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En torno al Premio Rómulo Gallegos: «El imperio contraataca»

Fuentes: ENcontrARTE

Baje la versión PDF del artículo   Como tenía que ser, los operadores políticos que se desenvuelven en el ámbito cultural debían desmontar el Premio Rómulo Gallegos y así lo intentaron. Apareció el policía malo.   Como siempre, apelando a argumentos insostenibles, armó un artículo que se publicó aquí y en España, donde el público […]

Baje la versión PDF del artículo

 

Como tenía que ser, los operadores políticos que se desenvuelven en el ámbito cultural debían desmontar el Premio Rómulo Gallegos y así lo intentaron. Apareció el policía malo.

 

Como siempre, apelando a argumentos insostenibles, armó un artículo que se publicó aquí y en España, donde el público soporta a diario el bombardeo mediático antibolivariano y donde es un poco mas difícil desmontar argumentos por desconocimiento de los contextos.

 

Pero, no contaban con que el premiado salió a responder. Allá mismo, en España. Y le respondió, con íntimas convicciones.

 

El «periodista-comentarista-criticodesociales-editor-críticoliterario-opositor-operadorpolítico» no dirá más nada, porque el trabajo ya lo hizo. No importa que desmonten sus falaces argumentaciones. No importa. Hasta la próxima. Una historia sin final?

 

Aquí presentamos lo que escribió el premiado en respuesta a las infamias. Más abajo está el artículo «Réquiem para un galardón» publicado por El País de España y por supuesto como no podía faltar, reproducido por el inefable El Nazional que desató la molestia de Isaac Rosa el galardonado.

 

También reproducimos la carta enviada por la embajadora de Venezuela en España, a El País, en contestación al artículo mencionado.

 

Disfrútenlo

 

Convicciones íntimas

 

Isaac Rosa

 

Cuando el pasado 8 de julio recibí una llamada desde Venezuela en la que me comunicaban la concesión del XIV Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos por mi novela El vano ayer (Seix Barral), quedé impresionado por la decisión del jurado. Y es que el galardón no se concedió por sorteo sino mediante un fallo razonado y argumentado.

 

A la espera de conocer los detalles del veredicto me dediqué a pensar en las posibles razones para el premio.

 

No podía imaginar cuán equivocado estaba en mis meditaciones.

 

En realidad, como ha venido a aclarar el editor y crítico venezolano Gustavo Guerrero (Réquiem para un premio,publicado en El País el pasado 15 de julio), no han tenido en cuenta la calidad de mi novela, que era cosa secundaria. Para mi sorpresa -mayor que la propia concesión del premio-, no han atendido a la «alta calidad de su propuesta estética y narrativa», como recogió el «mentiroso» acta de la reunión del jurado. Al contrario, lo que tuvieron en cuenta fueron, según él sostiene en su artículo, mis «esfuerzos» por hacer públicas mis «simpatías por el régimen castrista», y con el premio han querido «recompensar lealtades», como ha descubierto Guerrero.

 

Según su opinión, mis verdaderos méritos para alcanzar este premio han sido la firma de un manifiesto contra la política estadounidense hacia Cuba (que fue suscrito por varios cientos de intelectuales de todo el mundo, entre ellos un buen número de novelistas cuya mayor relevancia pública ha pasado desapercibida para el jurado, así como otros artistas que ahora esperarán la próxima convocatoria de un galardón en sus respectivas disciplinas artísticas que recompense sus lealtades y enaltezca sus servidumbres), y mi asistencia a un encuentro público en Madrid con el ministro de Cultura cubano, en el que igualmente estaban presentes otros novelistas españoles que hoy tal vez lamenten no haber conseguido un premio que merecían tanto o más que yo. A eso se reducen mis «esfuerzos», que según Guerrero no he escatimado.

 

Como ven, poco me ha costado.

 

Gustavo Guerrero hace una serie de afirmaciones sobre el funcionamiento del premio, sobre la elección del jurado y sobre la «obediencia» ideológica de sus miembros, que corresponde replicar a la entidad organizadora y a los aludidos.

