Traducido para Cubadebate, Rebelión y Tlaxcala por Manuel Talens
Margaret Atwood… ¡Qué buenos recuerdos de lecturas placenteras evoca ese nombre! Nacida pocas semanas después del inicio de la Segunda Guerra Mundial, tiene ahora 61 años [1], tan radiantes e intemporales como muchas de sus mejores novelas: The Edible Woman [La mujer comestible], Surfacing, Lady Oracle [Doña Oráculo], Life Before Man, The Handmaid’s Tale [El cuento de la criada], Cat’s Eye [Ojo de gato], The Robber Bride [La novia ladrona], The Blind Assassin [El asesino ciego]. Y sus colecciones de cuentos, y su poesía…
Recién terminada la gira promocional de su última novela, El asesino ciego, Atwood accedió a esta entrevista en un pequeño restaurante francés no lejos de su hogar en el centro de Toronto.
Allan Gould: Hace poco recibió una bonita suma de dinero junto con el prestigioso Booker Prize de Gran Bretaña, ¿no?
Margaret Atwood: Veinte mil libras esterlinas. Las doné al World Wildlife Fund, al Sierra Club, a la Fundación David Suzuki, porque estoy en sus membretes pero en realidad nunca les había dado nada, excepto mi nombre. Al Long Point Bird Observatory. Graeme [Gibson, su compañero y padre de su hija Jess] es observador de pájaros y yo también lo soy un poco. Y también a un grupo estupendo de mujeres de Saltspring Island, que hicieron un calendario para el que tuvieron que desnudarse, porque ésa fue la única manera de conseguir que los leñadores les prestasen atención. Pensé que se merecían un poco de dinero por haberlo hecho.
AG: Por supuesto, ganar el Booker Prize hace que las ventas del libro tiendan a aumentar…
MA: No sólo tienden. ¡Lo hacen, y de qué manera! Las ventas subieron en flecha después del premio y Amazon.com lo puso en su sitio web. Creo que Amazon llega a mucha gente que vive en lugares pequeños, donde no hay librerías.
AG: A principios de los ochenta dijo usted, «Todos los veranos voy a hacer canoa en Quebec. Suelo coser mucho, pintar mucho. Y cocino, pero sólo cuando Graeme me deja entrar en la cocina.» ¿Esas cosas son verdad todavía?
MA: Graeme ya no me deja. Yo solía hacer todos los postres, pero ya no comemos postre. Me lo permite en diciembre, porque horneo muchas galletas. Todavía vamos a Quebec, al norte, aunque hacemos poca canoa por un problema de rodilla, pero ya no los viajes de epopeya que solíamos hacer. Caminamos mucho. No corremos, es malo para las rodillas. Tampoco pinto ni coso más; puede que le sorprenda, pero he estado escribiendo mucho [ríe] y la escritura me mantiene ocupada.
AG: No va usted mucho de vacaciones, pero una vez pasó un año en Francia…
MA: Déjeme ver. Fuimos a Francia a principios de los noventa, creo que en el 91, y pasamos el año escolar allí. Estaba escribiendo La novia ladrona. Siempre que voy de viaje estoy escribiendo algo.
AG: En Bodily Harm describió usted a una pareja de Toronto que ambos conocemos, el marido era catedrático y ella juez. ¿Suele incluir a sus seres queridos o a sus amigos como personajes de sus novelas?
MA: Sólo si me lo piden, si desean aparecer. Ese amigo me dijo una vez, «¡Ponme en uno de tus libros!» Mi cuñada una vez me rogó, ¡»Méteme en uno de tus libros, pero con 21 años y rubia!» De todos modos, para un personaje de mayor calado no son nunca personas verdaderas. Son compuestos, inventados, todas esas cosas; no son de verdad. Lo que hice para mis amigos fue una broma.
AG: ¿Se ha vuelto vegetariana?
MA: No como mucha grasa animal porque por desgracia tengo un problema de colesterol. Así que tuve que bajar el consumo.
