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En el 450 aniversario del fallecimiento de Galileo Galilei (con un recuerdo para Manuel Sacristán) (III)

Fuentes: Rebelión

Ningún otro período de la historia ha sido más impregnado por las ciencias naturales, ni más dependiente de ellas, que el siglo XX. No obstante, ningún otro período, desde la retractación de Galileo, se ha sentido menos a gusto con ellas. Esta es la paradoja que los historiadores del siglo deben lidiar. Erik Hobsbawn, Historia […]

Ningún otro período de la historia ha sido más impregnado por las ciencias naturales, ni más dependiente de ellas, que el siglo XX. No obstante, ningún otro período, desde la retractación de Galileo, se ha sentido menos a gusto con ellas. Esta es la paradoja que los historiadores del siglo deben lidiar.

Erik Hobsbawn, Historia del siglo XX.

 

Estábamos con la figura de Galileo Galilei [*] y en las aproximaciones de Manuel Sacristán, un excelente conocedor también de la obra del científico y filósofo pisano.

Un apunte poco conocido de sus clases de «Metodología de las ciencias sociales» del curso 1983-1984 (pp.10-12 de la trascripción de Joan Benach aún inédita) en torno al papel de la experiencia (o de los experimentos) en la contrastación de las teorías científicas que, por supuesto, no intenta defender la (falsa) creencia de que todo trabajo teórico elaborado y artificioso es bueno per se, independiente de toda empiria, pero sí hacer plausible la tesis de que el rechazo de una construcción teórica prima facie por su carácter rebuscado, artificioso o sofisticado puede tener efectos paralizadores. El ejemplo dado por Sacristán en sus clases toma el caso de Galileo como ilustración.

Varios físicos de la universidad del París, también belgas, del siglo XIV, ya habían llegado prácticamente a nociones que serían poco tiempo después características de la nueva física. «Por ejemplo, la noción de inercia (que no llamaban inercia, la llamaban «impetus», pero la noción es muy análoga)». Se trataba de la idea, «completamente nueva, revolucionaria entonces, y contrapuesta a la física antigua y medieval», de que el estado de movimiento uniforme era una cosa tan natural como el estado de reposo, de que un cuerpo en movimiento con velocidad uniforme podía seguir indefinidamente en ese estado, «que es la base de la idea de la inercia, que el cuerpo permanezca en su estado sea cualquiera ese estado del principio y dejando aparte cuestiones de roce».

Estos físicos del XIV (Nicolás de Oresme, Buridán,…) llegaron a esa idea a partir de crítica de la teoría del movimiento mecánico antiguo, de la teoría aristotélica y escolástica, por ese camino llegaron a deducciones ya galileanas, «muy cerca de la ley de caída libre de los graves, que es quizá el punto angular del nacimiento de la ciencia moderna, la tesis de Galileo según la cual en el vacío todos los cuerpos, cualesquiera que sea su densidad, caen a la misma velocidad.»

Los físicos parisienses del XIV llegan a resultados muy parecidos y a cálculos sobre la base de esta idea de «ímpetu», la premonición de la idea de inercia, pero ocurre que «su aparato experimental les arroja constantemente una diferencia de resultados empíricos respecto de los resultados previstos por la teoría, y entonces, muy sensibles al carácter artificioso de la teoría, se atienen al dato numérico obtenido empíricamente y renuncian a la teoría que estaban desarrollando». La teoría que estaban alumbrando no encajaba con los datos que entonces se conocían. Esto ocurría en el XIV, desde aproximadamente 1340 hasta 1400.

Unos dos siglos más tarde, prosigue Sacristán, cuando Galileo desarrolla la ley, también observa desde luego discrepancias entre los datos empíricos y los calculados a partir de la teoría, pero considera «que esas discrepancias serán fruto de factores que intervienen y que él no controla». En vez de sentir la teoría como artificiosa la siente como esencial, «puesto que es una teoría deductiva y cuantificable, para él -que cree más o menos místicamente en la naturaleza matemática del universo- tiene todas las seguridades». Si los datos de los sentidos y las mediciones empíricas no concuerdan exactamente con lo señalado, no será problema de la teoría sino de que las mediciones incorporan algún defecto no controlado

Esta conciencia teórica llega hasta el extremo de que cuando un gran físico tradicional, un físico escolástico, un dominico, repite las mediciones de Galileo (la caída por el plano inclinado de las bolas de plomo, de mármol, de madera) y no le sale el mismo resultado y escribe al científico pisano diciéndole que ha repetido su experimento y no sale exactamente así, que presenta alguna discrepancia, «Galileo ni siquiera se digna contestar». Encarga la contestación a un discípulo, Toscanelli, que escribe una carta, una breve carta, que «puede que suene como una provocación maleducada pero que lleva dentro toda la idea de teoría. Es una sucinta carta que dice: ‘si sus bolas de plomo, de mármol, de madera, de hierro, no cumplen la ley del señor Galileo, peor para ellas».

Se preguntaba entonces Sacristán: ¿qué es lo que había por debajo de esta, digamos, impertinencia? Nada menos que lo siguiente: la convicción de que lo que importa realmente es la teoría. «La convicción teórica y el reproche a este hombre de no haber entendido eso, de no haber entendido que lo esencial es el lado explicativo de la teoría, que las discrepancias empíricas no son mayores que con la teoría anterior». Al contrario, esto estaba empíricamente a favor de los galileanos, sus discrepancias eran de todos modos menores, «su margen de error, y su margen de diferencia en resultado teórico y resultado empírico era una diferencia menor que con la teoría anterior, la teoría aristotélica que proponía que cada cuerpo cayera a una velocidad proporcional a su densidad, o sea su peso; esa teoría es más discrepante de la realidad como es obvio».

Conclusión: si muchas veces la especulación teórica puede ser ociosa e incluso vacía, en otras, rechazarla por su aparente artificiosidad o sofisticación puede tener efectos científicos paralizadores. Sacristán remataba su argumento recordando la postulación fuertemente especulativa de Pauli, sin apenas o sin ningún anclaje experimental, de la existencia del neutrino para «salvar» el principio de conservación de la energía.

Una conferencia de 1964, impartida en la facultad de Medicina de la Universidad de Barcelona, llevaba por título «En torno a una medición de Galileo.»

[*] La primera de esta aproximación puede verse en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=181079. La segunda en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=181407

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