Me estremecieron mujeres / Que la historia anotó entre laureles / Y otras desconocidas, gigantes / Que no hay libro que las aguante. -«Mujeres», canción de Silvio Rodríguez.
Ella es el envés excepcional de su principal adversario electoral. Ocurre a veces cuando todas las banderas tienen colores de desesperanzas y suceden estos prodigios que, aunque están a un jeme de nuestras narices, no todos (ni todas) apreciamos las personalidades decisivas en las transformaciones. Aquello y más son estas elecciones de este 2025.
Un siglo después de la Revolución Juliana, ocurrida el 9 de julio de 1925. Hasta ese bendito día, la gente ecuatoriana padecía parecidas desventuras a las de este tiempo de ahora. La historia del Ecuador se repite y para nada como farsa, al contrario es una prolongada tragedia. La mortandad aumentó a inicios de este mes de enero de 2025, como para evaporar cualquier duda sobre la sentencia hegeliana-marxiana (por Georg W. Hegel y Karl Marx). Ahora allá, donde ella nació, también se salmodia con aquello de no hay plazos que no se cumplan ni deudas que no se paguen.
Al Ecuador se le cumplieron todos los plazos y las deudas, las que sean, y no le dan un respiro. Un siglo después, es imprescindible, revolucionar al país. Sin demoras, porque el costo de sobrevivir a cada catástrofe es aumenta. Y postergar, aunque más no sea un chininín de tiempo más este infortunio nacional equivale a mala voluntad criminal. Mala y criminal, sin importar el orden. Y esta vez todos los procesos históricos convergen hacia las mujeres y de entre ellas, ella. Nuestra hora es suya. Como ya lo dijimos alguna vez, de su verosímil axê ahora es imposible prescindir. La gente de barriadas urbanas y parroquias rurales, quienes al persignarse, en el umbral de la desesperanza, constatan la pesadez insoportable de la cruz económica del actual Gobierno de los angurrientos de este siglo XXI. En sus últimos recuerdos de las clases de historia deberían recordar la Revolución Juliana de 1925. Y coincidir que es el turno imprevisto de las mujeres, de ellas. De ella.
El maestro Catalino Curet Alonso (1926-2003) puso este verso en boca de otro excelso, Ismael Rivera (1931-1987), en referencia a las caras lindas: “Desfile de negrura de la pura, que viene de allá abajo”. O sea de barrio adentro. O sea de alguna parroquia rural de nombre olvidado por el Gobierno angurriento (exacto, el actual) y quizás por partes de la sociedad ecuatoriana canibalizada a cuentos por los medias conservadores. U ocurre como en la República de Haití, de 1804, todos somos aquello que somos. Y algunas mujeres fueron, van e irán más allá de cualquier límite machista con su cimarronismo del más puro porque es destilado por los avatares históricos de los pueblos en rebelión. Cimarronismo activado por sus historias de vida, por no desmerecer ningún desafío, porque para ellas no hay misión política impostergable, ni derrotas admisibles porque a la fatalidad del destino se le corrige el rumbo todos los días y cada día es una oportunidad de triunfos impostergables. Esas son ellas, las mujeres ecuatorianas (y americanas). Sin omitir su diversidad cultural. Y es ella, en este centenario de revolución. Su sola presencia ya es una Revolución, repetimos las palabras del Cimarrón Mayor, Jaime Hurtado González, para otra circunstancia histórica.
Ella no es distinta, ni nunca pretendió distanciarse del gentío ecuatoriano que viene de allá abajo y no se obliga a mimetizarse (para su adversario electoral eso es tremendamente complicado), porque es su historia de vida y su historia política. Ella está donde siempre estuvo y nunca como víctima sistémica. O quizás, como en nuestra cultura afropacífica colombo-ecuatoriana, tiene un irrompible ombligamiento simbólico con la territorialidad manaba, costeña, ecuatoriana de manera definitiva.
Ella viene de Canuto, cantón Chone, provincia de Manabí. Ella es manaba. O manabita si quieren. Como se quiera referenciarla ella es jututa[1]. Este jazzman prefiere el primer gentilicio. Y no sería nada extraordinario suponer que desciende de esos manabas, mujeres y hombres, liderados por Eloy Alfaro Delgado. Ellos y ellas arracimados con esmeraldeños, guayasenses, orenses y fluminenses subieron la cordillera hasta consolidar lo iniciado el 5 de junio de 1895. (Como que todo es 5). Ese arracimamiento ecuatoriano logró empujar al Ecuador al siglo XX, a contrapelo de los injusto privilegios de grupos sociales antecesores a los actuales. Vean ustedes, antes fue el Viejo Luchador, ahora es una mujer de Manabí, es ella quien afina el espeso e insoportable ambiente social ecuatoriano. Sí, ella es Luisa González Alcívar.
Notas:
[1] Bantuismo que significa auténtico o auténtica.
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