En la sierra central ecuatoriana, hasta los años 60, se mantenía un original diálogo lingüístico entre el quichua y el español, a través de un mutuo enriquecimiento en continua construcción, que por desgracia va quedado trunca a causa del discrimen y los prejuicios sociales.
Ahora que la ONU ha proclamado el 2019 Año Internacional de las Lenguas Indígenas y que la Unesco ha asumido la labor de sensibilizar a la opinión pública mundial sobre los riesgos que aquellas enfrentan, se constata con gran consternación que el quichua ha ido retrocediendo más y más en las últimas décadas.
En nuestra sierra central, hasta los años 60, se mantenía un original diálogo lingüístico entre el quichua y el español, a través de un mutuo enriquecimiento en continua construcción, que por desgracia va quedado trunca a causa del discrimen y los prejuicios sociales.
En los juegos infantiles la utilización del quichua impulsaba una interesante forma de bilingüismo: los niños aprendían en español y en quichua. El contacto corporal -tan necesario- se hacía, por ejemplo, pellizcando suavemente la piel de las manitos infantiles y se las hacía mover rítmicamente mientras se recitaba: «Pishi, pishi gana, vamos a cavana, a cavar papitas para mama Juana…». En este sencillo juego se contrastan elementos de sentido gramatical para ambas lenguas: verbos, adjetivos, nombres. Rimando, además, se aludía a la pobreza de la vida indígena, a lo poco que se recibía por el trabajo en la tierra cultivando papas, y también se insistía en la ayuda comunitaria.
No solo los niños se beneficiaban de una real y práctica interculturalidad y de la mutua interrelación lingüística. En el habla cotidiana, el sufijo quichua -ka proporcionaba a los ecuatorianos una manera propia de cognición, ahorrándole al español giros explicativos. Que no se lo use hoy, es una omisión irreparable: «Yo -ka, no tengo la culpa», es decir: «Yo aseguro que no tengo culpa», o «Si amas-ka, serás amado», que equivale a: «Si amas, seguro que serás amado».
Con dos palabras, una en quichua y otra en español, se conseguía ampliar el significado de la palabra compuesta. «Ñaupa tiempo» no es lo mismo que «tiempo antiguo» porque la semántica de ñaupa, es otra, quiere decir «el tiempo-espacio que antecedió». Muchas palabras que ahora, por prejuicio, se las traduce al español, alteran su significado: llapingacho ha pasado a ser «tortilla de papa», chucchucara, «fritaditas», con lo que se pierde la identidad cultural. Es como si se nos antojase traducir «guaguas de pan» por «niños de pan», o «chulla quiteño» por «personaje exclusivamente quiteño».
En el quichua actual se encuentran conceptos inesperados, aproximaciones genuinas de entendimiento. Un ejemplo es chususway: «no existe algo que sí debería existir»; se trata de un modo de ver el mundo desde una lógica impecable.
Las lenguas son sistemas adecuados a la vida social, todas expresan la razón y el sentimiento de cada colectividad, pero siempre tienen sentido y valor. Negar a una lengua su realización por pura ceguera racial, es negarse a cooperar en la consecución de la anhelada equidad y comprensión entre los seres humanos.
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