Recomiendo:
1

León de Greiff, alquimista de acordes verbales

Entre la soledad y el silencio…

Fuentes: Rebelión

El 11 de julio de 1976, a los 80 años de edad, murió en Bogotá Francisco León de Luis de Óscar de Carlos Segismundo von Greiff (como fue bautizado: los dos primeros nombres en homenaje al santo de Asís y al escritor Tólstoi), el poeta de estirpe romántica por excelencia, aunque también modernista, cosmopolita, vanguardista, […]

El 11 de julio de 1976, a los 80 años de edad, murió en Bogotá Francisco León de Luis de Óscar de Carlos Segismundo von Greiff (como fue bautizado: los dos primeros nombres en homenaje al santo de Asís y al escritor Tólstoi), el poeta de estirpe romántica por excelencia, aunque también modernista, cosmopolita, vanguardista, pese a las opiniones en contra, a medio camino entre el arcaísmo cargado de ironía y el neologismo preñado de belleza y sentido. El artífice de la palabra al servicio de la poesía de la acción, del canto y no de la opinión y, sobre todo, el alquimista de acordes verbales por antonomasia dentro del espectro poético nacional, un minúsculo cuarteto de cuerdas idiomático…

Este ensayo pretende reubicar la figura de León de Greiff en la conciencia del lector; refutar ciertas posiciones de la crítica frente a su obra; desvirtuar algunas afirmaciones en torno a la poesía greiffiana; poner sobre el tapete los elementos que alimentaron su vida y su expresión; destacar sus propias definiciones y acercamientos a la música y a la poesía; desmentir su militancia dentro de un específico movimiento y postular su eclecticismo como virtud y no como lastre; exaltar su importancia dentro del panorama nacional e internacional como poeta de vanguardia; rescatar su actitud íntegra frente a la pobreza, a las caricias del sistema, a los manoseos del poder; por último, reivindicar su actitud vital como ser romántico, autónomo e independiente, capaz de renunciar a todo por defender su soledad y su silencio como símbolos de libertad inalienable…

Para emprender la tarea precitada se asume la postura planteada por Kundera en su texto De la crítica, en el que el escritor checo-francés deja en claro el papel que juega el auténtico crítico frente a la obra de arte: un descubridor de descubrimientos, para el que no existe ningún método generalizable que le permita captarlos, pues el pensamiento crítico es esencialmente no metódico y el que al provocar y dar pie a múltiples reflexiones, contribuye a crear un trasfondo meditativo imprescindible para el arte. Kundera: «Definir el valor de una novela, de una película, [de un poema], consiste en intentar captar lo que aportan de nuevo e insustituible, señalar qué aspectos de la existencia, desconocidos hasta entonces, han descubierto. Consideremos por tanto al crítico como un descubridor de descubrimientos.» Y luego: «El crítico no sólo puede equivocarse (y se equivoca), sino que su juicio no se puede verificar de ningún modo: todo cuanto dice no deja de ser, por su cuenta y riesgo, su apuesta personal. No obstante, por errónea que fuera su valoración, si se basa en una auténtica competencia no pierde en absoluto su utilidad: provoca y da pie a otras reflexiones, contribuyendo así a crear un trasfondo meditativo imprescindible para el arte.» Que sirvan sus palabras para que en adelante ocurra lo contrario de lo que señala Eduardo Subirats: «Al crítico, en estas provincias culturales que merecen el nombre de atrasadas, se le atribuye menos el prestigio intelectual del conocimiento, que el celo malhumorado de un censor.»
 
Recuperador y recreador minucioso del idioma, restituidor del himen de las palabras violadas, fusionista intenso del ritmo y la pasión para que el poeta cante, goce y ante todo sueñe y viva, León de Greiff, hijo de Luis de Greiff y Amalia Haeusler, nació en Medellín, de ancestros suecos y alemanes mezclados con antioqueños, siendo sus abuelos paternos Oscar Hjalmar Odín y Cecilia Obregón y maternos Heinrich Haeusler y Teopista Rincón. Así los recuerda en Filosofismos: «…de ese norte recóndito vinieron mis abuelos/ bravos escandinavos de gigantesco porte, / con los ojos azules, y orgullosos y apáticos…/ Acaso mis nostalgias vendrán de aquellos hielos, / y mis soberbias, y mis vicios aristocráticos!»

Un consorcio cosmopolita de poetas

En 1915 comienza el bardo de la boina, la chapka y el chambergo, a publicar sus poemas en la revista Panida, creada en compañía de doce amigos, entre ellos Fernando González, Rafael Jaramillo, Ricardo Rendón. En el primer número, 15 febrero, León mismo canta: «Músicos, rapsodas, prosistas/ poetas, pintores, caricaturistas, / eruditos, nimios, estetas; / románticos o clasicistas/ y decadentes -si os parece-, / pero, eso sí, locos y artistas/ los Panidas éramos trece!» Un año antes, en septiembre, a los 19 años, comienza a pergeñar su periplo poético en la Balada de mis ritos. En ella se hacen presentes varios temas de su futura creación, al margen del cultismo/arcaísmo y neologismo posteriores: el cansancio, la desesperanza, la futilidad del saber, el desasosiego, el amor como deliciosa mentira, la tristeza, la muerte: «No he llegado a veinte años/ y ya todo me cansa. / Viviendo sin engaños/ vivo sin esperanza…/ Porque mis ilusiones están muertas o heridas, / y en todas mis canciones/ digo frases ardidas/ de sabio desconsuelo. / Porque sé que es mentira/ el amor de la amada; porque mi desventura/ es eterna y muy fuerte, / y encontraré dulzura/ no más que con la muerte…»

En La Bastilla y El Globo, entre otros cafés de Medellín -y luego en el Windsor y el Automático, de Bogotá-, donde se reunían «Fumívoros y cafeístas/ y bebedores musagetas», León empieza a tallar su rostro de poeta junto a los Panidas, a quienes dedica el primero de sus ocho Mamotretos, Tergiversaciones, de Leo Legris, Matías (a quien J. M. Roca en tonta parodia llama Galimatías) Aldecoa y Gaspar von der Nacht -nombre alemán para el muy francés Gaspard de la Nuit de Aloysius Bertrand, una de las máscaras de León, y con el que Ravel bautizó a su serie de tres piezas para piano-, es decir, los tres primeros miembros de «un consorcio cosmopolita de poetas», al que se refiere Jorge Zalamea en su prólogo a las Obras Completas (Aguirre Editor, 1960: y no Editorial Bedout) y del cual se burla Rafael Gutiérrez Girardot, por la perniciosa asociación entre el mundo capitalista del consorcio y el socialista de los poetas.

