Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros (Groucho Marx) Debo aclarar, antes de ir al grano, que cuando escribo este tipo de artículos me refiero al «Primer Mundo», pues intento desmarcarme del etnocentrismo que predomina en el «Occidente Civilizado» que, sin reconocerlo, considera que los pueblos que no mamaron de los […]
(Groucho Marx)
Debo aclarar, antes de ir al grano, que cuando escribo este tipo de artículos me refiero al «Primer Mundo», pues intento desmarcarme del etnocentrismo que predomina en el «Occidente Civilizado» que, sin reconocerlo, considera que los pueblos que no mamaron de los pechos de Minerva (la que posee en exclusiva el Búho de la Sabiduría) y de la loba romana viven en un laberinto sin salida del que sólo les puede sacar Europa y su primogénito, EEUU, que ofrecen «generosamente» el «hilo de Ariadna» a los atrapados en la oscuridad, para orientar a los desorientados que han perdido El Camino.
La mutación es sinónimo de inconsistencia, virus que se ha propagado por casi todas las ideologías logrando, si nos apeamos del cinismo, que muchos hayan cambiado a Karl Marx por Groucho Marx y, aunque todavía no ha llegado el momento de reconocerlo, el corazón de la calle late con verdades que desconocen o no quieren asumir las élites, entre ellas políticos y académicos, que siguen aferrados a toda doctrina que aborrece el relativismo que, guste o no al personal, es lo que impera en la España invertebrada.
En la era de la «postverdad» (1) ha llegado la hora de coger al toro por los cuernos y proclamar sin titubeos que es necesario rebelarse contra la farsa, que es un imperativo «decir la verdad y exigir a los demás que hagan lo mismo», pues si la tela de araña de la mentira sigue creciendo, el bicho acabará tragándose a su presa.
Michel Foucault retomó el término clásico de «la parresía», lo que significa, en líneas generales, «la obligación de decir la verdad (como algo a lo que tiene derecho el pueblo) independientemente de los daños que pueda acarrear al valiente que se atreva a cuestionar el discurso dominante, el políticamente correcto, ese que se utiliza para conseguir votos, las simpatías de colectivos con poder, el maridaje con corrientes de pensamiento atractivas o pujantes, pues lo importante es acabar ciñendo la corona de laurel y recibir invitaciones para asistir al banquete de los dioses. Ahora todos han aprendido el manual de Maquiavelo y a emular al hombre de las mil máscaras.
El Califa Rojo, Julio Anguita, en declaraciones a RT (Russia Today) dijo recientemente, al hablar de la lenta pero imparable pérdida de soberanía de los pueblos, que en materia económica tenemos las manos atadas (como ocurrió con Syriza en Grecia) ya que todas las decisiones importantes las toma la Troika (La Comisión Europea (CE), El Banco Central Europeo (BCE) y El Fondo Monetario Internacional (FMI). Esa Santísima Trinidad hundió aún más en la pobreza al pueblo griego – y por ende dejó tocado a Podemos-, que no es ni sombra de lo que fue cuando la luz cegaba en la Puerta del Sol.
También subrayó el Gran Califa que tampoco tenemos la facultad de dirigir nuestra política exterior porque ese asunto corresponde a la UE, EEUU y la OTAN.
«En 1967 fueron los tanques los que acabaron con la democracia, ahora han sido los bancos», dijo el ex ministro de Finanzas Yannis Varoufakis (2) cuando Alexis Tsipras vendió a su pueblo «por un plato de lentejas». Trueque con el que mató a dos pájaros de un tiro «a Syriza y a Podemos».
En España, la derecha no se cansa de advertir del peligro de la «extrema izquierda» señalando con el índice a la formación de Pablo Iglesias que, como todos sabemos, cada día es «más santo y bueno» y ha dado un vuelco tan grande en su discurso que ahora ya no dice, con la alegría del cuerpo de Macarena, «nos os pongáis nerviosos». Parece que con la canícula ondea la bandera de la República hundiéndose en un pantano de tierras movedizas. Imagen tan shakesperiana como esperpéntica al puro estilo Valle Inclán.
Las ideologías, «esas catedrales» que en algunos tramos del siglo XIX y XX se levantaban sobre bases sagradas e inamovibles, han entrado en una era de mutaciones trepidantes. Ahora lo mismo cenamos con un socialista el jueves que, al repetir la experiencia dos meses después, le vemos entusiasmado (con dios dentro) hablando de Ciudadanos y con un misal que lleva en sus páginas una imagen de Inés Arrimadas.
Antes las ideologías procedían de manantiales torrenciales que discurrían por senderos bien trazados y regaban tierras hambrientas de agua que hacían crecer plantas y bosques de esperanza. Ahora las fuentes, quizás por el cambio climático, se están secando o, pasan en pocos meses de la sequía a la inundación.
Una vez enterrados los principios fundacionales de las ideologías (por p. ej. el laicismo republicano) y arrancadas sus raíces profundas, se procede a una «nueva construcción del enramado ideológico» que se rige por la lógica de las matemáticas, esa que no tiene fin ni fronteras, pues todo lo que obstaculiza el «progreso» es «derrumbable».
Y así se explica, en términos filosóficos, la mutación constante e interminable de las ideologías, lo que también se puede aplicar a las religiones, programas políticos, promesas electorales, etc. Metafóricamente ha regresado Penélope, quien teje cuando la miran, y deshace lo tejido cuando dejan de mirarla.
«La construcción de una ideología (sobre todo en el siglo XXI) se hace poniendo conceptos o grupos de conceptos con puentes móviles, en un plano infinito, por lo que la mutación es permanente y se mueve por la ley de la oferta y la demanda de las necesidades sociales del momento, muchas de ellas creadas artificialmente».
A pesar de «ese panorama» deberíamos seguir luchando contra el desaliento, contra todo lo que anula «el impulso creador» -como diría Gilles Deleuze (1925-1995)- pues el hombre y la mujer «son invencibles». Quizás el futuro se construya con conceptos no imaginados todavía. Cuando por azar aparezca un cuervo blanco que acabe con ideas caducas y cansinas, y nos muestre un nuevo mundo con aire todavía no respirado.
Notas
-1- La «postverdad» es un término que se utiliza para referirse «al fin de la verdad oficial» que estuvo vigente desde los comienzos de la civilización. Ahora se ha metido en ese saco a las conclusiones que saca el pueblo sobre sus gobernantes. Ya hay genios que estudian como corregir esa desviación.
-2- Con esa sentencia, Yannis Varoufakis, ex ministro de Finanzas griego, se refiere al golpe de Estado de los coroneles que impuso una dictadura militar que duró hasta 1974.
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