AG: Solía usted ser supersticiosa, decía cosas como «Nadie puede utilizar mi máquina de escribir» y no le gustaba hablar de lo que estaba escribiendo antes de terminarlo. ¿Ha cambiado?
MA: Ahora nadie puede utilizar mi ordenador. Y sigue sin gustarme hablar de lo que estoy escribiendo antes de terminarlo.
AG: Una vez dijo que el peor rasgo de los canadienses es que «son mezquinos, vengativos, lo cual es más que petulantes, envidiosos de poca monta. ¿Hemos mejorado?
MA: Es igual. Empecé siendo el objetivo a abatir en 1972 con la obtención de mi primer Premio del Gobernador General [2] que, como dijo un amigo, fue el equivalente a una tarjeta de crédito gratuita, se lo dieron a mi primer libro de poemas [The Circle Game, 1966]. Así que nadie se anduvo escondiendo para dispararme con sus pistolas de juguete. Los australianos le llaman a eso «cortar las amapolas que sobresalen». Creo que es una característica humana, pero en un país que esencialmente sigue pensando como si fuese un pueblecito, es algo exagerado. Pasa más en Canadá que en cualquier otro país del mundo. Y más en Toronto que en cualquier otra ciudad de Canadá. Es el síndrome del pueblerino.
Pongámoslo en perspectiva. Las reseñas que ha tenido este libro son mejores que las de todos los anteriores juntos, mucho mejores. Pero en Canadá lo que se dice es, «¿Cómo es que ha tenido una mala reseña?». Canadá es el único lugar del mundo que recuerda eso, así que en Canadá lo que ha quedado es, «Margaret Atwood tuvo una mala reseña», en vez de «¡Margaret Atwood está teniendo las mejores reseñas de su vida!».
Eso es lo que quiero decir cuando hablo de «pueblerinos»: pero son sólo un par de periodistas. No es la opinión pública, que estaba encantada cuando me concedieron el Booker Prize. Recibí montones de cartas de gente desconocida. Pensaban que «si ella puede obtenerlo, ¿por qué no yo?». Son sentimientos muy humanos. Si alguien tiene éxito con una primera novela, a la segunda le tirarán a matar. Ocurre todos los días, en cualquier país.
AG: Se ha descrito usted misma como una conservadora «roja.» ¿En qué sentido?
MA: Creo que lo que ha ocurrido en la política es que las personas que solían estar en el Partido Conservador [3] y que lo habían convertido en algo interesante y humano, fueron apartadas durante la época del primer ministro del gobierno federal, Brian Mulroney. Tuvimos a Flora MacDonald durante un tiempo, pero… Y ahora lo que está ocurriendo es que todo el mundo se ha ido más a la derecha de lo que solían estar, le ha pasado incluso a la izquierda. Y habrá una reacción, ya la está habiendo.
Algunos están despertando y dicen, «esa deducción de 200 dólares en el impuesto sobre la renta [preconizada por el premier ministro de la provincia de Ontario, Mike Harris] es inútil si uno está muerto». Y los lectores de la revista para la que está usted escribe deberían tener en cuenta que nuestro sistema de salud público se está deteriorando, así que la gente terminará por decir, «ya no funciona», y luego exigirán que se privatice la medicina. La gente estará dispuesta pagar lo que sea y algunos se van a forrar. La enfermedad no es algo productivo. No produce nada. Lo que hace es que transfiere dinero de los enfermos a otra gente.
Así que tenemos que preguntarnos, «¿A qué gente quiere que se transfiera su dinero si enferma? ¿A clínicas privadas, que le cobrarán un dineral o al sistema de salud público a través de sus impuestos?» Ahora la gente está diciendo, «¡No funciona, hay que implantar otro!». Pues bien, esta situación la han fabricado de manera artificial para que la gente diga eso.
AG: Se la considera «de izquierdas» debido a que con frecuencia apoya a David Suzuki y a la CBC [4].
MA: ¡No creo que David Suzuki represente a la izquierda! Lo que creo es que él y quienes apoyan la CBC defienden lo público frente a lo privado, que es algo muy diferente. No se trata de izquierda o de derecha, es una cuestión de monopolios y de poder.
