No tengo término medio, o me tomo las cosas en broma o me las tomo muy en serio. No soy de medias tintas, tampoco partidario de las charlas insustanciales faltas de ideas propias y plagadas de tópicos y de prejuicios. Prefiero seguir mi senda acostumbrada de lobo estepario… Y es que en España es muy difícil […]
No tengo término medio, o me tomo las cosas en broma o me las tomo muy en serio. No soy de medias tintas, tampoco partidario de las charlas insustanciales faltas de ideas propias y plagadas de tópicos y de prejuicios. Prefiero seguir mi senda acostumbrada de lobo estepario… Y es que en España es muy difícil un diálogo sosegado e interesante cuidadoso de relativizar cualquier idea. ¡Y qué decir de lo que los políticos hablando de su oficio, y de lo que los demás opinamos de ella! No podemos estar más lejos, no digo ya de lo que esperamos de los gobernantes sino de su modo de entenderlo y todo y el nuestro…
Por lo que concierne al ciudadano común, la intemperancia y el el apasionamiento, hermanos de la ofuscación, hacen muy difícil el mero cambio de impresiones; unas ideas que no provengan de corrientes de opinión divulgadas por estrategas, por laboratorios de ideas y por papanatas. Todo eso es lo que a las mentes despejadas nos lleva a desistir de prestar una atención que no sea superficial a los políticos y a la política. Por eso digo que o bromeo o estoy enfadado con el común de lo español y del español común. Sólo entre los muy afines, que no significa una exacta coincidencia en pareceres, podemos esperar momentos de expansión. Y en general, sólo hablando, además, brevemente con afines, así como la agudeza y al ingenio de quienes consiguen hacer pública la una y el otro, me hace soportable la política. Comparto esa sinceridad de Cioran: todo el mundo me exaspera, pero me gusta reír y no puedo reír solo…
Pero luego hay otra cosa en relación con la política. España estuvo políticamente paralizada, paralítica, durante la dictadura. España lleva 43 años desquiciada, enferma de confusión, sin encontrarse a sí misma, buscando la manera de legitimar una Constitución y una monarquía imposibles de legitimar mientras no sean ambas refrendadas o deslegitimadas por el pueblo. Han llegado las experiencias a tales extremos, que me siento incapaz de ser moderado. No hay quien aguante la política con serenidad. Por eso me siento incómodo, incluso con quienes estoy cerca en cuestiones básicas. Pues la devoción pagana por los líderes propios y el odio a los contrarios, en muchos casos justificado, situación que no es de ahora sino desde 1978 hasta hoy, me disuaden de toda reflexión. Pues toda meditación exige la voluntad de ser equidistante. Y tal como están en España las cosas, es imposible ser neutral. Podrá uno serlo en el pensamiento puro, comprensivo de las debilidades, el egoísmo y la estupidez humanos. Pero llevado todo a la práctica después de más de 80 años de vivir políticamente sumidos en anomalías, no es posible ser imparcial…
Pero ya no me extraña. No hay materia más resbaladiza, más volátil y más dañina que la política consumida en las dosis suministrada por los medios de comunicación privados. No hay sensación más amarga que la decepción de un líder, de un político o de un partido político. Por eso, para pensar sin bridas ideológicas, no pertenezco a partido ni a Club alguno. Estoy con las causas y con quienes, desde la política, intentan la justicia social, pero no con quienes las lideran. Tarde o temprano nos van a defraudar. Pero no entro en el cuerpo a cuerpo, pues cualquier discrepancia con las tesis trazadas por quienes dirigen el cotarro es heterodoxia.
Recordemos el fervor que despertó un día Felipe González, sus ideas y sus propósitos y promesas en los 80. Véase la especie de canallismo que padece desde hace años, degenerando su sentido de las cosas y el enriquecimiento personal al que ha llegado… Véase si no lo que sucede con el modo de interpretar y entender el feminismo, a lo que quizá a ello puedan atribuirse muchas deserciones. Véase lo que sufren en Cataluña millones de personas. Pues la situación que vive Cataluña no es exactamente obra de la política, que también. Si Cataluña está en estado de guerra (en sentido metafórico por lo civilizado de su sociedad) es porque, primero el Tribunal Constitucional cepilló el Estatut, luego el Fiscal General del Estado afín al gobierno de la legislatura anterior promovió un proceso penal contra los dirigentes caralanes sustanciado en una pantomima de tres meses, y luego la justicia decomonónica española han ido generando un clima propio de un país definitivamente atrasado que dura hasta hoy…
Jaime Richart, Antropólogo y jurista.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.