“Muy queridos amigos, camaradas, hermanos: La verdadera España, que es la España fiel al Gobierno de la República, no podrá olvidaros jamás; vuestros nombres han quedado grabados en su alma; ella sabe que haber merecido vuestro apoyo, vuestra ayuda generosa y desinteresada, es uno de los más altos títulos de gloria de que puede enorgullecerse”. Antonio Machado a los brigadistas internacionales en el Homenaje de los representantes del Pueblo Español en su despedida.
“Gracias, Compañero, gracias / Por el ejemplo. Gracias porque me dices / Que el hombre es noble./ Nada importa que tan pocos lo sean: / Uno, uno tan solo basta / Como testigo irrefutable / De toda la nobleza humana.” Luís Cernuda. Fragmento del poema “1936”, escrito tras su encuentro con un brigadista en Inglaterra.
“No hemos perdido nuestra patria, nuestra patria se encuentra ahora aquí, delante de Madrid”. De la canción que compuso Erich Weinert, poeta alemán.
1.
Las ilusiones: el cerro de las balas, de Juan Eduardo Zúñiga
Juan Eduardo Zúñiga es autor de una trilogía esencial sobre la guerra de 1936 y sus consecuencias en Madrid, pero debido al tratamiento magistral que hace de ello pasa a ser una visión general en nuestra conciencia de lectores. “La tierra será un paraíso”, “Largo noviembre en Madrid”, y “Capital de la gloria”, títulos de los libros de la trilogía, contienen experiencias vitales tan particulares, referencias tan próximas y reconocibles, con estilos distintos en cada una de las obras, que el lector recorrerá como en pocas, como en escasísimas ocasiones podría hacerlo el mapa humano de la guerra.
Juan Eduardo Zúñiga en su cuento titulado “Las ilusiones: El Cerro de las Balas”, perteneciente a su libro “Largo Noviembre en Madrid”, escribe a través de las figuras del doctor Dimov y del médico brigadista sobre las gentes intemporales que impulsan y sostienen las ideas mejores de los seres humanos.
En “Las ilusiones: El Cerro de las balas” aparecen en primer plano los jóvenes que en la posguerra franquista tras la pérdida de la República, quedaron sin horizonte y con una vida diaria tan destruida que la existencia se les reducía a las privaciones; sufrían el “calor aplastante” y la “sed” resultando símbolos de tantos sentimientos. Uno de ellos saldrá del aturdimiento y el miedo producidos por el régimen y se dispondrá a luchar.
El título de la narración contiene en si mismo dos puntos extremos: los deseos elevados, las ilusiones, como un cerro, y el sometimiento bajo el que estos se encontraban en la España franquista, bajo las balas. En el cuento se desarrollan para descubrir lo que ocurre en el protagonista al llevar a cabo su acción. Su transformación se va a ir produciendo conforme “vuelve a conocer” el contexto histórico y social. El motor que pone en marcha ese reconocimiento doble, el que lleva a cabo sobre sí mismo y sobre el contexto, es la figura de un médico brigadista internacional que ha preferido quedarse entre la población trabajadora tras la derrota republicana en la guerra para seguir ayudando a sostener la causa de la libertad.
El narrador-protagonista contó a Dimov junto a un ventanal del laboratorio en el que trabajaban la atracción que sintió por una gitana: “Hechizado… por su figura esbelta, sucia, con manos delgadas y renegridas, la ropa en el mayor abandono, sin duda oliendo a miseria, pero con ojos y boca seductores”. Aquí encontramos una contraposición esencial: El contraste que producen en él la suciedad y el abandono frente a la esbeltez y la seducción; son los límites simbólicos que van a ir plasmándose en la vida de aquella España de la posguerra, sucia y pobre, frente a la belleza que él ve en la gitana, belleza asumida íntimamente y que le irá creciendo como la imagen de la patria a la que siente profundamente. El narrador-protagonista nos descubre a un Dimov que vino a España en los años posteriores a la guerra en busca de un compatriota médico de las Brigadas Internacionales, un brigadista que no quiso marcharse con los demás al final de 1938. Así es que permaneció aquí con documentación falsa. Juan Eduardo Zúñiga va a establecer un paralelismo entre la gitana-patria y el brigadista, y la búsqueda de los dos llevará a nuestro narrador a conocerse, al descubrimiento de si mismo. Pero entre la búsqueda de la gitana y la búsqueda del brigadista va a surgir otro camino, el amor a una ciudad: Madrid como ejemplo de la resistencia antifascista. El amor a esta ciudad está comprendido en el amor a esa mujer que es a su vez el amor a la Patria, y ese amor es la pasión que le debía llevar a salvar todas las dificultades, si es preciso, se dirá, obligando a quien se le oponga a aceptarle.
