Colaborador y amigo de Fernández Buey, el filósofo Jacobo Muñoz explica el contexto en el que fructificó el pensamiento de aquél.
Decían los antiguos que los elegidos de los dioses mueren jóvenes. Este ha sido el caso de Paco Fernández Buey, si se tiene, al menos, en cuenta lo mucho que de su honda sabiduría, su espíritu insobornablemente crítico, sus sólidas dotes de escritores y su fuste, nunca debilitado, de luchador político revolucionario nos cabía esperar todavía.
No es poco, de todos modos, lo que deja a las generaciones llamadas a tomar el relevo. Por ejemplo, una obra extensa y rigurosa en la que se ocupa, lejos de todo dogmatismo, de los problemas cruciales del proyecto socialista a lo largo del «siglo corto» y hasta nuestros días. Puestos a elegir, y sin desdeñar en absoluto la relevancia de sus escritos más académicos, como los dedicados al método científico y otras cuestiones más o menos relacionadas con su trabajo universitario, yo subrayaría los directamente vinculados a la tradición emancipatoria de estirpe marxiana, que fue en definitiva la suya. Entre ellos, sobre todo, los que muy tempranamente dedicó, en la estela de Sacristán, a Gramsci. Y también Lenin, en un momento de intensos debates en el seno de la izquierda española. No menos valor modélico tiene su Marx (sin ismos), verdadera obra maestra de divulgación.
Sería injusto, por otra parte, ignorar el vigor y la intensidad moral de su trabajo sobre Bartolomé de las Casas, La gran perturbación. Discurso del indio metropolitano, la crisis espiritual de la España de 1550-1560 y el choque de culturas. Un estudio histórico en el que, ciertamente, la referencia a la cotidianidad es inevitable e inevitada. Y un alegato también sobre el derecho a la diferencia frente a la barbarie uniformadora del vencedor. Como también lo sería no incluir en esta lista apresurada sus incursiones en el pensamiento utópico, que ganó peso en él al hilo del hundimiento de su mundo propiciado por el éxito de la revolución conservadora mundial de las últimas décadas. En esta coyuntura, Paco ha propugnado pensar la ética y la política conjuntamente, denunciar la creciente barbarie -la de ellos y de los nuestros- y llevar hasta el final la crítica de la aspiración a un modelo único de socialismo. A la vez, ha propuesto, junto con Jorge Riechmann, un programa ecosocialista de especial actualidad.
Capaz de combinar como pocos espíritu analítico y convicción ético-política, fue, desde un principio, un intelectual «comprometido», como se decía entonces. Fue uno de los fundadores del Sindicato Democrático de Estudiantes de Barcelona y militante del PSUC hasta finales de los años setenta del pasado siglo. Se ha escrito de él que fue un derrotado político. Y sí, puede bien decirse que siempre navegó contra corriente. Se opuso al viraje «eurocomunista», defendió la ruptura frente a la transición y sus claudicaciones y componendas, criticó la ortodoxia «marxista-leninista» desde la conciencia de la necesidad, por parte del marxismo, de hacerse laico y llevar a cabo su propia Reforma y llamó, por último, la atención sobre lo obligado, en esta fase de mundialización del capital, de que la clase trabajadora, hoy socialmente amplísima, se dote de conciencia.
Por mi parte, sin embargo, no le percibo como un derrotado, salvo desde una perspectiva de radio muy corto. Me atrevería a decir, en efecto, que su lucha debe ser entendida más bien, en términos históricos. Esto es: relativos a la historia de la milenaria lucha contra el mal social. Decía Kant que no parece factible que los graves y dolorosos conflictos que acompañan a la especie humana terminen nunca en una solución satisfactoria para todos. Tal vez. Pero al lado de esta melancólica consideración habría que poner la apelación de Marx –que por su parte, hizo suya desde muy joven– a favor de luchar contra toda situación en la que unos seres humanos se vean humillados, ofendidos y explotados. Larga y difícil tarea, sin duda. Tuve con Paco una relación honda y fructífera de amistad y colaboración intelectual en mis años, ya lejanos, barceloneses. Yo mismo le animé a preparar, e hice que se publicara en la colección «Teoría y Realidad» que por entonces dirigía para la Editorial Grijalbo, su primera obra sobre Gramsci y su pensamiento político.
Desde entonces le he recordado siempre con admiración y un afecto que no dudo en caracterizar como fraternal. Y así lo mantendré, mientras viva, en mi memoria.
Fuente: http://www.diagonalperiodico.net/culturas/19630-la-muerte-paco-fernandez-buey.html