Quienes se alzan contra los monopolios y el poder -en el caso de la CBC, el monopolio del capital sobre la opinión y, en el caso de David Suzuki, el monopolio de las corporaciones y lo que se hace contra el medio ambiente- no son la izquierda. Son defensores de lo público. Y aviados estamos si a quienes defienden eso se los toma por izquierdistas locos y radicales. Si eso fuera así, nadie defendería lo público, tendrían miedo de hacerlo.
Así que dejémonos de calificar a la gente y miremos lo que algunos hacen, no lo que la prensa derechista dice que están haciendo. Y el ala derecha en USA [en lo tocante al derecho de las mujeres a elegir] está dictando la política de la reproducción; igual que en Rumania. Quieren libertad personal sólo para los violadores.
AG: ¿Cuál de sus libros es el que prefiere? ¿Le parece que puedo hacerle esta pregunta?
MA: Puede hacerla, pero no le responderé. Junto con ésa, hay un par de preguntas a las que nunca respondo. Nunca respondo cuáles son mis libros favoritos de otros escritores ni de dónde saco las ideas.
AG: El Mother Jones Magazine describió una vez «su perverso sentido del humor y su lengua mordaz». Y los críticos la han denominado «Medusa», «duquesa divertida» y «Mata Hari silenciosa». ¿Cómo se describiría si fuese un periodista o un crítico?
MA: [bajando la voz como en un cuento conspirativo de los que se cuentan a la hora de dormir] En los cuentos de hadas, el héroe o la heroína salen en busca de aventuras. Por el camino, cuando pasan por el bosque, de detrás de un árbol sale un ser extraño y espantoso. Y puede ser una vieja sabia que les dará un buen consejo o una vieja bruja perversa que se los comerá. ¡Yo soy ésa!
AG: ¡Pero sigue siendo una o la otra!
MA: [Se ríe entre dientes] ¡Es usted quien debe decidir! Tiene que tomar una decisión rápida: ¿Soy la vieja sabia o la vieja bruja perversa? Me han descrito como las dos.
AG: La fama puede ser un quebradero de cabeza. ¿Todavía le parece divertida?
MA: Depende de lo que esté haciendo en ese momento. Es bonito que a una la reconozcan de vez en cuando. Pero constantemente sería muy aburrido. Pero eso no pasa en este país. ¿Por qué? Pues porque los canadienses son canadienses, no son impertinentes. Mirarán, sonreirán, saludarán con la mano, pero no vendrán apresuradamente a decirme, «déjeme que le ate los cordones de los zapatos».
Piense en esto: soy una escritora, no una estrella de cine ni del rock. Los escritores se comunican con la gente a través de sus libros, no a través de sus actuaciones públicas ni de la forma en que se visten. La gente pueden agradecernos el «haberles dado» esos libros que les gustan, pero lo que les gusta son los libros, no necesariamente la persona.
La gente interactúa con el libro al leerlo, no con la persona que lo escribió. En cambio, interactúan con las estrellas del rock en el escenario. En ese momento, quien actúa y la actuación son la misma cosa.
¿Las dedicatorias de libros? Suelen ser un «gracias por el libro». Si reaccionan bien ante la experiencia de leerlo, dicen «gracias» a quien les ha proporcionado esa experiencia. No porque una sea la causante de ese objeto que es de tinta y papel, sino por las emociones que han sentido y los pensamientos que han tenido mientras lo leían. Y por eso me dicen «gracias».
AG: ¿Puedo preguntarle por su hija Jess?
MA: No me gusta que salga en las revistas. Puede hablar con ella si lo desea, pero no puede hablarme sobre ella. Tiene ahora 24 años y una vida privada. Ha hecho estudios de Historia del Arte. Le va muy bien.
AG: ¿Cree usted en la capacidad del arte para cambiar el mundo?
