A pocos días de haberse iniciado en Ginebra, la 61 Asamblea Anual de la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas, el gobierno norteamericano resolvió prescindir de intermediarios y jugar directamente todas sus cartas contra Cuba en procura de arrancar una resolución que hoy circula ya en los Pasillos del Palée de Nations redactada en […]
A pocos días de haberse iniciado en Ginebra, la 61 Asamblea Anual de la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas, el gobierno norteamericano resolvió prescindir de intermediarios y jugar directamente todas sus cartas contra Cuba en procura de arrancar una resolución que hoy circula ya en los Pasillos del Palée de Nations redactada en inglés por los expertos de Washington.
¿Qué ha movido a la Casa Blanca a lo que bien podría considerarse una maniobra desesperada contra La Habana y un último recurso para presionas a gobiernos afines? Sin duda los cambios políticos operados en la región y que han echado por la borda el mapa que tenía diseñado el gobierno norteamericano hasta hace un año. Hoy, en efecto, no está en Panamá el gobierno que liberó a Posada Carriles y a otros terroristas protegidos por Mireya Moscoso. En Uruguay tampoco gobierna ya el anciano exponente de los estancieros que gustaba proclamar exultante su servilismo en la materia. En Chile, Colombia, Perú y otros países ha crecido la campaña de solidaridad con Cuba y los gobiernos que hoy mantienen el poder en esos países tienen que tener en cuenta la necesidad de no distanciarse más de la voluntad de sus pueblos para seguir al frente de sus Estados. Además, Hondura, Costa Rica, El Salvador y Guatemala, que se prestaban dócilmente a las maniobras yanquis contra Cuba, hoy tampoco la
s tienen todas consigo. El suelo no está parejo para los exponentes del neoliberalismo en boga.
Cada vez que se reúne la Comisión de Derechos Humanos en Ginebra, ocurren coincidencias fugaces: de pronto sale una veintena de supuestos disidentes a las Calles de La Habana en busca que alguien los disuelva para poder gritar al mundo que «no hay libertad de expresión» en Cuba. Paralelamente algunos organismos digitados cuidadosamente «denuncian» la existencia de imaginarios «presos políticos» en Cuba, confundiendo a vulgares agentes a sueldo con presuntos ciudadanos descontentos. En el mismo marco, las autoridades norteamericanas comienzan a manejar diversos resortes orientados a doblegar la voluntad de gobiernos latinoamericanos. Hoy, por ejemplo, sugieren con descaro que Estados Unidos no firmará el TLC con países que no se avengan a condenar a Cuba. Esperan, con ese chantaje, ganar la adhesión de Ecuador, Colombia, Bolivia y Perú.
Tras todas estas maniobras está ciertamente el miedo de Washington a ser derrotado. El año pasado -recordemos- ganó apenas por un voto una moción que comenzó -como ahora- a coordinar en inglés, y que luego pasó a ser patrocinada por los gobiernos más serviles de la región. Este año, todo indica que será distinto. Nadie parece dispuesto a subirse al carro de Bush, desprestigiado como está al conmemorase el segundo aniversario de la invasión a Irak, y empantanado -como también lo está- en una guerra que cada día se sabe más cómo ha de terminar: como en Vietnam.
Más allá de los méritos alcanzados por Cuba en el plano de sus realizaciones concretas, el mundo reconoce en la isla de Martí el perfil de un coraje, una consecuencia y una dignidad a toda prueba. Ella debiera bastar para concitar la adhesión de todos. Pero como hay administraciones genuflexas al servicio de Washington, será necesario no quedarse en la invocación: hay que luchar para hacer que los pueblos, en todas partes, se identifiquen con Cuba y con su causa. (fin)