 

Por mi parte, estaré encantado de explicarle personalmente lo que opino sobre las dictaduras, las represiones y los presos políticos, para que no se canse haciendo especulaciones basadas en su «íntima convicción».

 

Nadie me ha pedido cuenta de mi «afiliación política» ni de mi opinión sobre Cuba, ni antes ni después de la concesión del premio.

 

Excepto Guerrero, que se ha preguntado por tal afiliación como un elemento que convertiría en sospechoso el fallo. De hecho, su crítica al fallo no se apoya en la calidad de la novela (pues se la reconoce), sino en mi postura política (la cual además desconoce y distorsiona), sin la cual, dice, la concesión del premio a mi novela «habría podido ser una divina sorpresa».

 

Gustavo Guerrero afirma que mi novela le pareció «brillante», y que «otro jurado bien habría podido darle el premio». Le agradezco su opinión y lamento que esta vez haya sido un jurado que no es de su confianza. Me gustaría facilitarle la lista de los jurados que me han concedido otros premios recientemente, así como la de los críticos que han valorado positivamente mi novela, y los editores que han decidido contratarla para que sea publicada fuera de España, con el ruego de que los someta al escrutinio infalible de su «íntima convicción», pues me gustaría saber si, como ingenuamente creo, mi novela ha interesado por motivos literarios a tales personas, o, en verdad, buscaban recompensarme algún tipo de lealtad para la que no haya escatimado esfuerzos.

 

Desde hace algunos años, todo lo que tiene que ver con Venezuela provoca nerviosismo en muchos; más aún desde la última victoria electoral de Hugo Chávez, avalada por los observadores internacionales.

 

Tal nerviosismo deriva en los comportamientos paranoicos de quienes ven por todas partes agentes chavistas y castristas, y maniobras para «asegurar el triunfo de una ideología y de aquellos que la apoyan». Tal clarividencia roza a veces el ridículo, o cae de cabeza en él. Gustavo Guerrero está cerca de ello, desde el momento en que cree haber destapado una operación revolucionaria tras un premio literario cuya trayectoria y prestigio están suficientemente consolidados. O quizás, como sospecho, sólo ha querido dar una nueva bofetada al Gobierno venezolano en la mejilla que tenía más a su alcance, la del jurado, o la de un joven escritor cuyo anonimato internacional hacen más increíble aún la teoría conspirativa que propone en su artículo.

 

 

Réquiem para un galardón

 

Gustavo Guerrero

 

(Con este texto, el conocido crítico venezolano abre un debate en torno al máximo galardón de la novelística hispanoamericana. Su más reciente ganador no hizo esperar su respuesta que aparece mas arriba)

 

 

A principios de este año, cuando se dio a conocer la composición del jurado del XIV Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos, muchos venezolanos sentimos que, sin mediar aviso, se cerraba una larga etapa en la historia de nuestro principal certamen literario. Simultáneamente, y con idéntica brusquedad, parecía abrirse otra u otras que se anunciaban más inciertas, más aciagas e inquietantes. Creado en 1964 para honrar y perpetuar la memoria del autor de Doña Bárbara -y al mismo tiempo como alternativa o contrapeso a la creciente influencia de Casa de las Américas y la política cultural cubana-, el Premio Rómulo Gallegos había sido durante cuatro décadas una de las citas más prestigiosas de la novelística de nuestra lengua.

