Prefacio a Ernesto Che Guevara hombre y sociedad. El pensamiento económico del Che, de Carlos Tablada Pérez Las anticipaciones del Che Hoy todo está más claro. Cuando el Che Guevara advertía, hace ya varias décadas, que por el callejón sin salida del mercado y las «armas melladas» del cálculo económico los países del Este europeo […]
Prefacio a Ernesto Che Guevara hombre y sociedad. El pensamiento económico del Che, de Carlos Tablada Pérez
Las anticipaciones del Che
Hoy todo está más claro. Cuando el Che Guevara advertía, hace ya varias décadas, que por el callejón sin salida del mercado y las «armas melladas» del cálculo económico los países del Este europeo terminarían regresando al capitalismo, el asunto no era tan evidente. Había que invertir una dosis tremenda de pensamiento crítico para comprenderlo y asimilarlo. Cuarenta años después, aquellos juicios premonitorios se han vuelto más que transparentes para quien no tenga anteojeras.
¿Cómo pudo darse cuenta y anticiparlo hace tantos años? ¿Era el Che un adivino? ¿Tenía la bola de cristal oculta en su mochila guerrillera? ¿Quizás era un brujo disfrazado de comunista? En la explicación del pensamiento del Che que nos proporciona el libro de Carlos Tablada Pérez -escrito antes de la caída de la URSS- encontraremos las pistas para hallar la respuesta.
Guevara no se conformó con desnudar la pobreza teórica -él la llamaba simplemente «apologética»- que envolvía la creencia fetichista en supuestas leyes de hierro, invariablemente mercantiles, que regirían durante la transición al socialismo. No se limitó a la crítica, de por sí necesaria e imprescindible. Avanzó en la elaboración de una alternativa viable y plenamente realizable. Lo hizo hasta en sus más mínimos detalles, al límite de la obsesión.
Por esta razón la crítica al modelo del socialismo mercantil es aquí apenas la punta del iceberg. La reflexión teórica y la experiencia práctica del Che no se agotan en una simple crítica, aguda y previsora, pero únicamente negativa. El Che aporta además una alternativa que permite eludir el pantano. No nos alerta ante el inminente peligro que había vaticinado en aquellos años ’60, para permanecer luego cruzado de brazos en señal expectante. Esa pasividad no cuadra con el estilo del Che. Además de advertirnos del precipicio que por entonces no todos vislumbraban, Guevara nos señala otro camino distinto. Un sendero viable, posible y perfectamente realizable para comenzar a construir la sociedad comunista del mañana a partir de la suciedad que el capitalismo le deja como pesada herencia a cualquier revolución que se precie de tal. El pensamiento del Che no opera con almas bellas, ángeles puros ni vírgenes imaginarias. Sabe perfectamente en donde está pisando y desde qué grado de putrefacción social -individualismo, egoísmo, competencia, etc.- hay que comenzar a crear el hombre nuevo y la mujer nueva.
Profundizando en esa perspectiva, este libro permite al lector y la lectora encontrar puntos de apoyo tanto en la crítica guevarista de lo existente -en su época el llamado «socialismo real»- como en la alternativa para la sociedad del mañana -la transición revolucionaria hacia el comunismo-, empezada a construir hoy mismo, no con lo que nos gustaría imaginariamente contar sino con lo que efectivamente contamos.
Los estudios sistemáticos sobre el pensamiento de Guevara
Ernesto Che Guevara, hombre y sociedad (El pensamiento económico del Che) de Carlos Tablada Pérez constituye un excelente libro. Por lo sistemático, por lo riguroso y por lo precursor. Punto y aparte.
Históricamente, no fue el primero en abordar esta problemática. Hubo un estudio anterior, publicado en francés en 1970 y en castellano en 1971, que no merece olvidarse: El pensamiento del Che Guevara de Michael Löwy (Carlos Tablada lo incluye en su bibliografía). Este estudio clásico, traducido a numerosos idiomas y reeditado muchísimas veces, tenía una virtud fundamental: tomaba el pensamiento del Che como un todo armonioso y orgánico. Abordaba tanto el pensamiento político y la concepción político-militar del Che como sus ideas sociológicas, su concepción del marxismo en tanto filosofía de la praxis, sus posiciones económicas y sus debates con otras corrientes de izquierda. Según tenemos noticias, fue la primera tentativa, incluyendo las realizadas en Cuba, de reconstrucción teórica del pensamiento del Che en sus múltiples dimensiones.
Pero en esa época Löwy no conocía todos los escritos económicos del Che ni podía acceder fuera de Cuba a todos sus materiales y manuscritos (una gran parte compilados en 1966 en el Ministerio del Azúcar por el colaborador del Che Orlando Borrego -ayudado por Enrique Oltusky- en una edición cubana de siete tomos; aunque otra parte de sus textos, menor pero altamente significativa, aún hoy permanece inédita). En el tema específico de las discusiones económicas y las intervenciones orales del Che en el Ministerio de Industrias, fundamentales para conocer su punto de vista, Löwy sólo pudo conocer una mínima parte, publicada con el título «El plan y los hombres» por la revista italiana Il Manifesto en diciembre de 1969. Pero su investigación no contó con la incomparable compilación de Borrego.
