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En el 450º aniversario del fallecimiento de Galileo Galilei (con un recuerdo para Manuel Sacristán) (V)

Fuentes: Rebelión

[…] En EEUU, las comisiones se convirtieron en laboratorios y los laboratorios en las fábricas más grandes jamás vistas. Algunos años después, al recordar esos días, Einstein reflexionaba sobre los aspectos éticos de aquello a lo que él mismo había contribuido a poner en marcha, primero con las especulaciones de un joven empleado en la […]

[…] En EEUU, las comisiones se convirtieron en laboratorios y los laboratorios en las fábricas más grandes jamás vistas. Algunos años después, al recordar esos días, Einstein reflexionaba sobre los aspectos éticos de aquello a lo que él mismo había contribuido a poner en marcha, primero con las especulaciones de un joven empleado en la oficina de patentes y, más tarde, siendo el más famoso científico del mundo: «Cometí un error cuando firmé aquella carta al presidente Roosevelt dando a entender que la bomba atómica debía ser construida. Pero tal vez se me pueda perdonar por ello, porque entonces todos pensábamos que había una alta probabilidad de que los alemanes estuvieran trabajando en el tema y de que llegaran a tener éxito y utilizaran la bomba atómica para convertirse en la raza dominante». Cuando le preguntaban por qué, en su opinión, había sido posible descubrir los átomos, pero no la forma de controlarlos, respondía: «Muy sencillo, amigo mío: porque la política es más difícil que la física» .

Peter Galison, «La ecuación del sextante E = mc 2«, en Graham Farmelo (ed), Fórmulas elegantes. Grandes ecuaciones de la ciencia moderna.

 

Manuel Sacristán, un gran admirador y estudioso de la obra de Einstein [1] como su discípulo y amigo Francisco Fernández Buey [2], impartió otra conferencia sobre Galileo. Esta vez el 13 de febrero de 1967 en la Residencia (o Escuela) San Antón con el título «Bruno y Galileo: creer y saber».

Existen dos esquemas muy similares de su intervención. He incorporado los textos seleccionados por él para su conferencia.

El traductor de El Capital abría con estas palabras sobre el saber y el creer, sobre Bruno y Galileo:

1. Esta intervención aislada [de 45 m.] en un curso de tantas lecciones como el que están dando ustedes no puede proponerse hacerlo adelantar, contribuir directamente al mismo. Por el contrario, sólo puede ser un paréntesis dentro de él.

2. Ocupa ese paréntesis un tema que es un lugar común de la historia de la filosofía y del pensamiento científico: es corriente poner a Bruno y a Galileo como ejemplos, respectivamente, del saber y el creer.

2. La forma más reciente y difundida de ese lugar común es la que le ha dado Jaspers en Der philosophische Glaube [La creencia filosófica], 1948: «Giordano Bruno creía y Galileo sabía. Externamente se encontraban los dos en la misma situación. Un tribunal de la Inquisición exigía bajo amenaza de muerte la abjuración. Bruno estaba dispuesto a retractarse de muchas proposiciones, pero no de las que eran decisivas para él; murió de muerte de mártir. Galileo renegó la doctrina de que la Tierra gira alrededor del Sol; y se inventó luego la aguda anécdota según la cual Galileo habría murmurado a continuación las célebres palabras: «Y sin embargo se mueve»» (K. Jaspers, Der philosophische Glaube, Zurich 1947, pp. 9-10).

En el siguiente punto del guión se presentaba el siguiente análisis comparativo:

0. La comparación tópica de Bruno con Galileo se basa en la semejanza supuesta entre las situaciones y la contraria resolución de las mismas por ambos personajes. Vale la pena examinar ambos supuestos.

1. La semejanza de la situación externa, como la llama Jaspers, es a primera vista llamativa:

1.1. Ambos, Galileo y Bruno, han tenido previas dificultades con la Inquisición:

1.1.1. Galileo por el Decreto de 24-II-1616, que declaraba «absurda y falsa en filosofía, y por lo menos errónea en la fe» la tesis copernicana.

1.1.2. Bruno desde que huyó, colgando los hábitos dominicos, del proceso de 1576 -para caer en el proceso calvinista de 1579.