 

Tal y como lo muestra un palmarés sencillamente impresionante, por el camino de Caracas pasaron en busca de esa distinción el Mario Vargas Llosa de La casa verde en 1967, el Gabriel García Márquez de Cien años de soledad en 1971 o el Carlos Fuentes de Terra Nostra en 1977. Más recientemente, y para citar otros tres ejemplos, el galardón le fue otorgado a Javier Marías en 1995 por Mañana en la batalla piensa en mí, al malogrado Roberto Bolaño en 1999 por Los detectives salvajes y a Enrique Vila-Matas en 2001 por El viaje vertical. Es verdad que los jurados no siempre estuvieron tan acertados, es verdad también que el premio cambió de estatutos y de periodicidad en varias ocasiones; pero no es menos cierto que, en los últimos 40 años, había sido una de las instituciones más sólidas y acreditadas de nuestra república literaria, un concurso digno, liberal y abierto que, a diferencia de sus rivales cubanos, hacía gala de su independencia y no exigía ni a jurados ni a premiados una determinada afiliación política. Si estos bien podían ser conservadores, marxistas o socialdemócratas, aquellos representaban, año tras año, un vivo e impecable ejemplo de pluralismo y diversidad. Baste como botón de muestra el jurado de 1993 en el que alternaron Arturo Uslar Pietri, Lisandro Otero y Fernando Alegría, o el de 1999 formado por personalidades tan distintas como Saúl Sosnowski, Antonio Benítez Rojo, Hugo Achugar y Carlos Noguera.

 

La edición de 2005 marcó una clara ruptura con esta sana tradición.

 

Recuerdo que, cuando se publicó la lista de los miembros del jurado, un amigo cubano me comentó entre bromas y veras:

«chico, aquí llegó el Comandante y mandó a parar». Y es que había que ser ciego, o ingenuo, o de mala fe, para no ver que, de los cinco miembros del tribunal, tres eran viejos y curtidos guardianes de la revolución castrista y los otros dos fervientes partidarios del teniente coronel Hugo Chávez Frías y su revolución bolivariana. Me pregunto y le pregunto al advertido lector quién puede ignorar hoy, en nuestro orbe literario, cuál es la obediencia del ex director de la revista Casa de las Américas, Antón Arrufat; del antiguo secretario de Neruda, Jorge Enrique Adoum, y del veterano paladín de la crítica marxista, Nelson Osorio. ¿Y quién ignora en Venezuela que el profesor Cósimo Mandrillo denuncia públicamente a las gentes de izquierda que no aplauden las locuras de nuestro presidente, o que el profesor Alberto Rodríguez Carrucci firma manifiestos a favor de Castro y viaja a La Habana invitado por Casa de las Américas?

 

Por primera vez desde su creación, los cinco jurados del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos constituían así un sólo bloque político y representaba la garantía de una adhesión sin reservas a la ideología revolucionaria. Con ellos, castrismo y chavismo colocaban una bandera en el corazón mismo de una institución que había gozado hasta entonces de un margen de libertad envidiable y cuyo prestigio procedía justamente de la irrestricta autonomía de sus decisiones.

No es improbable que las provocaciones de Fernando Vallejo al recibir el galardón en 2003 por El desbarrancadero hayan precipitado los acontecimientos, obligando a Hugo Chávez Frías a tomar cartas en el asunto antes de tiempo. Que el colombiano haya tenido el atrevimiento de pronunciar un discurso en Caracas en el que ridiculizaba por igual a Cristo y a Castro, que haya declarado que Bolívar y la Independencia habían sido un mal para nuestros pueblos, y que acabara entregando los 100 mil dólares del premio a la Sociedad Protectora de Animales, era mucho más de lo que podían soportar nuestro presidente y su aliado cubano. En un contexto de vivas tensiones políticas, Fernando Vallejo pareció ofrecerles en bandeja de plata la excusa ideal para meter en cintura al ente organizador del premio y apoderarse de él. Y es que, aunque Hugo Chávez Frías, en la mejor tradición militar, siente un hondo desprecio por los escritores, no podía permitir que se repitiera el espectáculo de Vallejo ni otro peor, más crítico y más peligroso para la ideología del régimen. De ahí que nada haya sido dejado al azar en la composición del nuevo jurado, el de estos cinco incondicionales que, tal y como era de esperarse, han cumplido a cabalidad la misión que se les encargó al dictar su veredicto el pasado 8 de julio en Caracas.