Carlos Tablada Pérez sí tuvo acceso a esta exhaustiva compilación, cuyo sexto tomo contiene la trascripción de todas las intervenciones del Che en el Ministerio de Industrias. La utiliza ampliamente en su análisis. Aunque su libro no es tan abarcativo ni panorámico como el de Löwy, tiene sobre este último la ventaja de que delimita y focaliza con mayor profundidad uno de los aspectos menos conocidos de Guevara: allí donde el Che no sólo polemiza sobre los estímulos morales y materiales y la ley del valor en la transición socialista sino que además propone un conjunto de políticas económicas que se conocen con el nombre de Sistema Presupuestario de Financiamiento (SPF).
Seguramente por la profundidad y rigurosidad con que Tablada Pérez reconstruye ese aspecto «olvidado» o directamente desconocido del Che es que su texto tuvo tanta repercusión en Cuba y fuera de Cuba. A ello contribuyó, sin duda, el momento político en que el libro vio la luz dentro de la isla. Por entonces, la dirección de la revolución cubana iniciaba el denominado «proceso de rectificación de errores y tendencias negativas». Una expresión bastante larga empleada para designar la crítica de muchas políticas económicas (y culturales) que habían sido adoptadas en Cuba, aproximadamente entre 1971-72 y 1985-86, a partir del modelo de los países del Este europeo sin el previo y necesario beneficio de inventario.
Quien encabezó ese proceso de autocrítica pública fue el mismo Fidel. Una muestra más de su inagotable dinamismo y su característica capacidad de mantener la iniciativa política. Algunos observadores internacionales, como siempre superficiales, se confundieron y trazaron una tosca analogía. «Si Fidel», fantasearon, «realiza críticas al modelo económico implementado durante aproximadamente quince años en Cuba, entonces lo que estaría haciendo es una aplicación tropical de la perestroika soviética». Gravísimo error de apreciación. Porque si Gorbachov y sus amigos de la dirección del PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética), cuestionaban por entonces toda idea de planificación socialista (así, en general, sin distinguir la planificación burocrática de la planificación democrática, como si en la claridad del mediodía todos los gatos fueran pardos) y enaltecían los instrumentos de regulación monetarios-mercantiles como la panacea que dinamizaría la sociedad soviética; Fidel, en cambio, recurría al pensamiento del Che Guevara para cuestionar los métodos inservibles.
Para formularlo en términos claros y sencillos. La crítica realizada desde la revolución cubana, a diferencia del punto de vista «perestroiko», era una crítica de izquierda. Resultaba natural, entonces, que Fidel apelara a la autoridad moral y al pensamiento teórico de Ernesto Guevara para fundamentarla. No casualmente en los discursos de esos años el máximo dirigente de la revolución cubana recomendó una y otra vez volver a leer al Che. Pero no volver a leer únicamente lo que ya todo el mundo conocía. Sino, además, volver a leer y estudiar lo desconocido: las ideas del Che acerca de la transición socialista, sus críticas al socialismo mercantil y a todo encandilamiento fetichista que asignara al mercado la varita mágica para llegar al comunismo. En medio de esa formidable capacidad de mantener intacta la iniciativa política, Fidel elogia públicamente la investigación de Carlos Tablada Pérez y la recomienda como material de estudio de aquello que debía recuperarse. Fue una ayuda muy grande. El libro, realmente valioso, se la merece.
A partir de allí fueron apareciendo numerosos estudios sistemáticos sobre el Che, algunos de ellos elaborados por compañeros que ayudaron a Carlos Tablada Pérez en su prolongada investigación, otros por investigadores marxistas de Cuba o de otros países.
Algunos de esos textos -la enumeración no es, obviamente, exhaustiva- son el de María del Carmen Ariet García: Ernesto Che Guevara: El pensamiento político [La Habana, 1988]; el folleto de Orlando Borrego Díaz: «El estilo de trabajo del Che» [La Habana , 1988; luego reelaborado en Che: El camino del fuego, La Habana, 2001]; el de Fernando Martínez Heredia: Che, el socialismo y el comunismo [La Habana, 1989]; los dos gruesos volúmenes colectivos del Centro de Estudios sobre América (CEA) presentados por Luis Suárez Salazar y prologados por Armando Hart Dávalos: Pensar al Che [La Habana, 1989]; el de Pedro Vuskovic y Belarmino Elgueta: Che Guevara en el presente de América Latina [La Habana, 1987]; el de Roberto Massari: Che Guevara: Pensamiento y política de la utopía [editado en Italia en 1987, reeditado en el País Vasco, 2004], etc. En Cuba la revista Casa de las Américas le dedicó en 1987 un número especial a los veinte años de la caída del Che, donde publicó fragmentos de los libros de Carlos Tablada y Pedro Vuskovic.
