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Elecciones cruciales

Fuentes: El Cohete a la Luna

Los comicios en Brasil y en Estados Unidos influirán de forma significativa en Latinoamérica.

En los próximos dos meses se llevarán a cabo dos elecciones claves para el futuro de América Latina y el Caribe. La primera será en Brasil el 2 de octubre y la segunda en noviembre, cuando se realicen los comicios de medio término en Estados Unidos. La confrontación entre Lula y Bolsonaro exhibirá con toda crudeza la disputa central de los dos discursos hegemónicos con los que se tramita el devenir político de la región.

El primero de ellos –enunciado por el exsindicalista metalúrgico– repite el enfoque distribucionista, que supone circunscribir el poder de las corporaciones, las elites articuladas a las trasnacionales y los rancios resabios del Partido Militar. Bolsonaro, por su parte, pretenderá darle continuidad a su proyecto neoliberal autoritario, sostenido por exhortaciones totalitarias, arengas macartistas, misóginas, militaristas y despectivas con relación a las problemáticas producidas por el deterioro del medio ambiente.

Las elecciones de medio término en Estados Unidos, el 8 de noviembre, también tendrán consecuencias para la región. En esa votación se elegirán 34 de los 100 senadores y se renovarán en su totalidad los 435 cargos de la Cámara de Representantes. Además se elegirán 36 gobernadores, situación que contribuirá a mantener o modificar el mapa político interno. El comicio supondrá una evaluación sobre las políticas domésticas de Joe Biden, pero tendrá consecuencias internacionales innegables: una ventaja de los republicanos –encolumnados mayoritariamente detrás de Donald Trump– volverá a ubicar al ex-Presidente en el camino a las elecciones presidenciales de 2024, empoderando, en ese tránsito, a sus variados imitadores repartidos en los cinco continentes.

Los resultados del comicio en Estados Unidos pueden ser contradictorios pero siempre nocivos para el resto del mundo: el trumpismo ha sido más agresivo y represivo con los inmigrantes latinoamericanos y ha exacerbado las políticas injerencistas contra los países al sur del Río Bravo. Pero al mismo tiempo –en comparación con los modelos globalistas característicos de los demócratas– ha exhibido un menor interés por incentivar conflictos militares en Europa, como en el caso de Ucrania y el promovido por Biden en el sudeste asiático. Además, el rol jugado por el Estado de Florida en los comicios contribuirá a enardecer –o circunscribir– a los grupos más hostiles a toda tradición progresista, expresada por Andrés Manuel López Obrador, Lula o Luis Arce Catacora.

La primera vuelta en Brasil se realizará el 2 de octubre. En esa instancia se votará para elegir al Presidente, 513 escaños de la Cámara de Diputados y 27 de los 81 escaños del Senado Federal. En el caso de que ninguno de los candidatos alcance la mitad de los votos escrutados se llegará a una segunda vuelta el domingo 30 de octubre. Las encuestas posicionan a Lula como ganador el 2 de octubre, sin garantizar su triunfo en primera vuelta. De no obtenerlo, todos los sondeos coinciden en que sería electo un mes después en el balotaje.

Las elecciones en Brasil influirán en el devenir político de la Argentina, que en 2023 deberá refrendar la continuidad del proyecto popular del Frente de Todos frente al bolsonarismo macrista, hegemónico dentro de la alianza cambiemita. Las competencias electorales de Latinoamérica y el Caribe se verán en los próximos años atravesadas por la continuidad de un discurso de perfil ultraliberal, ajeno a cualquier compromiso de responsabilidad institucional. Ese clima de época termina configurando un tablero atravesado por una contradicción medular: una derecha radicalizada que teme perder espacios de poder económico –con un consiguiente deterioro de su participación en la riqueza y la renta– y unos movimientos populares que pujan por la democratización de los bienes y servicios públicos.

Decálogo

Demonización política y criminalización a cargo del Partido Judicial.

Frente a este peligro para la derecha en América Latina, planteado desde la irrupción de Hugo Chávez el 2 de febrero de 1999, se fue configurando un nuevo decálogo del neofascismo regional. Una cultura política que no soporta verse en el espejo de su pasado italiano o alemán pero que comulga con sus antecedentes de autoritarismo y violencia. El compendio que los emparenta tiene en común las siguientes dimensiones:

  • La asimilación de la política con la corrupción.
  • El neo-macartismo hacia los movimientos populares, el progresismo, la izquierda y las organizaciones comunitarias y sociales, los pueblos originarios y el ambientalismo.
  • La criminalización jurídica de los referentes que se enfrentan al neoliberalismo.
  • La oligopolización material o simbólica de las usinas de propagandización mediática, dispuesta para sembrar el pánico moral, demonizar e imponer agendas.
  • El uso de la inteligencia artificial, los algoritmos y las redes sociales como plataformas de diseminación del odio social.
  • La apelación sistemática a las noticias falsas.
  • El contubernio con representantes de las religiosidades basadas en teologías de la prosperidad.
  • La meritocracia racista.
  • La reivindicación de las armas para uso personal y la progresiva militarización de la sociedad civil.
  • Los discursos despreciativos hacia las perspectivas de género y los migrantes.