Consorcio, cosmopolita, que conforman, además, Erik Fjordson (autor del epígrafe del Relato de Sergio Stepansky), Ramón Antigua, Claudio Monteflavo, el Skalde, Diego de Estúñiga, Gunnar Fromholt, Proclo, Hárald el Obscuro, Sergio Stepansky, Guillaume de Lorges, don Lope de Aguinaga, Miguel Zulaibar, Beremundo el Lelo, Baruch, Alipio Falopio, Pantonto Bandullo, Palamedes, Apolodoro, El Cabatacaulesista, Bogislao, Abdenagodonosor el Tartajoso o Tartamudo, etc. Nombres no meras máscaras ni simplemente falsos, como los seudónimos, sino «verdaderos señuelos que la imaginación del poeta se inventa para soñar, con cada uno de ellos, otra vida posible del mismísimo León de Greiff», de acuerdo con Jaime Mejía Duque. Lo que lleva a los heterónimos… entes literarios autónomos e independientes del autor que los creó.

«El poeta que no canta, tan solo…»

En torno al trabajo de León de Greiff, hay ciertas afirmaciones que han hecho gratuita carrera al filo del tiempo. Otra, también de Roca, refutable. En el artículo La voz de la disidencia (Cambio16 No 110), escrito con motivo del centenario del natalicio del poeta que ganó el Primer Premio Nacional de Literatura y que en su momento fue considerado El poeta nacional (títulos que Roca jamás le podría arrebatar…), denuncia lo «lastrada de decadentismo y verbosidad» que le resulta la poesía de De Greiff. Asevera que ello resulta «lógico» y habla del «casi premeditado por el autor» alejamiento de lo contemporáneo, si se piensa que se refugió en arcaísmos de la lengua buscando la sonoridad de las palabras («que algunos llaman música») y el exotismo de sus seudónimos, no heterónimos al estilo Pessoa. Pues si en éste cada uno de ellos se desdobla y crea poéticas autónomas «en De Greiff no hay máscaras, personas, otros poetas» y su interminable listado nominal es sólo retórica.

Cómo hablar de alejamiento de lo actual en un poeta en cuya obra coexisten el ayer y el hoy, factores indisociables para tener memoria, para hacer historia. Cómo sostener lo que se cae de su peso o por su falta de peso, en el sentido de que se refugió en antiguallas buscando apenas sonoridad cuando es sabido que poesía es música y viceversa, si se trata de auténtico arte. Además: «La música […] intenta liberarse de la palabra, supongo que por envidia, sólo para al final sucumbir» (Saramago). Cómo mantener la caña sobre el exotismo de sus «seudónimos» cuando el propio Pessoa dijo de sus heterónimos que «hoy constituyen el punto de reunión de una pequeña humanidad tan sólo mía». Gutiérrez Girardot agrega: «…y en eso coincide con la noción del Yo multánime, multiforme y microcósmico de De Greiff» (revista Aquelarre No 8, 2005). Entonces, en éste sí hay máscaras, otros poetas, como Gaspar, inspirado en Bertrand «la materia de una de esas máscaras, el autor de ‘Gaspard de la Nuit’ que De Greiff menciona doblemente. […] El Gaspard de Bertrand desaparece después del encuentro con el autor. Pese a toda busca nadie lo encuentra. De él queda sólo un manuscrito». Surge un heterónimo… Otros: Hárald, Diego, Leo, Matías, Sergio…

En el mismo artículo, el disidente Roca pide lo que no se debe (que alguien le traduzca lo que de por sí pertenece al castellano, los versos de León) pues la poesía es para sentirla, como la música, y, además, intraducible: «Si soylo hodierno/ zoilo alguno cualque denígrame/ zabúllame en Averno». Fácil: Si moderno lo soy/ algún cualquiera crítico presumido me denigra/ me zambulle en el Infierno. Ahora, si Roca no fue capaz de sentir los versos iniciales, lo lamento y le recuerdo «el poeta que no canta tan sólo opina», como creía Nicolás Gómez Dávila, otro personaje que, a propósito, tampoco le cae bien. Hecho que le impide reconocer a El Maestro y a El Poeta Nacional…

El que allí, en Tergiversaciones, empieza a revelarse como un cultor del cultismo, parodista eximio de la tradición literaria que se hace trovador, seguidor/cuestionador de Villon, juglar ebrio que va por ahí «diciendo versos/ droláticos y heréticos, / desnivelados y asimétricos, / disparatados e inconexos». A la vez se rebela (sic) el poeta que de tímido pasa por apático y de cuya obra se creó una imagen abstracta, mítica e inabordable (y según ciertas vacas sagradas, inasequible para las nuevas generaciones) cuando en la música que toca su minúsculo cuarteto de cuerdas cerebral abundan las figuras concretas, las metáforas justas e inteligibles, los trastrocamientos de la sintaxis de difícil, tal vez, mas no imposible reconocimiento: todo ello impregnado de humor cáustico y ambigüedad, características del gran arte, no del proselitista o panfletario.

He aquí un trozo del Divertimento No 43 – Epístola cirana, poema en el que León se burla del miedo a montar en avión de su colega Mendía en vísperas de su viaje común a México, en 1945, para repatriar los restos de Barba-Jacob: «Don Ciro añejo, don Ciro añoso, don Vetusto / Carlos Ciro Matusalem Mejía Angel Mendía! / yo ya me estoy burlando de tu susto, / cuando por la aerovía / -y en el tetramotor-, nefelibata, / (claudicante y caduca antigua rata) / tiembles, gimas y llores, viejo Ciro Mejía! / A tu pavor no le valdrán ginebra / ni intravenoso algún! / ¿Sudarás frío? /» Ahora, el quinto Sonetín faceto, en el que al ataque de unos jóvenes poetas por pedante y sabihondo, responde con igual sutileza que crueldad para enrostrarles su narcisismo/onanismo: «Abur! Abur! Narcisos de hojalata / Juan Ramonetes de algodón y cera. / / ¿Cómo sería, diablos, esa chata? / ¿Cómo sería, imagen, si barata, / para la pentadáctila manera / de amar de los narcisos de la huera / pasión pueril que en vivo no las cata. / Abur! Abur! Narcisos poetillos / de aguachirle, aguasosa y aguatibia! / Idos a balbucir a esos de Libia / yermos de arena y cielo, Edén de grillos! / La de Cambronne os perdoné, parola: mas podéisla gustar con coca-cola…» Por último, el poema Villa de la Candelaria, en el que, sin ambages, saca a relucir las lacras de la sociedad paisa con solo 19 años: «Vano el motivo desta prosa: nada… / Cosas de todo día. Sucesos banales. Gente necia, local y chata y roma. / Gran tráfico en el marco de la plaza. / Chismes. Catolicismo. Y una total inopia en los cerebros… / Cual si todo se fincara en la riqueza, / en menjurjes bursátiles / y en un mayor volumen de la panza.»