Eso es una actitud que rechaza todo conformismo, que promueve el cambio luchando por los ideales. El narrador le cuenta a Dimov el efecto que le ha causado esa mujer. El comentario lo hace estando los dos frente a un ventanal que da a la estación del ferrocarril del Mediodía y lo que contemplan es “el lento reptar de trenes y densas humaredas entre haces de vías que alejaban su curva hacia un horizonte de llanuras peladas”; lo que ven es un paisaje caracterizado en primer plano por la confusión, el enredo, son las vías trenzadas, una dificultad de la que los trenes salen despacio para encontrar su propia dirección hacía el horizonte abierto, una perspectiva amplia y clara que se traducirá en un correlato para el personaje, pues alude a que más allá de la confusión primera, inmediata, hay un futuro esperanzado; aquel horizonte es un significado vital, horizonte hacia el que el extranjero tendía la vista mientras el narrador, estando junto a él, nos declara el momento del que le resulta difícil salir y la impresión que le ha producido la gitana, la pasión que empieza a sentir por ella. El “yo” despierta a un mundo romántico, mundo en el que lo irracional como fuerza constructora de la visión del narrador-protagonista lo sitúa en un estado que ansía otra realidad, pero ha de volver a la que tiene delante por el camino tortuoso de la experiencia.
El emplazamiento desde el que se ve la Estación del Mediodía es el Observatorio que hay muy cerca de la entrada del Parque del Retiro: abajo la estación y el nudo de hierros y su separación en vías. Más aún, solo desde allí se ve el horizonte. El Cerro de las Balas se encuentra en el término del Pueblo de Vallecas; no se llama así, es el nombre que popularmente se le dio. Lo llamaban así porque se utilizaba como campo de tiro. Dimov contempla desde el supuesto laboratorio en que se encuentra con el narrador-protagonista los barrios de casitas bajas, las chavolas donde tras la guerra las desgracias han echado raíz, lugares de hambre y de esperanza escondida, de miedo. Allí es donde el protagonista puede averiguar algo sobre el médico internacionalista, ese personaje escondido. Dimov nos entrega un indicio sobre el desarrollo de la acción principal: “será difícil una ciudad tan grande”. El narrador-protagonista seguidamente centra la atención en cómo las espirales de humo del tabaco de Dimov se interponen a la visión panorámica que aparece ante el ventanal y se ve obligado a mirar al suelo donde pisa. Una coincidencia: el apellido Dimov esta compuesto por dos sílabas, la segunda, “mov”, en búlgaro quiere decir “humo”. Y ese humo que se interpone a su visión del horizonte, ese humo que le hace mirar el suelo que pisa, esa observación imprevista y necesaria de la realidad inmediata dará como resultado su experiencia. Para obtenerla ha de ajustar la razón a su realidad personal, eso que en el desarrollo del conflicto le hará entender y madurar conforme vaya implicándose en la búsqueda del internacionalista. Dimov marca día a día los progresos de nuestro narrador, se interesa por las conversaciones que éste lleva a cabo con otros dos amigos al dirigirse al Cerro de las Balas.
Cuando el narrador dice que una vez en aquel alto comenta a sus compañeros el interés del extranjero por la situación general del país se nota el silencio que hacen y cómo bajo ese silencio discurren las sospechas del carácter siniestro del enemigo, pues ¿quién podía venir a España en las circunstancias en que se vivía? El sol que cae sobre ellos cuando van al Cerro de las Balas lo describe el protagonista como si fuese un ojo molesto, un ojo que vigila cada uno de sus movimientos, el sol que cae sobre ellos es un sol de castigo, pesado, paralizante, que les deja sin fuerzas, sin capacidad para emprender ninguna tarea, que les pesa en la cabeza y en los hombros, tan solo no afecta al sentimiento carnal, al sexo, y produce otra respuesta orgánica, la sed, y no pueden paliar ninguna de las dos necesidades. Después se les oirá decir que ansían que se desate una tormenta que llegando de lejos limpie y refresque la tierra y el aire. Este lenguaje simbólico alude a la falta de libertad y justicia. En el contexto histórico los españoles esperaban -Dimov está en España en el año 1943- que los aliados, vencedores de Hitler y Mussolini, acabaran con el régimen de Franco como principal aliado de éstos: esa era la tormenta que debía venir de fuera a limpiar y refrescar. Y serán esas necesidades del organismo, el sexo y la sed, las que les harán maldecir la manera en que el ambiente dominante les marcaba aquellos años juveniles: “… como se sella a las reses sometidas”. Pero el sentimiento carnal, el sexo, un poco más allá será un signo a interpretar, el sexo en los burdeles dejará una señal grave hacia la España del momento, el vestido negro de la gitana, una vestimenta oscura, sucia y triste, será la atmósfera, el prostíbulo la imagen de la España franquista, ese régimen bajo el que los jóvenes vivían en la bajeza moral, en el desprecio a sí mismos, jóvenes como ellos que alguna vez miraban a lo lejos desde un alto. Si en el Cerro de las Balas las conversaciones se pierden por los caminos del deseo, las conversaciones que tienen el narrador-personaje y Dimov en ese tercer piso donde se encuentra el laboratorio persiguen un objetivo concreto que produce un sentimiento concreto.
