De Paul Wolfowitz decían sus profesores que fue un estudiante modélico, de ejemplar comportamiento en las universidades en que cursó Matemáticas, Historia y Ciencias Políticas. Sus biógrafos lo tenían como un brillante intelectual, discípulo de Leo Strauss, capaz y trabajador. Sus compañeros del Pentágono afirmaban que era el más hábil estratega en materia de defensa […]
De Paul Wolfowitz decían sus profesores que fue un estudiante modélico, de ejemplar comportamiento en las universidades en que cursó Matemáticas, Historia y Ciencias Políticas. Sus biógrafos lo tenían como un brillante intelectual, discípulo de Leo Strauss, capaz y trabajador. Sus compañeros del Pentágono afirmaban que era el más hábil estratega en materia de defensa que ha pasado por el polígono, artífice, entre otras ideas, de las «guerras preventivas» y de la necesidad de aniquilar a los «competidores emergentes». Todo un teórico de la supremacía militar «en cualquier circunstancia», experto en «crear» amenazas y paranoias. Los periodistas lo señalaban como el más diestro y sagaz funcionario que haya pasado por la Casa Blanca. Sus amigos hablaban de él como un hombre sencillo, patriota americano, ferviente demócrata y honesto.
Su presidente lo definió como un servidor pulcro y leal, al que por sus tantas virtudes y doctos saberes nombraron por unanimidad presidente del Banco Mundial.
Un aciago día, sin embargo, el mito se derrumbó y aquel modélico estudiante, brillante intelectual, hábil estratega, diestro funcionario, patriota americano, pulcro y virtuoso Paul Wolfowitz, terminó enredado en un vulgar folletín americano en el que no faltó una amante, una amiga celosa, una secretaria a la que recompensar con otro cargo, un amoroso aumento de salario y un beso en un motel. Hasta agujeros en los calcetines acabó confesando antes de dejar su puesto.
Poco más tarde, cuando todavía coleaba el escándalo protagonizado por el presidente del Banco Mundial, Randall Tobías presentaba su renuncia como administrador de la Agencia para el Desarrollo Internacional (AID) luego de que se le advirtiera la inmediata publicación de una lista de nombres vinculados a la prostitución en la que figuraba el suyo. Tobías era un leal y veterano cliente de «La Madame del DC», un centro de prostitución que el administrador creía era de masajes. Eso fue al menos lo que alegó en su defensa al ser cuestionado por la policía sobre su relación con la «madame». Cierto es que no debe ser fácil distinguir un masaje de una felación y, por las dudas, Tobías persistió en sus estudios y averiguaciones, masaje tras masaje, sin acabar de entender la diferencia. Ni siquiera el alto costo del servicio le hizo entrar en sospechas de que fuera otra cosa lo que estaba pagando. En su defensa cabía alegar que así sea con la mano o con la lengua, un masaje es un masaje y que, al fin y al cabo, como administrador de una institución que maneja alrededor de 20 mil millones de dólares al año, eso era, a gran escala, lo que había venido haciendo desde que fuera nombrado: masajear las economías de los países puestos en manos del organismo que dirigía.
Para completar la trilogía faltaba el presidente del Fondo Monetario Internacional que, junto a los dos citados, compone la funesta trilogía de impresentables que, además de ocuparse de los recursos y la moral del mundo, también administran sus arrumacos y masajes. Y no se ha hecho esperar.
Dominique Strauss-Kahn ha sido detenido y acusado de agresión sexual e intento de violación. El político socialista francés, considerado el mejor situado para hacerse con la presidencia de su país una vez terminara su labor al frente del Fondo Monetario Internacional, fue arrestado en Nueva York en el avión en que se disponía a huir, luego de intentar violar a una camarera en el hotel en que se hospedaba.
Tampoco es, al parecer, la primera vez que Strauss-Kahn, acostumbrado a acudir al rescate de crisis financieras, ha asumido personalmente la posibilidad de aplicar programas de reajustes a mujeres en crisis e incapaces de cumplir con sus obligaciones y sus deudas. Y nadie ignoraba, desde su desenfrenado estilo de vida, su contradictoria debilidad por incentivar el gasto y la inversión entre las economías sometidas al dictamen de su gerencia monetaria.
Al igual que Paul Wolfowitz y Randall Tobías, Strauss-Kahn sólo estaba aplicando a escala reducida las líneas maestras del desarrollo internacional que impulsan Estados Unidos y Europa con respecto al tercer mundo. En manos de semejantes canallas, dignos representantes de los organismos que han presidido, es que está la humanidad.
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