Hay pocas dudas de que las alternativas y los movimientos de resistencia se expresan, con todos los matices que se quieran, no tanto en los «partidos de la izquierda realmente existente» sino en las asambleas, foros, sindicatos y movimientos sectoriales. Y lo hacen con una amplitud, una pluralidad y una intensidad que trasciende con creces […]
Hay pocas dudas de que las alternativas y los movimientos de resistencia se expresan, con todos los matices que se quieran, no tanto en los «partidos de la izquierda realmente existente» sino en las asambleas, foros, sindicatos y movimientos sectoriales. Y lo hacen con una amplitud, una pluralidad y una intensidad que trasciende con creces los marcos, las normas y las orientaciones en que se desenvuelve la izquierda política.
Siempre se ha afirmado que más allá de esta izquierda «no hay salvación», puesto que el espacio histórico tradicional para el ejercicio de la política ha sido únicamente el de los partidos. Nada más incierto. Hace algunos años, las movilizaciones contra el neoliberalismo y la guerra de Irak (Foro de Porto Alegre: «Otro mundo es posible»,…), ya tuvieron una enorme incidencia en los acontecimientos de la época. En ellos confluían a un nivel inesperado, antiguas dinámicas igualitarias, ecologistas, antibelicistas, de emancipación de las mujeres, de libertades creativas, es decir, diferentes corrientes de ruptura antisistema al margen de adscripciones partidarias. Hoy, a raíz de la crisis, se ha restablecido un hilo conductor entre aquellas experiencias y las movilizaciones masivas del 15 M, organizadas de manera inusual en los espacios públicos, y otras recientes con una vocación explícita de rechazo y cambio de sistema. Al mismo tiempo, han surgido distintos foros y asambleas, las Mareas, la Cumbre Social, grupos ciudadanos contra los desahucios, etc., disputándole a los antiguos partidos de la izquierda el monopolio de la política desde una visión crítica, lo que supone la apertura de nuevos caminos. No es por casualidad: si el epicentro real de la política se está desplazando hacia la «calle», fuera de su alcance, algo impensable en el pasado, ha sido en buena medida porque han preferido mantener «el socialismo/comunismo realmente existentes» en su estado actual a reinventarse en una dirección democrática y de izquierdas. Parece claro entonces que las actuales mediaciones partidarias, pero también el conjunto de las instituciones representativas, necesitan una revisión a fondo, puesto que sus funciones constituyentes (ser el centro de la soberanía popular y legislar para las mayorías) y los consensos sociales que le otorgaban una sólida confianza de la ciudadanía han caído en picado, arrastrados por la deriva autoritaria de la derecha y la ausencia de respuestas convincentes desde el arco parlamentario y del resto de asambleas electivas.
Contra todo pronóstico, las oleadas de indignación de millones de ciudadanos expresadas en las plazas y en las empresas han llegado para quedarse. Probablemente la izquierda institucional seguirá ejerciendo un determinado papel, pero rodeada de actores nuevos que no dejan de renovarse, de crecer, de buscar una identidad propia. Y, aunque aún no han acabado por definirse ni por decidirse, lo que evidencia esta nueva dinámica, que se explicita y se expresa en la acción y no tanto en el voto, es la necesidad de: a) un sujeto político nuevo, 2) que este no adquiera la forma de partido clásico, 3) que esa «cosa» nueva sea el resultado de prácticas participativas y plurales en todos los órdenes y ramas de actividad, 4) que se articule en torno a amplios acuerdos programáticos que permitan sumar a las grandes mayorías de ciudadanos, 5) que la participación de los «no adscritos» en la política (o elecciones), si la hubiera, se mueva en clave de independencia y se ejerza con el mínimo de intermediarios posibles.
Así pues, la estrategia de crear nuevas condiciones que permitan la construcción de una nueva plataforma política, trascendiendo las estructuras de los partidos tradicionales, tiene mucho que ver con su incapacidad para convertirse en las organizaciones de referencia de los nuevos movimientos que han surgido en los últimos años. La historia señala que la tolerancia de los aparatos hacia quienes cuestionan su hegemonía, es igual a cero. Ello no quiere decir que esa nueva plataforma, en construcción, tenga que sumergirse en la anti política. Por el contrario, trabajar por un proyecto semejante debería significar sumar todas las fuerzas posibles en la izquierda, organizadas o no, y, más allá de ella, hacer confluir en una amplísima convergencia democrática a la generalidad de los ciudadanos y de los sectores atropellados por la crisis. El papel de los sindicatos, promoviendo una corriente unitaria del mundo del trabajo, puede ser fundamental, así como la incorporación de las organizaciones de base en estructuras abiertas, flexibles y horizontales.
Tal proyecto encuentra una mayor justificación en la tendencia a la «normalización» de lo que comenzó siendo una situación de excepcionalidad democrática. De ahí la demanda apremiante de que los grupos, foros, movimientos o asambleas, hay que recordar, decididamente opuestos a integrarse dentro o en el entorno de estructuras partidarias, empiecen a posicionarse en esta batalla.