Durante la segunda mitad de los años ’80, además de estos materiales de investigación, en Argentina comenzó a circular una compilación cubana de textos del Che titulada Temas económicos [La Habana, 1988]. También aparecieron en las librerías de Buenos Aires algunas ediciones antológicas que habían sido publicadas en México -durante el exilio- por José Aricó, cuando todavía se autodefinía como marxista revolucionario, como por ejemplo El socialismo y el hombre nuevo [México, primera edición 1977, segunda edición 1987]. Era un volumen que reunía gran parte de las intervenciones del Che y sus oponentes en el debate cubano de 1963 y 1964 sobre la ley del valor y la transición socialista. En esa antología del exilio mexicano Aricó incorporó casi todos los textos del volumen N°5 de Pasado y Presente, también compilado por él, que llevaba por título Ernesto Che Guevara: Escritos económicos [Córdoba, primera edición febrero de 1969, segunda edición agosto de 1971].
Como parte de ese intento colectivo por recuperar las ideas teóricas del Che, sacándolo de la trivialización despolitizadora en la que el mercado lo recluyó como ícono pop para neutralizarlo, en 1988 se realizó en Buenos Aires un seminario internacional dedicado a estudiar su pensamiento. Participaron militantes políticos e investigadores de cuatro continentes. Fue un momento importante para volver a poner en la agenda de discusión los conceptos políticos, económicos y filosóficos del Che, más allá de las camisetas y los posters. Las intervenciones se publicaron con el título El pensamiento revolucionario del Che: Seminario científico internacional [Buenos Aires, 1988, dos volúmenes].
Luego, ya en los años ’90, para contrarrestar la euforia neoliberal y dar la batalla por la hegemonía socialista, surgieron las Cátedras Libres Che Guevara, en Cuba y en muchos otros países de nuestra América, como Bolivia y Argentina. En sus primeros pasos recibieron ayuda y asesoramiento del Centro Che Guevara de La Habana (dirigido por Aleida March) y en particular de María del Carmen Ariet. Nacieron en 1997, en el treinta aniversario de su asesinato. En Argentina hubo muchas, en la capital federal y en numerosas provincias. Algunas fueron efímeras, otras perduraron, pero todas tuvieron idéntica voluntad de contribuir al debate, al estudio y a la difusión de sus ideas. Entre las que siguen existiendo actualmente se encuentra la Cátedra de Formación Política Ernesto Che Guevara. De ella surgió nuestro libro Ernesto Che Guevara: Otro mundo es posible [Buenos Aires, 2003], entre otros materiales de estudio y formación.
Dentro de ese poblado abanico de textos, investigaciones sistemáticas, ensayos e iniciativas de estudios dedicados específicamente al pensamiento teórico del Che, tanto el libro de Michael Löwy en los ’70 como el de Carlos Tablada Pérez en los ’80 fueron precursores. Abrieron un camino para la investigación colectiva. Es obligación reconocerlo.
La pista argentina
En Argentina, el trabajo de Tablada no sólo fue precursor sino que además cumplió un rol muy importante.
El Che, siempre amado, siempre admirado, había sido hecho «desaparecer» como tantos otros compañeros y compañeras durante los años oscuros y sangrientos de la última dictadura militar (1976-1983). Su nombre sintetizaba todo aquello que los torturadores y asesinos querían destruir y borrar literalmente del mapa. No obstante, a pesar de ellos, sus textos circulaban de mano en mano, siempre como algo clandestino.
Todavía nos acordamos con gran cariño de aquel compañero de la escuela, militante del centro de estudiantes, que durante el último período de la dictadura militar nos regaló como si fuera un valioso tesoro -lo era- las fotocopias oscuras, gastadas y renegridas del libro de Michael Löwy sobre el Che. Era una joya que quemaba. Leer y estudiar las ideas del Che bajo la dictadura militar resumía todo lo prohibido. Las leímos y estudiamos y luego se las pasamos a su vez a otros compañeros con idéntico entusiasmo. Esos materiales iban de mano en mano entre diversas agrupaciones de izquierda. Cada una batallando con sus propios fantasmas, pero unidos por el ejemplo del Che. En ese tiempo, cuando conseguimos algunos libros de Guevara, lo primero que devoramos y estudiamos con varios amigos fue aquella maravillosa carta llamada «El socialismo y el hombre en Cuba». También aquel discurso del Che que apareció titulado: «¿Qué debe ser un joven comunista?». Lo fotocopiamos y repartimos. Creemos que ambos textos siguen absolutamente actuales en nuestros días.
Luego, con la retirada inminente de los militares, en las ferias de libros usados reaparecían en Argentina viejos títulos de los ’70 de supuestas «obras completas» que obviamente no eran completas. Pero ese carácter incompleto recién lo descubriríamos más tarde.
Poco después, a mediados de los ’80, la «transición a la democracia» (como gustaban nombrarla los socialdemócratas en el gobierno) traicionaba con desfachatez las esperanzas populares sancionando la impunidad militar. Pero justo en esos años, más precisamente en 1987, se editó el libro de Carlos Tablada Pérez. En Argentina, no pudo aparecer en mejor momento. Fue una señal de aire fresco frente a algunos reductos de la vieja izquierda apolillada que seguían esperando un ilusorio renacimiento «perestroiko» proveniente de las tierras del frío.