Humor y ambigüedad que recorren después el Libro de signos (segundo mamotreto), Prosas de Gaspar (III), Variaciones alredor (sic) de nada (IV), Fárrago (V), Bárbara charanga / Bajo el signo de Leo (VI), Velero paradójico (VII) y Nova et Vetera (octavo mamotreto). Así, en Una otra secuencia «tróva y destróva: el arte es largo/ si el tiempo es corto (o algo así, / o, si no, viceversa…) /, algo bien distinto al «Ni sí ni no sino todo lo contrario», del Dr. Julio C. Turbay Ayala, uno de los adalides de la represión.

Si se aceptara -cosa que no es obligatoria- la inutilidad del arte y en particular la futilidad de la poesía o la definición de Antonio Caballero: «La poesía es una mierda», cabría incluir aquí la del propio De Greiff sobre el arte de combinar palabras dándoles carácter de sonidos: «Era la poesía como la luz del viento/ cuando discurre -sordo-, cuando divaga -ciega-. / Símbolo puro del infinito dentro del momento/ y de lo efímero que dura y que perdura y que se va y que nunca llega». O esta otra: «La poesía es cosa de pasmo y sortilegio y maravilla; / fácil tonada que la discanta el caramillo; / aria aérea en la cálida voz sexual de la contralto». O una más, similar a la de Caballero: «La Poesía parecía ser cosa seria. Poesía no es sino Nadería. ¿Qué más puede ser Ella?». Ahora, pasando a los vínculos entre poesía y música, habría que incluir la afirmación del Químico de acordes en su Cancioncilla: «La Poesía, la Música son una/ sola Ella.»

León de Greiff usa neologismos, voces españolizadas, así como, de manera deliberada, signos (diéresis, por ejemplo), a fin de otorgarle sonoridad, peso y ritmo al lenguaje: entonces habla de «júbilo y alborozo sensüales, «ojos riëntes», «selvas extenüantes» (sic). También, para desmentir a quienes dicen que casi no las hay en su obra, metáforas de rara belleza: «Ojos que la locura hizo vigías», «me quedas tú, y la luz que tu alma cría», «de la mujer lo mejor es su flor. (…) Es, a saber: / La intercolumnia flor». Las alteraciones de la sintaxis: «Lo primero de todo está en se dar. / En se dar para en trueque recibir/ lo mejor: ¿qué otra suerte?/ ¿Qué otro albur?/» O palabras que resuenan desde el pasado para el futuro de los seres lúcidos y libres: clangor (sonido vibrante), lucífugo (que huye de la luz), grímpola (gallardete), espeluncas (grutas), averno (infierno), sacabuche (antiguamente trombón de varas), tango (baile argentino de origen africano), zampoña (instrumento rústico pastoril, compuesto de varias flautas)…

A su minúsculo cuarteto de cuerdas cerebral, se suma un voluminoso diccionario de arcaísmos y neologismos que él imbrica en el lenguaje vivo, sin atender a las necias voces de la disidencia, que se la pasan «dando siempre opiniones». Él, alquimista de acordes verbales, músico del lenguaje (véanse muchos títulos de poemas, de cuidada estructura tímbrica/léxico/gráfica, a los cuales han puesto música compositores como Olav Roots, Guillermo Uribe H., Roberto Pineda, Ana Villamizar, Luis A. Escobar), poeta que canta a la acción sin opinar, que ríe, llora y no lastima, no finge, ni usurpa, ni transige, que impone, domina, trasciende, no violenta, ni arremete, ni escatima, que duele, cuestiona, sacude, no adula, ni abomina, ni señala, que dice, transmite, comunica, que no patina, ni confunde, ni interrumpe, sino que anda y hace camino, aclara, dando fluidez al diálogo. Que educa, sin querer y sin moralizar (el verdadero arte es a-moral no inmoral), enriquece, enamora, no avergüenza, ni embrutece, ni escandaliza…

Su obra, pletórica de rigor, conocimiento y seriedad (no solemnidad), inteligente por humorística, queda ahí como una lección para tantos «pan-poetas-portentos», en realidad «infra-poetoides-Saturnos», que «mejor que piedra y cielo», devienen poco cenit y mucho cascajo. Así se olvide, ella recuerda que el poeta más que opinar debe cantar si quiere que se escuche su propia voz, todos oigan sus sones, que su expresión sea «como el eco de inauditas músicas, ni en los sueños sospechadas». Para complementar su labor, en 2003 se publica Escritos sobre Música, de León de Greiff (U. de Antioquia), en 2005 aparece La música en la poesía de León de Greiff, de Hernando Caro (Min. de Cultura) y en mayo de 2007 sale a la luz el Glosario de referencias léxicas y culturales en la obra de León de Greiff, de Luis F. Macías y Miriam Velásquez, en colaboración con un nutrido grupo de investigadores y publicado por el Fondo Editorial de la U. Eafit.

