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En Chile que gane la derecha no es sorpresa…

Fuentes: www.latinoamerica21.org

 Como después de la final de un campeonato de fútbol, los análisis más descarnados salen cuando el árbitro toca el silbato y los jugadores, sucios y sudados bajan a los vestuarios celebrando su triunfo o rumiando la derrota. Una cosa similar pasa con las elecciones presidenciales. Piñera, un empresario que decidió volcarse a la política […]

 Como después de la final de un campeonato de fútbol, los análisis más descarnados salen cuando el árbitro toca el silbato y los jugadores, sucios y sudados bajan a los vestuarios celebrando su triunfo o rumiando la derrota. Una cosa similar pasa con las elecciones presidenciales.

Piñera, un empresario que decidió volcarse a la política ganó las elecciones en Chile y se apresta a ponerse la banda presidencial en marzo del 2010. La noticia causó una particular inquietud en ciertos analistas quienes, con sorpresa, difícilmente se explican como una derecha mundialmente vinculada al dictador Pinochet pudo ganarse la confianza de millones de chilenos.

Lo cierto es que, para la estadística, es necesario tomar en cuenta el resultado de encuentros electorales anteriores. Casi nadie hace referencia a que ya el año 1999, cuando en iguales condiciones se encontraron en la elección final , Lagos por la Concertación de Partidos y Lavín por la Derecha, el primero se llevó la banda presidencial por apenas 180 mil votos. Un resultado casi marginal. Algo muy parecido pasó esta vez. Piñera ganó por 220 mil votos. O sea, entre el año 1999 y el año 2009, la derecha ha venido manteniendo abierta su posibilidad de acceso al gobierno, con una base de votos de más de 3 millones de electores.

Por ello no es cierto, eso de que Chile se haya derechizado hace poco. El peso ideológico, económico y político de la derecha ha venido consolidándose los últimos 15 años, bajo la propia sombra de la Concertación de Partidos.

En la pasada elección, el candidato de «centro», Frei , jugó con un discurso «neo» estatista, apelando continuamente a la necesidad de que el Estado recuperara el rol central que tenía en la vida del país. El discurso resulta aun más falso al venir de uno de los presidentes que durante su mandato (1994-2000) impulsó de manera decidida la liberalización de la economía y defendió a los empresarios como el motor del país.

La derecha en Chile ha crecido en un terreno fértil. Abonado por las políticas neoliberales de los gobiernos de la Concertación y sostenido por aparato ideológico conservador que controla los medios de comunicación en un 95%. El Chile actual transpira competitividad, arribismo y clasismo.

Uno de los grandes logros de la Concertación fue el haber dotado de gobernabilidad a un país quebrado por la mano dura del dictador Pinochet. Y esto pasó por lograr que de la cabeza del chileno común desapareciese la imagen de un Estado, como un ente real, asociado a su cotidianidad. En un país en donde la frase más usada durante años fue «sálvate solo», el individualismo ha permeado todas las capas de la sociedad.

Durante los 20 años de la Concertación, los partidos, en una sola voz, desmotaron prácticamente toda una identidad de imagen país, basada sobre la posibilidad de ver a Chile como un espacio de construcción común, articulado en torno a la figura del Estado.

Por ello, Frei y su manoseado y confuso discurso estatista resultó poco creíble. Piñera y su discurso de «Para este Chile empresarial, qué mejor que un empresario», cayó casi como lógico.

Pero los datos de la estadística también nos alumbran sobre otras cosas. Si miramos las cifras de crecimiento demográfico, en Chile el año 1989 constan 13 millones de chilenos. El año 2010 esta cifra se empina por sobre los 17 millones. Sin embargo, resulta hasta impactante ver como en cada una de las 5 pasadas elecciones presidenciales entre el 1989 y 2010 la cifra de votantes no varía y se mantiene casi estática en los 7 millones.

Lo cierto es que con la idea de hacer desaparecer el Estado como actor principal de la actividad social, también se fue la del interés por lo público. Son ya más de 5 millones los chilenos en edad de votar que, por una u otra razón, no participan de los procesos electorales. Entre ellos abundan sobre todo los jóvenes para quienes los partidos, el gobierno, o el parlamento están tan lejos de sus preocupaciones como la física cuántica.

La política partidista es un espacio desprestigiado. Y los procesos electorales no ocupan un interés central entre las inquietudes de los ciudadanos. Por ello las elecciones, más allá de lo que digan algunos, solo entregan una visión parcial de las inquietudes de los chilenos.

Si las pasadas elecciones de sirvieron para algo esto fue para demostrar que lo que avanza en Chile es el desprestigio de la «clase política». Y ese es tal vez el dato más relevante que emerge de las pasadas elecciones.

El gobierno derechista de Piñera enfrentará el reto histórico de ser capaz de estar detrás y delante del escenario al mismo tiempo. Como Berlusconi en Italia, o Uribe en Colombia, está demostrado de que se puede ser un empresario y un presidente al mismo tiempo. El Estado en su fase neoliberal (aunque sea en un momento de cierta inestabilidad) se acomoda a este tipo de situaciones. Las asimila en un contexto de transformación de lo que hasta ahora hemos entendido por democracia, en su forma liberal.

Así como Evo y Chavez buscan una reformulación del Estado por el lado de la izquierda, las derechas también buscan adecuar esta democracia liberal a las nuevas condiciones.

A Chile, como dice un dicho popular «le toca bailar con la fea». En términos estrictos debiéramos decir que hace casi 40 años, desde la elección de Salvador Allende, que el pueblo chileno no tiene un gobierno que ponga en el centro el bienestar de los ciudadanos por encima de los intereses de los poderosos.

Piñera y su gobierno mantendrán la línea económica de los gobiernos de la Concertación. Promoverá un gobierno «más eficiente» e incrementará la represión sobre los sectores sociales que se atrevan a demostrar su descontento. Será algo así como la versión 2.0 del modelo político anterior.

Su fracaso dependerá ya no de las fuerzas políticas tradicionales sino de iniciativas políticas surgidas de las propias luchas del pueblo.

www.latinoamerica21.org