Hay sociólogos que estudian a la sociedad como un organismo vivo, en los mismos términos que se analiza al individuo aislado. Su estómago, su cerebro, su corazón, su sistema nervioso… están en los órganos e instituciones del Estado. El Estado es un ser sensible y razonable, es el concepto de Pizkall. Durkheim, Comte y demás […]
Hay sociólogos que estudian a la sociedad como un organismo vivo, en los mismos términos que se analiza al individuo aislado. Su estómago, su cerebro, su corazón, su sistema nervioso… están en los órganos e instituciones del Estado. El Estado es un ser sensible y razonable, es el concepto de Pizkall. Durkheim, Comte y demás sociólogos positivistas, así lo tratan.
Pero yo voy más allá. Es la sociedad, y no el Estado el organismo viviente no humano por antonomasia que respira, tiene corazón y es feliz o sufre por empatía. Sus manifestaciones de que es un organismo vivo son numerosas. En una asamblea, el entusiasmo, la indignación, la piedad o el odio tienen su origen como en una conciencia particular. Nos llegan a cada uno de nosotros desde dentro, se potencian desde fuera y son susceptibles de arrastrarnos a pesar nuestro. Si un individuo intenta oponerse a una de esas manifestaciones colectivas, los sentimientos que rechazan se vuelven en su contra. El Estado funciona igual. Igual, cuando una mayoría insensata no hace músculo hipertrofiado por anabolizantes de todo él…
Pues bien, como consecuencia de la creación de la Unión Europea y la adhesión a ella de los países miembros, y aunque no fuese ésa la idea, se ha ido produciendo una debilidad progresiva de las naciones del sur, difícilmente evitable y reversible. Creíamos que el propósito de la Unión era hacernos más felices porque ése es el deber de todo Estado, y más aún el de una unión de Estados. Por el contrario, nos encontramos con una enorme debilidad de este país producida a su vez por el desmantelamiento virtual de sectores básicos de la producción y por efecto del adelgazamiento de nuestra economía; desmantelamiento provocado por decisiones políticas acordadas, en teoría, por los estados miembros, y adelgazamiento provocado a su vez por un endeudamiento probablemente perverso (quizá no calculado pero efectivo), con la consiguiente prevalencia de las sociedades y naciones del norte sobre las del sur: lo que ha determinando la anorexia de la sociedad española y de la griega en estos momentos. Y así como el fútbol o el tenis han reemplazado para las masas la lucha de gladiadores, la economía liberal, sustituyendo a la guerra, ha inducido el estrangulamiento financiero de unos estados por otros; de unos estados debilitados por la trampa y por la rapiña de sus propios dirigentes que lo han propiciado, por estos otros estados más fuertes.
La consecuencia es más debilitamiento de la sociedad, que ya estaba entontecida a causa del hiperdesarrollo de las nuevas tecnologías en detrimento de la conciencia del yo, la anomia (ausencia de reglas, por antonomasia morales) y por la tendencia del poder, del marketing y de los medios de comunicación que, por el precio de «mantenernos informados» y a la par desinformarnos, nos aturden.
En resumen, la sociedad española, por arriba y por abajo, está enferma. Es preciso reaccionar y adoptar medidas quirúrgicas. La Unión Europea, que pudo nacer con las mejores intenciones, ha terminado funcionando como un aparato neocolonizador. Y sus famosos «rescates», han terminado revelándose como el instrumento diabólico por excelencia al servicio de la dominación «civilizada» de unos pueblos por otros y de unas naciones por otras. En este aspecto, como en la colonización tradicional, lo que menos importa son los motivos y las razones. He leído hace muy poco argumentaciones impecables y por eso mismo tremendas, para explicarnos la conquista de América como epopeya y justificar el más alto y verdadero derecho que precede a todo lo demás: el basado en la ley del más fuerte y los «beneficios» que de esa ley se derivan…
Lo cierto es que actualmente en Europa y en España, la solidaridad y el humanismo han quedado relegados por el aparato estatal y por los órganos comunitarios. Aplastados por el interés bancario y el de accionistas e inversores, ambos, solidaridad y humanismo, quedan recluidos sólo en el espíritu de asambleas que sienten y padecen al lado del resto, anestesiado por el supremo egoísmo y por la suprema estupidez. Es indudable que, como dice Oscar Wilde, los locos se curan pero los imbéciles no. Y si España está enferma, es porque los idiotas incurables se han aliado a los grandes depredadores que lo son además «legalmente»…
Jaime Richart, Antropólogo y jurista
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