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En Polonia, en México y en todas partes

Fuentes: Rebelión

Un libro reciente de la escritora mexicana Elena Poniatowska proporciona un giro diferente a su obra. En esta novela la vida de un antepasado y la propia ocupan el lugar central.

Elena Poniatowska.

El amante polaco.

México. Seix Barral, 2022.

Entre la ficción y la historia.

Poniatowska es una escritora que resulta cautivante. Se mueve con soltura en el terreno histórico, mediante el seguimiento de personajes de existencia real. Parte de su obra puede encuadrarse en el género de las biografías noveladas.

Resulta habitual que se ocupe de protagonistas femeninas, a las que vuelca en moldes novelescos después de hacer una concienzuda investigación sobre sus trayectorias vitales.

Así le dedica sendos libros a la pintora inglesa radicada en México Leonora Carrington (Leonora), a la actriz, fotógrafa y agente destacada de la Internacional Comunista Tina Modotti (Tinísima) o a Lupe Marín, musa artística de gran relieve (Dos veces única). Tres mujeres vinculadas al arte, pletóricas de libertad de cuerpo y espíritu. Y de pensamiento propio expresado sin remilgos en un mundo todavía regenteado por varones.

Sus personajes protagónicos no siempre son femeninos ni se desenvuelven en el ámbito que suele llamarse “de la cultura”. Así tenemos la biografía novelada de un héroe del movimiento obrero de México, Demetrio Vallejo, líder de una histórica huelga de los ferrocarriles en la década de 1950.

Ese libro, El tren sale primero, estremece con su vigorosa pintura de la vida y las acciones del dirigente sindical y su entorno. No está entre sus trabajos más renombrados, pero a juicio del que esto escribe tiene singulares valores, además de poner en manifiesto la cercanía anímica e intelectual de la autora por los trabajadores en conflicto.

Antes de todas las obras mencionadas, Poniatowska produjo al menos dos que se encuentran en el cruce entre el periodismo de investigación y la historia oral. Nos referimos a La noche de Tlatelolco y Hasta no verte Jesús mío. Ambas son inmersiones, bien diferentes entre sí, en los aspectos más oscuros de la sociedad y la política mexicanas.

En El amante polaco Elena se aleja en parte del país en el que no nació pero desenvolvió su vida y sus amores. Y al mismo tiempo se adentra con singular brío en su propia historia: La familiar y la individual.

La novela que nos ocupa se despliega en dos planos bien diferentes: Por un lado la vida de un rey de Polonia, antepasado de la autora, en el siglo XVIII. Y en paralelo, disputándole cada capítulo al predecesor ilustre, referencias a la existencia de la propia Poniatowska. Desde su infancia en Europa hasta su devenir entre intelectuales y artistas de México, sin eludir el compromiso político

No cualquier latinoamericano o latinoamericana desciende de un rey. En la Polonia de la época los monarcas eran electivos, así que el ancestro coronado, Stanislaw Poniatowski no tenía sangre real. Era sólo un miembro más de la nobleza terrateniente polaca, la szlachta, un rancio sector orgulloso de sus privilegios y hasta de sus ignorancias. 

Antes de ser rey había sido amante de la futura zarina de Rusia, Catalina. Y ésta influyó luego para llevarlo al trono, orientando la votación del estrato nobiliario habilitado para designar soberano a uno de ellos.

Una vez rey, Poniatowski quedó atado a las limitaciones de su cargo, cuyas decisiones podían ser vetadas por la voluntad de un solo miembro de las cámaras legislativas. Y asimismo al gigantesco condicionamiento de deber el puesto en que se encontraba a la soberana de una potencia vecina, empeñada además en hacer de Rusia un imperio aún más grande que lo que era hasta entonces.

El trono, las “luces” y la oscuridad.

El rey Stanislaw era un «ilustrado» ligado a las grandes ideas del llamado «Siglo de las Luces». Elena lo presenta como un reformador social, que intentó elevar el nivel de vida de los campesinos siervos y recortar los privilegios de la nobleza. El pensamiento de Rousseau y los enciclopedistas no era del paladar de los grandes señores, que más que acompañar al monarca le tendieron un cerco amenazante.

La novela está cuajada de menciones y citas de grandes figuras del pensamiento dieciochesco. Voltaire, Diderot y varios otros aparecen en sus páginas como parte de las lecturas y de las preocupaciones del rey. Intentó incluso llevar a Polonia al autor de Cándido, pero éste desdeñó la invitación.

Queda así retratado el clima ideológico de la época, en el que la intelectualidad de origen burgués ya ejercía hegemonía, la “dirección intelectual y moral” en términos de Gramsci.

La nobleza mantenía el poder político y detentaba aún el dominio de la tierra, pero los más lúcidos de sus representantes ya no leían a los teóricos del absolutismo sino a quienes escribían sobre libertades individuales, tolerancia, voluntad general y división de poderes. Soberanos y nobles comenzaban a jactarse de no gobernar ya para su beneficio exclusivo, sino en favor de su pueblo, al que juraban amar.

El monarca polaco procuró modernizar a su país, encontrándose ante la contradicción de que no había allí una burguesía que respaldara las reformas. Tuvo frente a sí una nobleza que se escudaba en las viejas tradiciones sármatas, propias de idealizados pueblos nómadas que habían habitado esas tierras en tiempos ya lejanos.