 

El primer finalista es previsiblemente cubano y escritor de la editorial Letras Cubanas: Jorge Angel Pérez con su novela Fumando espero ; el ganador, por el contrario, bien habría podido ser una divina sorpresa si nadie se hubiera enterado de que el joven y talentoso Isaac Rosa, autor de El vano ayer, no ha escatimado esfuerzos por hacer públicas sus simpatías por el régimen castrista. Aunque su novela es un valiente intento de repensar críticamente la época franquista, de seguro el sevillano cree aún, como su amiga Belén Gopegui, que hay dictaduras buenas y dictaduras malas, represiones buenas y represiones malas, presos políticos buenos y presos políticos malos, según y cómo. El verano pasado, al igual que muchos otros críticos y editores, me tomé el tiempo de leer su novela y, sin llegar al extremo de decir que es una obra necesaria, nada me impide reconocer que me pareció brillante y así se lo escribí a su traductor francés. Pero con la misma sinceridad también digo que, si es verdad que otro jurado bien habría podido darle el premio, éste de los cinco incondicionales no podía no dárselo, pues, desde un comienzo, había sido concebido, diseñado y preparado no para valorar sin prejuicios una novela sino para asegurar el triunfo de una ideología y de aquellos que la apoyan. Me queda así la incomodísima sospecha de que otras de las finalistas y, en particular, la excelente novela de Juan Villoro, El testigo, no hayan hecho aquí sino papel de comparsas; me queda casi la íntima convicción de que, detrás de la decisión final, no se oculta ningún «intenso debate estético».

 

Termino diciendo algo obvio:

 

todo lleva a pensar que, en su nueva etapa bolivariana, el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos está llamado a convertirse en un instrumento para recompensar lealtades y enaltecer servidumbres, una suerte de substancioso apéndice de los galardones de Casa de las Américas (no olvidemos que se trata nada menos que de 100 mil dólares). Así como cayó en su momento la Corte Suprema de Justicia, así como cayó el Consejo Nacional Electoral y los Museos Nacionales y tantas otras instituciones del Estado venezolano que no voy a mencionar, así parece haber caído ahora el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos bajo la égida del poder personal de Hugo Chávez Frías y de su maestro Fidel Castro. No es fácil ahogar toda la pena y la vergüenza que se siente al ver a estos dos uniformados presidiendo los destinos de un concurso que lleva el nombre de uno de los símbolos de la lucha de los intelectuales venezolanos contra el militarismo a lo largo del siglo XX, un hombre que prefirió el exilio, el oprobio y las cárceles antes que recibir prebendas de dos de nuestros dictadores más feroces, el general Juan Vicente Gómez y el coronel Marcos Pérez Jiménez. Los que podemos alzar la voz para decirlo somos conscientes de que no es mucho lo que podemos esperar por ahora del efecto de nuestras palabras. Pero no por ello vamos a dejar de denunciar los avances del proyecto hegemónico y autocrático de Hugo Chávez Frías. Sirvan estas líneas para sentar testimonio. No vaya a ser que mañana nos digan que no se sabía lo que estaba ocurriendo en Venezuela.

 

Gustavo Guerrero

 

 

Premio Rómulo Gallegos: Respuesta al periódico El País de España por parte de Gladys María Gutiérrez Alvarado, embajadora de la República Bolivariana de Venezuela en este país

 

23-07-2005

 

Repasando las sucesivas ediciones de EL PAÍS de los últimos días, resultan ya monótonos los artículos de opinión vituperando algún aspecto de la realidad sociopolítica venezolana, en la medida en que ésta no se adapta a ciertas expectativas interesadas de progresismo deslavazado. Como prueba de lo anterior, sólo dos de muchos casos: el artículo Réquiem por un galardón, del 15 de julio, que abarca una página íntegra (a esta embajada, que representa a toda una nación, sus réplicas se le publican si no sobrepasan las 30 líneas), en el que un crítico denigra a un premio literario de su propio país, el Rómulo Gallegos, recurriendo al habitual discurso peyorativo que sobre Venezuela hacen ciertos grupos sociológicos allende nuestras fronteras, politizándolo bajo el falaz argumento de que anteriormente éste era un ejemplo de pluralidad, a pesar de delatarse en el mismo texto al opinar que fue creado hace décadas como contrapeso a la creciente influencia de la Casa de las Américas y la política cultural cubana; denostando además al presidente Chávez por su profesión de militar, siendo el trasfondo de este parecer excluyente la idea de que los militares están negados al progreso, la justicia o la belleza (obviando constatables pruebas en contra, ocurridas incluso en la Europa del siglo XX).

