Una de las características principales de la novela policiaca es su compromiso con la cruda realidad. Esta idea se constata también en los personajes, descarnados y de muchas piezas, que se debaten en la ambigüedad moral. «En la novela negra no caben los maniqueísmos, ya que muchos hijos de puta son capaces de buenas acciones», […]
Una de las características principales de la novela policiaca es su compromiso con la cruda realidad. Esta idea se constata también en los personajes, descarnados y de muchas piezas, que se debaten en la ambigüedad moral. «En la novela negra no caben los maniqueísmos, ya que muchos hijos de puta son capaces de buenas acciones», sostiene el periodista, escritor y miembro del Frente Cívico-Valencia, Rafael Juan. Desde su origen la novela negra no ha sido neutral ante las injusticias, de hecho, aparece directamente vinculada a la crítica política y la denuncia social.
Este compromiso aparece en autores como Graham Greene, Dashiell Hammet, Jim Thompson o Vázquez Montalbán, entre otros. Rafael Juan se ha aproximado a la novela negra fundamentalmente como lector, aunque ha recibido premios por relatos adscritos al género: «La huida a Egipto» (1995) y «El muerto robado» (1997), basado en la noticia, real, de la sustracción del cadáver de un prócer local en el cementerio de un pueblo. Siguiendo los patrones del género, un corresponsal que aspira a ingresar en la plantilla de un periódico trata de aclarar los hechos. Rafael Juan ha participado en una conferencia organizada por el Frente Cívico-Valencia, titulada «Una mirada a la novela negra. Breve recorrido por la novela policial con agujeros y ausencias», que ha tenido lugar en el local de Jarité Espai Obert de Valencia.
-¿Cuáles son los ingredientes básicos de la novela negra?
Lo fundamental es que haya uno o varios crímenes, un detective y que la trama esté imbricada en la realidad. También que haya una investigación, interrogatorios y una resolución final del enigma. Si no se habla de la realidad, podemos estar ante una novela policiaca clásica o ante un «thriller», pero no ante una novela negra. Por tanto, el compromiso con la realidad es básico. Por otro lado la novela policiaca es un género con unas convenciones específicas, aunque no se cumplan todas a rajatabla. Lo mismo que la Ciencia Ficción, la Novela Histórica o el Western, que también tienen sus convenciones narrativas.
-¿Puede asociarse a la crítica social y política?
Esto es así desde su mismo nacimiento. Los primeros autores de la novela negra eran izquierdistas, por ejemplo Dashiell Hammet, Jim Thompson y también Graham Greene en la novela de espionaje. En cuanto a los contenidos, muchas veces cuesta ver esta crítica de modo explícito, ya que hablamos de literatura. En «Cosecha roja» (1929), de Dashiell Hammet, aparecen bandas mafiosas además de gángsters y políticos conchabados. Los guionistas de Hollywood anteriores a la segunda guerra mundial fueron depurados años después durante la «caza de brujas», por ejemplo Hammet, quien estuvo en la cárcel por negarse a denunciar a sus amigos comunistas. También las novelas negras de Leonardo Sciascia son explícitamente políticas, e incluyen denuncias a la Democracia Cristiana italiana y a los poderes mafiosos.
-¿Con qué obra te iniciaste en la novela policiaca? ¿Qué ejemplos de novela negra resaltarías?
Con «Asesinato en el Orient Express» (1934), de Agatha Christie. Leí la novela a los 12 años y me impactó. Me sorprendió sobre todo cómo se resolvía el enigma, el que todos los sospechosos fueran finalmente culpables o el ambiente de los años 20 y 30 en el ferrocarril Transiberiano. Pero el más grande, a mi juicio, es Dashiell Hammet, de quien aprecio sobre todo su novela «La llave de cristal» (1931). Trata de una historia de amistad entre gángsters que además proveen de votos a políticos; es un relato despiadado de personajes mafiosos y políticos venales. Pero la primera novela negra que leí, y una de mis favoritas, es «El largo adiós» (1953), de Raymond Chandler, una historia compleja protagonizada por Philip Marlowe y que destila humor, sarcasmo, tristeza, melancolía e impotencia ante la realidad. Resaltaría también «1280 almas» (1964), de Jim Thompson, por su ferocidad. Es una obra maestra. A partir de un personaje astuto y corrupto, el sheriff de un pueblo del Sur de los Estados Unidos, el autor retrata el racismo y la degradación moral de la población.
-¿Por qué se destaca habitualmente la novela negra italiana?
Porque es uno de los países donde más explícitamente politizada está la novela negra. Este género nació en Estados Unidos vinculado a la crisis de 1929, a la «ley seca», los gángsters, las elecciones amañadas, los atracos a bancos y Al Capone nombrando alcaldes en Chicago. Los autores norteamericanos de novela negra, cines y periódicos contaban esta realidad. Después de la segunda guerra mundial ocurrió en Italia algo parecido por la complicidad entre la Democracia Cristiana y las mafias. En plena «guerra fría» y gracias al apoyo del Vaticano y la CIA, se produjo un bloqueo para que el PCI no gobernara. La novela negra italiana reflejó muy bien esta tendencia histórica. Un ejemplo en la década de los 60 y 70 es Leonardo Sciascia, con obras como «El día de la lechuza» (1961), «A cada cual lo suyo», «Todo modo» (1974) y «Una historia sencilla» (1989). Una Italia más industrial es la que aparece en las novelas de Giorgio Scerbanenco, llenas de pesimismo; o las obras muy críticas de Carlo Fruttero y Franco Lucentini.
