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Elegía

Fuentes: Iniciativa Debate

Será que todos tenemos un límite. Será que veo a personas a las que respeto con los mismos síntomas. Será que hoy el cielo está gris. O será que no obtener resultados tangibles acaba por minar la moral. El caso es que he creído perder la ilusión, la esperanza y hasta la empatía. O será, […]

Será que todos tenemos un límite. Será que veo a personas a las que respeto con los mismos síntomas. Será que hoy el cielo está gris. O será que no obtener resultados tangibles acaba por minar la moral. El caso es que he creído perder la ilusión, la esperanza y hasta la empatía.

O será, y quizá esto es lo más certero, que he acabado como otros, hablando de lo que a algunos interesa. Que me preocupa el déficit por cuenta corriente, el riesgo país, la paga extra que no cobrarán los empleados públicos, o el número de ciudadanos que acude a comedores sociales. Será que ahora me preocupa el resultado y no el origen de la situación y su destino.

Será que me he convertido en un serio adulto muy civilizado. Será que me he puesto las orejeras para no perder la linde que marca el grupo, y que por eso he olvidado los sueños que un día me hicieron querer participar en esto que llamamos sociedad, convencido de que mis palabras tenían verdad.

Será, será…

Muchas veces me he preguntado, especialmente en las últimas fechas, cómo logran algunas contadas personas mantener el nivel de compromiso a lo largo de toda una vida. Cuando lo hago, siempre me vienen a la mente los nombres de contemporáneos como Fernández Buey, García Rúa, y otros muchos descarados impenitentes que, aunque cada cual desde su perspectiva, sí han coincidido apostando por una mal llamada utopía (porque nada es más utópico que lo que estamos viviendo).

Y quizá esa es la clave, aunque haya tardado demasiado tiempo en apercibirme de ello.

Arrastrados por las circunstancias, acabamos trasladando nuestra vocación hacia paralelos imperfectos que cada día se alejan más de nuestro objetivo, y que según aumentan la distancia, van reduciendo nuestra anexión, porque esa ya no es nuestra causa. Lo espinoso de todo esto es, en cualquier caso, no darse cuenta a tiempo de lo que está sucediendo, y confundir la falta de norte con la falta de ilusión, hasta darse por vencido.

Creo que si bien aún no he aprendido a desmarcarme, sí empiezo a tener claro que lo importante es no dejarse llevar por la corriente, por cálidas que sean las aguas o por cercano que sintamos el río, porque la evolución (que se dará, que se está dando y que siempre ha existido) no se nutre de la nada. En román paladino, y en lo personal, creo que algunos podemos aportar, cada uno en la medida que la naturaleza quiera, mucho más andando nuestro propio camino, que uniéndonos a una riada que ya cuenta con el enorme caudal que le ha proporcionado la apertura de la presa, y en la que más que sumar, quedaríamos definitivamente diluidos, o peor, engullidos por un remolino. Y creo que mi camino no pasa por recorrer la senda de la reivindicación de lo eliminado, sino por la de la exigencia de lo nunca alcanzado.

No creo, sino sé, que cuando la mayoría de la población se mostraba como mínimo, conforme con nuestro modelo de convivencia, con nuestra estructura social y económica, y con el progreso de aquella forma de sociedad, yo solo veía oscuridad hasta el punto de decidir desmarcarme de la vorágine, prefiriendo pacer lejos del mundanal ruido y de una sociedad que mayoritariamente casi se ufanaba del desarrollo logrado.

Por tanto, si quiero mantener el ánimo, y por mucho que me duela la situación actual de tanta gente, debo reforzar convicciones y definir mis objetivos, que en ningún caso pasan por reivindicar la alienación del trabajo asalariado, con o sin remuneración digna, o con o sin pagas extra. Ni pasa por recuperar una educación que nunca ha sido enseñanza para formar personas, sino para proveer al sistema de mano de obra y consumidores. Ni pasa por pedir volver a una sanidad destinada en demasiados casos a cronificar dolencias, por mucho que fuera mejor que aquello en lo que la están convirtiendo. Ni tanto menos pasa por pretender mantener la desigualdad de un modelo en el que los desfavorecidos ni saben que lo son, y se conforman con adquirir vivencias, gadgets y servicios que no necesitarían (-amos) si no tuvieran que rellenar el vacío inmenso que produce una existencia adulterada.

Seguramente mi posición acabe siendo tan útil como la de los que piden el restablecimiento del estatus previo. O lo que es lo mismo: no servirá de nada. Pero al menos no me sentiré desplazado y confundido, y por consiguiente, hastiado, exigiendo la restitución de aquello contra lo que siempre me he enfrentado.

Prefiero, o mejor, necesito, gastar mi discreta energía, y es lo que haré, repitiendo una y mil veces con datos, con documentos, con estadísticas, con muestras y con comparativas, que otro mundo más solidario, más humano, más completo, más cómodo y feliz, es no solo deseable, sino que es materialmente posible. Y que lo único que nos separa de él, somos este nosotr@s artificial.

P.S.

Un apunte para los que quieren recuperar su estado de consumidores en semi-esclavitud.

Los manuales del buen negociador siempre han recomendado enfrentar estas situaciones alejados del objetivo. Por tanto, si lo que quieres es no perder tu paga, exige un aumento de salario. Si lo que quieres es no hacer más horas, exige una reducción de jornada. Si lo que quieres es que no despidan compañeros, exige la incorporación de plantilla. Y todo esto, obviamente, mejor si es por adelantado, documentando su viabilidad, y con medidas que fuercen por necesidad esa negociación entre las partes, si es que esta es previamente inexistente (dícese paralizando indefinidamente la actividad, o incluso añadiendo amenazas y boicot, y yendo a por todas asumiendo que las consecuencias pueden ser graves, y activando preventivamente la solidaridad para contrarrestarlas). Todo lo que no sea así, carece de utilidad, excepto como espectáculo.

P.S.2

Elegía: primera persona del singular del imperfecto de indicativo del verbo elegir.

Elegía: Composición poética del género lírico, en que se lamenta la muerte de una persona o cualquier otro caso o acontecimiento digno de ser llorado, y la cual en español se escribe generalmente en tercetos o en verso libre. Entre los griegos y latinos, se componía de hexámetros y pentámetros, y admitía también asuntos placenteros.

Recuerde el alma dormida
avive el seso y despierte
contemplando
como se pasa la vida
como se viene la muerte,
tan callando;
cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,
cualquier tiempo pasado,
fue mejor.

Jorge Manrique.

Fuente: http://iniciativadebate.org/2013/02/23/elegia/