Piero Soderini era el gonfaloniero de Florencia en la época en que Machiavelli era secretario de la misma República. Algo así como primer ministro el primero y un alto cargo «técnico» (un alto diplomático) el segundo. Decía Machiavelli que Piero Soderini actuaba con ingenuidad en la política, que sus decisiones carecían del realismo exigible al […]
Piero Soderini era el gonfaloniero de Florencia en la época en que Machiavelli era secretario de la misma República. Algo así como primer ministro el primero y un alto cargo «técnico» (un alto diplomático) el segundo.
Decía Machiavelli que Piero Soderini actuaba con ingenuidad en la política, que sus decisiones carecían del realismo exigible al cargo político que desempeñaba. Por eso precisamente, a la hora de juzgarlo (por la «derrota» de la República) no se le condenaría al infierno, pero tampoco al cielo: su lugar propio sería el limbo, con los niños.
Lo que no significaba un juicio favorable o «neutral» del secretario respeto de su superior, sino más bien lo contrario. Un cargo político tenía que saber muy bien con quien se «juega las cartas» y qué se está a jugar, pues hay mucho en juego; y eso que está en juego no le afecta exclusivamente a ese dirigente, sino que afecta a los que viven en la comunidad gobernada por esa persona. Esto es, la «ingenuidad» en política es culpable.
Pues bien, parece que en los últimos tiempos algunos están a jugar a la «ingenuidad»; o, más bien, están a comportarse cómo «ingenuos»; y eso, como ya apuntaba Niccolò, sólo lleva a la ruina a aquellos que dependen de esas decisiones políticas.
No sólo estamos a referirnos, como parece obvio, a Alexis Tsipras, que, daba la impresión, creía, ingenuamente, que estaba «negociando» con «caballeros» y no, como era de hecho, con «mafiosos terroristas»; también estamos pensando en cierto político español, del que se confía en que tenga un prominente futuro, debido a cómo respondió a la pregunta de una periodista acerca de qué le diría a Merkel si ésta no aceptaba sus ideas sobre como actuar ante la crisis en España. El político español manifestaba que le explicaría a la canciller alemana que las medidas austeritarias estaban dando lugar a penosos situaciones sociales, a una gran pobreza y empeoramiento de las condiciones de vida de la mayoría de la población española. Ante la insistencia de la periodista, que le reclamaba una opción ante el previsible rechazo de esta argumentación, o la consideración de irrelevancia de la misma, el político insistía en que haría ver los perjuicios ocasionados a familias, niños, etc, y la necesidad de modificar esa situación con otra clase de políticas. O sea, pensaba que podía convencer con «buenos» argumentos.
Esto es, en poco tiempo el limbo va a tener que poner el cartel de «completo». Y ya sabemos cuales están siendo las consecuencias de tales «ingenuidades» para el pueblo griego; y no hay ninguna duda de lo que significaría para la mayoría del pueblo español si el político mencionado actúa con esa «contundencia» en la defensa de los intereses de los trabajadores.
Si no con estas palabras, pero sí con el mismo sentido, lo que les diría Machiavelli a estos candidatos al limbo sería: «es la lucha de clases, estúpidos».
Hay una expresión conocida que dice: «En el amor como en la guerra todo vale». Pues bien, si de la guerra de la que se trata es de la guerra de clases, esta afirmación tiene aún más sentido que nunca. Es obvio, lo estamos viendo, que para los que están a imponer estas medidas austeritarias todo vale. No hay ningún tipo de límite para conseguir sus objetivos: la aplicación de políticas que acaben con todas las conquistas sociales y lleven al aumento del beneficio de los de arriba, de la oligarquía, de los poderes financieros, de la burguesía. No se «cortan»: no hay ningún prejuicio ético, ni político, ni legal.
No hay «universalismo kantiano» que valga: estamos en el «primer nivel de desarrollo moral», que es la búsqueda del beneficio como único criterio; tanto dan las consecuencias de sufrimientos para los demás; tanto dan las consecuencias de pobreza, hambre, enfermedades, pérdida de hogares … En fin, que todos sabemos que esos suicidios ocurridos a causa de la crisis (por quedarse sin hogar, por no saber cómo se va a alimentar la familia mañana, por …) son asesinatos; y todos sabemos quienes son los asesinos. Todos sabemos que los recortes sanitarios matan. Y todos sabemos quienes son los que matan. Que más da¡¡ ¿Eso mejora la cuenta de beneficios? Pues ese es el criterio. Los muertos que se dejen por el camino no cuentan; el único problema es que resulte «antiestético»; o que se les ocurra protestar a los perjudicados: para eso tenemos las leyes y la policía.
Tampoco hay principios políticos que se deban respetar. Y eso con todo el descaro. Si hay que sustituir a políticos elegidos por «tecnócratas», pues se hace. Todos sabemos que «tecnócrata» no es otra cosa que un político que es «la voz de su amo» y todos sabemos quién son los amos. Si hay que impedir que el pueblo (el pueblo que sea) exprese su opinión, pues se hace; o, por lo menos, se intenta (y luego se le hace pagar si no se consiguió evitarlo). Ya lo dijo muy claro una ministra (que en un país verdaderamente democrático, con un presidente de gobierno verdaderamente democrático, sería cesada fulminantemente por esas palabras): es peligroso preguntarle al pueblo; es peligroso que el pueblo vote. Para ellos la democracia no es un principio político que se deba seguir; no es una guía política. Es sólo un recurso retórico, un hablar, a ver si nos creemos «la ilusión democrática» y, por lo mismo, aceptamos como «voluntad popular» las políticas llevadas a cabo por gobiernos traidores (traidores porque juraron, o prometieron, tener al pueblo como norte de sus decisiones). Simplemente se considera y se dice, con toda la arrogancia del mundo, que nadie ve positivo preguntarle al pueblo (confiando en que a nadie se le ocurra que eso tenga algo que ver con la mencionada democracia). Pero si la pregunta la hacen ellos (para así pretender legitimarse según la antedicha «ilusión democrática») y resulta que la respuesta no gusta, pues no pasa nada: no se le hace caso. Y punto.
