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Entrevista al escritor chileno Omar Lara

«En dictadura, reinicié la edición de Trilce y LAR con ciega audacia»

Fuentes: El Clarín de Chile

En entrevista con Clarín.cl Omar Lara (1941), celebra los 45 años de la revista Trilce, que dirige simultáneamente con la editorial LAR , «Mucha poesía ha pasado bajo los puentes de Trilce. Poesía chilena, latinoamericana, europea, primeras traducciones de autores después emblemáticos de la lírica mundial. Encuentros y ediciones. Diálogos en numerosos puntos del planeta. […]

En entrevista con Clarín.cl Omar Lara (1941), celebra los 45 años de la revista Trilce, que dirige simultáneamente con la editorial LAR , «Mucha poesía ha pasado bajo los puentes de Trilce. Poesía chilena, latinoamericana, europea, primeras traducciones de autores después emblemáticos de la lírica mundial. Encuentros y ediciones. Diálogos en numerosos puntos del planeta. La revista se celebra a sí misma, por el sólo hecho de haber llegado a los 45″, y al respecto de los 25 años de LAR evoca: «en dictadura publicamos los primeros libros de y sobre Allende y Víctor Jara; editamos a Antonio Skármeta, Patricio Manns y Volodia Teitelboim»

Autor de los libros: Argumento del día (1964); Los Enemigos (1967); Los buenos días (1972); Serpientes (1974); Oh, buenas Maneras (Premio Casa de las Américas, 1975); Crónicas del Reyno de Chile (1976); El viajero imperfecto (1979); Islas flotantes (1980); Fugar con juego (1984); Serpientes, habitantes y otros bichos (1987); Memoria (1988); Cuaderno de Soyda (1991); Fuego de Mayo (1997); Jugada Maestra (1998); Vida probable (1999); Bienvenidas calles del Perú (2001); Voces de Portocaliu (2003); Historias de Micutza (2007); La Nueva Frontera (2007) y Papeles de Harek Ayun (Premio Casa de América/Visor, 2007)

Paradójicamente, a la fiesta por los 45 años de Trilce y 25 de LAR en Chile, Omar Lara recordó -el pasado 23 de septiembre- otro aniversario, en este caso luctuoso, y qué mejor día que un 20 de noviembre, aniversario de la primera edición de la Antología Popular 1972 : » Conocí a Neruda temprano, siendo yo estudiante del último curso del liceo. Neruda regresaba del mundo con su aureola de poeta perseguido por la dictadura de González Videla, el que instauró la Ley maldita, nombrada eufemísticamente «Ley de defensa de la democracia» (1948). Era una Ley contra los comunistas que lo habían llevado al poder. Ya ves, la historia de traiciones políticas y vueltas de chaqueta en Chile es de antigua data (…) de la Fundación Neruda me es difícil hablar simplemente porque estoy lejos de todo eso. Veo una idea empresarial, atendida por gerentes, lejos de la palpitación del pueblo que dejó establecido claramente Neruda en sus testamentos poéticos. Entiendo que no es lo que el poeta hubiese querido»

El Instituto Cubano del Libro publicó: Víctor Jara un canto inconcluso (2009); el año anterior y de forma idéntica, Lom reeditó la biografía escrita por Joan Turner; en 1999 Ediciones B la publicó en España; sin embargo la primera edición en Chile, es de LAR. Háblanos de tu oficio de editor en general y del libro «Víctor Jara un canto truncado» en particular…

Luego de siete años en Rumania -salí de Chile con destino a Lima en enero de 1974, luego de sortear una condena de 40 años de cárcel impuesta por la dictadura-, en 1981 llegué a Madrid con dos ideas centrales en mi cabeza: agilizar desde allí mi regreso a Chile y entretanto, contribuir a un mejor trabajo de apoyo y rearticulación de la actividad de los escritores chilenos en el exilio y de los compañeros del interior. Pensé en reeditar la revista Trilce, pero era una publicación esencialmente de poesía y yo quería un medio más amplio. Entonces nació la Revista LAR, paralelamente a la creación de las Ediciones Literatura Americana Reunida. Esto era en 1981, a poco de llegar a Madrid. Antes, en viajes preliminares a España, había hablado de este proyecto editorial con el poeta y periodista chileno Galvarino Plaza, avecindado de mucho en la capital española. Ya establecido en España conversé con amigos chilenos y españoles, jugamos con algunos nombres y al final quedó LAR.