-¿Consideras que hay escritores injustamente olvidados y que merecen la exhumación? ¿Y otros que deberían leerse más a menudo?
Sí, por ejemplo los libros de Francisco García Pavón en los años 60, en pleno «desarrollismo» franquista. Es un gran escritor. Crea al personaje de Manuel González Plinio, un policía municipal. De sus obras destacaría cómo pinta el ambiente de la época, que recuerda mucho al escritor belga Georges Simenon en lo táctil y sensorial. Esto puede apreciarse cuando describe los detalles de la gastronomía (el olor a migas manchegas, a uva recién pisada o a perdices escabechadas). En todas sus historias aparece el fantasma y el miedo de la «guerra civil», una estela de silencio que ahí queda. En algún relato llegan miembros de la Brigada Político-Social a Tomelloso y Plinio no oculta su desprecio por ellos. Por otro lado, en el campo de la novela-enigma, creo que habría que leer más las historias del padre Brown, alumbradas por Chesterton. O «La piedra lunar», de Wilkie Collins, amigo de Dickens y gran escritor de novela-enigma. «La piedra lunar» es una obra maestra que despertó la admiración de grandes lectores como Borges. El primer personaje que habla es un mayordomo, que hace una gran descripción de las relaciones entre señores y criados, y entre los mismos mayordomos.
-¿Y en el estado español?
Sin duda Manuel Vázquez Montalbán. No sólo como autor, también como promotor y difusor del género en España. Fundó la revista «Gimlet» (nombre de un cóctel) dedicada a la novela negra en 1981, que duró unos pocos números. De sus obras tal vez resaltaría «Los mares del Sur» (1979). Vázquez Montalbán fue, a mi juicio, el gran cronista de la Transición española y después de la Barcelona olímpica y post-olímpica. Un hombre de gran talento, poeta magnífico y periodista estupendo. Cuentan que tenía seis máquinas de escribir (luego ordenadores) con novelas, artículos y textos que elaboraba al mismo tiempo. Haro Tecglen recordaba asimismo una vez que estaba con el escritor catalán en el extranjero, cuando se les comunicó que la censura había eliminado un artículo de Vázquez Montalbán. De inmediato, y por teléfono, dictó una columna distinta. Ciertamente la novela negra española es relevante en el contexto europeo. Juan Madrid es un autor muy apreciable, también Andreu Martín, y añadiría otros de talento como González Ledesma, Lorenzo Silva o Alicia Giménez Bartlett.
-¿Se mantienen fieles a los cánones los autores actuales de novela negra o, por el contrario, se corren riesgos y se renueva el género?
Juan Madrid utiliza en la novela «Adiós princesa» juegos metaliterarios entre personajes reales y de ficción. Pero veo difícil que se produzca esta renovación. De hecho, se está cayendo en un cierto amaneramiento, ya que más que innovar lo que se hace muchas veces es convertir los moldes clásicos en clichés. Actualmente el género negro es un campo de escritores de toda laya y condición, incluyendo exquisitos estilistas. En mi opinión, el último gran renovador en sentido temático fue el irlandés John Connolly, un periodista nacido en Dublín en 1968. Connolly introdujo de manera sutil elementos sobrenaturales en la trama, como una mujer muerta que reaparece o extraños que vuelven del infierno. Resaltaría también a James Ellroy, nacido en 1948 y retratista salvaje de su ciudad natal, Los Ángeles. Crea personajes psicóticos, y no distingue entre policías, ladrones y políticos. Son todos unos hijos de puta. Me interesan especialmente la «Tetralogía de Los Ángeles» y su trilogía americana, que se desarrolla en la época de Kennedy, Nixon y la guerra de Vietnam. Ellroy tiene gran variedad de registros estilísticos. En las novelas se inventa publicaciones con textos muy divertidos, incluye informes policiales, juegos de palabras y aliteraciones.
-Por último, ¿y en cuanto a las novelas de espías?
Pondría el énfasis en autores como John Le Carré, quien también fue espía, y en algunas de sus novelas como «El topo» (1974) y «El espía que surgió del frío» (1963), las dos ambientadas en la «guerra fría». Además de la calidad literaria de sus libros, en John Le Carré encontramos siempre un «leitmotiv»: en la lucha de las superpotencias entre sí acaba siendo víctima la gente inocente. Otro autor británico destacado es Graham Green, con novelas como «El americano impasible» (1952), «Nuestro hombre en La Habana» (1959) o «El factor humano» (1978). Se trata de novelas estupendas muy comprometidas políticamente, ubicadas en escenarios como Cuba, Vietnam o Sudáfrica. En los libros de Greene puede apreciarse su antiimperialismo, pero sin que se trata de novelas panfletarias. De hecho, el autor deja que el lector saque sus conclusiones. Habitan sus obras personajes complejos, tramas elaboradas y una ambigüedad moral, es decir, no hay personajes buenos y malos en términos absolutos. El maniqueísmo no existe en la novela negra. Hay muchos hijos de puta que realizan buenas acciones…
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