Si la falsamente denominada «Constitución europea» no resulta aprobada, pues simplemente se busca «otra cosa» que pueda ser aprobada por los que están dispuestos a hacerlo (y que diga, básicamente, lo mismo que esa pseudoconstitución). Si no la aprueban los pueblos, ya la aprobarán los gobiernos y/o los parlamentos. De pasada, habría que ver la representatividad y los valores democráticos de unos gobiernos y parlamentos que aprueban algo que el pueblo acababa de rechazar en referéndum. Pero es igual. ¿Eso ayuda a aumentar la cuenta de beneficios? Pues eso es lo importante. «Democracia», en realidad, dirían, no es más que una «palabra bonita». Pero lo primero, lo que cuenta de verdad, son los intereses económicos.
Tampoco la ley, que esos mismos dirigentes se dieron, se respeta. Es que esos dirigentes sí que no son nada ingenuos. Saben el valor de las leyes. Se aplican cuando benefician (y se elaboraron con ese objetivo); pero cuando es posible utilizarlas en su contra, entonces se obvian. No se cumplen, simplemente. O se «inventan» organismos o instituciones que carecen de legislación o soporte legal que determine los marcos, límites y criterios de actuación. Como por ejemplo, habría que preguntarse de qué institución forma parte la famosa «troika» (o también llamada «las instituciones», o «pandilla de mafiosos terroristas»); qué ley regula su cometido, a que normas responde. O también habría que cuestionarse que «reuniones informales» de cargos políticos y/o económicos toman decisiones relevantes para los pueblos; cómo es eso posible sin que haya que responder a un ordenamiento jurídico que regule todo el proceso. O también si los estatutos del BCE permiten a su gobernador tomar de modo discrecional las decisiones que le dé la gana; o si, por el contrario, tales estatutos determinan el margen de actuación y si él actuó al margen de ellos. En suma, oímos hablar de numerosos grupos de discutible encaje, en cuanto a su funcionamiento, en los tratados aprobados; de numerosos grupos de los que se desconoce la normativa que regula todo su proceder. ¿Es eso posible, que no exista una legislación a la que responder? ¿Para que? Es la pregunta. Ni siquiera hay que «hacer la trampa»; simplemente «se pasa» de la ley.
Cuando el gobierno de Alexis Tsipras comenzó sus primeros pasos, ya se habían tomado decisiones por parte de la mafia terrorista. Todos pensábamos que habría un «plan B» con que responder a esa infamia. Y así estuvimos un tiempo. El pobre ministro de economía griego parecía que tentaba argumentar económicamente; pero eso poco importaba al «consejo de administración» de la oligarquía europea; estos exigían rendición incondicional: había que dar un escarmiento a un pueblo que pretendía que la democracia era algo y que valía para algo. Había que dejar muy claro quien mandaba. Y, como muy bien dijo Carl Schmitt, manda quien tiene la capacidad «de pasar de todo» (de imponer la excepción, «su» excepción, cuando le dé la gana). Pero llegó la convocatoria de referéndum. Y, de nuevo optimistas, tras el pesimismo anterior, en esa absurda negociación que no era tal, pensábamos que volvía a haber partida, que efectivamente existía un «plan B». Nueva lección de democracia contra el fascismo financiero y contra sus portavoces: resulta muy significativo que no llegue con tener la capacidad de «opinar» en todos los medios: sólo «ellos» tienen real libertad de expresión; además se ven en el deber de mentir de modo contumaz; muy poca confianza en su capacidad de convencimiento: normal¡¡ Y la libertad de expresión no se ve acompañada de la responsabilidad por lo que se expresa. Todo lo contrario; puedes falsear la realidad todo lo que quieras. Y si le «afeas» la conducta a esos pseudoperiodistas, entonces estás atacando la libertad de expresión; si demuestras que mienten, manipulan, tergiversan, eres tu quien no es demócrata: el mundo al revés.
La noche de la gran victoria de la democracia tuvo su final amargo. Todos sabemos por qué dimitió el ministro de economía. De nuevo, la «ingenuidad» de la negociación. No había plan B. Otro Piero Soderini de la vida.
Y una vez más, se impuso a barbarie.
Por lo menos, hay una enseñanza que sacar: como en una partida de ajedrez, hay que tener «plan B» y «plan C» y «plan D». Hay que prever las jugadas, y más sabiendo la catadura moral, la indecencia política de los que están enfrente; sabemos como juegan; y sabemos que, además, juegan «con malas artes», que si nos despistamos nos tiran una torre de la mesa con un golpe de la mano, o mueven un peón como si fuera la reina: hacen «trampas», no respetan ninguna regla: es la lucha de clases, estúpidos¡¡¡
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