En septiembre de 2005 el álbum Help: A Day in The Life, grabado en 24 horas por una serie de artistas incluyendo Radiohead y Coldplay, se convirtió en el álbum descargado por Internet con mayor éxito de ventas de todos los tiempos. Todas las ganancias fueron para asistir a niños y niñas afectados por conflictos violentos en todo el mundo. Los músicos que participaron se unieron a esta causa, pero sólo uno comprendió por completo la espantosa realidad de su misión: Emmanuel Jal, que fue en un tiempo niño soldado en Sudán y es ahora una estrella en auge del rap africano.
El álbum de Jal, Ceasefire, es un llamamiento a la paz, más que una petición de dinero. Y aunque ahora Jal es un portavoz poderoso en campañas como Make Poverty History y la Coalición para acabar con la utilización de niños y niñas soldados, es su música -una mezcla de la antigua y la nueva África- la que lo llevado a la cima. Para cualquier otro joven artista, aparecer en un éxito rotundo, como Live 8, sería un hito en su carrera. En el caso de Jal, es uno de los acontecimientos menos dramáticos de su vida hasta el momento.
Como niño de la guerra, Jal tiene recuerdos dolorosamente vivos de sus primeros años. Sin Embargo, ciertos detalles, como su fecha de nacimiento, se han perdido en el camino. «Normalmente, digo la fecha de 1 de enero de 1980. Pero pregunta a 50.000 niños y niñas soldados y todos te dirán el 1 de enero», dice Jal con una risita y agitando sus largas y expresivas manos. Está recordando a sus amigos, con los que fue enviado, con unos siete años, a Etiopía, para escapar a la violenta guerra civil entre el sur cristiano de Sudán, donde él había nacido, y el norte musulmán.
En Etiopía los niños y niñas recibían libros y lecciones de inglés, pero cuando las agencias de ayuda se ausentaron, el Ejército de Liberación del Pueblo de Sudán (SPLA) les dio AK-47 y uniformes y los envió al combate, primero en Etiopía y luego al sur de Sudán. Jal, un oficial de nueve años con la pasión de aquel que lucha por la libertad, vio pocas veces la cara de sus enemigos, que sobre todo atacaban a los niños y niñas combatientes con helicópteros y obuses. «La gente joven es muy valiente cuando va a luchar -dice-. Antes del combate, tienes miedo, pero cuando disparas te viene esa fuerza. Lo que no sabes es que puedes morir en el acto.»
Al volverse las facciones del SPLA unas contra otras, Jal y otros 400 niños y niñas y niñas escaparon en busca de seguridad. Semanas más tarde, cuando lograron llegar a un campamento rebelde enemigo en Waat, eran menos de una docena. El resto había muerto por la guerra, el hambre, los ataques de animales y los suicidios. Fue en este campamento donde Jal se encontró con Emma McCune, una cooperante británica que se fijó en el niño, lo adoptó y lo llevó escondido en un vuelo rumbo a una nueva vida en Nairobi. Tres meses más tarde, Emma murió en accidente de tráfico. (Nicole Kidman hace el papel de McCune en una película biográfica del director Tony Scott)
De forma irónica, sin un arma para reforzar su coraje, a Jal le resultaba Nairobi un lugar aterrador. Recordando cómo en las peores horas de su travesía del desierto, sus oraciones «al Dios de mi madre» habían sido contestadas, comenzó a ir a la iglesia y se unió al coro religioso. Tuvo una visión que le dijo que utilizara su voz para aliviar su dolor. Su inspiración puede haber sido divina, pero escogió expresarse en los ritmos terrenales del hip-hop americano. Cuando Jal empezó a cantar rap en la iglesia, la congregación no estaba segura. Pero en 2004, cuando lanzó su single Gua, en el que canta rap en árabe, inglés, dinka y su lengua nativa, nuer, todos en Kenya se volvieron locos por él. Se mantuvo en el primer puesto de ventas durante ocho semanas. Aunque se suele describir a Jal como un cristiano rapero, él sueña con una paz laica en Sudán, con el día «en que mi gente plantará semillas en su tierra / en que mi gente será libre en la tierra.»
El mismo mensaje resonaba en Abdel Gadir Salim, un cantante árabe tradicional de 58 años que tocaba el oud (un tipo de laúd). Salim procedía del norte de Sudán, y su lucha por la libertad fue también sangrienta: fue herido en 1994 por un militante islámico que empuñaba un cuchillo. Salim invitó a Jal a colaborar con él en Ceasefire -10 canciones en la que se encuentran todos sus conflictos religiosos, culturales y de edad. En Lemon Bara, Salim canta como un poeta de «lágrimas que riegan la sequía» mientras que Jal se eleva sobre la percusión de Aiwa con el rap «si tienes amor, tienes la victoria.» Ambos cantantes, juntos en Ya Salam, saludan la nueva y frágil paz de Sudán como un tiempo para tomar aliento.
Cantado en las muchas lenguas de África, uniendo ritmos antiguos con un optimismo juvenil moderno, Ceasefire es un recordatorio de que la paz necesita oídos abiertos tanto como ayuda económica. Hay que reconocer que es también uno de los álbumes más frescos y modernos que se han hecho.
Preguntas a Emmanuel Jal
– ¿Tienes algunos recuerdos felices de tu niñez?