La narración, la búsqueda del “otro”, la búsqueda de uno mismo que implica el conocimiento de la realidad a la que se pertenece, se ve impregnada constantemente por la frase de Dimov: “será difícil, una ciudad tan grande”. Bajo la perspectiva de esa búsqueda dificultosa y enigmática del personaje, una perspectiva que requiere de su voluntad para hacer frente a los peligros, va creciendo su deseo y su conciencia. Nuestro narrador se descubre a sí mismo en el territorio de las dudas, de las incertidumbres que no se resuelven, incertidumbres que arrastran a la frustración y al sometimiento y nos enseña la vida que llevan él y sus amigos caracterizada por la falta de decisión, por el dejar pasar las cosas. Enfrente tenemos la vida del internacionalista que ha sido decidido y ha optado por comprometerse con su tiempo. Nuestro protagonista, temeroso, consulta a sus amigos sobre la posibilidad de encontrar al médico y aquí el cuento da el primer cambio esencial. Emprenden la tarea que no tendrá vuelta atrás en sus vidas. Van con sus preguntas a compañeros del Ejército Popular de la República que han pasado por campos de concentración y cárceles y comprueban, con desconcierto, las precauciones que toman ante ellos: silencio, supuesto olvido, pues ocultan su pasado ante el posible colaboracionista del régimen dictatorial. El narrador-protagonista bajo un sentimiento de comprensión y peligro como consecuencia de sus indagaciones y de la experiencia de la guerra sintetizada en su conciencia describe a la ciudad de Madrid como: “símbolo de la pasada guerra civil, que había sido defendida tenazmente, con el frente entre sus calles, una ciudad donde los tres (amigos) habíamos nacido y que era espejo de nosotros mismos”. La búsqueda del brigadista amigo de Dimov fracasa porque, como le cuenta al Doctor, con el cerco de los franquistas la ciudad “fue removida y desplazada” y cuando entraron en ella a sangre y fuego se produjo “la desbandada”. La dificultad se presenta como insalvable, pero será Dimov el que haga la comparación que al narrador-protagonista va a resultar emblemática, comparación entre el país en el que uno ha nacido y la mujer amada aunque tanto el uno como la otra no nos hayan entregado nunca lo que deseamos. Y éste le hablará del Madrid destruido y pobre y también de su amor idílico por aquella gitana. Dimov, a continuación, le contará de su amor a una mujer que dejó en su ciudad, Sofía, que también ocupa un lugar especial en su recuerdo, y cuando habla de la ciudad lo hace con detalle y lleno de emoción: ciudad trabajadora que la lluvia hace brillar, limpia, con jardines y casas sencillas. Una ciudad opuesta a Madrid donde el sol castiga y la pobreza se ha instalado. La comparación rescata el deseo del republicano español de que las nubes se abran sobre Madrid y el agua arrastre la suciedad que la cubre, el miedo, la falta de libertad y desentierre su verdadera imagen. Por entonces sabremos de su empeño en la búsqueda del médico: acude a la taberna de nuevo para preguntar al dueño, que es amigo suyo y fue compañero de armas, por alguien más que pueda saber del internacionalista, con la esperanza íntima, secreta, de encontrar otra vez allí a la gitana. El camino lo hace pensado en ella, pobre y sucia pero orgullosa; la España de la posguerra sojuzgada pero digna. El entrelazamiento en el relato de los deseos de búsqueda expresado por Dimov y sus reflexiones íntimas, con la acción que lleva a cabo nuestro narrador para encontrar al brigadista y su atención hacia aquella mujer, le inducen a pensar, al protagonista, en una nueva esperanza: si Dimov le informa de lo necesario que es facilitar al brigadista la salida del país, él piensa que también ellos tres, los amigos, se podrían marchar de España para vivir en un mundo mejor, un mundo idílico, con el que sueñan, lejos de su realidad, entonces vuelven a plantearse dos direcciones contrapuestas en la narración: la realidad y lo quimérico.