Los primeros títulos se eligieron por la cercanía de los autores, su importancia en el tejido literario chileno y por la necesidad de estructurar, a pesar de la precariedad de los recursos con que contábamos, un sello con sentido, proyección y solidez editorial. No quería yo una suma de títulos. Puedo tener 100 títulos amparados bajo un sello y eso no es necesariamente una editorial. Deseaba además, con las primeras ofertas editoriales, proclamar una suerte de declaración de principios en cuanto a intereses temáticos y autores. Establecimos así una línea de colecciones: poesía, narrativa, ensayo, estudios, tesis y monografías, memoria y testimonio. Los primeros volúmenes publicados fueron: Soñé que la nieve ardía (1975), de Antonio Skármeta; La pieza oscura (1963), de Enrique Lihn; Del fetichismo de la mercancía al fetichismo del capital (1982), de Osvaldo Fernández; y Cantores que reflexionan (1984), de Osvaldo Gitano Rodríguez.

Ya de regreso en Chile, a fines de 1984, reinicié prontamente mi trabajo editorial. Con mucho entusiasmo, y ciega e inocente audacia, de la que no me daba cuenta exacta. Así, y en plena dictadura, publicamos los primeros libros de y sobre Salvador Allende, reeditamos la novela de Antonio Skármeta, editamos libros de Patricio Manns, Hernán Ramírez Necochea, Volodia Teitelboim, Luis Enrique Délano, algunos textos de Lenin. Sí, de Lenin, publicamos el libro: Qué Hacer (1902), específicamente. Y entre ellos: Un canto truncado (1988), de Joan Jara, un viejo sueño necesario. Nosotros hicimos una pestaña en el título e incorporamos un «no»: Víctor Jara: Un Canto (no) truncado. En todas estas tareas colaboraban amigos y compañeros vinculados con los autores, las imprentas, la gente de arte y otros. Había un enorme sentido de fraternidad y solidaridad que, lamentablemente, se fue perdiendo con los tiempos.

Recuerdo una ocasión, cuando estábamos editando un libro de Volodia Teitelboim, En el país prohibido (1988), una crónica de su ingreso clandestino a Chile. Yo estaba cerca de La Moneda y en mi bolso de mano llevaba las últimas pruebas del libro y unas doscientas invitaciones para la presentación. Estas debían circular discretamente y me las habían entregado recién en la imprenta. Hubo una manifestación en las cercanías y nos tomaron presos, a unos 20. Y yo con ese material candente en mi bolsito. Pasaban las horas, llevaban a todo el mundo a interrogación, después quizás adónde y yo ahí, con mi bolso fatal. Se acercaba la hora del toque de queda, a las 20hrs, y eso me salvó. A los dos que quedábamos nos dejaron ir, antes del toque.

Entre las novedades del catálogo de Ediciones LAR están: Fernando Alegría, Poesía chilena en el siglo XX; La poesía de Jorge Teillier por Niall Binns; Haikus para Virginia de Marietta Montti; Próxima estación de Francisco Mucientes. En la actualidad, ¿LAR es una extensión de la revista Trilce? ¿Por qué editas en su mayoría ensayos sobre poesía y poemarios?