Músico del lenguaje y vanguardista mundial

Cuando el futurista Nietzsche se preguntaba de los poetas: «¡Qué han sabido ellos del ardor de los sonidos!», del vínculo entre música y poesía, habría que responderle que De Greiff fue uno de los que sí supo del asunto. Cosa que reflejó con ardor, para que sus arpegios no fueran sólo un soplo, una huida de fantasmas… sino ante todo, un viento huracanado, un encuentro de seres humanos. Humanos interesados en el arte, sí, pero más en la vida, como corresponde a espíritus superiores. Por lo mismo, un poeta que pensó con profundidad y por ello su sentimiento se ha mantenido a flote, para que sea reconocido por los jóvenes poetas y lectores de poesía a los cuales ciertos envidiosos les viciaron la lectura que del poeta deberían hacer por sí mismos. En tal sentido, ahí están los múltiples trabajos e investigaciones sobre su obra, los nutridos estudios y las variopintas opiniones sobre el trabajo del poeta a quien el ya citado Glosario de referencias léxicas y culturales postula como el mayor poeta de Hispanoamérica y de quien no puede desconocerse la vastedad e importancia de su quehacer poético, igual que están ahí sus traducciones a múltiples idiomas, las que evidencian su universalidad. De 1969, León de Greiff traducido con recopilación de Hernando Camargo y versiones al alemán, checo, francés, inglés, italiano y vasco (Bogotá, Imprenta Nacional); de 1986: Bajo el signo de Leo, antología de 119 poemas, selección, prólogo y traducción al ruso de Sergei Goncharenco (Moscú); de 1990: Poemas, en edición bilingüe, con traducciones al francés de André van Wassenhove tomadas del libro León de Greiff traducido y la presentación de Héctor Gil y Jaime García M. (París); y de 1995: Antología multilingüe (50 poemas), con selección y prólogo de Hjalmar de Greiff que contiene versiones al alemán, catalán, checo, vasco, filipino, francés, inglés, italiano, malayo, ruso y sueco (Biblioteca Nacional-Colcultura). Fuera de eso, en el mismo año 95, se publica Valoración múltiple sobre León de Greiff: recopilación y prólogo de Arturo Alape (U. Central y Casa de las Américas), obra clave para conocer la dimensión universal del vate que hizo posible la desprovinciación de la poesía colombiana.

De dicha Valoración Múltiple, aun siendo un juicio más visceral que razonable, vale la pena rescatar el trabajo del poeta posnadaísta Darío Ruiz Gómez, quien ya desde el título, El funeral de un mito, arremete contra De Greiff más que contra su poesía al suponer que se trata de un simulador cultural y para eso se vale de un epígrafe en el que recuerda a Montaigne: «Quien conversa vulgarmente y escribe de modo diestro, declara que su capacidad reside en un lugar de donde la toma, no en él mismo.» Luego afirma: «Como él mismo lo reconoce, su mundo viene, no precisamente de Mallarmé, o Poe, o los simbolistas, sino de Abel Farina -Balada de lo irreparable, Ritornelos, etc.- Y esto lo pone de presente el hecho de que De Greiff no es precisamente un traductor». Luego, lanza su más atrevida hipótesis: «Su poesía, que no pues su poética, parte de una experiencia libresca que no sólo prolonga sino que aumenta la tradición oficial de una cultura de letrados. De quienes a través de un Humanismo [sic] quieren disimular con la erudición y la impecabilidad, su anemia moral, su incapacidad para asumir los verdaderos riesgos de la creación. Aquello que Mathew Arnold denominaba certeramente, ‘la poesía como crítica de la vida'». Por último, Ruiz, luego de afirmar que a los 40 años De Greiff comenzó a «echar barrigas» [sic] y «compuso sus versos en que habla de marineros que se embarcan y parten», conjetura que «León se queja así»: «No sobró ni un mal leño para el viaje». Y agrega: «¡Bello grito! En ese sentido es muy diciente el indudable aire de poesía satisfecha que caracteriza a casi toda su obra, su falta de verdadera profundidad. ¿Musical? Aquí se alude sí, a la arquitectura de sus poemas en el sentido de que son ‘Construidos’ alrededor de palabras que ‘suenan'», lo que seguramente le sirvió a Roca para deshacerse en piedra contra De Greiff y preguntar, por último, como el propio Ruiz Gómez: «Pero, ¿su sentido dónde está? ¿Dónde la música del silencio que caracteriza a toda poesía? ¿Dónde pues su poética?»

Voy por partes: respecto al epígrafe de Montaigne, insustentable: ¿acaso la conversación de León de Greiff era vulgar? ¿Acaso su cultura prestada, su voz un eco, no más bien singular? Ahora, ¿el que León hubiera reconocido que su mundo proviniera de Farina, más que de Mallarmé, Poe o los simbolistas, lo hace menos válido? Lo extraño y preocupante es que hubiera salido de la nada, como el de muchos nadaístas y (po)pos-nadaístas. ¿El hecho de que no fuera precisamente un traductor posibilita el que fuera mejor poeta y por el contrario menos original y no más bien europeizante? ¿Su poética, no su poesía, parte de una experiencia libresca que aumenta la tradición oficial de una cultura de letrados? De una vez por todas hay que dejar atrás el prejuicio de que perteneció a la cultura oficial, por el hecho de que fue burócrata, atípico por demás. ¿Anémico moral, incapaz de asumir los riesgos de la verdadera creación? La pobreza mental no siempre está en aquel a quien se mira sino no pocas veces en quien ve. ¿Es la de De Greiff una poesía satisfecha o, por el contrario, una crítica a la cultura occidental y por ende inconforme, insatisfecha, a la sociedad de su tiempo? ¿Toda poesía tiene que ser profunda para que adquiera validez? Recuérdese que el poeta que no canta tan sólo opina… Si Ruiz y Roca creen que la poética, no poesía, de León se ha construido por el simple prurito de que suene, entonces no se entiende cómo hay tantos trabajos sobre su obra alrededor de los vínculos entre poesía y música: los de Fernando Garavito (La musicalidad en la obra de León de Greiff), Germán Espinosa (León de Greiff el lujuriante, el musical, el satírico), Cecilia Hernández de Mendoza (La poesía de León de Greiff), Juan Felipe Toruño (Sinfonismo en la poesía de León de Greiff), Stephen Ch. Mohler (León de Greiff, poeta musical), para citar apenas unos pocos.           

Tampoco se entendería lo que de él han dicho tantas personalidades de la poesía. Para Juan Ramón Jiménez era «uno de los mejores poetas hispanoamericanos», mientras para Rafael Alberti, «el más grande poeta vivo de habla española». Enrique Anderson, Jorge Zalamea, Fernández Retamar, los grandes del boom, estudiosos e investigadores de su obra se han referido a De Greiff como «cantera idiomática», «impar domeñador del lenguaje», «hacedor de mitos», «personalidad única», «juventud perpetua», «creador de un universo». Si tales reconocimientos no fueran ajustados a sus méritos ni suficientes para saber de quién se habla, entonces la envidia tendría sentido o podría justificarse…

La misma envidia que padeció por su inclinación al aguardiente («por prescripción médica»), por sus fobias, que alimentaron la leyenda alrededor de su figura, y sus filias, que les impedía a sus detractores descubrir su talante afectuoso, sus conocimientos de música en un país provinciano y melófobo que por años consideró a la llamada clásica, asunto de maricas. Su orden, en la cabeza y no en el armario, parece el complemento, y no la antítesis, de su desorden proverbial, el de un gentil hombre que amaba la lectura (novelas del oeste en cuyas márgenes escribía sonetos), proyectaba una imagen nórdica, vital (a los 70 años, se jactaba de su vigor sexual) y expresiva, desmelenada a veces pero aun así elegante, con inclinación al comunismo, y la mirada, el chiste y la ironía afilados, que lo convirtieron en el último bohemio vivo de su época, de Colombia y alrededores, los de un mundo ancho y no propiamente ajeno.