Por esa época viajó a la Argentina Abel Aganbegyan, entonces asesor económico de Gorvachov y más tarde autor de La perestroika económica [primera edición de 1989, publicado en Argentina en 1990]. Este señor pregonaba a capa y espada las supuestas virtudes del mercado para lograr la ya imposible recomposición moral de la Unión Soviética. Los resultados están a la vista…
En aquel tiempo también visitó el cono sur latinoamericano otro intelectual soviético de renombre. Se trataba de Víctor Volski, director de la revista América Latina y del Instituto de América Latina de la URSS. ¿Qué dijo Víctor Volski cuando llegó al río de la Plata? A este profesor no se le ocurrió mejor idea que aconsejar lo siguiente: «¡La Argentina no debe dejar de pagar su deuda externa!…». El desarme moral e ideológico de esta gente se profundizaba día a día.
Un caso aparte, algo distinto al de Aganbegyan y Volski, fue el del investigador del Instituto de Economía Mundial y Relaciones Internacionales de Moscú Kiva Maidanik, muy promocionado en Argentina y América Latina. Maidanik era uno de los pocos soviéticos que mantenían simpatías por la figura del Che (quizás precedido por el único biógrafo soviético del Che llamado Josif Lavretsky -seudónimo de Grifulvii- quien publicó en Moscú en 1975 Ernesto Che Guevara, biografía traducida al inglés por Progress Publishers en 1976). Aunque en el caso de Maidanik, el elogio del Che se combinaba con una apología entusiasta de la perestroika, a la que no dudó en calificar como «la revolución de las esperanzas» en un conocido libro de entrevistas realizado en Nicaragua en 1987 y publicado en Argentina en 1988. A decir verdad, esta curioso e inexplicable eclecticismo que mezclaba al Che junto con Gorbachov y la autonomía financiera de las empresas duró, en el mercado de las ideas latinoamericanas, bastante poco.
En Argentina, cuando estos exóticos visitantes soviéticos, apologistas del viejo stalinismo aggiornado a tono con la época, profetizaban sobre las «potencialidades democráticas» del libre mercado, la socialdemocracia vernácula y la Unión Cívica Radical en el gobierno caminaban de traición en traición, dejando en libertad a los torturadores y asesinos de nuestros 30.000 compañeros desaparecidos. Mientras tanto, la supuesta «oposición» encarnada en el manoseado nacional-populismo peronista ponía en escena una supuesta «renovación» política (de esa «renovación» surgirían nada menos que Carlos Menem y Eduardo Duhalde, entre otros personajes siniestros del neoliberalismo criollo). Sin duda, fueron años grises y mediocres.
En ese contexto tan difícil para el pensamiento crítico, el libro de Tablada Pérez jugó un gran papel y fue muy útil. No sólo ponía el dedo en la llaga. Además, explicando de manera accesible para la juventud las ideas centrales del pensamiento del Che, esta investigación cubana marcaba una perspectiva política que servía para no perder la brújula en medio de la gran confusión de los años ’80.
En el sur de nuestra América, este trabajo no fue leído entre los académicos, entonces completamente seducidos por el posmodernismo y otras modas al uso. En cambio, fue recibido con pasión por los militantes, principalmente por la militancia juvenil de diversos grupos de izquierda que quería afanosamente, en medio de tanto cinismo, de tanta desideologización, de tanta manipulación y de tanta mugre, descubrir al Che Guevara y reencontrarse con él.
Ernesto Guevara: una reflexión de largo aliento
¿Cuál es la tesis central que estructura todo el texto y nos da la clave para entender al Che? Creemos que está resumida en el siguiente fragmento de Guevara -citado por Tablada- expuesto en una de las reuniones bimestrales del Ministerio de Industrias: «El Sistema Presupuestario de Financiamiento es parte de una concepción general del desarrollo de la construcción del socialismo y debe ser estudiado entonces en su conjunto».
Contrariamente a lo que opinaban Maidanik y varios otros divulgadores, las ideas del Che no son compatibles con cualquier cosa. El Che no resulta digerible ni se lo puede convertir en un pastiche multiuso, según las necesidades oportunistas de cada coyuntura. Todos sus planteamientos en el terreno de la economía política y de la política económica, nos explica Tablada, pertenecen a una concepción general que no se puede disgregar a riesgo de caer en la manipulación. Ahí está la clave del asunto.
Esa concepción general abarca una singular interpretación de la concepción materialista de la historia aplicada a la transición socialista, pasando por un modelo teórico que enseña el funcionamiento y desarrollo de la economía de un país que pretende construir relaciones sociales distintas del capitalismo hasta llegar a una serie de realizaciones prácticas, coherentes entre sí, de política económica.