1.2. Ambos han creído haber superado esas primeras dificultades por estar fuera del territorio pontificio.

1.2.1. Bruno en Venecia, ante cuya Inquisición consigue defenderse discretamente.

1.3. De tal modo que durante años han creído poder salirse en paz

1.3.1. Galileo durante los años que van del Edicto de 1616 hasta la publicación del Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo (febrero de 1632).

1.3.2. Bruno durante sus 9 años de cárcel (1592-1600).

1.4. En cuanto a las tesis condenadas de uno y otro, la coincidencia es profunda, aunque no es identidad.

1.4.1. En Galileo se trata de la inmovilidad del Sol y el movimiento de la Tierra en torno suyo.

1.4.2. En el caso de Bruno, el proceso es menos conocido porque los documentos siguen siendo secretos. Se sabe que eran ocho tesis principales, pero sólo se conocen exactamente cuatro:

1.4.2.1. El repudio del dogma de la transubstanciación (Borrador de sentencia del 8-II- 1600).

1.4.2.2. La herejía novaciana (Sumaria del 24-VIII-1597).

1.4.2.3. La pluralidad de los mundos (Sumaria del 24-III-1599)

1.4.2.4. El alma-piloto (Sumaria del 24-VIII-1597).

1.4.3. La tesis de la pluralidad de los mundos está emparentada con la heliocéntrica, es consecuencia de la obra del «magnánimo Copérnico.

2. La contradictoria actitud:

2.1. La abjuración de Galileo [Texto de la abjuración]

2.2. La actitud de Bruno [Bruno ante los jueces: -«Ch´i cadrò morto a terra ben m´accorgo; Ma qual vita pareggia al morir mio?» (Transillo). -«Majori forsitan cum timore sententiam in me fertis quam ego accipiam»].

Seguía con el siguiente desarrollo en torno al saber de uno y al creer del otro:

1. La heterogeneidad de las actitudes finales de los dos ha sido el fundamento de la distinción tópica entre el creer del uno y el saber del otro.

1.1. La verdad de Galileo no sufriría por abjuración.

1.2. La de Bruno sí. «Esa es la diferencia: una verdad que sufre por la abjuración, y una verdad cuya abjuración no la afecta. Ambos hicieron algo adecuado al sentido de la verdad que representaban» (Jaspers, K: Der ph. Gl., p.10).

2. Llegados a este punto hay que ponerse en guardia porque el filósofo nos esté deslizando, sin que nos demos cuenta acaso, una doctrina de la verdad que quizá no estemos obligados a aceptar. Con ella además -y esto es lo más grave- va a introducir a priori un concepto de creencia y otro de saber. No habrá investigación, ni siquiera honrada fijación convencional de esos términos. (Este es el vicio característico de la filosofía clásica).

3. En efecto, a continuación escribe Jaspers: «La verdad de la cual vivo no es sino en la medida en que me identifico con ella; es histórica en su aparición, no es universalmente válida en su formulabilidad objetiva, pero es incondicionada. La verdad cuya corrección puedo probar subsiste sin mí; es universalmente válida, atemporal, pero no incondicionada, sin más bien vinculada a presupuestos y métodos del conocimiento en conexión con lo finito. Sería inadecuado querer morir por una verdad que se puede probar» (Jaspers, K., Der ph. Gl, p.10).

4. Esa doctrina parece clara, pero no lo es y hay mucho que decir:

4.1.1. Hasta Einstein, no ha habido ‘prueba’ física del heliocentrismo. Y la prueba supone muchos conceptos teóricos.

4.1.2. La ley, de caída libre de los graves no se ha demostrado ni se «demostrará» nunca en el sentido de Jaspers. El caso Cremonini.

4.1.3. El criterio de racionalidad no es la demostrabilidad, sino la práctica crítica intersubjetiva, colectiva.

4.2.1. No está en absoluto claro que verdades objetivas (pero que no son «demostrables» en el tranquilizador sentido de Jaspers) no necesiten ni merezcan, ni de hecho produzcan, el esfuerzo personal.