Sin embargo, «ni el porte ni la etnia explican la peculiaridad de las poesías de León de Greiff, que fue un ‘mero poeta de la república meramente colombiana’ (para decirlo con una frase de Borges sobre sí mismo)». Palabras con las que Gutiérrez Girardot termina su disertación sobre León en torno a su condición de poeta que utilizó máscaras pero no se dejó usar por ellas, se resistió a los manoseos del poder, rebasó las fronteras dejando así de ser provinciano y alcanzando talla cosmopolita, como se puede comprobar con las traducciones ya citadas y con las numerosas invitaciones que recibió en su vida y aceptó no por un complejo narcisista, mucho menos por un banal arribismo: sólo para dar a conocer su obra de trovador quijotesco, de poeta moderno y, más que eso, vanguardista.

Condición esta que María Mercedes Carranza le niega por razones religiosas, de conciliábulos y, sobre todo, de conservadurismo y se la atribuye a su padre, Eduardo. Éste, católico, conservador, partidario de Franco, mientras de Greiff era ateo, pro- comunista, defensor de la libertad del individuo y de la autodeterminación de los pueblos. Carranza no tuvo la independencia intelectual de León y si bien éste perteneció a algún grupo, Los Nuevos, lo hizo en calidad de líder y ante todo como pretexto para hacer lúdica poética, no onanimismo poético. En cuanto al conservadurismo de Carranza, baste decir que él y otros dos más de Piedra y Cielo, Arturo Camacho y Jorge Rojas, son «tres poetas distintos y un solo eco verdadero» pues han seguido el ejemplo de Juan Ramón, García Lorca, Gerardo Diego, Jorge Guillén: «Ejemplo, es decir, no recreación o teoría», dice Gutiérrez Girardot, quien además asegura que cada poeta del grupo citado tuvo su poeta español preferido, que de Carranza, al combinar al Neruda de los Veinte poemas con la Fe de vida de Guillén, resultó un Eduardo con alas de Juan Ramón, que los piedracielistas crearon «un lenguaje nuevo sólo en el sentido de que sintetizaron varios ejemplos españoles».

Algunos críticos sitúan su obra como la más clara expresión de vanguardia en Colombia: así Charry Lara, quien además consideraba que «no fue, ni pretendió serlo, una escuela, sino un común ademán sedicioso». Aun así, para M. Carranza un estudio detenido de la misma revuelta poética indica que León nada tiene que ver con los ismos literarios de la primera posguerra. No obstante, el ensayo de Gutiérrez permite probar que sí hizo parte de la vanguardia mundial, no sólo de la del país: «Juan Montalvo había creado una prosa de apariencia castiza porque parecía una reactualización simultánea de las diversas etapas históricas del castellano. A esa tradición inmediata agregó León de Greiff, potenciando el galicismo de Darío, la voluntaria incorrección gramatical, lo que hoy se llama transgresión. Esta era propia de la vanguardia mundial que De Greiff comprendió sin estridencias, como César Vallejo: su praxis fue una permanente superación de sus postulados sensacionalistas y formalmente rebeldes». Ojo: vanguardista sin estridencias ni afán exhibicionista, sin respaldo amiguista o mediático ni de la cultura oficial, que es, por contraste, el de tanto poetastro de la poetambre.

León de Greiff, los ismos y la noche

María M. dice que «De Greiff es un poeta simbolista por excelencia: la ‘tristeza verlainiana’ es el sentimiento predominante en sus primeros poemas y es a través de Verlaine que se inicia en el musicismo poético; más tarde con el influjo de Mallarmé se empeñará en establecer constantemente correspondencias entre la música y la poesía, lo que en ocasiones dará una resonancia wagneriana a sus versos. Esta tendencia musical se acentúa más aún a medida que se impregna del espíritu del movimiento ‘decadente’ francés, que en últimas constituye su más cercana afinidad con el simbolismo». Ambiciosa definición para un poeta de amplio conocimiento pero, sobre todo, anti académico, como Baudelaire, Rimbaud, Verlaine. Cierta, en forma parcial, en cuanto toca a la relación entre decadentismo y simbolismo, pero no a los intereses concretos de León pues, éste, como poeta integral, no clasifica dentro de uno u otro ismo; apenas, toma lo que le sirve: del primero, su actitud anárquica, rebelde, libre; del segundo, la trasgresión formal, la independencia creativa, la expresión críptica por no evidente.

En contra de una opinión oficialmente aceptada, el decadentismo y en particular el que encarna De Greiff, no supone únicamente una glorificación de lo raro, una tipología del artista como ser marginal ni en consecuencia maldito. Este, epíteto que el statu quo utiliza para relegar, excluir, marginar a quien es diferente o no puede manipular por no hacer parte de la masa obediente. Hay en su obra el manifiesto de un rebelde metafísico, del que hace un rechazo contundente del mundo, una resuelta negación de la vida que el hombre común se afana en vivir, un insulto a la realidad que el poeta considera acéfala, miserable, pusilánime. Aquí, asume el rol del protagonista del filme Sin aliento, Michel Poicard, ser que desprecia a la sociedad a la cual ya nada puede cambiar.

Se sabe que el decadentismo, del cual Baudelaire es su ángel negro (no maniqueo), surge como reacción al realismo, se deriva del romanticismo (del que León es adalid, así a María M. le parezca que para refrenarlo recurre a lo burlesco), y en lo esencial acude a las zonas más oscuras de la sensibilidad y del inconsciente, arremete contra la moral y las costumbres burguesas para, por último, defender la evasión frente a lo real y celebrar la individualidad del héroe o del desdichado. Mientras el simbolismo, movimiento literario y pictórico, que para muchos nace también en Baudelaire, animó a los escritores a expresar sus ideas, sentimientos y valores mediante símbolos o de forma implícita, más que explícita. Ellos, que rechazaron el romanticismo de Hugo, el realismo de Flaubert o el naturalismo de Zola, creían que la imaginación, no la razón, era el mejor medio para interpretar la realidad. Frente a las formas rígidas, implantaron el verso libre y se alejaron de sus predecesores parnasianos, que en respuesta al romanticismo defendían el arte por el arte, la poesía de temas exóticos y de minuciosa elaboración.