MA: Tiene la capacidad de cambiar a las personas, y las personas tienen la capacidad de cambiar el mundo. La cabaña del Tío Tom fue un buen libro en la medida que cambió el mundo, creemos, para mejorarlo. En su día, Dickens también cambió el mundo con algunos de sus libros, sobre todo con Oliver Twist. Es una cuestión muy abierta (que únicamente los «libros panfletarios y no las obras del arte» pueden cambiar el mundo); puede uno demostrarlo y refutarlo de diez maneras diferentes. Se puede debatir eso y pasar un buen rato, pero son sólo opiniones.
AG: ¿Siente ansias de curar el mundo cuando crea una obra literaria? Pienso en algunos de sus poemas más intensos…
MA: No soy tan estúpidamente megalómana como para creer que eso sea posible. Hay miles de millones de personas en el mundo y muchas de ellas no leen inglés. [Se ríe] E incluso entre las que lo leen… A veces me preguntan, «¿quién es su lector ideal?» Y respondo, «bueno, en primer lugar, ¡esa persona es ya un lector!» Lo cual estrecha la amplitud del campo de inmediato!
Muchas personas no pueden leer. Y entre las que pueden, muchas no leen. Y entre las que leen, muchas no leen lo que yo escribo. Puede que le sorprenda, pero es verdad. Así que escribo para el lector, pero de manera más específica escribo para el lector a quien le gusta lo que escribo, lo cual estrecha considerablemente el foco.
AG: Creo que El cuento de la criada fue la novela más abiertamente política que ha escrito usted; estaba claro que se basaba en el tratamiento que recibían las mujeres en Rumania en aquel tiempo. Estoy seguro de que nunca envejecerá, como ha sucedido con 1984 de Orwell, que se ha quedado anticuada en cierto modo.
MA: El cuento de la criada se quedará anticuada el día en que ninguna de esas estructuras sigan en pie. La única razón por la que 1984 está ahora un poco anticuada es porque la Unión Soviética se derrumbó. Orwell también dijo lo siguiente, que no deberíamos olvidar: «Volverán, pero la próxima vez llevarán camisas blancas y sonrisas.» ¿A quién se refería? A quienes quieren controlar nuestras vidas. ¡Pues ya están de regreso!
AG: ¿Prefiere la experiencia de escribir un poema a la de escribir una novela, por su concisión?
MA: ¿Es un poema El paraíso perdido? Sería una buena película, pero se parecería demasiado a X-Men. No creo que sea una cuestión de extensión, sino de intensidad, por mi parte y por la del lector. Una vez me dijeron, «¡Seguro que usted puede escribir un libro de poemas mucho más rápido que una novela!». Y respondí, «En realidad, me toma el mismo tiempo».
AG: ¿Le complace poder trabajar tan bien en artefactos narrativos diferentes, la novela, el cuento, el poema? Hay muchos buenos novelistas que no pueden escribir poemas y nunca se atreven a escribir un cuento.
MA: Nadie me dijo nunca que no podía y por eso lo hago. Si hubiera crecido algo después y hubiese asistido a cursos de «escritura creativa», me habrían encarrilado hacia la poesía o hacia la prosa y me habrían convencido de que no hiciese ambas a la vez. Por eso hay tantos canadienses que hacen ambas, en aquel tiempo no existían las clases de escritura creativa. Nunca se me pasó por la cabeza que no podía hacer las dos.
AG: ¿Seguirá escribiendo cuándo tenga 80 o 90 años?
MA: Robertson Davies es mi modelo a imitar [5]. No empezó en su última reencarnación -había escrito los libros de Salterton-, pero luego no escribió novelas durante largos años. Hasta que a la edad que yo tengo ahora, quizá un par de años más joven, escribió Fith Business. Y después sus otros libros ya sesentón y setentón. Así que tengo una mala noticia para quienes quieren que me despeñe por un barranco, ¡me quedan otros 25 años! ¡Que se preparen! [Suelta una carcajada]
AG: ¿Qué sintió al ganar el Booker Prize por El asesino ciego en Inglaterra o el premio de Giller Prize [por Alias Grace] en Canadá pocos años después?
