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Acampadasol

Enjambre de estorninos

Fuentes: Rebelión

«Ex eo, quod rem nobis similem, & quam nullo affectu prosecuti sumus, aliquo affectu affici imaginamur, eo ipso simili affectu afficimur. » Spinoza, Ethica, III, p. 27 (Por el hecho de imaginar que experimenta algún afecto una cosa semejante a nosotros, y sobre la cual no hemos proyectado afecto alguno, experimentamos nosotros un afecto semejante.) […]

«Ex eo, quod rem nobis similem, & quam nullo affectu prosecuti sumus, aliquo affectu affici imaginamur, eo ipso simili affectu afficimur. » Spinoza, Ethica, III, p. 27 (Por el hecho de imaginar que experimenta algún afecto una cosa semejante a nosotros, y sobre la cual no hemos proyectado afecto alguno, experimentamos nosotros un afecto semejante.)  

 
En un post reciente de su excelente blog Quilombo, Samuel interpreta las concentraciones posteriores al 15M recurriendo al interesante concepto de enjambre. Afirma lo siguiente: «En pocos días la multimillonaria campaña de los principales partidos políticos quedó convertida en un teatro de marionetas tristes, enmudecido por el zumbido del enjambre. El enjambre carece de voluntad general, no hay una unidad desde la que partan las decisiones, todos comunican, deciden y valen por igual, sin cuota preferente en el telediario. » Quienes, como yo, sólo hemos podido contemplar a distancia la Puerta del Sol a través de una cámara de televisión, podemos corroborar esa impresión: la concentración y la acampada que le sirve de núcleo duro tienen un aspecto parecido al de un hormiguero en marcha o al de los alrededores de una colmena. Los individuos, como pequeños insectos, se desplazan en distintas direcciones, erráticamente, pero el conjunto termina configurando un grupo con una geometría ordenada que corresponde más o menos, en nuestro caso, según los momentos, a la elipse aproximada de la plaza organizada en torno a diversos focos: el «caballo», el «oso»…. Los insectos sociales, mediante interacciones simples realizan acciones colectivas e individuales cuya extraordinaria inteligencia ha sorprendido durante siglos a los naturalistas. Se valen de signos, de movimientos ordenados y de olores que orientan a otros individuos y al conjunto del grupo hacia fuentes de alimento u otros objetivos de interés, o bien alertan de los peligros que amenazan a todos y cada uno de los individuos. La comunicación dentro del enjambre es así el resultado de actos semióticos simples, cada uno de los cuales no necesita ni gran inteligencia, ni mucha información, pero que desembocan en una conducta general perfectamente adaptada al medio. La paradoja del enjambre es así que un comportamiento sumamente inteligente pueda ser el resultado de interacciones muy simples. Es la misma paradoja que encontramos en la biología darwinista o, en general, en cualquier explicación materialista que deseche el «diseño inteligente» o la existencia de una esencia universal de cuyo despliegue se derive toda la complejidad.

 La lógica del enjambre es la que rige la investigación más avanzada en inteligencia artificial, que se basa en la «inteligencia de enjambre» (Gerardo Beni, 1989). Tras haberse descartado los modelos centralizados de inteligencia por la cantidad enorme de memoria necesaria para obtener el más mínimo resultado, se optó por la conexión flexible entre módulos de inteligencia y memoria simples que interactúan entre sí como un enjambre o como una nube dentro de sistemas distribuidos. Esto permite un gran ahorro de memoria y un máximo de flexibilidad. La pista parece ser muy prometedora para la construcción de nuevas generaciones de ordenadores y otras máquinas inteligentes. No se trata, pues, de crear un complicadísimo algoritmo del que todo se derive, sino de algoritmos simples encarnados en máquinas simples que aplican en su relación con las demás reglas simples y definidas. Tal vez el secreto de la inteligencia humana tenga que ver con el hecho de que las neuronas interactúen así y no conforme a una lógica o una gramática prestablecidas. La complejidad es , de ese modo, algo siempre derivado de lo más simple y no algo que le venga prescrito, pre-escrito.