La imagen de la mujer deseada, metáfora de la patria, irá con el narrador en su búsqueda del internacionalista por los arrabales de Madrid. De esa búsqueda junto a sus dos amigos declarará: “gruñíamos contra nuestro mundo que era un camino entre vigilancias y acusaciones de pecados de herejía, de desobediencia, del que se debía escapar a todo trance…, era la forma de negarnos a todo lo que caracterizaba entonces a nuestra patria”, y se dijeron: “que gran enemigo tendría dentro España para que miles de hombres hubieran huido de ella y nosotros soñáramos con otros países”. Pero de nuevo una contradicción se les pondrá delante, ¿qué hacer fuera de España sin oficio ni beneficio? Si la guerra había impedido la formación personal para la vida civil y ensombrecía cualquier posibilidad, por otro lado constantemente sentían una ansiedad vital de superar el abandono y combatir hasta alcanzar el objetivo:
“…la felicidad debe buscarse afanosamente, corriendo riesgos, porque nadie vendrá a regalárnosla.”
Los dos elementos contrapuestos que alimentan la narración llaman al lector para que interprete: Las ilusiones: el Cerro de las Balas. Y estando en el Cerro de las Balas una vez más comentarán lo indeterminado de su proyecto de huida, las incógnitas que les plantea y cómo la solución de éstas las quieren confiar a “alguien” poderoso que viniendo de fuera les rescate. Acto imposible. Es entonces, en ésta conversación, cuando llegan hasta sus oídos los “ruidos del pueblo de Vallecas,…, llamadas que el destino nos dirigía y no entendíamos”; y otra vez la rutina, la espera inútil y el recuerdo del pasado frustrado les hará ver lo absurdo de poner sus esperanzas en una fuerza que venga de fuera, o poner esas mismas esperanzas en su vida lejos del lugar al que se deben. Una vez dispuestos a avanzar sobre la realidad emprenderán nuevamente la búsqueda del médico brigadista. Ya hay una superación personal del primer obstáculo y sirve de estímulo. Tras conseguir información alcanzan la primera cota desde la que mirar más allá: encuentran una enfermera que le conoce. Es entonces cuando la narración toma el camino del final. Se abre un campo de dificultades que cuando se va a terminar el tiempo de estancia en España de que disponía el doctor Dimov se nos sugiere que el compromiso, la expresión de la conciencia, siempre está delante, es una guía. El doctor, impulsor de la acción del protagonista, ya no es necesario para que éste continúe su camino de lucha. El final del tiempo de la estancia de Dimov en España es el límite para nuestro personaje en primer lugar y con él para sus compañeros, y también es el comienzo de una revisión de su existencia: se pone delante la falta esencial que ha pesado sobre sus vidas, aquello por lo que han resultado en buena parte inútiles. Tras el consiguiente aprendizaje se propone el cambio en ellos. Entonces, desde el alto ventanal el narrador verá partir los trenes, los verá salir de entre el nudo de las vías y alejarse, toda una imagen simbólica de su nueva manera de percibir la realidad. Aquel objetivo de búsqueda que parecía resolverse en un fracaso deposita en ellos una enseñanza: todo depende de uno mismo sin esperar nada de fuera. Con la marcha de Dimov se precipitarán los acontecimientos: habían empezado a dar sus primeros pasos y ahora ven el vacío que hay en el país en el que deben vivir.
De los tres amigos sólo el narrador no se deja arrastrar por la rutina y asume el paralelismo entre la gitana, sucia, mal vestida, pero sugestiva, y su amor por ella con la tierra en la que ha crecido que otros han hecho dura, cortante, engañosa y vacía de amor como un prostíbulo, pero de la que a pesar de todo no puede desprenderse. El relato se cierra al volver a esa imagen de la gitana, imagen por la que había empezado, pero el punto de encuentro del principio y del final ya es bien distinto. Vuelve a la taberna dispuesto a hacer cualquier cosa para que la gitana y los suyos lo acepten mientras atisba la ilusión de encontrar refugio en el amor al país sea como sea. Una vez en la taberna comprobará que la vida es más elemental de lo que había pensado, que hasta las últimas ideas a las que se había agarrado con inocencia e impulso adolescente aún estaban alejadas de la realidad, que ninguno de esos dos elementos, la gitana y el país, le tienen en consideración, que sus esperanzas solas no significan nada, que como le dijo a uno de sus amigos: “la felicidad debe buscarse afanosamente corriendo riesgos, porque nadie vendrá a regalárnosla y tendremos que ir a ella a arrancarle unas migajas de alegría, de seguridad, de satisfacción.” Ha tomado conciencia del mundo que le rodea y se ha encontrado a sí mismo.
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