Los niveles de la reflexión del Che acerca de esa concepción general giran en torno a dos problemas fundamentales. En primer lugar: ¿es posible y legítima la existencia de una economía política de la transición? En segundo lugar: ¿qué política económica se necesita para la transición socialista? Las respuestas para estas dos interrogantes que se formula el Che permanecen abiertas, aún hoy en día, cuarenta años después. No sólo para el caso específico de Cuba sino también para todos los marxistas a nivel mundial.
Intentando dar respuestas a esas inquietantes preguntas, el Che elaboró un pensamiento sistemático de alcance universal (no reducido a la situación cubana, como sugerían Maidanik y otros soviéticos, argumentando la trivialidad de que «Cuba es un país pequeño, mientras la URSS es una país grande», como si eso demostrara algo en el terreno científico de la economía política), estructurado en diversos niveles.
Si desagregamos metodológicamente su reflexión teórica, el Che nos dejó:
-
una reflexión de largo aliento sobre la concepción materialista de la historia, pensada desde un horizonte crítico del determinismo y de todo evolucionismo mecánico entre fuerzas productivas y relaciones sociales de producción;
-
un análisis crítico de la economía política (tanto de los modelos capitalistas desarrollistas sobre la modernización que por entonces pululaban de la mano de la Alianza para el Progreso y la CEPAL como de aquellos otros consagrados como oficiales en el «socialismo real», adoptados institucionalmente en la URSS);
-
un pormenorizado sistema teórico de política económica, de gestión, planificación y control para la transición socialista: el Sistema Presupuestario de Financiamiento (SPF).
En la reflexión del Che Guevara, tanto (a), como (b) y (c) están estructurados sobre un subsuelo común. Los tres niveles de análisis (que en él fueron al mismo tiempo práctica cotidiana, no sólo discurso teórico) se enmarcan sobre un horizonte que los engloba y a partir del cual adquieren plenitud de sentido. Ese gran horizonte presupuesto es el proyecto político del Che: para continuar con la enumeración previa, podríamos bautizarlo aleatoriamente como nivel (d).
Es entonces (d), el proyecto político del Che, antiimperialista y anticapitalista, de alcance mundial y no reducido a la revolución cubana, el que nos permite inteligir la racionalidad de (a), (b) y (c). Para el Che Guevara, sin proyecto político no tiene sentido entablar discusiones bizantinas y meramente académicas sobre la concepción materialista de la historia. Sin proyecto político, no vale la pena esforzarse por cuestionar los modelos económicos falsamente «científicos» que obstaculizan el desarrollo del pensamiento crítico acerca de las relaciones sociales. Sin proyecto político, carece igualmente de sentido cualquier debate en torno a las diversas vías posibles de política económica durante el período de transición al socialismo en una revolución anticapitalista del tercer mundo subdesarrollado y dependiente. Como también le sucedió a Marx y a sus mejores discípulos, en el Che es la praxis política la que motoriza la reflexión teórica, incluso cuando se interna por los más escarpados y abstractos vericuetos de la teoría marxista del valor.
¿Empirismo improvisado?
Tomando en cuenta esa compleja estructuración del pensamiento del Che, ¿cuál es el aporte específico del libro de Carlos Tablada Pérez? En nuestra opinión, su elemento más valioso consiste en que expone los principios de gestión y planificación elaborados para la política económica por Ernesto Guevara en detalle. Hoy en día ya no nos alcanza con reconocer que «el Che fue, además de un gran combatiente revolucionario y un esforzado militante comunista, un agudo teórico del marxismo». Eso es verdad, pero ya resulta insuficiente. Demasiada agua corrió bajo el puente de las experiencias socialistas. Por eso este libro de Carlos Tablada no se queda en el reconocimiento formal de esos méritos. Los desanuda, los desglosa, los va recorriendo uno por uno, los descompone una y otra vez y los vuelve a recomponer en un intento de sistematización. El resultado final constituye una excelente reconstrucción analítica del pensamiento del Che en el área de la política económica.
Cabe aclarar que en este libro no está explicado todo el Che. Pero sí aquello del Che menos conocido, menos explorado, muchas veces subestimado bajo la fácil, cómoda y malintencionada atribución de «romanticismo» (como si este concepto fuera por sí mismo una mala palabra, algo bastante discutible por cierto). Para atribuir «empirismo», «aventurerismo», «improvisación», «idealismo» y muchos otros sambenitos colgados del cuello de Guevara por la izquierda oficial, la que hasta la caída del Muro monopolizaba falsamente el nombre de «ortodoxia», había que desconocer olímpicamente los estudios del Che sobre la economía política y la teoría del valor, sus análisis sobre los problemas y dificultades del período de transición, sus lecturas sistemáticas y círculos de estudio sobre El Capital de Marx. Estudios, reflexiones y lecturas que duraron largos años, no un fin de semana.
Sólo bajo la condición de hacer groseramente caso omiso de toda esa trayectoria teórico-política pudo, en forma irresponsable, atribuirse al Che «ignorancia en temas económicos», como tantas veces hemos escuchado en boca de algunos egresados de las universidades soviéticas que únicamente conocen el marxismo de factura staliniana o también en labios de académicos argentinos formados exclusivamente con profesores neoliberales y socialdemócratas.
