La semana pasada fallecía, en Nüremberg, el teórico alemán Robert Kurz. Sirvan estas líneas, que posiblemente hubieran resultado más valiosas cuando Kurz aún vivía, para reconocer la importancia de sus contribuciones y presentar al lector hispanohablante a un autor del que apenas se ha oído hablar. Kurz perteneció a esa corriente, relativamente poco conocida y […]
La semana pasada fallecía, en Nüremberg, el teórico alemán Robert Kurz. Sirvan estas líneas, que posiblemente hubieran resultado más valiosas cuando Kurz aún vivía, para reconocer la importancia de sus contribuciones y presentar al lector hispanohablante a un autor del que apenas se ha oído hablar.
Kurz perteneció a esa corriente, relativamente poco conocida y cultivada, del pensamiento marxiano que podríamos llamar, como Kurz mismo hacía, la de la «crítica del valor» (en la que también podrían quedar integrados un texto fundamental como Tiempo, trabajo y dominación social, de Moishe Postone, o ciertos trabajos de sociología industrial, desarrollados por Pierre Naville y sus sucesores). Supone defender una interpretación de las categorías fundamentales de El Capital significativamente distinta de la que ha imperado en el conjunto del pensamiento marxista, debido en gran parte a la forma en que el pensamiento de Marx se convirtió en fuente necesaria de legitimación de las políticas socioeconómicas desarrolladas en los países del bloque socialista.
Así, frente al acento puesto por el «marxismo tradicional» (expresión de Postone) sobre la categoría del plusvalor, el fenómeno de la explotación, la esfera de la producción…, frente a una postura teórica de la que se colegía sin mucha dificultad que socialismo era sinónimo de colectivización de los medios de producción, surge este otro marxismo que, en contraste con la potencia teórica absoluta normalmente atribuida a estos elementos, reivindica la importancia de las articulaciones, de valor y plusvalor, de capital y trabajo, de circulación y producción… y en estas circunstancias la colectivización de los medios de producción no significa nada por sí misma en la medida en que la ley del valor, articulador social fundamental de las relaciones sociales en el capitalismo, sigue cumpliendo esa función.
Pero no es esta una interpretación que surja como eso, como una simple re-lectura, cuya funcionalidad sería la de «lavar la cara al marxismo» para poder sostener lo insostenible una vez que, como es frecuente oír, el colapso de la Unión Soviética «ha demostrado la inaplicabilidad o la invalidez del marxismo». En primer lugar porque la teoría de Marx, el «marxismo» en el sentido más restrictivo del término, no tiene como eje central la teorización de la sociedad socialista sino, por encima de todo, la crítica de la sociedad capitalista, y por tanto no se sitúa en el ámbito de la enunciación de lo que debe ser sino en el del análisis riguroso de lo que es. En segundo lugar, porque un primer defensor de esta lectura centrada en la importancia teórico-política de las categorías desarrolladas en la Sección Primera de El Capital (mercancía, valor, trabajo…) fue Isaak Illich Rubin, quien, tan pronto como en 1924, ya planteó una demoledora crítica del marxismo hegemónico, de la interpretación que hacía del análisis crítico de Marx y de las consecuencias políticas que extraía. En tercer lugar, porque el propósito de esta interpretación no es el de sumar «una capa más» de lecturas al gigantesco novillo de interpretaciones que es el pensamiento marxista, sino en realidad defender, probablemente con Althusser pero yendo más allá de lo que él fue, un retorno a Marx, al texto, liberándolo precisamente de esas sucesivas capas de interpretaciones que han convertido al marxismo en un instrumento demasiado aparatoso, demasiado torpe, de análisis sociopolítico.
Y ese retorno al texto carga la interpretación misma de problemas, puesto que no faltan fragmentos en los que Marx (también Engels) enfatiza la importancia política de las categorías en torno a las cuales ha girado la producción teórica y la acción política del marxismo tradicional. Pero abundan también, son mucho más significativos, los fragmentos en los que Marx pone en cuestión esa postura. Y mientras que los primeros participan del estilo panfletario, subversivo, de ciertos párrafos de El Capital, los segundos emergen con especial claridad en aquellos momentos en los que Marx despliega su capacidad analítica y su saber. Y sin embargo se mantiene esa tensión irresoluble entre, digámoslo así, dos Marx muy diferentes; una tensión de la que Kurz era plenamente consciente y que quizás aprehendió mejor que nadie al distinguir entre el Marx exotérico («positivamente inclinado hacia el desarrollo inmanente del capitalismo», es decir, aquel que fundamenta las posiciones del marxismo tradicional) y el esotérico («aquel que se desplaza hacia la crítica categorial del capitalismo», es decir, el Marx que él mismo reivindicaba) [1] .