4.2.1.1. Copérnico y Galileo no han muerto, pero han luchado y sufrido.

4.2.1.2. Y es que, al no haber demostrabilidad absoluta, también es necesaria una decisión para imponer el modo de pensar -y aún más de vivir- racional. Se puede no poder vivir sin cientificidad, y éste va a ser el caso cada día más.

4.3. Por último, en el caso concreto de Bruno, la tesis no aclara los hechos: las verdades por las que es oportuno morir, tal como las describe Jaspers -y tal como las concibe, en general, el tópico son propiamente verdades de fe. Deberían ser las proposiciones teológicas de Bruno.

4.3.1. Ahora bien: Bruno estaba dispuesto, en Venecia y luego en Roma, a abjurar precisamente de sus tesis teológicas. Uno de los mejores conocedores de Bruno, Rodolfo Mondolfo, ha explicado del modo siguiente el cambio de Bruno en la fase final de su proceso: «Ignoramos sí entre las restantes cuatro proposiciones heréticas había otras de contenido netamente filosófico; sin embargo, las dos mencionadas eran de importancia capital en la filosofía de Bruno; especialmente la pluralidad de los mundos, que mientras podía preocupar a sus jueces por implicar aún problemas teológicos (como el de la Encarnación que tendría que realizarse en cada uno de los mundos innumerables), significaba para él las doctrinas filosóficas de la infinitud y unidad universales y de la correspondencia entre potencia y acto divinos… Lo cual explica la sensación inmediata que tuvo Bruno de una diferencia sustancial entre el tribunal romano y el véneto, a cuyas exhortaciones a retractarse había accedido. El tribunal véneto le exigía únicamente una retractación sobre el terreno de la fe religiosa, a la cual podía someterse en virtud de su convicción y afirmación constante de la misión práctica (moral y social) de la religión. En cambio el tribunal romano le pedía además un repudio de su misma filosofía, por considerarla condenada por toda la tradición católica, y sobre este terreno él no podía retractarse sin renegar de todo lo que había tomado más a pecho» (Rodolfo Mondolfo, Tres filósofos del Renacimiento, Buenos Aires, 1947, p.31).

4.4. La situación resulta todavía mucho más complicada si se tiene en cuenta que aquí no puede recurrirse a una distinción tajante entre ciencia positiva y filosofía: en la época – también para Galileo- ciencia es filosofía y viceversa.

4.5. Con todo eso no se trata de negar la diferencia entre Galileo, que es un gran científico, y Bruno, que no lo es.

4.6. Pero es evidente que hay que revisar la tesis, aparentemente tan clara, de las dos verdades heterogéneas.

El siguiente punto del esquema trazaba algunas distinciones epistemológicas esenciales. Punto esencial: «[…] creer que es inadecuado comprometerse y luchar por verdades racionales, porque la seguridad de éstas sería obvia: cosa, como hemos visto, falsa.»

1.1. La demostrabilidad es interna al sistema científico teórico, más o menos teórico, por lo demás.

1.1.1. Y la relación a presupuestos y métodos también.

1.2. Pero la decisión de hacer ciencia y creerla en algún sentido, considerándola básica para la conducta, es externa a todo eso. Por tanto, tan incondicionada como cualquier otra.

1.3. Lo mismo vale para el sentido común razonable. La frase de Einstein sobre la bomba.

1.4. Por tanto, también el comportamiento racional, o incluso el científico, se basa en creencia. Sólo los teoremas formales son ajenos a la creencia, pero en cuanto tales carecen de significación.

2.1. La contraposición (jaspersiana, por ejemplo) saber-creer esconde la verdadera: creencia racional-creencia irracional. Es verdad que «racional’ es muy problemático y no ha recibido aún aclaración, ni quizá la reciba nunca del todo, y sea asintótico. Lo cual haría más sólida esta argumentación. Pero la tesis contraria es peor:

2.2. La falsa contraposición es ideológica:

2.2.1. Construye un concepto de saber idealizado y falso, por extrapolación al exterior del sistema de lo que es interior (no hay saber racional, hay conocimiento racional).

2.2.1.1. De este modo hace creer que es inadecuado comprometerse y luchar por verdades racionales, porque la seguridad de éstas sería obvia: cosa, como hemos visto, falsa.