El resultado final del emprendimiento que el autor lleva a cabo en este libro precursor constituye una excelente exposición de lo más agudo que el Che nos dejara en sus esfuerzos de constructor de la nueva sociedad y la nueva subjetividad, dos batallas distintas pero complementarias que jamás se pueden separar.
Este libro tiene además el mérito de caminar a contracorriente al haberse animado a recordar lo que se había «olvidado». El Che, además de «guerrillero heroico», es un teórico de la revolución social. Una persona que no mira la revolución desde afuera, juzgándola pretenciosamente con el dedo en alto, sino que compromete todo su cuerpo y su vida en el proyecto de volver consciente la regulación social de la nueva sociedad. Guevara no es sólo el símbolo de la feliz victoria revolucionaria (por ejemplo en la batalla de Santa Clara) sino también aquel que advierte, con lucidez y espíritu crítico, las tremendas dificultades -el burocratismo, la supervivencia de hábitos capitalistas, el callejón sin salida del pragmatismo oportunista, el economicismo, etc.- de toda revolución que se inicia.
El Che Guevara y El Capital
Otro elemento a destacar consiste en la claridad con que el autor expone, ya no sólo las tesis del Che, sino también la visión del fundador de la filosofía de la praxis en la gran obra que nos inspira: El Capital. Por ejemplo, resulta más que sugerente que Carlos Tablada Pérez identifique en la teoría del fetichismo el eje central de la teoría marxista del valor. Exactamente esa era la opinión del Che. No es algo secundario. Atañe al núcleo de la teoría crítica marxista, allí mismo donde la crítica de la economía política se entrecruza con la crítica de la vida cotidiana y de la política bajo cualquier sociedad mercantil.
Es precisamente en ese género de cuestiones teóricas donde salta al primer plano la similitud de abordaje sobre la teoría del valor entre el Che Guevara y otros dos clásicos del pensamiento marxista a nivel mundial. En primer lugar, el filósofo húngaro György Lukács, quien en su Historia y conciencia de clase identifica en la teoría del fetichismo de la mercancía la gran síntesis del materialismo histórico (en lugar de ubicarla, como han hecho tanto manuales de divulgación a lo largo de la historia, en el archicitado prólogo de 1859 donde Marx emplea aquellas metáforas de la «base» y la «superestructura»). En segundo lugar, el economista bolchevique Isaak Ilich Rubin, quien en sus Ensayos sobre la teoría marxista del valor vuelve a ubicar en la teoría del fetichismo la clave explicativa de la teoría del valor y de la crítica de la economía política.
Ni Lukács leyó a Rubin, ni Rubin a Lukács. Ni el Che Guevara leyó a ninguno de los dos (sí estudió y anotó de Lukács otros libros, como El joven Hegel, pero no este texto juvenil). Sin embargo, aunque cada uno caminara por una senda propia, los tres arribaron al mismo punto de llegada. Uno teniendo en mente los debates iniciales de la Rusia bolchevique (Rubin); el otro, polemizando con todo el marxismo ortodoxo y la socialdemocracia (Lukács); el tercero, en medio de los grandes debates de una revolución socialista del tercer mundo.
Por eso resulta tan importante la exposición que Carlos Tablada realiza de este pasaje central del pensamiento del Che y su interpretación de Marx (en la primera edición argentina del libro corresponde a las páginas 107-113, particularmente la 109).
Es notable la aguda comprensión del autor sobre el tratamiento que Marx realiza acerca de la teoría del valor en El Capital (imprescindible para comprender a fondo la interpretación del Che). No obstante, en ese punto particular, quizás podría agregarse un pequeñísimo comentario que no pasa de un mínimo detalle. Cuando Carlos Tablada sostiene que la teoría marxista del valor intenta explicar «la forma en que se produce el equilibrio general del régimen capitalista», quizás podría aclararse que en el caso de Marx la teoría del valor no sólo da cuenta de los equilibrios sino también de las desproporciones y las crisis. La teoría del valor constituye una teoría cuantitativa y cualitativa al mismo tiempo. Explica cuánto valen las mercancías (dimensión cuantitativa) y también porqué valen (dimensión cualitativa, vinculada a la teoría del fetichismo). Es una teoría macro (pues posibilita comprender cómo se distribuye el trabajo social global -trabajo abstracto- en las diferentes ramas y sectores de la economía de una sociedad mercantil capitalista) que al mismo tiempo permite construir explicaciones de nivel micro (aquellas que dan cuenta de la proporción en que los propietarios individuales y las unidades productivas autónomas cambian las mercancías en el mercado).
Pero tanto lo cuantitativo como lo cualitativo, lo macro como lo micro, apuntan a comprender los equilibrios y las crisis, no sólo los equilibrios. La teoría del valor, como bien sugiere Ernest Mandel en algunos de sus libros clásicos, no es una teoría armonicista que focaliza exclusivamente en los equilibrios y proporciones globales, sino también una teoría de la crisis, las desproporciones y los conflictos que anidan en el corazón mismo de la sociedad mercantil capitalista. Esto último es sólo un pequeño detalle que no modifica lo fundamental del riguroso enfoque científico de Carlos Tablada, sino que apenas le agrega una mínima aclaración.
