Ha muerto Mercedes Sosa. Quizá sólo se trate de un quejido nostálgico, pero pareciera que están partiendo las voces que nos recuerdan que somos humanos. Pues, porque si bien la voz de un artista no necesariamente muere junto a su cuerpo, cada vez la industria es más industria y mucho menos arte. Lo que hace […]
Ha muerto Mercedes Sosa. Quizá sólo se trate de un quejido nostálgico, pero pareciera que están partiendo las voces que nos recuerdan que somos humanos. Pues, porque si bien la voz de un artista no necesariamente muere junto a su cuerpo, cada vez la industria es más industria y mucho menos arte. Lo que hace suponer la dimensión del maquillaje.
Es posible que este momento histórico (del todos contra todos) sólo sea un transito necesario para alcanzar el grado de humanidad. Es posible, Mercedes Sosa, que tu voz, como muchas otras, se filtre por los subterráneos de la miseria contemporánea y algún día resurja en alguna plaza, junto a la voz de Fito Páez para cantar «¡Quién dijo que todo está perdido!». Y entonces, sólo entonces, hasta los más sumisos alumnos del sistema global de consumo, ofrecerán su corazón.
Es posible que «la voz de Latinoamérica» (como se le llamaba a Sosa) supere el ruido del mercado planetario. Y ahí, donde un mercenario nos vende «basura» disfrazada de vida, rompa el cristal de la mentira para afirmar, en su canto, que sí es posible el Sur, que sí es posible convivir respetando todos los vientos del planeta. Y seguro, doña Mercedes Sosa (lo sabe usted muy bien), sí se puede vivir resistiendo el cinismo y la apatía.
Tal vez esto no sea más que un pequeño artículo para nostálgicos, pero, visto de otro modo, puede que este no sea un escrito para cínicos. Pues, muy bien lo sabía La Negra (como también le decían), «Si no creyera en lo que agencio, si no creyera en mi camino, si no creyera en mi sonido, si no creyera en mi silencio…¿Qué cosa fuera, qué cosa fuera la maza sin cantera? un amasijo hecho de cuerdas y tendones, un revoltijo de carne con madera, un instrumento sin mejores resplandores que lucecitas montadas para escena…¿qué cosa fuera, corazón, qué cosa fuera? ¿qué cosa fuera la maza sin cantera? un testaferro del traidor de los aplausos, un servidor de pasado en copa nueva, un eternizador de dioses del ocaso, júbilo hervido con trapo y lentejuela . . .¿qué cosa fuera, corazón, qué cosa fuera? ¿qué cosa fuera la maza sin cantera? ¿qué cosa fuera, corazón, qué cosa fuera? ¿qué cosa fuera la maza sin cantera?»
Es posible, Mercedes Sosa, que el tango (y el canto en general) sea «cosa» de despechados. Quizá sólo los cínicos sean capaces de sonreír veinticuatro horas seguidas. Ojalá, al final de la historia, no termine el público convertido en la piedra que observaba el espectáculo. Es posible, que este viaje sólo sea una tormenta de aprendizaje y la seriedad de los cínicos esté cerca. Entonces, el mundo escuchará (en do mayor, como decía el cantor Alí Primera) la risa de los nostálgicos. Y ahí estará usted, señora Sosa, con su canto tierno en homenaje a la sensibilidad humana. Y el Sur le dará al mundo una lección cósmica de humildad y de alegría.
Edgar Borges es escritor venezolano.