León de Greiff retomará a algunos decadentes, en particular al cerebral y diabólico Baudelaire, al angelical Verlaine, al ardido y juglaresco Villon, pero no para copiarlos sino para re-crearlos e incluso subvertirlos, lo mismo que a los simbolistas Poe («lunar, trágico»), Laforgue (n. en Montevideo y de quien decía León, «sedujo mi juventud»), Blok y, por vía del castellano, al nicaragüense Rubén («sensorial») y al español Juan Ramón. De Villon saldrán versos greiffianos como «¿do están las fermosas que ídose han?» Se inspirará en Poe para elevar su «Plegaria a Pöe» (sic), un tributo sincero, primero como lector, luego como poeta, en el que acudirá a uno de sus animales heráldicos, el cuervo (los otros son el búho y la lechuza, sucedáneos de su tan querida noche) por lo demás, título del más famoso poema poeiano: «Oh, Pöe! Oh Pöe! Oh Pöe! / Genio de Signo fatídico! / Alma que en mí domina…! / Faro de luces negras…! / Acógeme en tu lóbrego retiro de silencio. / Acógeme en tu místico retiro de pavura…»

Burócrata atípico y contrabalanza de un país

Pese a ser cierto que De Greiff fue burócrata, fue uno atípico como quiera que negándose a ocupar puestos altos le evitó al Estado cargas onerosas y en ese sentido nunca asumió la burocracia como «el medio más común para trabajar» en Colombia ni el de «la menor exigencia de calificación profesional», según la veía Camilo Torres Restrepo. Pero contra lo que pueda pensarse respecto a su papel de burócrata, se dice que «la poesía da para vivir y morir, pero no para comer», y De Greiff no iba a pensar siquiera en pasar hambre… aunque la pasara, como recuerda Espinosa en sus memorias La verdad sea dicha. Pero para no pasarla debió tributar 34 años al Estado. Eso sí, como lo atestiguan tres intelectuales, entre ellos Espinosa, sin venderse jamás, permaneciendo pobre («Existe un estado del alma llamado la Simplatía», anota Stepansky), muriendo en dignidad ¡a los 80 años! No sin antes quejarse de estos pagos, al reclamar «Países sin Reyes ni Imperantes ni Popes ni Papas ni Presidenzuelos rufianes y grises».

Vale recordar las palabras del coronel Juan Lozano, del poeta Eduardo Gómez y del narrador Germán Espinosa, en torno a la insobornable actitud de León frente a las vanidades humanas, a los posibles vínculos entre distintos factores de formación, a la falta de apoyo estatal. Lozano: «Y León de Greiff, que por su linaje, por su influencia política refleja y por su poesía, habría podido elegir una vida fácil y agradable, ha renunciado a todo, por su estoico menosprecio de las vanidades humanas; y ha vivido una vida de pobreza, de contrariedad, de trabajo técnico y de ejemplar bohemia». Gómez expone su tesis: «Pero, caeríamos en un tradicionalismo purista, si redujéramos los factores formativos de León de Greiff a los familiares y literarios: sus convicciones y experiencias políticas, su solidaridad con numerosas protestas de intelectuales y artistas colombianos en lucha contra los brotes fascistas del establecimiento, conforman un conjunto de vivencias que no podemos subestimar y que nutren secretamente la, a veces desorbitada, arrogancia rebelde de su poesía y constituyen un trasfondo de su bohemia intelectual, de su vida en la pobreza y de su agresivo marginamiento de honores y convenciones, aun cuando al final aquellos lo buscan y estas le rinden alguna pleitesía». Por último, Espinosa a propósito de la iniciativa que en 1954 tuvo Arciniegas de pedir el Nobel para León: «Pasados veinte años y en momentos en que la América Latina descuella universalmente gracias, en primer término, a sus valores artísticos, no creo que la petición resulte tan hilarante. Se funda, a secas, en la universalidad y singular grandeza de la obra del poeta colombiano. Al escribir lo precedente, estoy seguro de que varios países del hemisferio nos respaldarán en esta iniciativa que vendría a hacer justicia a un hombre que, a lo largo de una vida de trabajo y consagración a la poesía, no estuvo precisamente sobre un lecho de rosas. Para su concesión, ha de mediar la presentación oficial de su nombre por una entidad del gobierno. Ojalá el país que le negó sistemáticamente todo apoyo -y que es también la patria del poeta-, acceda a solicitar para él este reconocimiento que quisiéramos ver acordado, por fin, a sus méritos y a su ancianidad».

De lo contrario, habrá que seguir dándole la razón al maestro Sábato (1911-2011): «Es que para admirar se necesita grandeza. Y por eso al verdadero creador no lo reconocen sus contemporáneos sino la posteridad o, al menos, esa especie de posteridad contemporánea que es el extranjero». No obstante, León no creía en una candidatura suya para el Nóbel y por ello acotaba con humor negro y con esa fina ironía que los escépticos y bufones de sí (no de otros) apuntan contra su propia figura: «Candidatura viene de cándido». Y en cuanto al aspecto político de su poesía, reflejado no a través de libelos sino de un corrosivo humor, y a su condición de mártir, esto es, testigo de los acontecimientos del país, tal vez sirva recordar que De Greiff fue contrabalanza de un país sumido en la corrupción y la politiquería de quienes cada cuatro años fungen de demócratas, pero cada día son arrogantes presidenzuelos con ínfulas de mesías.