 

También está la columna de Andrés Ortega Se buscan valientes, del 18 de julio, en la que se cuestiona el proceso que el Poder Judicial venezolano le sigue a la organización Súmate, mostrándolo como contrario a nuestras leyes, cuando la referida instancia, que los áulicos de la derecha nacional presentan como una cándida ONG (y cuyo miembro más conspicuo, la mencionada María Machado, firmó la lista de asistencia a la ceremonia de autojuramentación del golpista Pedro Carmona Estanga el 12 de abril de 2002), ha actuado de manera ostensiblemente política y proselitista, usurpando funciones propias del Poder Electoral y divulgando de manera propagandística el discurso de la oposición venezolana durante la campaña para el referéndum de agosto de 2004, recibiendo por todo ello fondos del Congreso estadounidense (lo que infringe la legislación vigente en lo que se refiere a actividades políticas). En el artículo destaca además, la rara idea de democracia que exhibe Ortega, al acusar de monocratismo tumultuario a un Gobierno reelecto ocho veces consecutivas, sin los fraudes bipartidistas de antaño, sólo por no aceptar, entre otras cosas, proyectos políticos foráneos que ilusamente se desearía implantar en Venezuela para volver al pasado. De seguro que los lectores están en presencia de otro nostálgico del voto censitario.

La ñapa

El Nacional – Lunes 1 de agosto de 2005

B/10

Cultura y Espectáculos))

OPINIÓN

El fin de un premio literario

El articulista, escritor mexicano, fue miembro del jurado del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos en su edición anterior. Suma su voz a los que han cuestionado el veredicto de este año, que favoreció a la novela El vano ayer, de Isaac Rosa. Va más allá del debate político y pone en entredicho la calidad de la obra

«Todo premio tiene sus malas cosechas, sus momentos de equívoco o de ofuscación, pero si algo tenía el Rómulo Gallegos es que no cualquiera debía ganarlo», afirma Domínguez El XIV Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos fue otorgado a alguien llamado Isaac Rosa, autor de una novela titulada El vano ayer.

Dada la trascendencia del galardón venezolano, los jurados se exponían, al premiar a un escritor poco conocido, a que ocurriese lo que está ocurriendo: que su veredicto fuese examinado con lupa por la opinión pública. Y los resultados no están siendo halagüeños para quienes han desahuciado a uno de los más prestigiosos premios literarios latinoamericanos.

Examinada la novela vencedora, salta a la vista que pudo haber ganado en alguno de esos premios literarios provincianos o autonómicos que en España se dan como los hongos, pero no el Rómulo Gallegos.

Todo premio tiene sus malas cosechas, sus momentos de equívoco o de ofuscación, pero si algo tenía el Rómulo Gallegos es que no cualquiera debía ganarlo, y cuando alguna efímera hechura mediática se hizo de él, las voces de protesta fueron tan significativas que el gazapo no se repitió. El vano ayer no tiene gran cosa qué hacer en un listado donde están libros como La casa verde, Cien años de soledad, Terra nostra, Mañana en la batalla piensa en mí, Los detectives salvajes, El viaje vertical o El desbarrancadero.

Rosa no parece ser compañía probable para Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Javier Marías, Roberto Bolaño, Enrique Vila-Matas o Fernando Vallejo, para hablar de los grandes escritores que han ganado el Rómulo Gallegos, premio que destacaba no sólo por la calidad canónica de los galardonados, sino por la pluralidad estética e ideológica de los jurados que lo otorgaban.