Entre sus muchos otros aportes valiosos, merecen destacarse la inteligente advertencia donde Tablada Pérez se interroga por el modo de evaluación del Sistema Presupuestario de Financiamiento (SPF) del Che. Su respuesta, que despeja numerosos malosentendidos en la materia, señala que la evaluación no puede reducirse a una cuestión únicamente cuantitativa referida a la acumulación de bienes producidos por las empresas sino que necesariamente debe incorporar la dimensión cualitativa. Según Tablada Pérez, la evaluación no puede dejar de preguntarse qué tipo de subjetividad y qué grado de conciencia se están generando con semejante planificación económica.
Lo mismo vale para la explicación que el autor despliega sobre la génesis histórica de la formación del SPF. Éste no surgió de la cabeza del Che como por arte de magia o simple capricho. Carlos Tablada relata, por ejemplo, la negativa impresión que -¡ya en 1959!-, en oportunidad de un viaje a Yugoslavia, le causó al Che el sistema de autogestión financiera de las empresas. En ese entonces todavía no conocía la Unión Soviética…
Finalmente, podríamos agregar una pregunta fundamental de orden epistemológico que este libro sugiere y al mismo tiempo contesta: ¿Por qué muchos economistas profesionales, incluso los de izquierda y en especial los marxistas, desconfían hasta el día de hoy del Che? ¿Qué les impide aprovechar la detallada y pormenorizada reflexión teórica de Ernesto Guevara? La respuesta de Tablada es muy interesante: «Los economistas tienden a aislar las relaciones económicas de las superestructuras para así no perder cientificidad».
Aparentemente, la desconfianza surgiría del hecho de que Guevara se niega a abordar las relaciones sociales prescindiendo de la subjetividad, de la esfera de la conciencia, de la formación de valores y de la construcción hegemónica de la ideología y la cultura. Desde el punto de vista de la economía tradicional, esa necesaria inclusión de la esfera ideológica y subjetiva terminaría opacando u obstaculizando la cientificidad del conocimiento económico. Ahora bien, cabe plantear la siguiente cuestión: ¿de qué tipo de cientificidad estamos hablando cuando se prescribe como norma el hacer caso omiso de cualquier referencia al sujeto? ¿Qué tipo de canon científico se tiene en mente cuando se formula semejante precaución metodológica? ¿No será, acaso, que el modelo de ciencia que está operando en ese tipo de observaciones corresponde más a las ciencias naturales que a la teoría económica, una ciencia estrictamente social? Vale la pena meditarlo.
Para repensar el mundo contemporáneo
Actualmente, casi dos décadas después de que este libro saliera por primera vez de imprenta y recorriera el mundo en numerosas ediciones, la URSS ya no existe. Cuba, digna y rebelde, sigue resistiendo contra ese Goliat bruto e inculto que nos desprecia y nos domina.
Pero a la revolución cubana no le ha quedado otra opción que desarrollar su resistencia en medio de la más feroz economía mundial globalizada y bajo la amenaza de la potencia militar más poderosa de la historia. En ese contexto tan complejo (que jamás debemos olvidar) no ha tenido más remedio que incorporar relaciones mercantiles.
¿Cuál es entonces la utilidad del pensamiento del Che?
En primera instancia, sus reflexiones resultan provechosas para ubicarnos en nuestro angustioso presente, precisamente por los llamados de atención que él formuló. Alertando a cualquier desprevenido que acaso se le ocurriera apostar al mercado como una opción estratégica, no como un recurso táctico, el Che explica extensamente el modo en que éste genera necesariamente irracionalidad y desperdicio del trabajo social global. Además, insiste una y otra vez en las consecuencias negativas que el mercado provoca en la conciencia política de una sociedad en transición. Para contrarrestar su influencia, el pensamiento del Che nos permite defender las razones de una planificación democrática (no ejercida únicamente por tecnócratas especialistas, aislados de las masas, sino a través de una creciente participación popular), a partir de la cual la política revolucionaria pueda incidir en el «natural» decurso económico a través de la cultura, la batalla de las ideas y la lucha por recrear cotidianamente la hegemonía socialista en todo el ordenamiento social.
En segunda instancia, estrechamente vinculado a lo anterior, el pensamiento del Che nos recuerda que en determinados momentos de la historia la relación de fuerzas no nos es favorable. En esos casos no nos queda más remedio que retroceder, momentáneamente, para tomar fuerzas y volver a empujar. Esos retrocesos no son estratégicos sino tácticos, no constituyen un camino a largo plazo sino un conjunto de medidas que se toman para responder a una coyuntura determinada, teniendo en el centro del análisis la relación de fuerzas. Jamás hay economía sin relación de fuerzas o al margen de la relación de fuerzas.