2.2.1.1.1. El teorema es certeza interna al sistema. La aplicación del teorema es asunto tan moral como la de dogmas. Por eso hay responsabilidad moral del científico.

2.2.2. Y así puede contraponerle una creencia absoluta y personal

2.2.2.1. Que no puede existir más que renunciado a la crítica.

2.2.2.2. Y sería accesible por otros supuestos procedimientos (el método filosófico, etc.) que no existen sino con la misma condición.

2.2.3. Todo lo cual tiene una función conservadora de la irracionalidad de la cultura, al hacer de la conducta racional algo de resultados tan claros y obvios cuanto sin importancia.

3.1. Ahora bien: por debajo de todas las diferencias, Galileo y Bruno coinciden en afirmar precisamente la conducta racional y crítica, frente a la autoridad, la tradición y el lugar común.

3.1.1. Galileo lo dice con su hermoso estilo tranquilo de trabajador de la razón. Tan contrario a toda autoridad que hasta desconfía de la suya propia. «Mi inquieto espíritu no puede evitar el ir dando vueltas como rueda de molino y con gran gasto de tiempo, porque el último pensamiento que se me ocurre a propósito de alguna novedad me hace mandar al agua todos los descubrimientos anteriores»

3.1.2. Bruno con la violencia del propagandista: «No valga como argumento ninguna autoridad de varón, por excelente e ilustre que sea». «Es inicuo sentir por obediencia a otro, es mercenario, servil y contrario a la dignidad de la libertad humana sujetarse y someterse; es estupidísimo creer por costumbre, irracional admitir algo por la muchedumbre de los que así opinan…» «Hay que escuchar el clamor de la naturaleza»

3.2. Ambos son en ese sentido típicos renovadores de la razón en la Edad Moderna, proclamadores de lo que Ortega llamó la naturaleza luciferina de ésta, que proclama su ‘non serviam’ frente a cualquier autoridad.

3.2.1. Porque la experiencia enseña (no demuestra) que para servir, la razón tiene que no ser sierva.

3.2.1.1. Para servir al progresivo descubrimiento de verdades y a la progresiva destrucción de viejas falsedades.

3.2.1.2. Lo cual supone decisión, vivir-en.

3.3. Contra lo que dice Jaspers, Bruno y Galileo han vivido de lo mismo: del renacimiento de la razón en los comienzos de la Edad burguesa. -Tesis de la doble verdad.

4. Con eso hemos despejado el terreno de interpretaciones ideológicas disimuladas. El caso de Bruno y Galileo nos confirma que toda actitud racional -salvo en las ciencias formales puras- es creencia. No es verdad que la actividad intelectual racional sea un mero juego infalible, frente al cual exista, con sus fuentes, otro modo de conocer y conducirse que sea también filosófico. Eso es afirmación ideológica. No es que lo uno sea saber y lo otro creer. Son dos creencias.

Finalmente -«Ahora, por redondear, vamos a recuperar la diferencia Bruno Galileo»-, apuntaba Sacristán:.

1. Muchas diferencias

1.1.1. Galileo era un viejo de 70 años cuando abjuró

1.1.2. Bruno tenía 53 años cuando murió en la hoguera, 44 cuando empezó

1.2.1. Galileo es científico en acto, aunque sus grandes descubrimientos arranquen alguna vez de razonamientos incorrectos.

1.2.2. Bruno es más un propagandista de la libertad de investigación de enseñanza.

2. Pero esta última diferencia, que parecería explicarlo todo, no explica nada.

2.1. El caso Bacon: «Que el ánimo se acomode prudentemente a las ocasiones y oportunidades, en vez de hacer las cosas dura y obstinadamente» (Bacon, De dignitate et augmento scientiarum).

2.2. Bruno en cambio: «Si alguna razón, por nueva que sea, nos estimula y obliga, sea lícito a todo el mundo opinar libre y filosóficamente en filosofía y manifestar su doctrina» (Bruno, Acrotismus camoeracensis. Forma epistulae ad Rectorem Universitatis Parisiensis, Opera latina I,1, 57).