MA: Bueno, el Giller fue realmente una sorpresa, porque creía que en aquel momento yo no era «premiable», de la misma manera que algunos políticos no son inelegibles. Eso quiere decir que una es «demasiado grande, demasiado vieja, vende demasiado, lo ha conseguido todo, ¿para qué lo necesita?». Son factores legítimos, créame. Forma parte de las consideraciones de los jurados. Forma parte de la naturaleza humana, uno cree que debe darle un empujoncito a la nueva generación. Me sorprendió mucho, ni siquiera me había pintado los labios en preparación para el momento mágico. ¡Una tiene que estar maquillada! Pero me emocioné, por supuesto. De haberlo sabido, me habría vestido mejor.
El objetivo del Booker Prize es resbaladizo, «Aumentar la visibilidad pública de obras de arte literario». Los jurados han estado muy divididos a lo largo de los años con respecto a lo que deben hacer de año en año. Así que es cada vez más difícil tener una idea clara de las cosas, tanto para los jurados como para los demás. Por eso los corredores de apuestas hacen su agosto. Se preocupan más de los jurados que del libro, de cómo van los caballos, el jinete, etc. Yo era la favorita este año, el único año hasta ahora. Las apuestas eran de 2 a 1. Graeme fue a apostar, pero ya habían cerrado.
AG: ¿Le molesta estar convirtiéndose en parte del canon de la literatura canadiense, de la misma manera en que todos los niños en los años cincuenta tenían que leer el poema Titanic de E.J. Pratt?
MA: ¿Que si me preocupa que esos pobres estudiantes de secundaria tengan que examinarse de mi obra? ¡Oh, pobres! Sí, ¡es muy doloroso! Tenemos esa idea de que hay un «canon» y de que es un castillo tan inflexible, tan inexpugnable. Pero no es eso en absoluto. Nunca antes hemos vivido en una época tan maleable, en la que el canon de este año se descarta al siguiente. El canon cambia cada minuto. No estar en el canon es más canónico que estar en él. Es sólo una de esas cosas de la vida sobre las que una no tiene control alguno.
No me molesta que los niños estén obligados a leerme, les ayudo en todo lo que puedo. Tengo un bonito sitio web para ellos, donde pongo factoides [6] e incluso dejo que escriba el periodista deportivo Cam Cole.
Notas del traductor
[1] La mayor parte de las entrevistas que se le han hecho a Margaret Atwood y que se encuentran en internet están en formato de vídeo o sonido, lo cual dificulta la inmediatez de la traducción. Entre las entrevistas escritas, ésta de 2001 es la que nos ha parecido más interesante, pues ofrece una amplia perspectiva del pensamiento de la gran escritora canadiense.
[2] Aunque es un país independiente, Canadá pertenece a la Commonweath, lo cual quiere decir que la corona británica ejerce la jefatura del Estado. El representante oficial de la corona en Ottawa es el Gobernador General, cargo eminentemente protocolario que el gobierno canadiense suele conceder a personalidades del país. El premio literario a que se refiere aquí Margaret Atwood se concede una vez al año y guarda similitudes institucionales con el español Premio Príncipe de Asturias.
[3] Al igual que en los demás países occidentales de tradición democrática burguesa, en Canadá sólo hay dos partidos con capacidad real de alternarse en el poder (pues los demás son meras comparsas): el Partido Liberal y el Partido Progresista-Conservador. Nótese el oxímoron: los conservadores son al mismo tiempo progresistas, ¡la cuadratura del círculo!
[4] David Suzuki es un científico canadiense con una larga trayectoria de activismo a favor del respeto por el medio ambiente y que se ha destacado por su defensa del carácter público de la CBC (siglas de la prestigiosa Canadian Broadcasting Corporation, el ente de radio-televisión pública de Canada) ante el acoso privatizador neoliberal.
[5] Véase http://www.librosdelasteroide.com/ficha_autor.php?id=25.
[6] Véase http://meneame.net/story/que-es-un-factoide.
Esta traducción en Cubadebate y Tlaxcala.
El escritor y traductor español Manuel Talens es miembro de Cubadebate, Rebelión y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Sus libros más recientes son La cinta de Moebius y Cuba en el corazón (Alcalá Grupo Editorial). Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y la fuente.