Una voz que no es eco

Aparte de «último bohemio» y romántico total, fue empleado ferroviario y minero en su mítico Bolombolo, viajero errante. Entre sus múltiples y más significativas actividades están: Secretario ad-hoc del general Uribe Uribe y asistente a clases en la Facultad de Derecho de la U. Republicana; contador en el Banco Central; jefe de estadística en Caminos de Antioquia y en los Ferrocarriles Nacionales, en Bogotá; director de los primeros cinco números de la Revista de las Indias; parte del grupo de intelectuales y artistas que fundó la Radio Nacional en 1940, entidad a la que estuvo vinculado, con intervalos, hasta 1961; profesor de Literatura en la Facultad de Ingeniería de la U. N.; director de la revista Música, órgano de la Orquesta Sinfónica Nacional; parte del grupo de intelectuales y artistas que fundó el Instituto Cultural Colombo-Soviético, en 1944; Subdirector de Enseñanza Secundaria, Jefe de Becas y Dir. de Extensión Cultural y Bellas Artes, en Mineducación; entre diciembre del 45 y enero del 46 viaja a México como miembro de la comisión encargada de repatriar los restos de Barba-Jacob; profesor de Historia de la Música en el Conservatorio de la U. N.; delegado de Mineducación a los II Juegos Bolivarianos de Lima, en 1947; por razones políticas nunca explicadas es detenido junto a Diego Montaña, Alejandro Vallejo y Jorge Zalamea (de acuerdo con su hijo Hjalmar de Greiff fue entre nov. 21 y dic. 6 de 1949); miembro del comité editorial de la revista Mito, en 1955; invitado a una reunión del Consejo Mundial de la Paz en Estocolmo (1958); posteriormente realiza un extenso recorrido por invitación de la Unión Soviética y China, y al regresar visita Alemania, Austria, Yugoslavia y Francia; al final del 58, obtuvo un cargo como auditor en la Contraloría de Cundinamarca: León decía que era ni más ni menos «oidor»; Lleras Camargo lo nombra primer secretario de la Embajada en Suecia (1959-63), donde fue cónsul, encargado de negocios y jefe de misión diplomática. 
Allí, cuenta Espinosa, tuvo frecuentes roces con su superior, el embajador, por asistir a recepciones de la China Comunista. Al comentarle que Colombia no sostenía relaciones con Pekín, contestó: «Puede que Colombia no sostenga relaciones con Pekín, pero don León de Greiff sí las sostiene y seguirá asistiendo a esas recepciones». Sin previo aviso a la cancillería, el embajador regresó al país y el poeta quedó al mando de la misión diplomática. En cumplimiento de sus funciones, ofreció sombreros a comerciantes suecos, que entusiasmados pidieron un millón de aguadeños. Los artesanos caldenses, con tristeza, manifestaron que ni en un siglo podrían producir semejante cuota. Por el desinterés de los suecos en remesas menores, sucumbió el negocio.

Para terminar con este casi grotesco listado de actividades, en 1965 asiste al Encuentro Internacional de Escritores (en Berlín y Weimar) convocado por Anna Seghers y Arnold Zweig para conmemorar el vigésimo aniversario de la liberación del nazismo. En 1966 muere su esposa Matilde Bernal, con quien se había casado el 23/jul/1927 y tuvo cuatro hijos: Astrid, Boris, Hjalmar y Axel; el mismo año 66, con retroactividad al 1º/oct/63 (cuando se retira del servicio público) obtiene su pensión por 34 años como funcionario del Estado. En 1967 es elegido miembro de la Academia Col. de la Lengua, cargo del que no tomó posesión. En 1971, Extensión Cultural de Calarcá, Quindío, le entrega la Medalla Jorge Zalamea. En 1975, Honoris Causa en Letras por Univalle. A su turno, el gobierno de López le otorga la Orden de San Carlos en grado de Gran Oficial. Por último, en la madrugada del 11/jul/76 muere en su caserón del barrio Santafé. El 23 de julio el Consejo Superior Universitario de la U. Nacional acuerda: 1º Rendir tributo de admiración a la memoria del maestro León de Greiff y exaltar su nombre ante la comunidad universitaria como cultor excelso del idioma y exponente auténtico de la literatura nacional; 2º Perpetuar el nombre del ilustre poeta, denominando «Auditorio León de Greiff» al Auditorio Central de la Universidad Nacional.

En respuesta a su actividad creadora y laboral, en 1956 el arquitecto Carlos Celis Cepero crea en Caracas el Premio Hispanoamericano de Poesía León de Greiff. Ese mismo año, en Madrid, Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso y Eduardo Carranza, entre otros, rinden homenaje «para celebrar la plenitud creadora de su poesía». En 1964 el gobierno de Suecia le entrega la Estrella del Norte, en el grado de Caballero, tal vez la misma que en una de sus visitas a la cueva del búho (eso era para León su cuarto en el Santafé) Germán Espinosa vio tirada en el piso. En 1965, recibe la Orden de Boyacá, en grado de Comendador, durante el homenaje paisa a sus 70 años. En 1967, es elegido presidente de la Asociación de Amistad Colombo-Checa. En 1970, Colcultura le concede el I Premio Nacional de Literatura. En 1971, presidente de la Cámara de Amistad Colombo-Cubana Camilo Torres. En 1974, miembro honorario del Instituto Caro y Cuervo. Curioso y paradójico rosario de honores para un hombre que siempre hizo suyas las palabras (y las practicó) de Wallace Stevens: «La poesía es (y debería ser) para el poeta una fuente de placer y satisfacción, no una fuente de honores». 

León de Greiff muere en Bogotá antes de cumplir 81 años pues había nacido el 22/jul/ 1895, de los cuales 34, se reitera, entregó al Estado. Pese a su rechazo al halago oficial, a su agresivo marginamiento de honores, se le otorgaron numerosas condecoraciones: Cruz de Boyacá, Medalla Camilo Torres, Medalla Francisco de Paula Santander, el Hacha Simbólica de Medellín y las otras ya citadas. Pero, como prueba de su humor y gracia poética, prefirió las de «la Cruz del Sur, el Dragón Enfermo, el Grifo Desolado, el Gato que Pelotea, la Foca Sitibunda, el Oso Polar, el Asno de Buridán». El extenso acopio de cargos, actividades y distinciones no es gratuito. Permite inferir que la autoconfesión es el sucedáneo perfecto de la creatividad. Por eso, quizás tenga razón Andrés Holguín cuando sobre la de León decía: «Su voz no es nunca un eco. Es el instrumento desconcertante de su autobiografía… su país, su Antioquia natal, sus antepasados vikingos, sus innumerables trabajos, sus amores y sus amigos, sus músicos, sus literatos preferidos, sus poetas. O sea: todo lo que está contenido en su alma». Y, se agrega, todo lo que gira alrededor de su vida, sus demonios y sus abismos como artista.