3. La comparación con Bacon es muy instructiva.

3.1.1. La lucha contra los «ídolos» lo es también de Bruno.

3.1.2. Y en más de un respecto se considera a éste precursor de aquel.

3.2. Hay casi identidad de misión, con diversidad de conducta, de «táctica».

4. No es pues diferencia de verdades, sino de personas.

4.1. Sin juzgar.

4.1.1. Por la diversidad de las circunstancias.(Contra el tópico).

4.2. Registrar.

5.1. Y no olvidar, como científicos, que no hay por un lado creencia, decisiva existencialmente y ni necesitada ni susceptible de justificación racional; y, por otro lado, un saber totalmente justificado, pero que no sirve moralmente para nada.

5.2. La situación es que todo es creencia, y que la que se esfuerza por ser racional requiere tanto esfuerzo moral como la irracionalista -seguramente más, porque exige espíritu crítico y autocrítico.

5.3. Observar el mecanicismo de los espiritualismos irracionalistas.

Algunas observaciones y textos complementarios.

Sobre el asunto Bruno-Galileo, creer-saber, puede consultarse un artículo de Sacristán para una revista de estudiantes de filosofía fechado el 3 de julio de 1967 -«Un problema para tesina de filosofía» (ahora recogido en PM II, Icaria, Barcelona, 1984, pp.351-355), directamente relacionado con esta conferencia.

Sobre Copérnico, esta nota de su traducción de Historia del Espíritu griego (p. 282): «Desde la época de redacción de este libro de Nestle [Griechische Geitesgeschichte.Vom Homer bis Lukian [Historia del espíritu griego],1944], la investigación de la historia de la ciencia ha subrayado aún más la importancia del descubrimiento de Aristarco y de su influencia en Copérnico. La eliminación de la referencia a Aristarco en el prólogo impreso del De revolutionibus (impreso póstumamente) se debe al editor y amigo de Copérnico que, con cierto fundamento, creyó poder evitar así ataques religiosos al astrónomo: no citando más que a pitagóricos, la tesis heliocéntrica parecía «mera hipótesis matemática», no materialmente creída; así se evitaba chocar con la autoridad. Citar a Aristarco era en cambio confesar el heliocentrismo como plena teoría física. Y esto no era aún posible 50 años más tarde, como prueban los procesos contra Bruno y Galileo.»

Sobre la noción de creencia, señalaba Sacristán en «Un problema para tesina de filosofía» (PM II, pp. 353-354): «(…) Lo esencial en todo esto es que en la ciencia real, no en la formal, no hay demostrabilidad absoluta. Y no la hay porque la relación de fundamentación o «demostrabilidad» es interna al sistema científico teórico (más o menos teórico, por lo demás, lo que quiere decir que la relación de fundamentación estará más o menos determinada según los casos). En cambio, la decisión de hacer ciencia y de creerla (en algún sentido de «creer» que habría que precisar), considerándola así básica para la conducta, es externa al sistema teórico. Por tanto, es tan incondicionada como cualquier otra decisión».

Nótese, proseguía, que lo mismo valía para todas las decisiones vitales del sentido común: «según una célebre observación de Einstein no se puede demostrar la proposición «No hay que exterminar a la humanidad», sino que la gente, por decisión absoluta, como dice Jaspers, nos dividimos en los que somos contrarios al uso de la bomba atómica y los que le son favorables. En suma: también el comportamiento racional, un ápice del cual es el científico, se basa en creencia, no en «prueba». Sólo los teoremas formales (interpretados -en el sentido genialmente anticipado por Kant- como lo que hoy llamamos implicaciones estrictas con la prótasis expresa) son independientes de la creencia y carecen al mismo tiempo de significación real.»

