Con este trabajo respondo a los planteamientos de Jordi Soler Alomá, expuestos en su artículo del 22 de julio de 2004, publicado en Rebelión y titulado Aún sobre marxismo y ciencia. Mi método de exposición será un poco distinto al suyo, pero también lo detallaré por apartados. Como no quiero extenderme demasiado en mi discurso […]
Con este trabajo respondo a los planteamientos de Jordi Soler Alomá, expuestos en su artículo del 22 de julio de 2004, publicado en Rebelión y titulado Aún sobre marxismo y ciencia. Mi método de exposición será un poco distinto al suyo, pero también lo detallaré por apartados. Como no quiero extenderme demasiado en mi discurso y cansar al lector, sólo responderé a algunas de sus ideas. También hago saber que aunque este tema tiene componentes filosóficos abstractos, intentaré por todos los medios que mis ideas tengan un sentido práctico.
1. Lo físico y lo social. Según Soler «La ciencia de la naturaleza paradigmática es la física. Una ciencia, por cierto, venerada por Marx,…». No tengo conocimiento de esa veneración. De todos modos, habrá que saber en qué sentido la veneraba. Lo cierto es que esa idea va en contra de la primera tesis de Marx sobre Feuerbach, como demostraré al final de esta sección. Adentrémonos en el tema. ¿Qué categoría utilizan los filósofos, los psicólogos, los lingüistas y los semiólogos cuando quieren nombrar a los objetos del mundo exterior? La de objeto físico. ¿Por qué? Porque piensan que la Física es la ciencia más fiable y certera para estos menesteres. ¿Deben aceptar los marxistas esta tesis? De ningún modo. ¿Cuál debería ser la categoría más adecuada para nombrar a los objetos del mundo exterior de acuerdo con el marxismo? La de valor de uso. Si llamo objeto físico a esta mesa en la que escribo, sólo la capto en tanto tiene un determinado peso, volumen, forma y color. Sólo la capto según sus propiedades físicas, pero no según sus propiedades sociales. Y en tal caso da lo mismo que sea una mesa o una piedra. No puedo por medio de la física saber por qué una mesa es una mesa. Mientras que si la llamo valor de uso, capto a la mesa como tal mesa, según las siguientes determinaciones: cosa que tiene propiedades naturales, que satisface necesidades humanas y que es obra del trabajo útil. Por lo tanto, al catalogarla como valor de uso, incluyo al hombre en la definición de la mesa. Mientras que si la catalogo como objeto físico, no incluyo al hombre en la definición de la mesa. El concepto de objeto físico aplicado en el ámbito de las ciencias sociales expresa la separación del sujeto respecto del objeto, mientras que el concepto de valor de uso expresa la unidad del objeto y del sujeto, del hombre y de la naturaleza.
Recordemos la primera tesis de Marx sobre Feuerbach: «El defecto fundamental de todo el materialismo anterior -incluyendo el de Feuerbach- es que sólo concibe el objeto, la realidad, la sensoriedad, bajo la forma de objeto o de contemplación, pero no como actividad sensorial humana, como práctica, no de un modo subjetivo». A la filosofía contemporánea le resulta my difícil explicar cómo la conciencia puede estar cierta del objeto que existe fuera de ella y cómo puede alcanzarlo. La dificultad de estos problemas del conocimiento tiene que ver con el hecho de que los filósofos perciben los objetos del mundo exterior de forma contemplativa y sólo alcanzan a catalogarlos como objetos físicos. Concebir la mesa en la que escribo, como ejemplo de objeto del mundo exterior, de modo práctico, implica concebirla como fruto del trabajo del carpintero y como objeto de uso de su consumidor. Mientras que concebirla como mero objeto físico supone dejar de lado a su productor y a su consumidor, romper los lazos que unen los objetos del mundo exterior con los seres humanos. Por lo tanto, la categoría de objeto físico es expresión del materialismo contemplativo, mientras que la categoría de valor de uso es expresión del materialismo práctico. Por medio del concepto de valor de uso se puede definir lo que es un rico y lo que es un pobre. Un rico es una persona que tiene las necesidades básicas y las necesidades superiores muy bien satisfechas, mientras que un pobre es una persona que tiene las necesidades básicas mal satisfechas y las necesidades superiores sin satisfacer. Por último, la persona que muere de hambre representa el imperio de la necesidad enajenada de la satisfacción. Nada de esto puede definirse con el concepto de objeto físico. De ahí la importancia de defender la necesidad de que los filósofos, los psicólogos, los lingüistas y los semiólogos denominen valor de uso a los objetos del mundo exterior. Comprenderían que en los fenómenos filosóficos, psicológicos, lingüísticos y semiológicos está presente la contradicción entre ricos y pobres.