Por otra parte, De Greiff quizás fuera consciente de la verdadera estatura del poeta, que no es la que este tiene de sí mismo o la crítica pretende adjudicarle, como tampoco la que casi siempre le asigna el pueblo, la que nada tiene que ver con la realidad; quizás, de haberlas conocido, hubiera coincidido con las palabras, en ningún caso negativas como a primera vista pudiera pensarse, en todo caso realistas como se puede sentir, que sobre un soneto que Gustav Janouch publicó, en 1921, en Bohemia, dijo Franz Kafka: «Usted describe al poeta como un hombre de estatura prodigiosa que tiene los pies sobre la tierra, mientras que su cabeza desaparece entre las nubes. Esa es, ciertamente, una imagen muy común en el sistema de conceptos establecido por convenciones pequeño-burguesas. Es una ilusión de anhelos recónditos que nada tiene que ver con la realidad. En realidad el poeta siempre es más pequeño y débil que el promedio social. Por esa razón siente el peso de la existencia terrena con más intensidad y fuerza que los otros hombres. Para él su propio canto no es sino un continuo grito. El arte es para el artista una pena, a través de la cual se libera para una nueva pena. No es ningún gigante, sino un simple pájaro de más o menos colorido en la jaula de la existencia».

Jaula de la existencia en la cual León fue algo más que un simple pájaro de más o menos colorido: un ser humano digno y consecuente con su vida y su obra que quizás hubiera compartido las palabras de Macedonio Fernández, en las que el autor del Museo de la novela de la eterna dejó plasmado con maestría el suceder y el destino de todo ser humano, no propiamente el que la Iglesia católica le vende a sus incautos feligreses, sino otro más acorde con lo que padece a diario: «De todo hombre es la miseria y la derrota: el hombre que no las ve en sí, en su roto y golpeado curso individual, es un poco más ciego que lo ciegos que somos todos». Tal vez porque De Greiff fue siempre consciente de ello es que, pese a todo, jamás asumió una actitud fatalista ni tampoco hizo menciones en su poesía a la figura de Dios, al que muchos en su frustración insisten en ver en cada suceso cotidiano para que les resuelva lo que no hacen o no alcanzan a entender, pero que olvidan que la divinidad está en cada uno, no en conceptos ni en libros, como diría el no siempre bien ponderado Hermann Hesse.      
    
Es probable que después de todo lo que trabajó, hizo y cantó y a pesar de la «Señora Muerte, que se va llevando/ todo lo bueno que en nosotros topa» de Greiff haya tenido un bel morir pues quizás no en vano sentenció en un Sonetín: «Lo primero de todo es la mujer. / Lo primero de todo es el amar. Hay que amar a destajo hasta morir. / Hasta que Cronos blanda su segur.» (11) Y su vida y su poesía no fueron otra cosa que la búsqueda de la mujer ideal y del amor, el que se resiste a morir hasta que lo permita el andar. Para cuando venga la noche que jamás termina, alcanzar la libertad deseada, entre la soledad y el silencio: «Mi verdadera vocación es el silencio. Mi vicio incoercible, la aridez. Mi sólo crimen, la soledad». Los tres, silencio, aridez, soledad, metáforas de la muerte, para un poeta que ante todo soñó y vivió la vida: «¡Para mí… no hago nada, nada, nada, / sino soñar, sólo vivir la vida!»; que siempre supo que el sueño es lo único que existe; que, en fin, lo demás no es otra cosa que ¡espejismos y huecos cascabeles!…

FUENTES:
 
1. DE GREIFF, León. Obra Completa. Medellín, Alberto Aguirre Editor, 1960, 750 pp.
2. Revista Quimera Latinoamericana No 5, jul-ago 1990, p. 10.
3. Revista El viejo topo No 76, p. 55.
4. Valoración múltiple sobre León de Greiff. Recopilación y prólogo de Arturo Alape. Bogotá, Casa de las Américas y U. Central, 1995.
5. DE GREIFF, León. Una antología para todos. Medellín, U. de Antioquia, 1995, 148 pp.
6. Revista Cambio16 No 110. Bogotá julio 17-24 de 1995.
7. Revista el malpensante No 50. Bogotá, nov. 1º a dic. 15 de 2003.
8. Revista Aquelarre No 8. Ibagué, Centro Cultural de la U. del Tolima, 2005.
9. Revista Eco No 108, Bogotá, abril de 1969, p. 605.
10. MACÍAS, Luis Fernando y VELÁSQUEZ, Miriam. Glosario de referencias léxicas y culturales en la obra de León de Greiff, Fondo Editorial de la U. Eafit, 2007.
11. http://docplayer.es/6090238-Leon-de-greiff-el-tema-del-amor.html (p. 429)
  
* (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine y de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Estudios de Zootecnia, U. N. Bogotá. Periodista, de INPAHU, especializado en Prensa Escrita, T. P. 8225. Profesor Fac. de Derecho U. Nacional, Bogotá (2000-2002). Realizador y locutor de Una mirada al jazz y La Fábrica de Sueños: Radiodifusora Nacional, Javeriana Estéreo y U. N. Radio (1990-2014). Fundador y director del Cine-Club Andrés Caicedo desde 1984. Colaborador de El Magazín de El Espectador. Ex Director del Cine-Club U. Los Libertadores y ex docente de la Transversalidad Hum-Bie (2012-2015). Escribe en: www.agulha.com.br  www.argenpress.com  www.fronterad.com www.auroraboreal.net www.milinviernos.com Corresponsal www.materika.com Costa Rica. Co-autor de los libros Camilo Torres: Cruz de luz (FiCa, 2006), La muerte del endriago y otros cuentos (U. Central, 2007), Izquierdas: definiciones, movimientos y proyectos en Colombia y América Latina, U. Central, Bogotá (2014), Literatura, Marxismo y Modernismo en época de Pos autonomía literaria, UFES, Vitória, ES, Brasil (2015) y Guerra y literatura en la obra de J. E. Pardo (U. del Valle, 2016). Autor ensayos publicados en Cuadernos del Cine-Club, U. Central, sobre Fassbinder, Wenders, Scorsese. Autor del libro Cine & Literatura: El matrimonio de la posible convivencia (2014), U. Los Libertadores. Autor contraportada de la novela Trashumantes de la guerra perdida (Pijao, 2016), de J. E. Pardo. Espera la publicación de sus libros Ocho minutos y otros cuentos, El crimen consumado a plena luz (Ensayos sobre Literatura), La Fábrica de Sueños (Ensayos sobre Cine), Músicos del Brasil, La larga primavera de la anarquía – Vida y muerte de Valentina (Novela), Grandes del Jazz, La sociedad del control soberano y la biotanatopolítica del imperialismo estadounidense, en coautoría con Luís E. Soares. Hoy, autor, traductor y coautor (con LES) de ensayos para Rebelión.  E-mail: [email protected]