Igualmente, en su reseña de Jesús Mosterín, Racionalidad y acción humana (Mundo Científico nº 1, pp. 106-107, ahora en Lecturas de filosofía moderna y contemporánea, edición de Albert Domingo Curto), apuntaba: «(…) Este optimismo se hace a veces cientificista. De vez en cuando, dentro de una tradición neopositivista, como cuando hace intervenir esa pieza inevitable de «filosofía cientificista perenne» que es el criterio de los competentes, entender el cual es condición de la racionalidad creencial. El mismo ejemplo que aduce Mosterín se burla un poco del criterio de los competentes y sugiere que, junto a ese criterio, habría que introducir en la racionalidad creencial y en la práctica un criterio de docta ignorancia, por así decirlo, que autoriza a prescindir en ciertos casos de las opiniones de los científicos. El ejemplo de Mosterín es la deriva continental: el creyente racional ha de admitir la opinión dominante al respecto entre los geólogos competentes. Pero ocurre que que en una generación esa opinión ha cambiado dos veces: hace poco más de treinta años se enseñaba en el bachillerato la tesis de la deriva continental en la versión de Wegener; luego se olvidó, y hoy se vuelve a enseñar con otra explicación. Parece bueno recomendar al creyente racional y, sobre todo, al agente racional que, cuando ello sea posible, procure decidir con independencia de si los continentes se deslizan o no.»

Sobre fe y creencia, matizaba en «La militancia de los cristianos en el partido comunista» (Materiales núm 1, 1977): «En toda conducta razonable va implícita una creencia. Pero esa creencia es una expectativa basada en experiencia colectiva y en razonamiento controlable en principio por cualquier ser humano. La creencia empieza por ser, dicho sea de paso, un factor de la supervivencia de la especie. También los animales superiores tienen creencias de estructura y funcionamiento parecidos a los de las humanas creencias sobre la luz del sol, sobre los alimentos, etc; creencias, y no sólo instintos, como lo prueba el que sean capaces de rectificar algunas de sus creencias y de adoptar otras nuevas cuando con las anteriores falla la satisfacción de un instinto».

La creencia era, para numerosas especies animales, incluida la nuestra, la humana «una fuerza productiva fundamental de la reproducción simple de la vida y de la reproducción ampliada biológica; y, además, para nuestra especie, es una fuerza productiva de la reproducción ampliada total: de esa fuerza nacen ideas razonables para conductas complicadas, a veces ideas científicas, y a veces incluso revolucionarias; pero siempre construidas con experiencia común y razonamiento controlable».

En cambio, la creencia cristiana -o, en general, teísta- no era eso. «Es creer en lo que no se basa en experiencia común ni en razonamiento controlable, ni siquiera en naturaleza. Es, como decían los catecismos, «creer lo que no vemos», en el sentido de creer lo inverosímil…El cristiano, en cuanto hombre, tiene creencias sensatas, como el hombre reaccionario, o como el comunista, o, por lo que hace al caso, como el orangután. Pero en cuanto cristiano no tienen creencia, sino fe. El mismo cristiano piensa que la fe no es creencia normalmente humana, sino virtud teologal, don gratuito de Dios.»

Notas:

[1] En un calendario para amigos médicos del año 1985, escribía Sacristán sobre Einstein: «Hombre simple y pacífico, siempre interesado apasionada y activamente por la justicia y la responsabilidad cívica. Judío alemán de origen, trabaja y reside en Suiza, Checoslovaquia y los Estados Unidos. En 1905, siendo un simple empleado de una oficina suiza de patentes, publica el primero de sus importantes estudios sobre la teoría de la relatividad. Realizó, entre otras, investigaciones sistemáticas sobre la teoría cinética de los gases y la de los calores específicos; sobre estadística, mecánica relativista y cálculos de coeficientes de radiación y absorción. Su contribución más importante en el campo de la física fue la teoría de la relatividad restringida (1905) y la teoría de la relatividad general (1916) que supusieron una ruptura con el importante esquema de la física newtoniana. Miembro honorífico de numerosas academias y sociedades científicas, cofundador de la Universidad de Jerusalén, declinó la presidencia de Estado de Israel y continuó trabajando en el Instituto de Estudios Superiores de New Jersey hasta su muerte. Al morir ya había cambiado el rumbo de la física y abierto la era atómica.»

[2] Aparte de otros trabajos y artículos, es especialmente recomendable Francisco Fernández Buey, Albert Einstein, ciencia y consciencia, Barcelona, Los Retratos de El Viejo Topo, 2005.

[*] La primera de esta aproximación puede verse en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=181079. La segunda en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=181407 La tercera en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=181700 La cuarta en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=181955

Salvador López Arnal fue alumno (no matriculado) de Manuel Sacristán y es magister en Historia de la Ciencia por la Facultad de Físicas de la Universidad Autónoma de Barcelona.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.