Los medios de comunicación italianos presentan a los inmigrantes «como peligrosos hambrientos al asalto del país o como marginados víctimas de violencias o explotaciones». Pero hay otras formas de mirar a los extranjeros, afirma Daniele Comberiati, redactor de Sottomarini (Submarinos), revista de cultura migrante. «Ya es hora de lanzar una mirada nueva sobre el fenómeno […]
Los medios de comunicación italianos presentan a los inmigrantes «como peligrosos hambrientos al asalto del país o como marginados víctimas de violencias o explotaciones». Pero hay otras formas de mirar a los extranjeros, afirma Daniele Comberiati, redactor de Sottomarini (Submarinos), revista de cultura migrante.
«Ya es hora de lanzar una mirada nueva sobre el fenómeno de la inmigración», que no se base siempre y solamente sobre el «problema» de la seguridad de los ciudadanos o de la explotación, dijo a IPS Comberiati, quien lleva a cabo una tesis doctoral en la Universidad de Bruselas sobre la literatura de la inmigración.
Sottomarini salió a la calle en octubre del año pasado, con una frecuencia cuatrimestral. Su distribución es gratuita –puede hallarse en librerías e instituciones culturales–, y su alcance restringido, pues sólo se tiran 500 copias.
En blanco y negro y con una única ilustración en portada, su mayor riqueza es lingüística: se lee en italiano, pero también en las lenguas de sus numerosos colaboradores inmigrantes.
Sus cuatro redactores fijos, todos italianos, contaron hasta ahora con una subvención temporal de la Universidad de Roma y buscan nuevos subsidios y formas de ingreso, incluida la publicidad.
«Estamos intentando incluir diseñadores y creativos, de modo que la revista tenga más atractivo para los redactores y para los lectores», explicó Comberiati.
El interés hacia la cultura de los inmigrantes parece estar creciendo en este país: se editan revistas especializadas y algunas editoriales empiezan a publicar libros de residentes extranjeros que escriben en el idioma de este país.
Pero no se ha descubierto nada nuevo. «La literatura migrante siempre existió, siempre hubo poetas o escritores exiliados, o que viajaron». Ahora «descubrimos de una forma nueva» que estos escritores «vienen desde una masa que normalmente consideramos sólo como mano de obra barata», apuntó Comberiati.
Italia tiene 58 millones de habitantes, de los cuales 2,2 millones están registrados por el Ministerio del Interior como extranjeros residentes. Pero la población inmigrante es de más de 2,6 millones, según «estimaciones austeras» de la organización benéfica católica Caritas.
Tratar la inmigración como un concepto cultural, más que social o económico, permite «hablar de interacción, más que de integración. Los inmigrantes no tienen por qué integrarse a lo que hay aquí, sino interactuar con ello y con nosotros», sostuvo Comberiati.
Estos inmigrantes «participan activamente en la construcción» del universo cultural de Italia, y «ésa es la interacción», añadió.
Armando Gnisci, profesor de literatura comparada de la Universidad La Sapienza de Roma, y colaborador del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia en el Programa de Educación para el Desarrollo, fue el primero en interesarse en la escritura inmigrante en Italia. En 1997 creó Basili, una base de datos sobre autores inmigrantes en lengua italiana.
Según Gnisci, estos escritores pertenecen a dos literaturas a la vez: a la italiana, pues escriben en esa lengua, pero al mismo tiempo a la literatura de sus países de origen, ya que de ella llevan sus marcas, sus señas de identidad.
Así renuevan la literatura italiana, aportando los elementos de sus propias literaturas. «Estamos asistiendo a un proceso de criollización», explicó.
Los extranjeros que escriben en italiano demuestran que «quieren vivir en nuestro mundo contribuyendo a la construcción de su expresión cultural», dijo.
«Las naciones imperiales que depredaron el mundo, deben ahora intentar descolonizarse» para crear una sociedad y una cultura nuevas, «mestizas, criollas», y en ese proceso, «estos escritores nos comunican que un nuevo mundo y una nueva convivencia son realmente posibles», agregó.
El académico afirma que estos autores viven un «desdoblamiento entre el espacio y el tiempo y entre las lenguas», y su literatura expresa «el pensamiento del antes en la lengua del después. Tienen la vida en dos pedazos: se encuentran en los límites entre la tierra de origen y la tierra de destino».
El poeta albanés Gezim Hajdari, colaborador de Sottomarini, estimó que «todas las literaturas son mestizas, pues no hay nada perfectamente puro» y que su poesía «es tanto albanesa como italiana».
«Soy un escritor migrante y mi poesía anda conmigo, se mueve y se mezcla con lo que encuentra, como yo me mezclo con lo que encuentro», sostuvo.
Residente en Italia, Hajdari se queja del provincianismo italiano, de las editoriales y del tratamiento de los medios de comunicación.
«Hay un muro frente a nosotros: no se ocupan de literatura inmigrante, no quieren, tal vez porque en literatura sólo se puede hablar de interacción, mientras que ellos, como todos los políticos, prefieren la integración», subrayó.
La brasileña Christiana de Caldas Brito dejó su país en busca de un trabajo que la sacara de la pobreza, fue una emigrante. Ahora escribe en italiano, es una escritora, «una escritora inmigrante», aunque ella prefiere definirse como «un ser humano que anda, que se mueve».
También sus textos aparecen en Sottomarini. No le preocupan los tópicos que transmiten los medios de comunicación. «Poco a poco, este fenómeno será percibido por ellos también», dij.
Y añadió un consejo: Gustave «Flaubert dijo ‘leed para vivir’. Estoy de acuerdo, pero quisiera añadir, ‘escribamos para vivir'».