¿Qué ocurrió entonces? Pues que el régimen militar venezolano, asesorado por el castrismo en esas proverbiales maniobras de cooptación y propaganda, decidió poner fin a la latosa independencia del premio y para ello hizo jurados a cinco comisarios de rancia obediencia revolucionaria: Jorge Enrique Adoum, Nelson Osorio, Antón Arrufat, Cósime Mandrillo y Alberto Rodríguez Carducci. La misión del jurado -donde no falta, curiosidad propia de la mayéutica estaliniana, la víctima reconciliada de una vieja purga- fue premiar en Rosa a un amiguete español de la dictadura cubana y un cuadro bien dispuesto a pasearse en procesión revolucionaria por las ruinas de Venezuela, bailando al son del teniente coronel que Castro tiene como deseadísimo sucesor.

Lo grave no son las ideas políticas de Rosa, pues las verdaderas democracias están diseñadas para proteger a sus enemigos, sino el fin -no por predecible menos doloroso- de una institución literaria cuya liberalidad honraba al mundo de habla hispana. Flaco favor le han hecho al joven escritor estos jurados, condenándolo a ser recordado tan sólo como el instrumento de una lamentable maniobra que, como casi todo lo que proviene del chavismo, es la gravosa parodia de una parodia. Muerto en espíritu el Rómulo Gallegos, quizá se pretenda ofrecer al nuevo muerto en vida como sustituto del viejo Premio Casa de las Américas, que estará en el desván como el otrora instrumento eficaz que fue en la propagación universal del mito castrista.

En Caracas, en Madrid y en México se han animado las recriminaciones y las condolencias en la cabecera del premio moribundo. Belén Gopegui, literata española tristemente célebre por el melancólico celo que pone en defender a Castro, ha criticado a la prensa de su país por regatearle a Rosa las candilejas, como si las malandanzas de un jurado literario constituido en politburó ecuatorial ameritasen parar las prensas. Se queja la señora Gopegui de que El País ignora la hazaña de los jurados que premiaron a Rosa; acaso la narradora ya se aburrió de la pluralidad informativa que le ofrece Granma.

Y fue en El País donde, tras leer la denuncia que el crítico y editor venezolano Gustavo Guerrero hizo de la liquidación del Premio Rómulo Gallegos, nos encontramos con que Rosa tuvo el mal gusto de salir a defender su novela y su premio. Lo que no pudo dejar a salvo fue su honor, dedicando la coda de su autoencomio a burlarse de los demócratas venezolanos, al menos la mitad de una nación una y otra vez arrollada, humillada y ofendida por el caudillo.

En fin, que el negocio de Rosa es ya cosa rutinaria: escribir una novela denunciando a una dictadura de derechas -el franquismo- para recibir los honores (y el dinero) de una dictadura de izquierdas. Es probable que el libro merezca una suerte mejor que la calamidad moral que ha acarreado a su autor.

Pero con el tiempo uno va perdiendo estómago para las imposturas.

Siguiendo el vértigo de la victoriosa movilización total que acompaña desde ya hace demasiados meses al régimen del teniente coronel golpista, el Premio Rómulo Gallegos se ha eclipsado. Se eclipsa junto con esa democracia venezolana que para los mexicanos -antecedente que frecuentemente se olvida- algunas cosas tenía de ejemplar.

No es sorprendente lo ocurrido en Caracas: me tocó ser, en junio de 2003, parte del jurado que premió al escritor colombiano Fernando Vallejo y desde entonces era de temerse que el premio, al simbolizar a la cultura liberal venezolana, estaría condenado a extinguirse como víctima de un poder militar corrompido. De la elocuencia con la que Vallejo, como lo han hecho siempre los espíritus libres, se expresó al recibir el premio, dejando constancia del horror que le causaba el tiranuelo, tomaron nota los comisarios políticos. En La Habana y en Caracas se llevaron a cabo las diligencias necesarias para que el Premio Rómulo Gallegos no volviese a honrar a un escritor independiente y para que, en cambio, todo quedase atado y amarrado, premiando a la servidumbre.