Trilce y LAR son dos proyectos absolutamente autónomos. Los une sólo la mano que los sostiene, es decir, la mía. Una de las colecciones iniciales de LAR es la de poesía, tal vez la más potente. Allí tenemos, además de los mencionados, los nombres de Neruda, Gabriela Mistral, Enrique Lihn, Jorge Teillier, Oliver Welden, Floridor Pérez, Manuel Silva-Acevedo; poesía yugoslava, los rumanos: Marin Sorescu, Mihai Eminescu, Dinu Flamand; poetas argentinos, españoles, suecos, italianos, serbios y muchísimos, muchísimos más.

En cuanto a la selección de los títulos editados los últimos años, eso tiene que ver con los libros que llegan con algún auspicio y buscan una cobertura distinta a las editoriales oficiales. Predominan los que mencionas, pero también hay ediciones relacionadas con los derechos humanos, cierta línea étnica o antropológica y teatro. En todo caso, y es necesario decirlo, LAR en estos tiempos sobrevive difícilmente. Aquella labor febril y corajuda de un tiempo duro, no fue aval para estos nuevos tiempos de transición y democracia, todavía en las sombras de una constitución pinochetista. Para nada.

La pregunta obligada será por los 45 años de la fundación de la revista Trilce (1964). ¿Cómo lo celebrarás?, ¿qué emociones y recuerdos te envuelven al mirar el índice de 45 años?

Mucha poesía ha pasado bajo los puentes de Trilce en estos 45 años. Poesía chilena, latinoamericana, europea, primeras traducciones de autores después emblemáticos de la lírica mundial. Encuentros y ediciones. Diálogos en numerosos puntos del planeta. La revista se celebra a sí misma, pienso, por el sólo hecho de haber llegado a los 45. Una buena edad, ¿no?, casi majestuosa en estos tiempos tan veloces. Pero sí, estoy preparando un número especial dedicado a este aniversario, que incorporará centralmente testimonios y textos del grupo inicial de Trilce. El Centro de Estudios Iberoamericanos Mario Benedetti, de la Universidad de Alicante, me invitó a España para impartir la conferencia: Trilce y la promoción de los 60 en Chile . Además hemos propuesto un proyecto para hacer una edición facsimilar de las primeras colecciones de la revista, de Valdivia hasta 1973 y del exilio, en Madrid. Algunos piensan en un encuentro internacional de poetas. Ya veremos.

En tu poesía -casi- siempre existen lugares: «Imperial en Día de muertos»; «Gran Himalaya»; «En un tren yugoslavo»; etcétera. ¿La geografía es un augurio para tu inspiración?

De hecho, una antología personal que aparecerá pronto en México está ordenada así: 1.-Nueva Imperial/Valdivia, 2.-Lima/Madrid/Bucarest, y 3.-Portocaliu. Ya ves cuán importantes son los lugares para mí y mi poesía. Tal vez por eso debí inventarme un lugar personal, emblemático y abarcador, Portocaliu, donde he vivido los últimos años y de donde no me sacan ni muerto, como dice un poemita por ahí.

¿Dónde se ubica Portocaliu?, en un mapa ¿podría localizarlo junto a Cantalao, Macondo y Comala?, o parafraseando a Elena Garro: ¿forma parte de Los recuerdos del porvenir?

Puede ser un recuerdo del futuro (así se llama un poema mío), está en los mapas sólo visible y comprensible para los habitantes de un tiempo, una historia y un estilo que nos hace fraternos y cómplices, pero, sobre todo, es mi guarida, mi historia y mi lar.

Qué te trae a México? lo pregunto por los dos viajes recientes, en menos de un mes, a tierras nahuatlacas…

Desde hace varios años participo regularmente en el Encuentro Iberoamericano de Poesía Carlos Pellicer, en Villahermosa (Tabasco). Desde allí se originan, de inmediato o en el curso del año, otras expediciones magníficas por este país que aprendí a amar algo tarde pero con una intensidad nueva y joven.

¿Qué letras tienes pendientes en el tintero?, ¿literatura infantil, poesía, ensayo de tus horas como catedrático?

