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Discurso en el Encuentro Nacional de Grabado 2004. Exposición Cita con los Ángeles.

Es urgente convocar a los ángeles

Fuentes: Rebelión

La barbarie conmovió a todos. Imágenes atroces repetidas sin cesar desbordaron la ira y el pavor. Vi caer las Torres en tiempo real desde una capital africana donde el edificio más alto no tiene cuatro pisos, y para cuya gente la gran urbe y sus rascacielos es la engañosa figuración de un mundo inalcanzable. Allá […]

La barbarie conmovió a todos. Imágenes atroces repetidas sin cesar desbordaron la ira y el pavor. Vi caer las Torres en tiempo real desde una capital africana donde el edificio más alto no tiene cuatro pisos, y para cuya gente la gran urbe y sus rascacielos es la engañosa figuración de un mundo inalcanzable.

Allá también encontré un dolor unánime, sin fisuras. Nunca antes hubo semejante expresión de solidaridad humana. El llanto y la rabia fluyeron incontenibles, lloraron y maldijeron en todas las lenguas millones de personas para las cuales Manhattan no era sino un sueño ajeno, soñado por otros. Desde aquel día la Ciudad ya no es más una ilusión inasible y abstracta. La angustia compartida, el amor multiplicado, provocó la gran revelación. Ahora también nos pertenece. Desde el martes terrible, todos somos neoyorquinos.

Fue honda la pena entre los cubanos. Nos hirió profundamente el crimen brutal, sufrimos junto a las víctimas como si el ataque hubiera sido contra nosotros. Una amarga y prolongada historia que aún continúa ha obligado a tres generaciones en este país a resistir el terrorismo y a vivir bajo su constante amenaza. Muchas vidas, mucha destrucción, mucha tristeza han causado a nuestro pueblo acciones terroristas que han contado siempre, desde hace ya 45 años y hasta hoy, con una complicidad que debería provocar escándalo. Que algunos puedan gozar de total impunidad para sus fechorías contra Cuba es una afrenta a los que perecieron el 11 de septiembre de 2001. Insulta a su memoria que aún padezcan injusta y cruel prisión en Estados Unidos, cinco jóvenes cubanos acusados de oponerse a crímenes que desde allá se anuncian cada día.

Los cubanos sentimos aquella mañana una congoja especial porque hubiéramos querido ayudar más, mucho más de lo que la enemistad artificial y la hostilidad que se nos impone hacían posible. Es cierto que Cuba fue la primera en condenar, sin vacilar, la incalificable matanza y ofreció de inmediato sus aeropuertos a las aeronaves que en aquellas circunstancias no podían aterrizar en suelo norteamericano, actitud que, por cierto, nunca fue reconocida por Washington. Es cierto que los artistas cubanos que allá estaban, en una rara excepción a la sistemática prohibición de sus visitas, enseguida donaron su sangre para ayudar a los heridos.

Hubiéramos querido hacer mucho más.

Proclamamos entonces y creemos todavía en la posibilidad de unir a toda la Humanidad en un gran frente para erradicar el terrorismo en todas sus formas y manifestaciones, quienquiera sea el que lo promueva, en cualquier lugar, sea el que fuere su víctima.

Solo así, verdaderamente, se honrará a quienes fueron inmolados. No se les hace justicia multiplicando la violencia ciega, la muerte y el terror. Usarlos con torpe malicia para desatar guerras injustas e insensatas equivale a repetir el horror. Provocar de ese modo, deliberadamente, una brecha en la solidaridad universal y colocar a Estados Unidos contra otros pueblos es un desatino imperdonable.

Es urgente convocar a los ángeles. Que acudan presurosos para que el amor prevalezca sobre el espanto. A los ángeles hay que hablarles en su propio idioma, el de la creación. Ese es el propósito de esta exposición. Es la obra de 41 artistas cubanos que trabajaron directamente sobre litografías del artista gráfico norteamericano Gunars Prande a partir de las fotografías del también norteamericano Richard Falco tomadas en medio de la tragedia. Es un hermoso ejemplo de colaboración directa entre artistas de ambos países y entre la Escuela de Artes Visuales de Nueva York y el Taller Experimental de Gráfica de La Habana. El fruto de ese esfuerzo ciertamente hará historia. Ojalá no sea éste el último proyecto conjunto entre los creadores de ambos países como desgraciadamente sería si se mantienen las nuevas restricciones que prácticamente impiden los vínculos futuros. Nuestros artistas cada uno desde su propia visión, con interpretaciones absolutamente libres, levantan otra vez las Torres erigidas ahora en símbolos del abrazo fraterno y de la fuerza incontrastable del humanismo y la cultura. Es también un mensaje de paz y de sincera amistad hacia New York y el pueblo de Estados Unidos. Construidas con amor esas Torres nada ni nadie las podrá destruir.

Ricardo Alarcón es presidente del Parlamento Cubano.