En lo que se recuerdan como amores de adolescente, revivimos la aventura de cuando, apremiados por la revolución que nos ofreció el maná de una cultura que no hubiéramos podido ni soñar, conocimos a la intelectualidad europea, de los sesenta, en particular a Jean-Paul Sartre.Ellos se prendaron de la revolución cubana y nosotros de ellos. […]
En lo que se recuerdan como amores de adolescente, revivimos la aventura de cuando, apremiados por la revolución que nos ofreció el maná de una cultura que no hubiéramos podido ni soñar, conocimos a la intelectualidad europea, de los sesenta, en particular a Jean-Paul Sartre.
Ellos se prendaron de la revolución cubana y nosotros de ellos.
La Revolución Cubana vino al mundo en plena Guerra Fría, cuando Estados Unidos paladeaba su victoria propagandística en la II Guerra Mundial que los soviéticos ganaron para ellos y sobre una montaña de cadáveres, consolidaban el liderazgo aportado por el Plan Marshall y el empate en la Guerra de Corea.
En ese entonces, el socialismo eurosoviético que había realizado hazañas colosales, como fue sacar a la sexta parte de la tierra de las tinieblas, del absolutismo feudal y derrotar al fascismo, pagaba las consecuencias de los errores del período estalinista denunciado en el XX Congreso del Partido Comunista Soviético en 1956 y de los sucesos de Polonia y Hungría ese mismo año.
En aquel contexto, en que el mundo se volvía gris y pesimista y la guerra atómica parecía inevitable, desde lo más profundo y exótico del Caribe, emergió la revolución cubana, que apostando por lo joven y lo nuevo, puso de moda las barbas y la irreverencia y reivindicando la herejía, en un ambiente magnifico y contradictorio, confluyó en una gran corriente donde también estaban los Beatles y el Tercer Mundo.
La intelectualidad de izquierda europeo occidental que, con razones y sin ellas, había tomado distancia del enfoque soviético y se refugiaba en su propia interpretación del marxismo y del socialismo, fue fascinada por Cuba que propuso un nuevo socialismo.
Los compañeros de entonces, los mismos de ahora, descubrimos a Sartre sin reparar entonces que aquellas apresuradas lecturas serían enriquecedoras experiencias culturales.
Envueltas en sus luces y sus sombras, aquella intelectualidad de izquierda, era heredera del desencuentro que a mediados del siglo XIX dividió el pensamiento social en dos grandes vertientes: el marxismo y la socialdemocracia, que prevalecido en occidente y que injustamente fue excomulgada por los guardianes de la fe del dogmatismo.
Años después, la unidad retornó a la izquierda europea apremiada por la necesidad de enfrentar al fascismo alemán, que al ocupar los pueblos del viejo continente, no distinguió entre comunistas, socialistas o social cristianos, liberales o patriotas. Entonces se formó el haz de la resistencia popular frente a la ocupación.
Como casi siempre ocurre, las alianzas de la guerra no sobrevivieron en la paz. Con los últimos bastiones alemanes, se desmoronó el frente antifascista, la Unión Soviética, Inglaterra y los Estados Unidos se embarcaron en la Guerra Fría y los partidos de la izquierda los imitaron.
En una época en que no se toleraban las criticas a la Unión Soviética, Sartre que nunca se afilió al partido comunista francés, fue estigmatizado como revisionista y reformista. Ni siquiera el estremecimiento provocado por los movimientos de protesta de 1968, conocido como el Mayo francés, cambió aquella errónea percepción que estuvo vigente hasta los mismos días de la debacle.
El 21 de junio Jean Paul Sastre cumpliría cien años. Estuvo en Cuba y quedó fascinado con la revolución y con los revolucionarios cubanos, en especial con Fidel y el Che y escribió: «Huracán sobre el Azúcar».
Sartre no lo necesita pero tal vez cuando se sumó a las barricadas de París en 1968 le hubiera emocionado conocer el enorme efecto que tuvo sobre toda una generación que, dicho sea de paso, en las barricadas de la batalla de ideas sigue vigente.
Cuentan que al enterarse de que Sartre peleaba en las barricadas del París sublevado, un jefe de policía propuso apresarlo. Enterado, Charles De Gaulle, con lúcido realismo explicó: «Ni siquiera a Luis XVI se le ocurrió encarcelar a Voltaire. Estén donde estén los genios no dejan de serlo. Apresar a Sartre sería ofender a Francia, que los prefiere a ellos equivocados que a nosotros acertados».
En mi opinión el socialismo propuesto por Marx y que en su expresión más pura Sartre asumió, no pereció en la derrota de mayo del 68 como tampoco en la debacle soviética, porque no ha nacido todavía.
Aquellos hombres y aquellos sueños no pertenecen al pasado, sino al porvenir.