Hay uno o dos libros inéditos que esperan su turno. Espera también Voces de Portocaliu, en una nueva edición corregida, disminuida y aumentada. Un texto para niños, tengo nueve nietos, un bisnieto y les debo un segundo libro que se está escribiendo, o que, en rigor, me lo están escribiendo ellos. Y varios cientos de páginas de poesía rumana que ya traduje y sigo traduciendo y revisando.

Estudiaste en la Universidad Austral de Valdivia, actualmente vives en Concepción y en un número reciente de Trilce publicaste «Caminos y sobrevivientes» de Marcial Colín Lincolao. Con tu residencia en el Sur, ¿escuchas murmullos de la poesía en mapuzugun?, ¿lees a otros poetas mapuches?

Esos murmullos estaban en mi infancia, desde siempre. Yo nací en Nohualhue, un lugar aun más campesino que Almagro, donde nació un gran referente de la poesía chilena, Juvencio Valle. A los tres o cuatro años me fui a Nueva Imperial. Todos lugares de profunda raíz indígena. Mis compañeros de la escuela primaria y del liceo eran mayoritariamente mapuches. El líder de los estudiantes del liceo era un brillante amigo indígena. Viví y crecí en ese medio, yo mismo pienso que todos allí tenemos sangre mapuche. Entonces no me daba cuenta de esa realidad porque era simplemente mi realidad. Conozco y leo a muchos poetas mapuches y desde mi perspectiva de vida, no tienen esa presencia especial o sofisticada porque de alguna manera éramos uno en el paisaje y en el transcurrir cotidiano.

Finalmente, el 12 de julio de 2004 recibiste la medalla presidencial Centenario de Pablo Neruda. En la doble faceta de lector y coterráneo, ¿cómo fue tu relación con Neftalí Reyes?, ¿qué opinión tienes sobre la administración de la Fundación Neruda?

Conocí a Neruda temprano, siendo yo estudiante del último curso del liceo. Neruda regresaba del mundo con su aureola de poeta perseguido por la dictadura de González Videla, el que instauró la Ley Maldita, nombrada eufemísticamente «Ley de defensa de la democracia» (1948). Era una Ley contra los comunistas que lo habían llevado al poder. Ya ves, la historia de traiciones políticas y vueltas de chaqueta en Chile es de antigua data. En Temuco me invitaron a una recepción de bienvenida. Una invitación sorprendente pues yo no era nadie, sólo un estudiante de un pueblito casi invisible. Pero me invitaron y fui, con mi Canto general (1950), editado por Losada bajo el brazo, dos tomitos. Neruda los firmó, mientras el compañero que me presentó le decía el discurso consabido: «Pablo, él es parte del futuro de nuestro pueblo, él también escribe». Imagínate, «él también escribe». Bueno, así lo conocí y después lo vi varias veces en Valdivia, incluso leímos juntos un poema que Neruda dedicó a Lord Cochrane, un marino británico que ideó y lideró la toma de Valdivia en 1820, defendido por un sistema de fuertes considerados inexpugnables. Tengo un recuerdo amable de Neruda, ya te digo, leímos juntos en el Teatro Cervantes, compartimos un whisky, tenemos algunas fotos. Nada especial, nada fuera de lo común, aunque para un jovenzuelo recién salido del cascarón, sí fue especial. Leo a veces El Habitante y su esperanza (1926), que transcurre, creo yo y deseo, en Puerto Saavedra. Leo las Odas (1954), Residencia en la tierra (1933) y las memorias, Confieso que he vivido (1974).

«De la Fundación Neruda me es difícil hablar simplemente porque estoy lejos de todo eso. Veo una idea empresarial, atendida por gerentes, lejos de la palpitación del pueblo que dejó establecido claramente Neruda en sus testamentos poéticos. Entiendo que no es lo que el poeta hubiese querido».

Fuente: http://www.elclarin.cl/index.php?option=com_content&task=view&id=19114&Itemid=2729