Esa aristocracia hacía de la guerra su ocupación más deseada. Y desde el armamento hasta la vestimenta que utilizaban remitía a tradiciones reales o supuestas, coincidentes en el rechazo a la “europeización”. El menosprecio hacia la cultura estaba extendido hasta tal punto que muchos nobles no sólo eran incultos, sino hasta analfabetos.

No podía simpatizarles un rey sin inclinaciones guerreras, que encontraba en la lectura y la admiración de las obras artísticas su prevaleciente objeto de atención. A los reaccionarios los respaldaba para mantener su poderío la debilidad de la monarquía, muy lejana al poder absoluto de los emperadores y reyes que reinaban allende las fronteras del Estado polaco

Stanislaw estimuló a las universidades, las artes, las disciplinas científicas más innovadoras. Lo que no logró alcanzar fue el consenso de los terratenientes. Una parte de los cuales era aliado de Rusia u otros vecinos poderosos. De quienes esperaban que los libraran de ese soberano indeseable, aún a riesgo de causar la ruina del país.

La frustración.

El monarca no obtendrá buenos resultados y los soberanos de las vecinas Rusia, Prusia y Austria terminarán devorándose el extenso territorio polaco, bastante más amplio que la Polonia actual. El antecesor de la autora será el último en reinar en la vasta extensión de la Polonia de entonces. La que había sabido ser tiempo atrás una potencia de Europa central y oriental.

El país perderá su independencia hasta 1918, al final de la Gran Guerra. Y el llamado “reparto de Polonia” quedará como una marca de infamia en la historia europea. Eso pese a que nadie hizo nada para impedirlo

La autora pinta con atención y deleite la época, así como las especulaciones políticas y las intrigas cortesanas, que atrapan al rey algo ingenuo, que nunca termina de adaptarse al entorno hostil en el que vive.

Un asunto que ocupa lugar en la narración (y de paso le da su título) es la tortuosa relación con la emperatriz de Rusia. El rey siguió enamorado de la mujer extraordinaria que fue Catalina. Ésta le respondió con desprecio en el plano afectivo. Y en el terreno político con la empeñosa dedicación a terminar de una vez con ese Estado vecino sumido en una crisis permanente.

La frustración amorosa de Stanislaw irá en paralelo con el desairado papel que se ve obligado a cumplir, privado de las herramientas para defender con eficacia el territorio que de él depende. Debe humillarse ante Rusia y frente a su antigua amante.

La escritora exterioriza a lo largo de todo el relato una mirada benévola hacia su personaje, constreñido entre sus ideales elevados y la crasa realidad a la que se tiene que enfrentar. Se soñaba como un gran transformador; y despertó en medio de un entorno local e internacional que trabajó con denuedo para su ocaso.

El lugar de la autobiografía.

En cuanto a los apuntes autobiográficos, tienen muchos puntos de interés, a través de una mirada lúcida y cariñosa. Son pantallazos sobre distintos momentos de la vida de E.P y de sus allegados, con atención especial a los avatares culturales y políticos de su país de adopción.

A lo largo de varias décadas, aparece rodeada por familiares y amigos, muchxs de ellos incluidos en el mundo del pensamiento y de las artes. Por allí pasan Octavio Paz y Carlos Fuentes, entre muchos intelectuales destacados del país de América del Norte. Un lugar importante lo ocupa quien fuera su marido, el científico Guillermo Haro, con quien parece haber vivido una historia de amor y comprensión mutua.

Asimismo el componente autobiográfico de la novela le dedica elevada atención a la trayectoria de Elena como escritora y sobre todo como periodista: Esposa y madre sentada a la máquina de escribir, dictando conferencias y clases universitarias. Pese a su posición social elevada, no deja de sufrir las dificultades que acarrea la condición de mujer en un ámbito machista.

También aparece su indignación por las peores injusticias cometidas por el Estado mexicano y oscuros poderes que actúan en sus profundidades. Quien en un punto temprano de su carrera dedicó su recolección de testimonios y su escritura a los hechos de Tlatelolco, ahora trae, cierto que en una referencia breve, a la matanza de Ayotzinapa. A décadas de distancia jóvenes estudiantes son de nuevo inmolados por fuerzas siniestras.

La lectura de estos apuntes estimula el deseo de que Poniatowska se decida a escribir una autobiografía en toda regla. Esperemos que lo haga.

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No sabemos si esta novela está entre las mejores obras de la escritora. Sea o no así, nos introduce a la vez en dos mundos bien alejados en el espacio y en el tiempo, y compone así un peculiar «retrato de familia» que vale la pena recorrer.

No es un libro para lectores urgidos, tiene más de 800 páginas. Pese a su extensión se lee con placer. Y con el interés sostenido por el ida y vuelta a casi trescientos años de distancia y con un océano de por medio.

En el caso de quien escribe estas líneas obró como impulso adicional la juvenil lectura (y relectura casi compulsiva), de algunas luminosas narraciones de Henry Sienkiewicz, reflejos inigualables de un país invadido y devastado una y otra vez.

De paso invitamos a los lectores a darse un paseo por A sangre y fuego, El diluvio y Un héroe polaco, magistrales novelas de Sienkiewicz. Las que pueden ofrecernos una noción más amplia sobre la sociedad que Poniatowska hace desfilar por sus páginas.