– Mis primeros recuerdos son de cuando tenía cinco años, cuando vivía con toda mi familia y había guerra aquí y allá. Yo oía que tal o tal persona habían muerto. Como niño, no sabía lo que querían decir con «morir». Así que crecí en un lugar donde la gente moría todo el tiempo, pero donde no se permitía que un niño viese un cadáver. Cuando preguntabas ¿dónde está ese o aquel? te respondían que se había marchado a otro mundo, donde viviremos todos en el futuro. No hay recuerdos felices. Sólo había violencia, trauma, guerra. Eso es lo que recuerdo.
– ¿Cuál fue tu primera experiencia de combate?
– Tuve uno «suave» a los nueve años. Estábamos cerca de una aldea y a veces íbamos a robar animales. Practicábamos como si fuéramos a luchar. Eran las cosas terribles que haría un niño. Luego cavábamos un agujero y enterrábamos a la vaca o a la oveja en la arena a lo largo del río y nos sentábamos encima. El propietario nos preguntaba «¿Habéis visto mi vaca?» y nosotros estábamos sentados encima diciendo «No». Luego, por la noche, la llevábamos al campamento. Cuando los habitantes de la aldea lo descubrieron, nos atacaron. Fue terrible porque mataron a algunos de los nuestros. Pero conseguimos quemar todas sus aldeas, lo que realmente estuvo mal. Esa fue mi primera experiencia militar y todos decían cosas como «¡Sí! ahora ya somos soldados». Luego fuimos a defender Etiopía de ser derrocada. Pero perdimos la batalla y tuvimos que abrirnos camino hacia el sur. Miles murieron en el río porque no sabían nadar. Un grupo se fue a Kenya, pero yo acabé en Juba, al sur de Sudán. Allí fue donde ocurrieron las cosas más terribles. Los jóvenes son valientes cuando van a combatir. Antes, tienes miedo, pero cuando disparas sacas fuerzas. Lo que no sabes, es que puedes morir en el acto.
– ¿Sabías para qué luchabas?
– Sí. Por la libertad. Porque el gobierno de Sudán era opresor. Llevaron a Sudán la ley Shari’a, lo que significa que si no eres musulmán eres considerado no creyente y no consigues un buen trabajo. Existía la esclavitud. Si eras negro, se suponía que tenías que ser su criado. Esto es lo que yo sabía. Cuando el SPLA se deshizo en facciones fue cuando perdí la motivación para luchar por ellos, porque estábamos luchando los unos contra los otros.
– ¿Eras un cristiano devoto por entonces?
– Muchos sudaneses eligen ser cristianos antes que musulmanes para sentirse más fuertes. Mi madre era musulmana, pero se convirtió al cristianismo después. En nuestros momentos más terribles, solía rezar cuando huíamos, y nos decía, «No os preocupéis, todo va bien. Hay alguien llamado Dios que nos guarda». Por eso, en mis peores momentos recuerdo que decía, «Dios de mi madre, cuídame» Eso fue lo que hizo fuerte mi fe.
– ¿Cuándo empezaste a hacer música?
– En el año 2000 en la iglesia, porque era allí donde había esperanza. Yo observaba mi vida y decía: «He estado en el infierno, y me dicen que hay otro. ¿Por qué elegir eso cuando tengo otra opción? Así que iba a la iglesia y me uní al coro. Celebrábamos conciertos en la iglesia y en la escuela. Luego empecé con el rap. La gente venía y observaba. Al principio les costaba entenderlo, pero luego les gustaba. El rap estaba empezando entonces en Nairobi. Ahora es fuerte.
– ¿No crees que sea irónico que la música rap se asocie a menudo con armas y violencia?
– He visto a esa gente. Tienen tanto odio y amargura. Muchos de ellos quieren luchar contra un enemigo que no pueden ver, así que terminan siendo violentos con los que tienen alrededor. Es porque han sido esclavos, en la pobreza y en un lugar violento. Yo también tenía la misma violencia, la misma amargura, pero cambié. Me cambió la creencia cristiana de que hay que perdonar al enemigo. Y también personas como Nelson Mandela, que sufrió tanto pero que seguía pronunciando palabras de paz, y lo que decía está salvando a Sudáfrica ahora. Hay que dar seguridad al enemigo, para que confíen en ti. Porque están inseguros, creen que vas a llevarte lo que tienen.
– Ahora trabajas mucho para organizaciones de caridad, tratando de hacer cosas buenas en África. ¿Qué es lo que cambiará realmente el continente? ¿Y qué papel puedes jugar tú en ello?
– Puede ser que yo sea capaz de cambiar cosas porque cuando la gente oye la voz de alguien que ha sufrido, está dispuesta a dar más. Pero lo principal es que yo quiero que África participe en un comercio justo. Y tiene que llevarse a cabo la cancelación de la deuda, porque África no puede permitirse pagar si no hay un comercio justo. El mundo está en deuda con África, pero no pueden hacer pagar por el dolor que han causado…Y quiero empezar una campaña para acabar con la corrupción en Kenya [donde vive ahora Jal] diciendo a todos que es nuestra responsabilidad. Porque si no lo hacemos, la corrupción matará a Kenya. Kenya se vendrá abajo.
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