Como suele ocurrir en los artículos y ensayos de Gilad Atzmon, su reciente trabajo, «Pascua especial: Yavé y armas de destrucción masiva» [1], contiene numerosas reflexiones, informaciones y verdades de interés. Es difícil no aprender de los escritos de este gran saxofonista y activista. Empero, en mi opinión, su documentada, justificada y tenaz lucha contra […]
Como suele ocurrir en los artículos y ensayos de Gilad Atzmon, su reciente trabajo, «Pascua especial: Yavé y armas de destrucción masiva» [1], contiene numerosas reflexiones, informaciones y verdades de interés. Es difícil no aprender de los escritos de este gran saxofonista y activista. Empero, en mi opinión, su documentada, justificada y tenaz lucha contra el sionismo (que comparto) le lleva, en ocasiones, a no matizar de forma suficiente. Y matiz, como decía un maestro de muchos de nosotros [2], es concepto.
Más en concreto. No mucha gente sabe, escribe en su texto, «que el genio malo que introdujo en nuestro universo las armas de destrucción masiva fue el químico judío alemán Fritz Haber». Por su trabajo en el servicio del ministerio de Defensa alemán en el momento de la I Guerra Mundial, «Haber es considerado el padre de la guerra química. Haber fue pionero en la militarización del cloro y otros gases venenosos durante la Primera Guerra Mundial. Murió en 1934 en su camino de emigración a Palestina». Y tiene razón aquí, toda la razón.
No la tiene, en cambio, cuando afirma sin matices y sin explicaciones anexas, que «también hay que señalar que fue el «pacifista» [el entrecomillado sarcarcástico es suyo] judío Albert Einstein quien, junto con Leo Szilard (otro físico judío), inició el Proyecto Manhattan para producir las primeras armas nucleares. En 1939 fue Einstein quien propuso al presidente Roosevelt que Estados Unidos comenzara su proyecto de energía nuclear». No tiene razón, decía, en resaltar que Szilard y Einstein eran judíos (cosa más que accesoria en ambos casos) y menos aún cuando no explica las dudas de ambos y, sobre todo, el convencimiento, entonces más que razonable, de que el nazismo, los físicos alemanas que colaboraban con él, estaban en condiciones de obtener la bomba atómica. Basta pensar en los grandes nombres de la física alemana de los años treinta y en la potencia de su industria para inferir que la creencia de Szilard y Einstein no era ninguna ensoñación. Por lo demás, y como es sabido, el uso de la bomba atómica en Nagasaki e Hiroshima, decisión que ellos nunca apoyaron, fue motivo de una profunda autocrítica por parte de ambos. La afirmación, secundaria en este caso, de que Estados Unidos «comenzara su proyecto de energía nuclear» en 1939 desconoce datos básicos de la historia atómica del gran Imperio.
Ni que decir tiene, prosigue Atzmon, que «el Proyecto Manhattan estaba inundado de científicos alemanes judíos trabajando día y noche para construir una bomba nuclear, con la esperanza de llevar la destrucción total a Alemania y su gente (no sólo al régimen)». Esta nueva afirmación no tiene absolutamente ningún fundamento. Ninguno. Nada hace hace pensar que ese, nada menos que la destrucción de Alemania y de su gente, fuese el propósito del proyecto Manhattan.
Tiene mejor información Atzmon, desde luego, cuando recuerda que «sólo unos pocos años más tarde, en la década de 1950, David Ben Gurion y Shimon Peres decidieron introducir en el Oriente Medio armas de destrucción masiva, con el lanzamiento del proyecto nuclear israelí y también con los productos químicos de laboratorio israelí y la guerra biológica desarrollada en el Instituto de Investigaciones Biológicas de Israel, en Nes Ziona», pero es casi insulto, y me quedo corto, cuando apunta que uno puede preguntarse, «¿qué es lo que motiva a los genios científicos judíos laicos como Haber, Einstein, Szilard, Oppenheimer y muchos otros, no sólo a colocar su brillantez al servicio del mal, sino en realidad a iniciar e inventar las armas genocidas más destructivas de la historia de la humanidad?» ¿Brillantez al servicio del mal? ¿Cómo puede hablar Atzmon en estos términos refiriéndose a Einstein, Szilard e incluso a Oppenheimer que, como se sabe, fue controlado y perseguido por el FBI por sus «contactos comunistas» durante su dirección científica, que no militar, del proyecto Manhattan, alguien que posteriormente fue considerado persona non grata por el establishment estadonudense y condenado al ostracismo?
No entro en las reflexiones posteriores de Atzmon contenidas en el apartado «Yavé, el dios de las armas de destrucción masiva». Poco sé del tema pero lo que conozco o recuerdo de mis años, obligados ciertamente, de instrucción nacional-católica me hace pensar que no va desencaminado. En absoluto. Lo está, en cambio, y mucho cuando cierra su nota con las siguientes palabras: «Einstein, Oppenheimer, Fritz Haber, Ben Gurion y Shimon Peres fueron judíos laicos. Ellos no seguían el Talmud ni tampoco guardaban el sábado, sin embargo, al igual que el Dios mismo del Antiguo Testamento, es probable que crean que la destrucción de masas era simplemente el camino kosher del futuro». Esta afirmación, esta reflexión, esta acusación, es, simplemente, y con todo el respeto que tengo por la obra y el hacer de Atzmon, una infamia inadmisible e impropia de él. Lo es por unir a Einstein y Oppenheimer con Haber, Ben Gurion o Peres y por afirmar, además, que también ellos consideraban la destrucción de masas el camino kosher del futuro.
No es sólo un insulto indocumentado e injustificado a dos grandes científicos y activistas, Einstein y Oppenheimer, con las contradicciones e inconsistencias que podamos señalar en ellos, como en casi todos, sino que es también un insulto, de alta tensión, a la inteligencia y honestidad del propio Atzmon.
Notas:
1) http://www.rebelion.org/noticia.php?id=225340
2) Manuel Sacristán Luzón (1925-1985), un gran lógico, filósofo, activista antifascista, traductor, profesor represaliado y epistemólogo español.
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