaristas, la formación de las preferencias está condicionada por la forma y modo de recibir información. Precisamente, ahí donde saltan en escena las radios, periódicos y canales de televisión, sumándose además las denominadas redes sociales con sus sugestivas aplicaciones.
Si echamos un vistazo desde una mirada cuantitativa a este primer elemento, la mayoría de las formas y modos de recibir información están manejadas-gobernadas por la clase alta del Ecuador. En otros casos, confluyen a la causa de las élites “espontáneos” Influencers (autocomplacidos por el número de seguidores), quienes conectan el ejército de navegantes de la clase media con los valores de los grupos de poder, es decir, con sus intereses económicos. Al encender el televisor o acceder a twitter también se abre la puerta de una fauna de especies extrañas que comulgan el idioma de la moral pública; en otras palabras, que comparten la visión del mundo de las clases medias y altas.
Pero, hay otro elemento que antecede al voto. Son las condiciones objetivas y materiales de los ciudadanos. No se trata de percibir o parecerse, sino de ser y estar. A diferencia de quien mira al voto como una forma de expresar la cultura o arte, existe otro segmento de la población donde la política está íntimamente ligada a su supervivencia; por ende, para saber si el futuro será transformado porque la realidad de por sí ya es un infierno. ¡Eureka! He aquí lo que encuestadores, estadísticos y numerólogos definen bajo la fórmula matemática de “las mayorías”.
Por eso, el segundo elemento del voto es determinista. Está impulsado por las condiciones objetivas de las necesidades básicas insatisfechas y la desigualdad; por el desamparo de no acceder a las vacunas para sólo recibir del Estado el secreto y la contundente respuesta policial; por no pertenecer a ningún club o casino, porque la única identidad grupal está en relación con los quintiles de pobreza; por el espanto del desangre carcelario para volver al aniquilamiento diario; por el desempleo, informalidad y precarización laboral en un ambiente de emprendimiento empresarial y banquero; por la asfixia del coronavirus y de las deudas; por la sed de justicia social; por las ganas de respirar.
¿Cómo es posible desdoblarse de estos elementos? Quien forma parte de la élite económica difícilmente sentirá algo parecido a lo descrito. Para estos grupos la pobreza es algo lejano y exótico, remotamente próxima a través de algún artículo académico o pasaje bíblico, así como mediante la exhibicionista caridad filantrópica. Para ellos no se abriga sensibilidad en este artículo, porque simplemente están determinados por los valores (intereses/negocios) de la clase alta.
Sin embargo, suprema preocupación gira en torno a los indeterminados, ahí donde el voto nulo intenta inocular una decisión. Curiosamente, el desprendimiento de esta iniciativa surge también de los denominados “sectores progresistas”; de quienes intentan mantener decoro académico y neutralidad científica; de quienes denuncian el impacto del capitalismo sobre el medio ambiente y la violencia de género en todas sus formas; de quienes se identifican con la rebeldía y lo barroco del indigenismo y mestizaje; de quienes votaron por Yaku tanto por su discurso como por su nombre.
A ellos se suman los “intelectuales” tradicionales que se acomodaron en el Estado bajo el decisionismo de un decadente, pero que aparecen como inmaculados cuando esgrimen una chispa de coherencia para no pasar desapercibidos en la vida pública, eso sí, sin poner en cuestión el modelo económico neoliberal. También están los que fuera del Estado reproducen la templanza puritana de la moralidad como “sano sentimiento del Pueblo”, los que encontraron en la lucha contra la corrupción su discurso y modus vivendi.
Ellos son los medias tintas. Los que Adorno desvistió en Minima Moralia. Los que cuando más los necesitas te dan la puñada por la espalda. Los que no desean cambiar la realidad porque de alguna u otra forma están usufructuando del status quo. Los que aconsejan home office a los trabajadores. Los que frente al hambre y la muerte te dicen “quédate en casa”.
Para los medias tintas el voto nulo significa no pasar la vergüenza de elegir públicamente por el candidato de la clase alta. No desean que sea la izquierda –con sus defectos y limitaciones– la que los gobierne, porque ahí han encontrado sus propios demonios. Y, además, porque se entregaron en cuerpo y alma a la voluntad de la información y a la moralidad de la élite económica. En el fondo, el voto nulo de los medias tintas es un voto para el banquero.
La nefasta administración pública ha convertido al Ecuador en un Estado fallido, inaugurando en su lugar un sistema de castas. Quizás sea este el modelo donde los medias tintas se sientan representados, pues ahí pueden exponer sus egos en el nirvana de su actitud acomodaticia. Sin embargo, Ecuador está en el peor momento de su “vida” política republicana. El Estado no da respuestas sociales, simplemente no funciona.
Para dejar de ser medias tintas hay que comenzar por tomar posición. No hay “tercera vía”. La alternativa está entre elegir la continuidad necropolítica o transformar la realidad, en cuyo lado está indudablemente constelado el binomio Arauz-Rabascall. Esto significa superar los demonios y deponer los egos, pero así mismo entender que los malos políticos matan, no sólo porque empuñan sus armas contra el pueblo, sino porque también lo desprotege y lo deja morir. Por ende, éste no es un tiempo de caprichos. En otras circunstancias el voto nulo puede significar una alternativa y respuesta, pero ¡esta vez no!
Jorge Vicente Paladines: Profesor de la Universidad Central del Ecuador