La obra de Kurz, escrita originalmente en alemán y de la que existen ciertas traducciones (pocas) a otros idiomas (inglés, francés o portugués), es paradójicamente desconocida para los lectores hispanohablantes, para quienes sólo están disponibles las traducciones oficiosas que puedan circular por Internet y un libro, El mercado absurdo de los hombres sin cualidades: ensayos sobre el fetichismo de la mercancía, recientemente publicado por la editorial Pipas de Calabaza y que incluye dos textos de Kurz. A ella se suma además el trabajo realizado como impulsor de dos grupos distintos de análisis e intervención política en Alemania, Krisis y Exit!, que también han hecho contribuciones de gran importancia que, por desgracia, pasan generalmente desapercibidas para el marxismo en lengua castellana.
Precisamente por eso estas líneas no pueden hacer mucho más que presentar sucintamente, tal vez demasiado tarde, el trabajo de un autor que es tanto más importante cuanto más crítica se hace la situación socio-económica que vivimos. Se trata de un trabajo analítico de profundas consecuencias para la izquierda mundial en la medida en que resquebraja los lugares comunes sobre los cuales se suele construir el discurso de quienes tienen aspiraciones revolucionarias.
En palabras de Kurz: «ni el socialismo estatalista del Este, ni el movimiento obrero occidental, ni los movimientos anticoloniales de liberación nacionalista, incluyendo a las corrientes más radicales, podrían calificarse ya de ‘anticapitalistas’ sino en un sentido limitado. Dicho con más precisión: su anticapitalismo no se refería aún a la auténtica forma fundamental del Capital mismo sino únicamente a tal o cual capitalismo empírico dado, al que se tomaba por el capitalismo en cuanto tal, pero que en realidad sólo era una fase aún inmadura del desarrollo de la modernidad burguesa. El marxismo de esa época no podía ser, por tanto, otra cosa que un marxismo burgués e inmanente de la modernización, porque él mismo formaba parte todavía de la historia de la conquista de la sociedad por el Capital. […] Todo lo que aparece en Marx como incondicionalidad del ‘punto de vista del obrero’ y de la ‘lucha de clases’, como retórica del ‘plustrabajo no pagado’ y de la ‘explotación’, pertenece todavía a la teoría capitalista del desarrollo, que refleja que el Capital no se ha encontrado aún a sí mismo. […] Este marxismo inmanente de la modernización se ha vuelto hoy efectivamente obsoleto, y no porque haya sido ‘erróneo’ sino porque su tarea ya está acabada. […] La lucha de clases, que no fue sino el proceso de imposición del Capital en su pura lógica formal y abstracta contra el capitalista histórica y empíricamente limitado, ha tocado a su fin» [2].
Y así, es al marxismo exotérico al que le iba de suyo la identificación de la propiedad de los medios de producción como el punto crucial que sustentaba el entramado de fuerzas políticas que había que reorganizar. Al marxismo esotérico, el que tiene sentido sostener en la coyuntura contemporánea, eso ya no le basta, no es lo sustantivo; y Kurz, que constató esa necesidad de cambiar el objetivo estratégico de la acción revolucionaria, escribió, junto con sus compañeros del grupo Krisis, el Manifiesto contra el trabajo [3] . «Proletarios de todo el mundo», termina el manifiesto, «dejadlo ya».
Robert Kurz, polémico y brillante, nos deja en un momento crucial de la historia contemporánea. Perdemos, por tanto, sus contribuciones, pero afortunadamente su obra perdura, y en esa medida lo hacen sus planteamientos. Una inestimable ayuda para el pensamiento crítico, que tanta falta nos hace y que en ocasiones aún brilla por su ausencia.
Notas:
[1] http://libcom.org/library/reading-marx-21st-century-robert-kurz
[2] R. Kurz, «Los intelectuales después de la lucha de clases: de la aconceptualidad a un nuevo pensamiento crítico», en El mercado absurdo de los hombres sin cualidades: ensayos sobre el fetichismo de la mercancía , Pipas de Calabaza, 2009, pp. 41-63 ( pp. 48-50).
[3] http://www.krisis.org/1999/manifiesto-contra-el-trabajo
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