“No quiero que mi hija de 11 años, que es mi mayor patrimonio –señaló el actual Presidente de Brasil en un reciente mitin–, vaya a la escuela y se encuentre a un grandulón de 15 años en el mismo baño. Este canalla [por Lula] quiere a la ideología de género”. Ese mismo énfasis dispuesto para reivindicar las prácticas patriarcales es el que se asocia al armamentismo ciudadano promovido desde el gobierno: “un pueblo armado jamás será esclavizado”, señaló en mayo después de acumular 30 resoluciones destinadas a facilitar la adquisición y la portación de armas. Algunos de esos decretos terminaron siendo bloqueados por diferentes operadores judiciales. Una de las consecuencias del incremento de la venta de armas fue la acumulación de dichos pertrechos por parte de los narcotraficantes y los grupos paramilitares. Según el Mapa dos Grupos Armados, divulgado la última semana por el Instituto Fogo Cruzado de la Universidad de Federal Fluminense (GENI-UFF), los colectivos criminales fueron los más beneficiados por las decisiones de Bolsonaro.

Sembrar miedo y odio

En Brasil las noticias falsas ocupan un lugar de preocupación social relevante.

La diseminación del miedo –que se asemeja a otras operaciones de guerra cognitiva desatadas en la región– incluye las noticias falsas respecto a que el PT, en caso de ganar las elecciones, clausurará las iglesias. Para rebatir esa fake news, Lula ha creado un clip de 30 segundos titulado No creas en fantasmas, orientado a desmentir la calumnia. La proliferación de esas falsedades llevó a que varias organizaciones de la sociedad civil iniciaran un debate sobre la regulación de dichas operaciones. Bolsonaro les respondió: “¡Sabemos de la lucha del bien contra el mal. Defendemos la libertad absoluta, si alguien se ofende va a la Justicia, pero no podemos crear leyes como la de las fake news”. Bolsonaro cuenta con 43 millones de seguidores en Internet –reales o ficticios–, el triple de los que tiene el candidato petista. El actual mandatario cuenta con un soporte mediático de campaña, titulado Lulaflix, donde se divulgan las “verdades sobre el ex presidiario”.

El 14 de septiembre, el diputado bolsonarista Douglas García agredió a la periodista Vera Magalhaes durante un debate entre aspirantes al gobierno del Estado de Sao Paulo. “Usted es una vergüenza para el periodismo brasileño”, le dijo al escuchar las preguntas incisivas que le hacían. El candidato del PT expresó a través de Twitter: “Triste por la falta de respeto a la periodista Vera Magalhaes (…) Los debates deben ser noticia por las propuestas, no por los ataques contra mujeres periodistas, promovidos por quienes viven del odio y no les gusta la democracia”. Una calificación del mismo tenor había sido proferida por el propio Bolsonaro –contra la misma periodista– en el primer debate de candidatos a las elecciones presidenciales: “Creo que duermes pensando en mí. Sientes alguna pasión por mí”, le apuntó Bolsonaro, ante la sorpresa de los presentes.

En relación al comicio, el mandatario brasileño ha reiterado, durante los últimos meses que se avecina un fraude electoral. En la última semana de agosto advirtióademás que sólo aceptará el resultado “si es limpio y transparente”. Durante un acto de campaña en la localidad de Presidente Prudente, en San Pablo, afirmó que “no hay ninguna posibilidad de perder las elecciones”, y volvió a repetir que no aceptará el resultado si es derrotado. La intención de sembrar dudas sobre el comicio es una imitación literal de la estrategia aplicada por Trump durante el año previo al comicio del 3 de noviembre de 2020, con la intención de promover una sublevación similar a la generada el 6 de enero de 2021 en el Capitolio.

Frente a esa posibilidad, el mandatario chileno Gabriel Boric adelantó la necesidad de prever una respuesta unificada: “Si hay un intento como el que pasó, por ejemplo, en Bolivia, donde se denunció un fraude que no existió y terminó validando un golpe de Estado, América Latina tendrá que reaccionar unida para evitarlo”. Joe Biden advirtió, el 1 de septiembre, que “la democracia no puede sobrevivir cuando un lado cree que solo hay dos resultados en una elección: o gana o fue engañado”. La ventaja del excapitán en el mundo digital es considerable. Prioriza su cuenta de Telegram con 1.300.000 seguidores.

La filósofa brasileña Marcia Tiburi, autora del extraordinario ensayo Cómo conversar con un fascistaexiliada en Francia como resultado de las persecuciones bolsonaristas, postula que el debate público con los portadores del odio social debe ser una tarea central de la etapa política: hay que desenmascararlos, hay que exhibirlos en su cobardía, hay que –sobre todo– demostrarles que no les tenemos miedo.

Marcia Tiburi.

Fuente: https://www.elcohetealaluna.com/elecciones-cruciales/