Victor Kiernan, profesor emérito de Historia moderna en la Universidad de Edimburgo, fue un erudito historiador marxista con un amplísimo abanico de intereses que, virtualmente, abarcaba todos los continentes. Su pasión intelectual se distribuía a partes iguales entre la historia y la política radical, las lenguas clásicas y la literatura universal. Su interés por las […]
Victor Kiernan, profesor emérito de Historia moderna en la Universidad de Edimburgo, fue un erudito historiador marxista con un amplísimo abanico de intereses que, virtualmente, abarcaba todos los continentes. Su pasión intelectual se distribuía a partes iguales entre la historia y la política radical, las lenguas clásicas y la literatura universal.
Su interés por las lenguas comenzó a desarrollarse en su hogar, en el Manchester meridional. Su padre trabajaba para el Manchester Ship Canal como traductor de castellano y portugués, y el joven Víctor se había hecho ya con estas lenguas antes de entrar en la Escuela de gramática de Manchester, en donde aprendió griego y latín. Su temprano amor por Horacio -su poeta favorito- fructificó en un libro posterior. Fue la Trinity College, en Cambridge, en donde estudió historia. Imbuido del ambiente antifascista y como tantos otros, adhirió al Partido Comunista británico.
A diferencia de otros distinguidos colegas suyos en el grupo de historiadores del Partido Comunista fundado en 1946 (Eric Hobsbawm, Christopher Hill, Rodney Hilton, Edward Thompson), Kiernan escribió mucho sobre países y culturas muy alejados de Gran Bretaña y Europa. Los párrafos que abren un ensayo sobre la monarquía escrito en 1989 y publicado en la New Left Review ofrecen una buena cata del hombre que los escribió:
«En China, un trono inmemorial se desplomó en 1911; India tiró a la papelera sus rajás y nawabs no bien ganó su independencia en 1947; en Etiopía, el León de Judea ha terminado por dejar de rugir. La monarquía sobrevive en raros rincones de Asia; y en Japón y Gran Bretaña. En Asia, la santidad ha sido a menudo hereditaria, y puede reportar unos confortables ingresos para los remotos descendientes de los hombres santos; en Europa, la monarquía hereditaria tiene algo de ese carácter numinoso. En ambos casos, ha funcionado la oscura percepción de un flujo invisible de fuerzas vitales que pasan de generación en generación, vinculando las series infinitas. Un sentimiento muy primitivo puede asomar inopinadamente debajo del chaleco civilizado.
«Nociones derivadas de una magia antigua ayudaron a los monarcas absolutos europeos a convencer a los contribuyentes de que todo el bienestar de un país, y aun su supervivencia, estaba uncido a quien era su caudillo por la gracia de Dios. Los emperadores mogoles aparecían a diario por el balcón para que sus súbditos, al verlos, quedaran satisfechos y convencidos de que las cosas iban bien. Los príncipes rajput cabalgaban a diario por sus pequeñas capitales por idéntica razón. Desde entonces, ha desaparecido todo vestigio de importancia práctica de la corona para el bienestar público, pero, de uno u otro modo, en Gran Bretaña, la existencia de la Familia Real parece sugerir subliminalmente a las gentes que todo va a ir bien para todos… Las cosas de hoy en día pueden ser de arcaica raigambre; por otro lado, las cosas antiguas no son a menudo sino inventos relativamente recientes, y el sentimiento monárquico en la Gran Bretaña de nuestros días es, por mucho, un producto artificial.»
El conocimiento que de la India tenía Kiernan era de primera mano. Estuvo allí entre 1938 y 1946, estableciendo contacto y organizando círculos de estudio con comunistas locales y enseñando en Aitchison College (antes, Chiefs College), una institución creada para educar a la nobleza india conforme al programa sugerido por Lord Macaulay. Lo que los estudiantes -la mayoría, botarates sin nada en la cabeza- sacaron de Kiernan nunca se ha sabido a ciencia cierta, pero uno o dos de los mejores abrazaron luego ideas políticas radicales. Reconforta pensar que, a lo mejor, fue gracias a Kiernan. La experiencia le enseñó mucho sobre el imperialismo, y en un rimero de libros asombrosamente bien escritos, se explayó sobre los orígenes y la evolución del Imperio Norteamericano, sobre la colonización española de la América meridional y sobre otros imperios europeos.
Llegó a hablar con fluidez persa y urdu, y tuvo encuentros con Iqbal y el joven Faiz, dos de los mayores poetas que ha producido la India septentrional. Tradujo a ambos al inglés, lo que no jugó un papel menor en la ampliación de su audiencia en una época en que las lenguas imperiales eran totalmente dominantes. Su interpretación de Shakespeare ha sido muy subestimada, pero si se incorporara a la bibliografía de los cursos académicos, sería un sanísimo antídoto contra la momificación.
Se casó con la bailarina y activista teatral Shanta Gandhi en 1938 en Bombay, pero se separaron antes de que Kiernan abandonara la India en 1946. Casi cuarenta años después, casó con Heather Massey. Cuando coincidí con él poco después, me confesó que el matrimonio lo había rejuvenecido intelectualmente. Los escritos posteriores de Kiernan lo confirmaron.
Se mantuvo durante toda su vida tenazmente fiel a las ideas marxistas, mas sin traza de rigidez ni ademán de malhumor. No era hombre de rebajarse al último grito de la moda, y despreció la ola postmodernista que, trocando la historia por trivialidades, se abatió sobre la vida académica en los 80 y los 90. Indignado con los comentarios triunfalistas dominantes que proclamaban las virtudes del capitalismo, escribió una concluyente refutación de los mismos, «»El capitalismo moderno y sus pastores», publicada también por la New Left Review en octubre de 1990:
«El capital mercantil y el capital usurero han sido ubicuos, pero, por sí mismos, no han aportado cambio significativo alguno al mundo. Es el capital industrial el que ha traído consigo un cambio revolucionario, el que se convirtió en la vía de una tecnología científica capaz de transformar la agricultura, no menos que la industria; la sociedad, no menos que la economía. El capitalismo industrial asomó por aquí y por allí antes del siglo XIX, pero, al menos como fenómeno de cierta envergadura, parece haber sido rechazado como si de un injerto extraño se tratara, como algo demasiado innatural para lograr difusión. Ha sido una rara aberración en el discurrir de los asuntos humanos, una mutación abrupta. Se precisaron fuerzas ajenas a la vida económica para afianzarlo; sólo circunstancias muy complejas, excepcionales, pudieron engendrar, o mantener vivo, el espíritu empresarial. Siempre ha habido formas mucho más fáciles de ganar dinero que la inversión industrial a largo plazo y el horrísono rechinar de la maquinaria fabril. [El banquero] J.P. Morgan prefería quedarse sentado en un saloncito trasero de Wall Street fumando habanos y jugando al solitario, esperando a que el dinero viniera a él. Los ingleses, primeros en descubrir la vía industrial, no tardaron mucho en desertar de ella, trocándola por parecidos saloncitos en la City [financiera de Londres], o buscando vías laterales, atajos o Eldorados coloniales.»
La crisis actual no le habrá sorprendido en absoluto. Como si lo estuviera oyendo: el capital ficticio carece de futuro.
Tariq Ali es miembro del consejo editorial de SIN PERMISO . Su último libro publicado es The Duel: Pakistan on the Flight Path of American Power [hay traducción castellana en Alianza Editorial, Madrid,2008: Pakistán en el punto de mira de Estados Unidos: el duelo].
Traducción para www.sinpermiso.info : Mínima Estrella