«Tanto en la vida corriente como en el campo de la ciencia es necesario distinguir la esencia de las cosas de su forma de manifestación, circunstancia que la economía convencional ignora» Los economistas convencionales se niegan a reconocer que en economía es necesario distinguir entre la esencia de las cosas y su forma de manifestación. […]
«Tanto en la vida corriente como en el campo de la ciencia es necesario distinguir la esencia de las cosas de su forma de manifestación, circunstancia que la economía convencional ignora»
Los economistas convencionales se niegan a reconocer que en economía es necesario distinguir entre la esencia de las cosas y su forma de manifestación. Las expresiones «esencia» y «forma de manifestación» les suenan tanto a Marx y a su herencia hegeliana, que el rechazo por parte de los economistas convencionales es prácticamente instintivo. Y como no reconocen la necesidad de hacer tal distinción filosófica, ignoran que en la forma de manifestación las cosas se presentan a menudo distintas a como son en esencia. Por lo tanto, lo primero que debemos hacer será demostrar que esa distinción filosófica es un saber más corriente de lo que se supone y que el conocimiento de su poder inversor es básico para el desarrollo exitoso de todas las ciencias.
Todos estamos acostumbrados a decir que el Sol sale por el Este y se pone por el Oeste. De hecho, de acuerdo con nuestra experiencia diaria y la información que nos suministran los sentidos, las cosas se presentan así: la Tierra se presenta como un cuerpo inmóvil y el Sol aparece moviéndose alrededor de ella. Pero todos sabemos que en esencia las cosas ocurren al contrario: el Sol es el cuerpo inmóvil y la Tierra es el cuerpo móvil. Si expresáramos esta contradicción de forma dialéctica, estaríamos obligados a decir lo siguiente: el movimiento de la Tierra sobre sí misma genera la apariencia de que el Sol se mueve alrededor de aquella. Con lo que se demuestra que la apariencia es un producto o manifestación de la esencia y no algo separado de ella por un abismo.
En este sencillo ejemplo quedan claras dos cosas: una, la necesidad que tienen los físicos de reconocer la distinción filosófica entre esencia y forma de manifestación, y dos, la necesidad que tienen los físicos de saber que en la forma de manifestación las cosas se presentan al contrario de cómo son en esencia. En primer lugar, la Tierra, que es el cuerpo móvil, aparece como inmóvil, y el Sol, que es el cuerpo inmóvil, aparece como móvil. Y en segundo lugar, lo que en esencia es un movimiento de rotación, el movimiento de la Tierra sobre sí misma, se presentan en apariencia como un movimiento de traslación, el movimiento del Sol alrededor de la Tierra.
Primera reflexión. ¿El hecho de que nosotros sepamos cómo son las cosas en esencia hace desaparecer su forma de manifestación? Dicho de forma más práctica: ¿el hecho de que nosotros sepamos cómo son las cosas en esencia implica que mañana, cuando nos levantemos de la cama y hagamos nuestra vida diaria, veremos las cosas tal y como son en esencia, esto es, al Sol inmóvil y a la Tierra girando sobre sí misma? Pues no y mil veces no. El conocimiento de cómo son las cosas en esencia no disipa la ilusión generada por la apariencia, no evita que en su forma de manifestación la esencia de las cosas siga apareciendo invertida.
Segunda reflexión. ¿El hecho de que nosotros sepamos cómo son las cosas en esencia hace necesario que le pidamos a los profesores que no enseñen a los niños en la idea de que el Sol sale por el Este y se pone por el Oeste, y a las autoridades locales que se empeñen en convencer a los ciudadanos de que no calculen la hora observando la posición del Sol? Pues no y mil veces no. El conocimiento de la forma de manifestación de una cosa es tan necesario como el conocimiento de su esencia y, por lo tanto, las categorías fenoménicas son tan necesarias como las categorías de esencia.
Tercera reflexión. Si en un fenómeno físico tan sencillo, como es la relación de movimiento entre la Tierra y el Sol, es necesario distinguir entre esencia y forma de manifestación y saber que en la forma de manifestación las cosas aparecen al contrario de cómo son en esencia, ¿cómo no va a ser necesario hacer tal distinción y tener en cuenta tal saber en unos fenómenos tan complejos como son los económicos? Negarse a ello, como hace la economía convencional, es actuar en contra del saber filosófico más básico y, por lo tanto, en contra de la ciencia. Puesto que la ciencia nació de la filosofía y no debe proceder ignorando sus postulados básicos.
Cuarta reflexión. Lo que en economía es el valor, tal y como fue concebido por Marx, en nuestro ejemplo es la Tierra girando sobre sí misma. Lo que dice la economía convencional es que como el valor no puede percibirse por los sentidos, no habiendo manera de descubrirlo en el mercado, debemos concluir que dicho valor no es más que un ente metafísico inventado por la mente ideologizada de Marx. Si aplicáramos a nuestro ejemplo el procedimiento seguido por la economía convencional en el tratamiento crítico del concepto de valor de Marx, estaríamos obligados a plantear las cosas en los siguientes términos: cómo no podemos ver a la Tierra girar sobre sí misma, debemos concluir que dicho movimiento no es más que un ente metafísico inventado por la mente de los astrónomos.
Para los economistas convencionales las cosas son tal y como aparecen: es el capital la causa del interés, y la tierra la causa de la renta del suelo (es el Sol el que se mueve sobre la Tierra.) Pero para Marx las cosas no son tal y como aparecen: no es la tierra la causa de la renta del suelo ni el capital la causa del interés, sino que la causa del interés y de la renta del suelo es la fuerza de trabajo (es la Tierra la que se mueve.) Lógicamente los economistas convencionales están en su derecho de argumentar en contra de que las cosas sean como dice Marx. Pero la economía convencional no argumenta en contra de Marx, sencillamente lo descataloga como científico. ¿Y por qué? Porque Marx hace uso de la distinción filosófica entre esencia y forma de manifestación cuando analiza los hechos económicos. Pero en verdad los que no actúan como científicos son los economistas convencionales, que ignoran que todas las ciencias, o la mayoría de ellas, actúan sobre la base de ese conocimiento filosófico.