Cuando iba a cumplir seis años, era un niño travieso, mal educado, engreído y llorón, pero a pesar de esos defectos quería explorar el mundo y miraba lleno de curiosidad las catapultas que mis amigos hacían para jugar. El artefacto consistía en un pedazo de rama seca bifurcada en dos partes, en cuyos extremos se […]
Cuando iba a cumplir seis años, era un niño travieso, mal educado, engreído y llorón, pero a pesar de esos defectos quería explorar el mundo y miraba lleno de curiosidad las catapultas que mis amigos hacían para jugar. El artefacto consistía en un pedazo de rama seca bifurcada en dos partes, en cuyos extremos se amarraban sendas cuerdas de caucho unidas en la parte media por una especie de receptáculo de cuero, en el que se situaba el proyectil; luego se apuntaba y se disparaba.
Imitando a los muchachos mayores, construí para mí un arma semejante y me fui de cacería. Cerca de una mansión que se encontraba en las orillas del río Guayas, en cuyos jardines había una gran cantidad de hermosos animales enjaulados, recogí unos trozos redondos de metal, resultado de los agujeros que se hacía en las laminas de hierro para colocar en su lugar los remaches para la coraza de las barcazas que se construían en el Barrio del Astillero. Cerca de ese lugar divisé un pajarito que en la rama de un almendro alegremente entonaba su dicha de vivir, apunté y disparé con tal mala suerte que el proyectil fue a incrustarse en la mitad de su colorido pecho. El animal cayó agonizante a mis píes; lo recogí e intenté reanimarlo extrayéndole el proyectil. El pájaro se desangró en mis trémulas manos hasta expirar, luego de un corto padecer.
Su muerte me consternó y me hizo pensar en la desdichada posibilidad de que la víctima hubiera dejado pajaritos en algún nido. Este hecho de sobremanera me conmovió y comprendí que nadie tiene derecho a arrebatar la vida de nadie. Pero el daño era irreversible, sólo quedaba modificar en adelante mi conducta. A partir de ese instante, y de que tomara consciencia de la crueldad del mundo, he sido enemigo de la pena de muerte, porque eso fue lo que en mi niñez decreté contra el pobre animal, del que también fui su verdugo.
Una de las cosas que más disgusta es que se ejecute a un condenado, porque la pena capital es injustificada y todo país que la practica tiene visos de salvajismo, y nada más. Desde que Jesucristo muriera en la cruz, víctima de la ley romana y judía que lo condenó, se demostró para siempre que todo ajusticiado puede ser inocente del cargo por el cual lo han sentenciado.
Este fenómeno milagroso, llamado vida, se mantiene gracias a que consume vida. Existe una masa viva que se regenera por sí misma en cada instante y en todo lugar, pero eso es algo natural. Lo inmoral e incomprensible es su eliminación premeditada y, peor aún, el intento de justificarla sobre la base de principios ficticios, que nunca se cumplen. Duele que no se repruebe, como es debido, la pena de muerte que las potencias imperialistas de Occidente han decretado para, con ayuda de la más elevada tecnología, eliminar a los pueblos de Palestina, Iraq, Siria, Libia… y se cierre los ojos ante estos crímenes que se cometen en nombre de la libertad y la democracia.
Por eso, cuando el Presidente Trump escribió que el peor error de Estados Unidos fue la decisión del exmandatario George W. Bush de invadir Irak y Afganistán, se pensó que sacaría de allí a las tropas de su país, pero se ve que no puede, pues si no las saca es porque al Pentágono, que tiene más poder, no lo aprueba.
Sostuvo: «Es el peor error cometido jamás en la historia de nuestro país: meterse en Oriente Medio por parte del presidente Bush… Puede que Obama sacara de mala manera (a las tropas en Irak y parte de las desplegadas en Afganistán), pero meterse ahí es, para mí, el peor error cometido en la historia de nuestro país… Nos gastamos siete billones de dólares en Oriente Medio… Siete billones de dólares y millones de vidas, porque me gusta contar (las vidas perdidas) en ambos lados (de la contienda). Millones de vidas» . Palabras que si Trump las hubiera repetido en la ONU, cuando proclamó ser el mejor presidente de su país, no hubieran causado la hilaridad con que los presentes acogieron esta declaración.
Es que en este sentido no le falta razón, porque desde el final de la Segunda Guerra Mundial es el único mandatario que no ha invadido ningún país. Y ojalá continúe así, pues a los pueblos del mundo les interesa no ser invadidos por cualquier pretexto. Ahí está lo trascendente, si Trump hubiera reiterado sus palabras es muy posible que de la Asamblea de la ONU lo hubieran sacado en hombros. El público que lo escuchaba no supo de qué hablaba ni comprendió por qué sostuvo ser mejor que los anteriores, más que nada porque tiene en su contra a los medios de información masiva, que le han dado mala fama, pese a que todavía no ha comenzado ninguna guerra. Su visión sobre el problema del calentamiento global pesa entre sus inexplicables errores, ojalá los huracanes que últimamente azotan EEUU lo convenzan de lo contrario.
Son muchos los crímenes que se cometen para mantener la estabilidad del sistema capitalista, forman parte de las «guerras humanitarias» realizadas por las potencias imperialistas para mantener su hegemonía. Todas tienen el mismo resultado común, y ese es el magro logro que aportan en la conquista de la libertad y la democracia plena, pretextos por las que fueron emprendidas. Pese a que nuestra generación no vivirá en la idílica sociedad con que se sueña, esto no es un obstáculo para levantar la voz en contra de este tipo de asesinato. Bien que lo haya hecho el Presidente Trump.
Algún día, el mundo será más justo y se avergonzará, igual que ahora se avergüenza de la inquisición, de las barbaridades que en el nombre de la democracia, la libertad, la justicia social y los derechos humanos se han cometido y se siguen cometiendo. Ojalá, las palabras de Trump, que lastimosamente fueron expresadas fuera de la ONU, sirvan para que el pueblo estadounidense tome consciencia, se organice y rompa las cadenas, con las que le obligan a ser carne de cañón en guerras ajenas.
Hoy como nunca, son trascendentales las elecciones legislativas de Estados Unidos, si Trump pierde la mayoría del Congreso y es destituido de la presidencia, los partidarios de la guerra reactivarán el conflicto sirio y las invasiones, como política de Estado, retornarán a la Casa Blanca; caso contrario, se abre la posibilidad de que se tranquilice la situación mundial y que los llamados halcones sean finalmente derrotados. En fin, todo está por verse.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.