La falta de articulación de todos los eslabones de la cadena de producción agrícola es uno de los tantos pendientes de las transformaciones que requiere este estratégico sector.
Desde el pasado 2010, mucho se habla en Cuba de la necesidad de articular cadenas productivas en un período de profundas transformaciones agrupadas en lo que se conoce como “Actualización del Modelo Económico y Social Cubano”, en marcha desde 2011. Concebir la articulación de cadenas productivas que contribuyan a la generación de ingresos para la capitalización del sector agropecuario, tal como se plantea en el Lineamiento 185 (PCC, 2011), constituye un reto importante para una nación urgida de hacer despegar su sector agropecuario, generar divisas, sustituir importaciones de alimentos y garantizar una mayor cobertura alimentaria a su población. Este debate se ha vuelto aún más recurrente en los últimos meses.
Es importante esclarecer que en Cuba existen cadenas productivas, solo que salvo pocas excepciones, estas estructuras están desarticuladas, lo que redunda en dificultades diversas que se expresan en la incapacidad del sistema agroindustrial para satisfacer las diferentes demandas y, por lo tanto, para cumplir los aludidos propósitos.
Se considera que lo planteado en el L-185 resulta insuficiente, ya que más que cadenas productivas, deben articularse cadenas de valor que partan de la demanda de los espacios de mercado a los que estas estructuras se orienten, o sea, que tomen como punto de partida las preferencias del consumidor final.
Satisfacerlas, no solo en términos de nutrientes y con una oferta asequible en el caso del mercado doméstico, debe constituir un objetivo de la política del sector agropecuario. Esta sería una transformación radical en la manera de trazar políticas, sesgada durante muchos años hacia la oferta.
Por demás, el enfoque de cadena de valor también permite analizar la manera en que los beneficios generados se distribuyen entre los actores participantes, a fin de detectar si esta distribución se corresponde con la aportación de valor de cada actor, o sea, si es equitativa. Esto es coherente con el modelo socioeconómico al que se aspira en el país.
La concreción de cadenas de valor u otras formas de articulación resulta muy necesaria en el sector agropecuario cubano, toda vez que no es el enfoque sistémico ni la orientación a partir de la demanda lo que ha primado en esta rama. En las cadenas agroindustriales intervienen una serie de organismos rectores por sectores que tradicionalmente han trabajado de manera independiente (por ejemplo, los Ministerios de la Agricultura, de la Industria Alimentaria, y de Comercio Interior).
Ello ha llevado a incongruencias que devienen en resultados inferiores a los esperados en términos de satisfacción de consumos.
Ante la necesidad de importar buena parte de los alimentos que se consumen en el país, lo que implica una erogación anual de aproximadamente 2 mil millones de USD, se sigue enfatizando en la urgencia de producir más, sin considerar en su justa medida la necesidad de desarrollar y engranar el resto de la cadena, obviando de esta manera la concepción sistémica del proceso.
Mayores producciones, sin las adecuadas respuestas del resto de los eslabones de la cadena (la industria, el comercio, los servicios de apoyo como el transporte y el almacenamiento), llevan a la pérdida sistemática de alimentos sin que estos lleguen a satisfacer alguna demanda. Además, se desperdician recursos materiales y humanos necesarios para todos los procesos, haciendo ineficiente al sector agropecuario.
El enfoque de cadenas de valor es igualmente importante para cumplir el propósito de incrementar las exportaciones de manera competitiva y estable en el mercado mundial en la actualidad. En pos de ese objetivo, Cuba precisa insertarse en cadenas globales de valor, más allá de que sea posible realizar exportaciones puntuales prescindiendo de este canal.
Sin embargo, tras varios años de estudio sobre la temática de los encadenamientos en este sector, he detectado obstáculos para su concreción efectiva en varias dimensiones, entre las más significativas:
Desde lo formativo:
-Desconocimiento como teoría y escasa aplicación por los actores participantes
Desde la política y la cultura:
-Sesgo hacia la oferta: errónea concepción de que incrementos productivos se convierten automáticamente en incrementos de consumo
-El cliente «no existe»
-Escasa autonomía de los actores para gestionar su actividad (determinar precios, seleccionar proveedores de insumos y servicios, mercados, etc.)
Vinculados a los procesos:
-Ausencia de planificación o proyección de la actividad por parte de los actores
-Penurias materiales transversales a todos los eslabones (insumos, herramientas, materiales de oficina, reactivos de laboratorio)
-Obsolescencia tecnológica
-Déficit de medios de transportación y/o insuficiencia de combustibles
-Débiles o ausentes servicios claves que permiten la agregación de valor a los productos o viabilizan la coordinación (financieros, electricidad, comunicaciones)
Desde el entorno
-Infraestructura insuficiente/deficiente: viales, comunicaciones, redes eléctricas, almacenamiento y conservación
-Políticas y normas de difícil cumplimiento o que atentan contra el correcto desarrollo de la cadena
Reconocer que estas limitaciones existen constituye un punto de partida importante para viabilizar los tan ansiados encadenamientos productivos; minimizarlas, una tarea de primer orden, en aras de alcanzar una mayor satisfacción del consumo de alimentos por parte de la población cubana.