Creer que el desarrollo del mercado constituye una «necesidad objetiva» de todo proceso de transformación social constituye un mito peligroso, infundado y regresivo. Nada más lejos del pensamiento del Che que esa creencia supersticiosa en «las leyes de hierro» de una economía supuestamente independiente con la que tanto insistían los académicos de la URSS y otros países del Este europeo cuando explicaban la historia de la Nueva Política Económica (NEP). Aquel conjunto de medidas económicas tácticas que implementó Lenin a inicios de los ’20, después de la guerra civil, y que las vertientes más dogmáticas del marxismo transformaron en supuestas «normas universales» válidas para todo tiempo y lugar. Confundiendo la táctica con la estrategia, la coyuntura con el proyecto, las medidas de emergencia con supuestas «leyes de hierro» transhitóricas y metafísicas, se transformó a Lenin en un vulgar apologista del mercado. En su inteligente defensa de Lenin -del revolucionario vivo no de la momia- Ernesto Guevara se animó a poner en discusión esas pretendidas «leyes de hierro». Más tarde, a la hora de redactar sus observaciones críticas al Manual de Economía Política de la Academia de Ciencias de la URSS, pone en práctica la misma operación y vuelve a cuestionar esas mismas «leyes inviolables».
Cuando el Che inscribe las relaciones sociales, en general, y las económicas, en particular, dentro de relaciones de fuerza está pensando fundamentalmente en la Nueva Política Económica (NEP) de Lenin. En nuestra modesta apreciación, es más que probable que esto también valga para la sociedad cubana de hoy en día. Como lo hemos afirmado en otros escritos, creemos no exagerar al comparar las tareas y la actitud política de Fidel Castro con las de Lenin. También Fidel y la dirección de la revolución cubana han tenido que tomar medidas tácticas que responden a las relaciones de fuerza. Allí se inscriben ciertas aperturas al mercado y al capital privado extranjero. Pero esas medidas no corresponden al eje central y al proyecto histórico de la revolución cubana. Tienen que ver con una coyuntura específica y con determinadas relaciones de fuerza.
Es en ese punto preciso donde el planteamiento del Che Guevara se torna más actual que nunca. Desde nuestro punto de vista y ángulo de interpretación, el Che demostró que no existe una economía política de la transición al margen de la relación de fuerzas sociales y políticas. Creer lo contrario implica empantanarse, una vez más, en el fetichismo.
Por eso creemos que el pensamiento del Che acerca de la economía política siempre constituyó y sigue constituyendo el complemento del pensamiento político de Fidel.
Históricamente, Fidel le proporcionó al Che la posibilidad de insertarse y protagonizar un proceso político de masas sin el cual el radicalismo político (del cual Guevara constituye la expresión más acabada), aun el más audaz, gira en el vacío de la impotencia y la frustración. El Che le proporcionó a Fidel el compañero ideal, franco, transparente, leal, sin competencias de ningún tipo, profundamente desinteresado en el terreno personal y al mismo tiempo radical hasta el límite extremo.
Esta complementación entre el Che y Fidel, entre el pensamiento económico y el pensamiento político, vale concretamente para el contenido de este libro. Porque no existe pensamiento acerca de las relaciones sociales y la economía política que se desarrolle al margen de la praxis y las opciones políticas. Ya desde los tiempos de Karl Marx la crítica de la economía es una crítica política. Gravísima equivocación -que en ellos se convierte en obstáculo epistemológico- la de aquellos teóricos de la economía neoclásica que pretenden elaborar modelos que hacen abstracción de la política y la historia. Desde que el capitalismo es capitalismo, la «mano invisible» del mercado ha operado siempre al amparo de un «brazo visible», la política, la lucha de clases, las relaciones de poder y de fuerza entre las clases sociales. Hoy, a inicios del nuevo milenio, más que nunca.
Aquí se ubica entonces la tercera instancia por la cual el pensamiento del Che continúa siendo útil en la actualidad.
No es cierto -como han aventurado, por ejemplo, Michael Hardt y Toni Negri en su publicitado Imperio– que los antiguos estados-naciones hayan desaparecido. Los estados nacionales que se han debilitado son los de las sociedades capitalistas periféricas y dependientes. En cambio, el estado-nación norteamericano cada vez fortalece más su capacidad represiva y militar. La «mano invisible» de la mundialización del capital presupone hoy la fuerza político-militar de EEUU y la OTAN. Sin esa formidable fuerza político-militar del imperialismo norteamericano y de sus socios, no se podría comprender la globalización de la economía y los mercados. La economía política de nuestros días, si no quiere ser simple apologética, debe incluir entre sus categorías de análisis científico el estudio del poder militar. La resistencia de la revolución cubana se desarrolla en todos esos planos, inseparables entre sí. También en este rubro, el pensamiento del Che -que jamás escindió la economía de la política y la guerra- se ve corroborado.
Por todas las razones anteriormente expuestas saludamos la inteligente decisión de reeditar este libro. Esperamos que sirva para continuar formando militantes y estudiosos del pensamiento revolucionario mundial, en cuyo horizonte las ideas marxistas del Che Guevara ocupan y seguirán ocupando un lugar central.
Buenos Aires, octubre de 2004.