Lo de las elecciones americanas ha sentado muy bien al auditorio económico, porque resulta que se ha creído la consigna de los grandes tenedores del dinero prometiendo que, con pandemia y todo, la actividad económica se recuperará. De manera que, pese a su elevado grado de ilustración y disponer de lo que se ha venido llamando información valiosa, se han situado al mismo nivel que buena parte de esa masa de votantes que, siendo objeto de la manipulación digital que domina las llamadas redes sociales, se han entregado sin más a las creencias.
Evidentemente lo de ofertar un generoso reparto de la bolsa común favoreciendo a los más desfavorecidos, lo que se llaman políticas sociales, es alentador para el mundo del capital, porque si el aporte de los desfavorecidos cuenta, además de sus ingresos en concepto de dinero negro, con el adicional proveniente de la caridad de papá Estado, está claro que el mercado va a mejorar.
Si al despilfarro, tan bien conocido por los políticos de izquierdas, al objeto de ganar votantes entre ciertos descontentos, se añade que se van a abrir las puertas de par y par para que entren las legiones de desheredados de la fortuna que esperaban la caída de muro, el mercado va a estar mucho más agradecido cuantitativamente hablado. Dado que el dinero emergerá de lugares inesperados y la bolsa de capitalistas, pseudocapitalistas y simples especuladores de la riqueza engordará.
Visto así el panorama económico, no es extraño que su propia bolsa y las bolsas vasallas de este lado, dirigidas por el sector bancario, se hayan subido al carro del optimismo y sus empresas se froten las manos a la espera de que, si la que un día fue la primera economía mundial apunta hacia un panorama tan boyante, algo caerá de rebote hacia a este lado.
Todo suena un poco al viejo cuento de la lechera, debidamente adaptado a la situación. Aunque parece que lo que pudiera llamarse sentido utópico se ha confundido con simple ensoñación. Están bien las políticas de reparto y la de puertas abiertas -dejemos las otras para no extendernos-, pero poniendo los pies en la tierra. En este punto, este otro país puede servir de ejemplo de los resultados presentes y previsibles de ambas políticas sociales. No es nada nuevo que, con pandemia o sin ella, camina directamente a la ruina, aunque trate de sacarle a flote la generosa ayuda europea. Todo apunta que para salir del atolladero no cabría otra que la subida de impuestos -aunque tampoco- y pedir limosna confiando en la solidaridad foránea -que también tiene lo suyo-, pero, en esta situación, ni por esas.
El caso de los americanos es distinto, está claro que hay dinero, si no es así se echa mano de la máquina de fabricar papel o se acude al dinero virtual. Hay unos beneficiados directos de la nueva política, vista como una excelente oportunidad para que los distintos grupos que aspiran a sus respectivas parcelas de poder social puedan ser alimentados y se conviertan en fieles votantes del nuevo régimen, animados por una mayor cuota en el reparto y por eso de las libertades y los derechos. No está para lanzar las campanas al vuelo por parte del gran empresariado porque, en eso de tener que soltar más dinero para sufragar la gran fiesta, tendrán que contribuir vía impositiva. Si esto es así -que será- estarían ante un error de cálculo, si los pagos superan a los ingresos previstos, ya que en esto del mercado no es oro todo lo que reluce.
Cabe esperar que los dueños del dinero hayan hecho bien las cuentas, ya que están dotados de todo los medios de que dispone la ingeniería financiera y fiscal, porque en caso contrario, lo de cambiar de bando y dejar a su anterior protegido en la estacada, acabará siendo un grave error difícil de compensar acudiendo solamente a los efectos de la propaganda progresista.