Contribuir al nacimiento de esta «otra cosa política», es hoy el reto de mucha gente de izquierdas. Este nuevo sujeto político sería la expresión plural de un movimiento extraordinariamente complejo y, a la vez, cumpliría la misión de interpretar, desde dentro de ese movimiento y en referencia a él, nuevas metas, definir nuevos objetivos.
Objetivos que se derivan del principal conflicto político que recorre el país: una guerra de clases abierta en todos los frentes, brutal, entre un capitalismo en reconstrucción a propósito de la crisis y la exigencia de derechos completos y para todos/as, amputados por esta. Quiere esto decir que la perspectiva de lucha ahora, no es tanto avanzar hacia «1917» (la revolución socialista) sino reconquistar «1789» (la democracia con derechos). Porque es la democracia en todas sus formas la que anda en peligro a causa de la reducción radical de derechos, como requisito imprescindible para implantar de forma duradera una sociedad hiperclasista y autoritaria. De ahí que las fuerzas conservadoras necesiten quebrar la voluntad de resistencia de la población, una vez que el consenso en torno a sus reformas ya es inexistente, mediante fórmulas que le permitan sacar adelante su programa máximo: sentar las bases de una nueva sociedad de clases extremadamente desigual, con un Estado de mínimos públicos y sociales, fervientemente católico, verticalizado, y con un aparato judicial, una escuela, una cultura y una información al servicio de las elites. Estos dos últimos años demuestran que la derecha necesita crear las condiciones legales e institucionales que le ayuden a reconvertir el actual Estado de derecho en una herramienta exclusiva a su servicio. Como también, es mucho más que una mera hipótesis, la amenaza de que cohabiten entremezcladas ideologías pre ilustradas y un nacional-catolicismo furioso, junto a dinámicas intensas de capitalismo post moderno, que alienten nuevas formas de fascismo. En la situación de hoy Europa no es un muro de contención. Por el contrario, es constatable que el movimiento conservador europeo se está desplazando con enorme rapidez hacia posiciones de extrema derecha, lo que unido a los procesos de fascistización que tienen lugar en un conjunto importante de países, incluido los de su núcleo fundacional, nos sitúa ante un desafío democrático ineludible, de consecuencias incalculables. Por lo tanto, es fundamental plantearse la construcción de una gran convergencia democrática y progresista de amplísimo espectro social que frene estas amenazas, lo que implica levantar un nuevo referente en el marco europeo.
Las elecciones europeas se convierten en una oportunidad ante las que se abren una serie de opciones. Lo deseable, si el interés real es derrotar a corto plazo a la derecha, sería construir una plataforma estatal común, una gran coalición de los nuevos protagonistas de las protestas, foros, asambleas, sectores profesionales, partidos y organizaciones de izquierda, respaldados por los sindicatos, con un programa común de mínimos y candidatos elegidos en primarias en pie de igualdad. Hay otras opciones, claro está, de tipo continuista como apoyar electoralmente a los actuales partidos o promover/formar parte de un microcosmos de asociaciones satelizadas por alguno de ellos. Sin embargo, ello llevaría, además de no obtener el respaldo de importantes sectores movilizados frente a la crisis, a que no se produzcan cambios significativos en la correlación de fuerzas. Pero, por encima de los procesos electorales, la cuestión de fondo es que las nuevas dinámicas económicas, políticas y sociales han puesto sobre la mesa la necesidad de un nuevo instrumento que trascienda los límites de la izquierda institucional y establezca un diálogo estable y duradero con las grandes mayorías sociales. El compromiso decidido por los derechos, el primero el del trabajo, permitiría, además de agrupar y convocar a colectivos diversos, dar pasos en la recuperación de la credibilidad de la política como un instrumento de representación y mediación social.
Naturalmente reclamar democracia y derechos es hacerlo en el sentido concreto de socializarlos a través de un compromiso firme con la igualdad y la solidaridad; significa dar mayor sustancia a los sistemas formales de representación, a los parlamentos y asambleas electivas, pero también impulsarla en los partidos políticos y sindicatos, las asociaciones vecinales, profesionales y cívicas, las empresas y centros de trabajo, el ejército y los cuerpos y fuerzas de seguridad; trasladarla a todos los ámbitos de la vida cotidiana, familiar y a las relaciones de pareja; democracia y derechos es, por supuesto, crear empleo y combatir la desigualdad, implantar un sistema socialmente cohesionado y medioambientalmente sostenible; democracia y derechos es aplicar criterios de equidad impositiva, redistribución de la riqueza y de lucha contra el fraude y el dinero negro; democracia y derechos es garantizar las políticas públicas y sociales y asumir la preservación y defensa de lo público; democracia y derechos es defender la laicidad del Estado y la independencia de la justicia; es la exigencia de transparencia empresarial y política y la lucha contra la corrupción; es reformar el sistema electoral…Estos son algunos desafíos.
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