2. Salario y valor de la fuerza de trabajo. Jordi Soler hace el siguiente planteamiento: «Según Marx, el intercambio de fuerza de trabajo por salario es un intercambio de equivalentes. Es decir, el señor capitalista compra en el mercado la mercancía fuerza de trabajo por lo que vale, por su precio de mercado. Si bien es cierto que durante el disfrute de esta mercancía por parte de su propietario se genera más valor que el de la mercancía que ha comprado, eso forma parte del funcionamiento del capitalismo, que es la sociedad en la que vivimos, y es legal y aceptado por ambas partes. Por tanto, en buena ley, el capitalista no tiene que devolverle nada al vendedor de la fuerza de trabajo,…». En El Capital, de Karl Marx, el salario es presentado como la forma fenoménica del valor de la fuerza de trabajo. No se asusten con la expresión «forma fenoménica», la aclaro al instante. Si bajo el punto de vista de las relaciones esenciales en el mercado se lleva cabo el intercambio entre el valor de la fuerza de trabajo y una determinada suma de dinero, en la conciencia habitual de los agentes de producción las cosas no ocurren así. Lo que piensa el trabajador, al igual que el capitalista que lo contrata, es que a él le pagan por las horas trabajadas y no el valor de su fuerza de trabajo. En toda hojilla de salario figura el nombre y los apellidos del trabajador, los días trabajados al mes y el dinero a percibir. Supongamos que la jornada laboral sea de 8 horas de trabajo diarias. Esto hace 160 horas de trabajo al mes. Y por trabajar estas 160 horas el empleado recibe 1000 euros. El salario, que es el modo de expresión del valor de la fuerza de trabajo, oculta la división de la jornada laboral en trabajo necesario y plustrabajo, puesto que el trabajador aparece percibiendo el valor de 160 horas de trabajo. Pero en realidad sólo percibe, por ejemplo, 100 horas de trabajo, representando las 60 horas de trabajo restantes la plusvalía. ¿Bajo que formas fenoménicas o modos de expresión encontramos la plusvalía en la contabilidad de una empresa? Bajo las siguientes modalidades: alquiler de la nave, intereses bancarios, impuestos y beneficios. Lo que yo mantengo, siguiendo a Marx, es que hay que decir con voz alta y clara: el alquiler, el interés, los impuestos y los beneficios son frutos del trabajo y pertenecen en propiedad a los trabajadores. Es cierto que en el mercado se intercambian equivalentes, se paga una determinada suma de dinero por el valor de la fuerza de trabajo, pero en la producción, además de crear su salario, el trabajador crea el alquiler, los impuestos, los intereses y los beneficios. Así que reclamar el derecho de propiedad de los trabajadores sobre todas las formas de la plusvalía es de justicia y revolucionario. No creo que sea correcto decir que la apropiación por parte del capitalista de las distintas formas de plusvalía sea aceptada por los trabajadores, como mantiene Soler. Todo lo contrario: la conciencia habitual cree que las distintas formas de la plusvalía son creadas por el capital y no por el trabajo.
3. Ocultación, inversión y mercancía. Jordi Soler defiende la siguiente idea: «La estructura de la mercancía permanece oculta a muestra percepción porque pertenece al ámbito de las normas a priori, al contexto de lo que de antemano rige y regula nuestro comportamiento cotidiano y forma parte del conjunto de lo consuetudinario, idiosincrásico e ideológico». Creo que esto es un paso hacia el idealismo. Todos tenemos la experiencia de ver al Sol salir por el este y ponerse por el oeste. En esta experiencia la Tierra aparece como un cuerpo inmóvil, y el Sol como un cuerpo que realiza un movimiento de traslación. Sin embargo, las cosas son en esencia distintas a como se manifiestan a nuestra percepción: Es la Tierra la que al realizar un movimiento de rotación sobre sí misma genera la apariencia de que es el Sol quien se mueve. En este sencillo fenómeno físico no sólo se ocultan las propiedades esenciales, sino que también se invierten: el Sol que es el cuerpo relativamente inmóvil, aparece moviéndose; y la Tierra que es el cuerpo que se mueve, aparece inmóvil. Lo que en el Sol se presenta como un movimiento de traslación, en la Tierra es un movimiento de rotación. Y esto ocurre de la manera descrita y no por normas a priori. Igual ocurre en el mundo de las mercancías. Hay hechos prácticos, y no normas a priori, que explican cómo parte del nuevo valor creado (el alquiler, el interés, los impuestos y el beneficio) aparece como fruto del capital y no como fruto del trabajo. El Capital de Karl Marx sirve, entre otros menesteres, para este fin: para el estudio de las formas de ocultación e inversión de las propiedades sociales esenciales. Para rematar esta idea escuchemos a Marx en su investigación sobre la transformación del valor o del precio de la fuerza de trabajo en salario: «En la expresión «valor del trabajo» no sólo se ha borrado por completo el concepto de valor sino que se ha convertido en su contrario. Es una expresión imaginaria, como, por ejemplo, el valor de la tierra. Estas expresiones imaginarias provienen, sin embargo, de las propias relaciones de producción. Son categorías de las formas fenoménicas de relaciones esenciales. Es bien sabido en todas las ciencias, salvo en la economía política, que las cosas se presentan a menudo invertidas en su apariencia». Así y todo, aunque sea una expresión imaginaria, todo el mundo la usa y así entiende el salario: como precio del trabajo. Y en esta conciencia habitual de los agentes de producción de ningún modo surge la necesidad de emplear el concepto de valor de la fuerza de trabajo. Para que esta conciencia habitual cambiara y dominara la conciencia teórico marxista, sería necesario que los principales líderes de los trabajadores dominaran la mencionada investigación de El Capital y la hicieran extensiva a las capas más despiertas de la población, esta es, «La transformación del valor de la fuerza de trabajo en salario».
En Las Palmas. 25 de julio de 2004.