Probablemente un cerebro se parezca más a un cardumen de peces internamente caótico en apariencia, pero muy ordenado en su conjunto o a una bandada de aves migratorias que a una gran máquina inteligente de inmensa complejidad. Lo mismo ocurre con la inteligencia colectiva, el famoso «General Intellect» de Marx. El animal social imita a los otros individuos según un principio que Spinoza denominó, adelantándose a cualquier etología «imitación de los afectos» (emulatio affectuum). Imitamos a los demás individuos que se nos parecen, porque no conocemos adecuadamente nuestro propio cuerpo, no sabemos distinguirlo de los otros y esto es así, porque no lo podemos conocer como es, sino en su relación con los cuerpos que lo afectan. Este es el tipo de conocimiento que Spinoza denomina «imaginario» y que coincide en buena medida con la experiencia kantiana. El conocimiento imaginario que tenemos de nuestro cuerpo, es decir el que tenemos a través de la imagen que otros cuerpos, también humanos, imprimen en nosotros, nos hace imitar los afectos y pasiones de aquellos. Ello no obedece a ningún instinto altruista, sino a la condición irremediablemente imaginaria del ser humano. De ahí que uno de los más fuertes resortes de la socialidad sea para Spinoza la indignación, el odio que experimentamos hacia quien hace mal a otro. El otro es siempre un otro imaginario, un otro que es «como yo» y cuya conducta nos vemos impelidos a imitar. La imaginación, en el ser humano, es un posible resorte de la conducta de enjambre, cuando la imitación de los afectos se extiende y unifica temporalmente una multitud. También es un resorte del odio y de la discordia, como lo muestra esa propia pasión ambigua que es la indignación, que nos hace odiar a quien hace mal a otro, a otro yo. Odiamos así, en la indignación, a otro yo que hace mal a otro yo.

 El ser humano no tendría, sin embargo, una vida ordenada y laboriosa como la de las abejas o las hormigas si permaneciera en esa dimensión imaginaria. Para el ser humano, la imaginación no sólo es fuente de orden, sino de odio y de destrucción. Por mucho que la Fábula de las abejas de Mandeville pretendiese que los vicios privados constituyen según una dialéctica rigurosa virtudes públicas o que Adam Smith nos explique cómo el egoismo es el motor fundamental de una sociedad libre y ordenada, la imaginación humana, base de todas las pasiones, incluso de las más extremas y mortíferas, puede conducir no sólo a la pacífica competencia, sino a la guerra civil y el exterminio cuando grupos enteros se convierten en objetos de odio para otros. La historia moderna, historia del capitalismo, nos da sobrados ejemplos de ello. Sin embargo, otra dimensión, la del lenguaje, se articula con la imaginación y nos permite superarla socializándola, a través de lo que Spinoza denomina «nociones comunes». Si la indignación es el origen pasional de lo social, su cimiento es esta razón colectivamente constituida a través del lenguaje y del concepto. Frente a la naturalidad instintiva de la imitación propia de los insectos, la imitación en los humanos se articula siempre con otra dimensión colectiva, esa primera relación»comunista» que es el lenguaje según el Marx de la Ideología Alemana. El lenguaje es lo común, de origen imaginario, pero socializado y racional, que nos permite salir del universo de la mera imaginación donde sólo caben dos posibilidades: la vida colectiva de los insectos sociales o la guerra. El lenguaje abre una tercera posibilidad: la política, el antagonismo dentro de lo común y el antagonismo por lo común. Existe política y no sólo guerra civil, porque la sociedad humana está unificada por el lenguaje, lenguaje que, a la vez, la divide permanentemente. El lenguaje permite, en efecto, nombrar la sociedad como un todo, pero al mismo tiempo declarar también ese mismo todo una ficción, afirmar que es una mentira. El lenguaje, por su propia existencia nos muestra que nada es todo, pues todo en él y por él se puede decir, menos el propio acto de decir. A diferencia de la bella totalidad imaginaria de la colmena, la sociedad humana está siempre «agujereada» por el lenguaje, por l lo que denomina Jacques Lacan el orden simbólico.

Hoy vivimos bajo el imperio del Uno, del supuesto todo del mercado y de la economía que nos dictan «leyes». Se nos presenta como inevitable nuestra adaptación a las supuestas leyes naturales de la colmena, a la laboriosidad y la competencia como único modo de integración en la sociedad. Los nuevos enjambres inteligentes que ocupan hoy las calles y plazas se niegan, sin embargo, a aceptarlo. En nombre de su capacidad de formar un todo incompleto y en permanente recomposición merced a lo común del lenguaje que constituye su elemento vital y su principal herramienta productiva, desafían las supuestas leyes de la colmena. Quieren cooperar sin formar un todo permanente, quieren ser algo en común, pero sin la jerarquía y el poder soberano que hace de una multitud un todo, un pueblo. Quieren ser un no-todo, un no-pueblo o un pueblo en éxodo que habita tabernáculos en el desierto, rechazando por igual el becerro de oro y las tablas de la ley. Saben que toda ley es transitoria y merece perecer y que sólo una será siempre válida para el animal hablante: la que afirma la perenne necesidad de la contingencia. Los encuentros de las partículas elementales determinan aleatoriamente todas las leyes del universo y de la sociedad. De esos encuentros, puede fraguarse algo que parece un todo, pero su totalidad está marcada desde el primer momento por una intrínseca mortalidad. El materialismo radical, desde la antigũedad, sólo viene pensando un solo orden, el precario e inestable orden de los encuentros. El enjambre, a diferencia de la colmena, es siempre un proceso marcado por los encuentros sucesivos que configuran totalidades parciales de distinto nivel, un proceso constituyente.

Blog del autor: http://iohannesmaurus.blogspot.com/2011/05/15m-la-emulacion-de-los-afectos-o-el.html

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